viernes, junio 29, 2007

Noche de gatos

Atardecer paceño él espera la hora del encuentro en la oficina. La busca en el chat antes de salir a la calle, prende un cigarro, baja por El Centro, la busca en la noche, la llama al celular. Baja a la farmacia, busca una aspirina, lee una frase de la Madre Teresa, sobre el egoísmo y el miedo en el mostrador de una tienda.

El aire tibio rompe la noche y mientras la espera toca su espalda una brisa de estornudos, se da la vuelta y encuentra el rostro de ella. Caminan, en absurda seriedad silente. El agarra sus cabellos le da un beso tibio, con manto de luna sin mordiscos como testigo. La estrella amarilla de siempre, en noche pincha silencios, hace guiños en su espalda arqueada al caminar.

El mira el reloj son las 9:00 de la noche, caminan y callan “chaú me voy" dice ella…”¿qué fue"? Replica él "hace frío", responde. El decide calmar los animos y entra a una tienda a comprar un vino, la señora no lo escucha, absorta mira en la tele la noticia de un accidente. Otra vez hierros retorcidos en primer plano, la prensa amarillista es una mierda, las carretera a Oruro una cagada, piensa él.

Suben al taxi, el chofer neurótico de camisa a cuadros juega a las carreras e insulta a la gente. Ella en calma le pide respeto y menos velocidad “que mala suerte con los chóferes tengo hoy dice”. Me hace frío el silencio piensa él. Llama a la tienda, y ordena por fín el vino y un paquete de cigarros como forma de romper el hielo.

Llegan al barrio que comparten, caminan por el caminito de piedras que separa ambas casas, sendero frágil une ventanas. Ella se adelanta bamboleante y serena, su espalda sonríe sus ojos no. El la abraza, el silencio pincha y le sube el limón en las venas. Busca su cuerpo se detiene y la abraza, mientras mira su rostro, está palida como la luna.

Llegan al lugar de siempre pasan el pasillo viejo del conventillo, las rajaduras de las paredes los saludan. Cruje el piso, entran. Ella camina a su esquina favorita, mira con nostalgia el lugar. El se aleja a la sala, a la ventana cómplice. Abre la cortina, prende la lámpara. Busca la silueta del Illimani, a la izquierda las laderas parpadeantes los saludan.

No funciona el truco de la media luz y las velas, piensa. Ella lanza un suspiro apaga fuegos, deja sus cartas sobre la mesa, ambiguas como su piel. Hay dos opciones sentencia: "me voy o me aguantas en silencio, hoy es un día de gato y creo que los próximos serán negros, con mucho silencio dice". La decisión está en sus manos, él acepta la pelota en su cancha y le pide que se quede. Con la advertencia de la distancia sellada en un abrazo le roba un beso de sus labios fríos.

La mira y calla en pensamientos que no exigen, en sentires que gritan comerle el alma a besos. Silencio de muro, él va a la cocina, ella a la cama. Espalda encorvada, ojos secos, él se adentra en la cocina, "hoy no habrá sexo mata tedios" piensa. Pone agua en la caldera, está seguro que algún día la quemará, toma coca cola, dos aspirinas y enciende un porro. Mira la ciudad, el Illimani ahora sí aparece, sus ojos se ponen rojos y sopla un beso de humo al cuarto.

Entra, la mira como tantas noches, clara oscura en la cama de madera vieja que cruje en cada respiro, sin necesidad de tacto. Ella entibia su piel con una frazada y con miel en los ojos perfora los labios de aquel que parado en la esquina de la puerta mira.

"¿Quieres coca o jugo?", le dice, el vino no es para ver tele piensa. Vino sentencia ella. Vuelve a la cocina, abre la botella, se rompe el corcho, mala señal piensa. y sirve las dos copas con tinto a la mitad. La boca esta seca, la noche le parte la cabeza. Vuelve y las rayas de la cama tiemblan como cuerdas de piano mal tesadas, busca las teclas, en el pecho cubierto de la mujer silente no las encuentra.

El humo verde afecta rápido piensa él. La cama lo llama, cómplice de entregas, de viajes a su humedad, de mordiscos en poros, piensa. Refugio de pieles, se recuesta en el lado izquierdo, busca y no encuentra los pies de ella. El se queda en la improductiva decisión de respetar su pedido de no me toques, de no invasión.

Peli francesa en la tele, comedia con chistes muy parissiene para la noche. Ella arrastra los pies al encuentro, los tobillos y empeines se ruborizan, los dedos se besan, se enredan, se muerden.

Ella apoya la cabeza en el pecho de aquel lánguido amante. Un beso de tachuela, frío y débil pincha la pared imaginaria que han construido en la noche. El tiembla, su pantalón se infla, su piel se eriza y vuelve un aire de petit morte. Sube la marea en las sabanas y la risa, las manos se buscan. El besa el muslo izquierdo de ella con los dedos que ahora tiene copa y media de vino en la sangre y lanza ronroneos tibios al aire. “Estoy ebria” ojala sea así del otro lado dice y deja caer su cabeza en el pecho del amante menguante.

El con la boca busca su cuello, sus caderas, las de la mujer silente, su lánguida piel, su agridulce mar. El humo verde se disipa y él besa el aire, con las manos busca los senos entre edredones, recuerda que ella tiene el sol del lado izquierdo y la luna del derecho.

Ella opta por el sueño, su cabeza recostada le roba el brazo como almohada. El con la mano izquierda, insomne, entrega tactos timidos. Se quedan quietos, piel con piel se contienen, buscan sincronía en cada respiro, ella sólo se queja, llora, ronronea dormida.

El con la yema del dedo índice, izquierdo, acaricia la cadera izquierda de ella, se corta el dedo con el filudo hueso y sangra versos en la sabana. El abdomen de ella lo llama, besa la palma de su mano en cada respiro y las heridas cierran, la sangre se esfuma, tibia.

El calor crece, él le besa los cabellos, los hombros y sólo hay ronroneos suaves. El celular suena como grillo, insistente una, dos, tres, veinte veces. Su repique agudo levanta el telón, prende las luces y la realidad llega a su piel aún erizada.

Ella se levanta, no habla. Baño, chamarra, cartera. El se queda, recurrente, velando el aroma de su imagen, abrazando la sombra de aquella amante de luna. Ella se acerca le da un beso corto, él grita no te vayas, ella no escucha. Se levanta, trata de alcanzarla, escucha un último ronroneo en la puerta de calle y el silencio de piedra otra vez.

Vuelve a la casa, prende la luz, encuentra gotas de sangre en el piso y ve que su mano izquierda sangra. Entra al cuarto y en el velador lo esperan: la botella de vino tapada con el corcho roto, una copa vacía y su celular. Mira el teléfono antes de dormir y lee: “ viajo hoy a las siete a Oruro no iré a tu casa, lo siento”.

jueves, junio 21, 2007

Fast...la no hija de la no lagrima (Peperina el Sábado es San Juan)


Estaba en llamas cuando me acosté

Pulsaciones rojas, burbujitas de efedrina saltando en la laringe, efervecientes en el pecho. La maleta celeste en la esquina de siempre, los libros, el tabaco y los discos. Acelerado el camino, otra vez la carretera, la ruta.

Este no es un acto confesional de redención autoimpuesta, sólo un brotar de palabras de espuma, en caos incosistente gritan y rebotan. Casandra Lounge y eso de fifteen 4 ever en el auricular sin cable.

El viejo piano con eso de las promesas sobre el bidet, me trae su rostro mostrando la paja de la cara ajena. Si flaco, era Cenicienta en su cuento. Te amo y te odio dame más grita y luego calla Peperina, cuando la irremediable imagen de orbitas huecas promete una nueva redención, mirando el techo en convulsiones cabalgadas.

Pedro Aznar trajo la nariz roja y contaminada de su concierto en Santiago y gritó el último gol de Boca ayer como bostezo, al mismo tiempo las paraguas de cabello oxigenado y ombligo sediento, luego de Bolivia 0 Paraguay O, comieron un choripan de cuclillas, de cara a un Pubis poco angelical para congraciarse con el dealer de la plaza por el empate.

Abrite un buen vino otra vez Peperina, deja que la espuma fluya. Relax, atómica, aglutinante, sangrada y en sal de mar. Los mariscos, esos curiosos bichos peruanos congelados en el boliche de Achumani inflan tus canales de yodo y fosforo. Saltan mis fetiches en ojos saltones por la sed y en un beso seco quedas, tibia.

El cielo de invierno en el año 5515. La cabala cristiana del año 2007 no tiene sentido, la causalidad cósmica, relativa, inerte es supercheria de feria ante la poca esperanza. Por eso:
Chau "la sal no sala Peperina", el bife se come con piel...FAX U y PUNTO.

Coda: El vaso equilibra la Fanta en su ombligo. La marea naranja reposa en las paredes azules del vaso, esas con colorcitos caprichosos, souvenir de Isla Negra. Veneno, muy fast, muy rapido, luego el color turquesa de su collar etno besa mi pecho en cada embestida. Las promesas sobre el bidet, alimentando de nuevo che. Que buen sabor tienes con mariscos.

PD: Derby Naranja de caballito de ojos rojos, vino y los siguientes discos alivian la lectura: Fifthteen forever (Casandra Lounge); Say no more, Hija de la lagrima, Piano Bar (Charly García); Peperina (Serú Girán).

lunes, junio 11, 2007

Santiago IV (Huidobro y Neruda)

Tumba de Huidobro
Tumba de Matilde y Neruda

Cartagena Litoral Central

Dos poetas espalda con espalda, uno en la montaña seca en una especie de mausoleo mostaza. Lapida de piedra gris te advierte “abrid esta tumba, debajo está el mar”. Huidobro, poeta, antipoeta, culto, anticulto. Murió como paria, peleado con los poetas, los jerarcas de la iglesia, los comunistas, los diputados de derecha, la aristocracia. Fue secando su poesía, haciéndola indomable a cualquier lectura de pueblo, ajeno a aplausos de la masa, vaciando sus versos de chilenos.

Se pierde en un campo seco, entre girasoles muertos descansa, un viejo cuidador y un kiltro hacen guardia y son los guías. La entrada a la tumba es gratuita (de 9 a 14 de 15 a 17:00). Un letrero contundente dice “prohibido usar el lugar como parque para enamorados”.

El lugar no tiene tienda de souvenirs, ni bar para tomarse un ajenjo en el nombre del poeta renegado. Sólo un viejo perro, ladra cada noche a sus versos.

Olvidado en la montaña, pistas escondidas en el ascenso de tierra y en la colina una mezcla de colores sin gusto lo resguarda. Al lado izquierdo un grabado de su rostro en sus años de burgués mira al vacío en un letrero de madera. Imagen de sus días jóvenes en familia rica, es la memoria más o menos comercial que queda de su nombre.

Ha muerto en la pobreza, maldito y olvidado rechazado en la vergüenza patriotera, anarquista. En su auto exilio, vomito para todos aquellos que besaron sus poemas con flores.

Lo llamaban el más europeo de los chilenos, poeta ajeno al pueblo, con juegos ácidos, surrealistas, con aires de Breton y Eluard muy negro, muy contundente, muy ácido que un obrero no lo entiende que un cura no soporta.

Recibe la brisa del bosque seco en esta época del año y su compañero ladra en la noche a los espectros de su fama olvidada. Hoy deja la estela, la brisa a la montaña, olvidado e ignorado por la gente, en el destino que labró y le dió la gana tener en su irreverencia. Letreros de madera mal colgados de los árboles son la guía a su tumba.

Cerca al mar, en el lugar de nombre Isla Negra descansa. La entrada cuesta 3,000 pesos y existen cinco guías para la visita por grupos pequeños a la casa, una de las tres del poeta, llena de fetiches, recuerdos raros y detalles costosos. Hay que esperar para que te llamen por micrófono y te hagan entrar, mientras tanto te puedes distraer en la tienda de souvenirs que vende libros, camisetas con sus versos, postales con su foto, adornos para living, replicas de sus fetiches (mascaras de proa, barcos en botellas, caracolas, conchas de mar).

Cuando entras, respiras el aíre del poeta y el aroma a caldillo en la casa. El lugar, un homenaje a la palabra, un canto a la vida. Es su último refugio, el tercero en vida, última morada antes de su muerte. En el jardín duerme hueso con hueso, enredado en Matilde su tercera esposa. No hay referencias en la casa a Malba Marina, la niña que murió a los 8 años de hidrocefalia, única hija, olvidada.

Su osamenta y la de la última compañera, no tienen cruz que los resguarde. Sus besos ahora en textura de concha de mar, beben la caricia del pacífico en la proa de este barco imaginado, privilegiada última morada, digna del histrionismo y el ego desbordados en vida por el poeta.

Le decían el poeta del pueblo, burgues de mantel rojo. Declarado discípulo de Whitman, con foto de Rimbaud en la mesita. Escribía, entre copa y copa, regalo y regalo de los idolatras que chupaban gratis en sus fiestas. Pintaba poemas al color de las cebollas, la cola del caballo de la tienda de su infancia, las mascaras de barco, sus botellas, su ancla, su recurrencia obsesiva al pacífico. La casa tiene un inodoro floreado en una cabina angosta, las paredes recubiertas de fotos de desnudo de los años veinte, para el deleite de los amigos borrachos decía.

Las vigas de su bar tienen tallado con cuchillo el nombre de cada uno de sus amigos muertos. El poeta, panza de calamar, pasaba de lado por las puertitas de sus cuartos, crujía en el catre bajo y bebía el mar en cada esquina, en el deleite de la amistad y la vida, disfrutó su residencia en la tierra rodeado de besos y aplausos hasta el día de su muerte.

Tiene ancla de barco en el jardin y su cuerpo reposa entre flores. Al final del tour puedes conversar sobre el paseo en una cafetería, donde venden platos y tragos con su nombre, un homenaje comercialmente bien logrado. Es imposible no saber donde te encuentras aunque no puedes sacar fotos por respeto a los derechos de autor.

Quien primero o quien después en la cronología no interesa, cada quien decidió como vivir la poesía, como hacer de su vida obra o de la obra vida, dicen que el primero fue maestro, luego amigo y al final detractor del segundo.

Neruda canto de alegría, a las cosas simples a la gente simple, adoptado por el comunismo como bandera en su poesía, digerible para mineros y obreros. Huidobro empezó académico, aristocrático, muy europeo y terminó como escupitajo filudo para todos los que destestaba, ácidez negra en sus últimos días para aquellos que sentenciaron su imagen actual, aquella que se va desvaneciendo y secando en la montaña, aunque el mar se escuche bajo su tumba.

El otro con cada venta de souvenirs infla la panza y ríe, en la bodega del otro lado con buen trago caliente y seduce eternamente a sus amadas con poemas. Eso sí rebota en su limbo y da la espalda a la imagen de Malba Marina que lo mira sin rencor y besos desde otro lugar más puro.

El poeta decide la huella que querrá dejar en vida. Morir bien muerto, en tumba bebiendo del mar o negarse a morir y seguir vivo en una fiesta de risas y regalos, amistad, trago, pueblo y reverencias. Al final en un caldillo de congrio, las palabras de ambos en el litoral central se juntan, el Canto General, los Cantos de Altazor son uno al otro lado del mar.

Salud poetas, en su muerte cada quien espera. Eso sí algo hay que reconocer, al primero lo visitan los que se las juegan, los que quieren perderse en el camino de tierra, por último aquellos que al poeta le da la gana. Al otro, hordas de japoneses, gringos y cuanto turista llegue a este país. Hacen cola con ticket en mano y se van con bolsa de recuerditos, ¿qué huella vale más dejar en muerte?, ¿qué trascendencia pesa más en la palabra? ¿Quién hubiera bebido más la globalización?. No sé, dejo a ustedes que se respondan.

viernes, junio 08, 2007

Santiago III


…Ya ves y yo sigo pensando en ti…


Salí a la calle al final del día, con la mirada adormecida por la falsa bruma. Las ganas, honestamente, eran de leer algo y dormir, pero otro era el plan que tenía la ciudad para mi. Salimos de aquel complejo de cemento en el que se encuentra la oficina cayendo la noche. Me acompañaba la Pepa, una revolucionaria de los 70, con boina negra y sobretodo de lana. Años de burócrata tras un escritorio, más por necesidad que oficio, no mataron su rebeldía y ganas de respirar poesía. Ella, en silencio y en mi ausencia, había planeado, con aquel calido personaje de bigote blanco, la incursión nocturna. Subí al taxi sin mucha expectativa, imaginándome la velada en un Mall o un Restaurante de esos caros en un barrio de más cemento, en un sector tan globalizado y vacío de sentido.

Llegamos, el arribo fue curioso, era como estar en la calle España en Cochabamba, o la Presbitero Medina en La Paz, sólo que más grande. Respiré por primera vez algo más que Smog. Sentí identidad y la personalidad de un Santiago que se defiende, que se resiste a ser un una copia barata de cualquier ciudad global.

El barrio se llama Bellavista y colinda con el centro de Santiago, se ubica al norte de la ribera del Mapocho. Las ha vivido todas, desde ser en sus inicios zona católica y aristocrática, burdel encubierto para políticos del gobierno, punto de resistencia en la dictadura y hasta meca de la vida nocturna en los noventa.

Empezamos la caminata, esta vez el frío no interesa es más regala la atmósfera perfecta para disfrutar las fachadas de las casas. El moho que se cuela por las paredes te va contando las historias del barrio. Aquellas de chicas sonrientes hace más de cincuenta años que alegraban la siesta de diputados liberales y rechonchos, las otras de caricias furtivas en el motel amarillo, donde estudiantes confabulaban entre sabanas contra la derecha. La calle te habla de la lucha en el golpe, de la pelea contra el nuevo golpe, el del progreso y la despersonalización. La gente pasa, algunos te miran desde la ventana y perciben que tus ojos escanean la zona con aires ajenos, a unos les gusta a otros les es indiferente.

Llegamos a la Chascona, último refugio Santiaguino de Neruda, ella dibuja en el rostro, la sonrisa que acompañaba los debates universitarios. Me cuenta del caldillo que preparaba la madre de su amigo, esa que acabó viviendo en La Chascona después de Neruda y surge la inevitable pregunta ¿en que universidad estudiabas?, en el único territorio libre de América, la U de Chile me responde, entonces todo cuadra, cobran sentido, las preguntas sobre mi país, sobre Evo, la risa que contiene ante las colegas de la oficina, bronceadas y con el cabello teñido de rubio en este invierno. La boina parisiense y ese aire detrás de las arrugas de mujer de batalla, recobran presencia. Aunque hoy carga en la espalda el peso de la burocracia, vuelve esta noche, a ser aula de sociología contestaria.

Me cuenta sobre las luchas en dictadura, la locura de seducir a los milicos con la minifalda en plena resistencia y luego cargar la metralleta para ir a defender alguna fábrica, en el córdón industrial. Me habla del primo Cura que mandaron al destierro y acabó muriendo de pena y sorojche en Putre. Hablamos del Chile de hoy, de la vergüenza de los Santiaguinos con el otro país, ese del cual no hablan, el que no aparece en los afiches de ciudad competitiva, estable y moderna que sirven para atraer inversionistas.

Me llama la atención nuevamente la mezcla de casas simples de una planta y paredes de cemento, pintadas de forma caprichosa y deliberadamente kitsch. Juega el color de paredes ocre, azules, amarillas, cafés, con las luces de la noche y te regalan al caminar, murales cubistas, graffitis contestatarios, soles y lunas en portones de madera con candado. Las puertas te entregan: musica (punk, jazz, trova) risas y de rato en rato sale gente de algún bar para invitarte a pasar.

Llegamos a una galería construida en el patio interior de un manzano de casas. Me cuentan que fue una iniciativa vecinal para evitar la construcción de un edificio. El lugar es todo de madera y encuentras desde artesanía Rapa Nui, vino e incluso medicinas tradicionales Mapuches.

Es otro el color en los rostros, otro el aroma en la gente joven de este lado de la ciudad, grafitea, fuma. Pienso que aún cree, resiste y muta contra la corriente. Son el Santiago que también cuestiona, ese de los colegiales que arman barricadas en los colegios y se hacen llamar pinguinos y con quince años se declararan marxistas y les devuelven sin miedo las bombas de gas a los carabineros.

Luego de caminar por calles misteriosas, me sorprendo con una casona café escondida a las faldas de un cerro, con las ventanitas crujiendo y los ojos que miran y reciben. Me despiertan sueños locos, ganas de mudarme a su esquina con sauce seco y paredes de piedra y disfrutar la jubilación en este lugar. Ella ríe y me invita a comprarnos la casa, poner un bar con libros, aunque adelanta que probablemente muera antes que yo llegue a viejo.

Volvemos a las preguntas, a las heridas del 73 y me cuenta que jugaba en la casa de Allende a sus 6 años y que es la oveja negra de izquierda en familia de derecha, la cual poco a poco acabó por aceptar su coherencia. Vuelve a pintar sus palabras con el calor de su lucha, me habla del Pantera, brasilero que vino a armar la resistencia en la U, yo del Guillermo Bedregal García que organizó a los bolivianos de la U de Chile, ella de su amiga que murió en un cordón industrial. Me cuenta de cómo se refugiaban en el altillo de la casa de su amigo hijo diplomático, paradójicamente en Las Condes y con ametralladora en la ventana, veían como los milicos se limpiaban a los chicos de la U a tiros en el cerro.

Estábamos, sin darnos cuenta, hablando del mismo año, de la misma gente de una misma lucha, en un Santiago que ya no me resulta ajeno, que respira los mismos aires que respiró mi padre. Ella sintió el temor de la mano negra del milico en su juventud igual que yo en mi infancia.

Hoy trabaja en un organismo internacional, destino predecible de tanto izquierdista que se acabó aburguesando. Se refiere con respeto al proceso de cambio en mi país y le da bronca la gorda, como llama a Bachelet, por que no entiende lo que representa ser la primera mujer presidente en Chile, eso hace que la derecha esté creciendo dice.

Caminando por estas calles recuerda el día que murió Pinochet, parecía otro golpe, igualito habrían champaña y te insultaban Los fachos dice. La miro, recuerdo el departamento donde vivo, las historias que ahora escucho y decido quedarme con el Santiago, del otro lado del espejo, eso que no les gusta ver a muchos y siento la terquedad de un barrio que esquiva, lo más que puede, el consumismo aunque igual se quiera filtrar y llegue disfrazado de bohemia a sus paredes.

Más tarde llegamos al Mesón Nerudiano un restaurante muy al estilo de Don Pablo. Nos invitan al subsuelo, una cueva mágica con vino, seguimos la charla y llega él, profesor universitario de toda la vida, también con boina resistente, antiguo exiliado en el golpe. Me cuenta la historia vedada de Bellavista y luego habla con admiración del cambio en Bolivia y que tiene miedo que la derecha se aproveche de la ingenuidad de Evo, misma que vió en Allende y fue, según él, la causa de su derrota. Es que ser ingenuo es a veces tan necesario, aunque peligroso pienso. Luego hablamos de Bolivia, de Santa Cruz, de Coroico, de La Paz y me siento a gusto, latinoamericano nuevamente.

De pronto entra ella en escena, mulata de ropa negra, juega con el micrófono con ese, “camelo” como dirían los andaluces y regala unas notasde jazz al aire. Mira de reojo a la única mesa, la nuestra, y pone miel a su gruesa voz. Luego me entero, es Aidé Milanes, hija de Pablo acompañada de Héctor, otro cubano al piano. Encuentro en su mirada las saudades de mar y me eriza la forma que acarica el aire con las manos al sentir el bolero en su voz.

El show es increíble, su voz tiembla en el bolero, en canciones de Bola de Nieve, de Pablo, en sus propias composiciones, simplemente siento el lugar y el piano que salta con fuerza del jazz al son, del blues a la salsa. Me parece ver la silueta tuya, mientras ella canta, apoyada en el muro de piedra, bailando, sintiendo y me doy cuenta que te pienso y que es posible vivir y sentir en la simpleza de un piano, en una mujer que canta en la punta de un taburete y en el vino que besa recuerdos. Traigo a la memoria palabras, sentires tactos y los pinto a la distancia, en la voz de esta mujer que embriaga con su forma de saludar a la nossshccche como dicen en Cuba.

La salida a la hora exacta, para dejar el sabor a poco en el pecho y las ganas del retorno. Me besa el frío nuevamente y las paredes rojas de la casa que grita la música de un power trio calientan el aire. El lugar pinta sus paredes de colores más intensos, se globaliza sí; en la oferta de bares, restaurantes, pubs, aunque todos saben que es un truco para mantenerse en pie. Respiro nuevamente los versos del poeta y veo como La chascona estornuda poesía en la calzada, esa que tanto necesita la gente para no caer a la tentación del Mall y el Condominio de vidrios.

Más tarde en un semáforo y bajo un puente dos personas duermen en cajas de cartón. Desde el auto, rumbo a casa, veo al lado izquierdo séis chicos de “carrete” con el reagueton a todo volumen, viven otra anestesia. No importa, es bueno saber que Santiago en el patio trasero no cambió mucho y permanece. Volveré, pisaré nuevamente las calles de esta ciudad y cuando tome un vino en alguna de las esquinas de Bellavista, iré pensando en como decorar mi casa del cerro para cuando me jubile.

martes, junio 05, 2007

Santiago II


Anoche camine cuarenta y cinco minutos por Santiago. Como buen paceño, acostumbrado al clima seco invernal, dije el frío chileno no será peor que el de mi altiplano, además mis cachetes están curtidos por la altura, por lo que esto será pipoca. Sin embargo debo confesar que subestime al Mapocho y al CO2 que acá respiran como si fuera oxigeno y la caminata resulto una tortura de contaminación y heladera.

La verdad luego de caminar me pregunté, por que acá gastan una montonera de plata en campañas contra el pucho, si la gente no necesita comprarse cigarros, ya que tres respiradas con la boca bien abierta desde tu ventana en la mañana, son como fumarse un Camel sin filtro.

Al empezar mi caminata, tardé como 20 minutos en cruzar una rotonda, toreando autos y buses llegué a una avenida larga en un lugar llamado El Bosque, que me imaginaba sería un romántico paseo lleno de sauces en el que recordaría a mi musa paceña, pero nada, sólo me tope con un bosque de cemento y boliches. Luego conecté a la Avenida Providencia, una especie de Camacho sólo que 20 veces más grande. Ya metido en la noche, camine en el frío húmedo Santiaguino helándome aunque estaba hecho pomada decidí continuar, más por una cuestión de orgullo andino que de falta de dinero.

Al final, luego de casi una hora, llegue al lugar donde vivo, aunque no sin antes caminar en círculos las cuadras circundantes como cuatro veces, tratando de encontrar los puntos de referencia que había definido en mi partida matinal. Me di cuenta que eso de elegir el Mc Donalds de la esquina como punto de referencia no sirvió de nada, ya que tarde me percaté que cerca al departamento, había cinco 5 igualitos uno por cuadra. Pinches chilenos consumistas pensé, con lo feo que es ese cartón que le ponen a la hamburguesa en vez de carne y hay más Mc Donalds que sitios de empanadas de queso que acá son tan ricas. Con antojo terrible de anticucho y té con té para el frío, encontré luego de varias vueltas mi cuadra. Es que esto de caminar en línea recta y en plano para los paceños es complicado, ¿cómo orientarse sin arriba ni abajo, si todo buen paceño entiende que arriba esta la casa y abajo la oficina? o viceversa dependiendo de la posición dizque social que le toco vivir.

Eso sí, algunas cosas sin duda interesantes encontré en la caminata. Los autos no tocan la bocina de todo y de nada, puedes confiar a ciegas en los conductores y lanzarte por un paso cebra que frenaran en seco para dejarte pasar, los patrulleros son igualitos a los que dibuja Pepo en Condorito, ahí todo serios. Eso sí, no encontré ningún afiche de tome Pin y haga Pun a cambio conté como 100 de comida, perfumes, tiendas, ropa, discos, autos, mucho consumo para mi gusto.

Un tema que me llamó la atención fue el de los vendedores de discos piratas. Ellos tienen un método curioso de ofrecer la mercancía y hacer plata. Lo explico, usan una cartulina plastificada con las tapas de los discos ofertados fotocopiadas encima, la cual despliegan en la acera y esperan a los clientes ofreciendo a voz en cuello sus productos. Lo curioso es que el cliente llega, y mientras mira la oferta musical de moda, el cómplice que espera detrás de algún pilar bolsiquea al incauto cliente y le saca la plata. Si llega la policía “el gallo” ,como dicen acá, dobla ágilmente la cartulina y se hace pepa entre la multitud. Cuando pasa el peligro, a tres cuadras del punto inicial, despliegan la misma maniobra y engañan a otro gil, así van haciendo la noche en la que ganan unos buenos pesos y sólo venden dos discos mal copiados.

En fin, en esta caminata santiaguina, llegué a la conclusión de que el frío paceño es más agradable y el aire, aunque seco de la altura no tiene sabor a pucho. Me di cuenta que el comercio informal, igual se da modos en este espejismo con afanes primer mundistas, que los canillitas gritan más fuerte que minibusero en la noche y que en vez de El Extra tienen La Cuarta, que es igualita nomás. Los chilenos tienen su quiosco en las esquinas con su caserita vende dulces, sus micros latas de sardinas modernas, con gente colgada de la puerta igual que en La Paz y las marraquetas son fofas y sin sal, aunque las colisas están buenas..

En fin, el precio por la primera caminata invernal en esta ciudad, fue la congelada de cachetes y la irritación ocular, digna de Jamaiquino en fiesta reagee, ya hubiera querido yo que hubiese sido por culpa de un humito reilón y no del smog.

Conclusión, mañana tomo micro, que ya averigüé por que esquina pasa y me fumaré un puchito en mi cuarto, con tal me resultará más sano que respirar veinte cajetillas de Camel sin filtro directito del cielo, mientras camino de noche.

lunes, junio 04, 2007

Santiago I

El amigo de 48 años que me recoje del aeropuerto, infla el pecho al hablarme de la autopista con controles laser, del tunel bajo el rio Mapocho, de que "Sanhatan" es ese conglomerado de edificios de Providencia, igualito a Nueva York. Me muestra la cordillera nevada que por casualidad asoma en domingo sin contaminación. Miro las montañas y pienso en que esta ciudad es una Cochabamba grande y moderna, por su geografía claro está. Se sienten en el aire el clasismo, los prejuicios entre los Gonzales y los Soto, los Undurraga y los Errazuriz, los Pinochet y los Perez. La división se ve, no basta el maquillaje moderno del norte, Santiago esconde a Santiago, aquel que va más allá de Las Condes y Deheza, el otro que todavía grita y espera.

Hoy al medio día, salgo a respirar y el cielo es azulado, con una capa de chocolate en la parte baja que no te deja ver nada y huele a llanta quemada, smog se llama y es insoportable, parece La Paz luego del 23 de Junio, sólo que acá eso es todos los días.

Anoche miraba la ciudad desde la ventana del piso 15 en el que vivo, luna llena en manchas de café, con un ambar curioso en sus lineas, ¿será la misma que miramos caminando La Paz, esa que nos sonreía el viernes, guiñándonos el ojo en la caminata cómplice?. La noche, pincha con un frío similar al del Altiplano, sólo que algo más humedo. En la mañana, la gente, como sardinas, en micros modernos, esos de acordeón en el medio se empujan y aplastan para llegar al trabajo, paraiso para los froteuristas dirían alguien, desventajas de un sistema de transporte moderno dirían otros. En las calles la masa de gente camina y cruza por los pasos cebras con rigidez europea por las calles de Providencia. Rompen el esquema de postal de primer mundo, los condominios con ropa colgada al viento a orillas del Mapocho, la señora de cachetes rojos que timidamente se pone a las puertas de un centro comercial y estira una manta para vender bufandas y raja corriendo cuando dos carabineros, con resabios pinochetistas, le empiezan a gritar. En frente un gordito risueño te invita a ser voluntario de bomberos y tres punks en patineta me empujan y pasan llevandose por delante a quien se cruze en el camino.

LLego a un Santiago vacío, espejismo de un Madrid o Nueva York, pero no encuentro la risa de un Machuca, la poesía contestaria de la ciudad que bebió utopias con Allende. Pesa más el aire de progreso consumista, la estabilidad financiera, la democracia pro gringa, esa que tanto le gusta imponernos al Busch y ahora La Presidente pregona, sin saber como hacer para esconder su nostalgía de las luchas de izquierda, en la cartera. Se debe preguntar en La Moneda, como hacer para callar al fantasma de su padre y que TLC y crecimiento ecónomico combinen con justicia social. No sabe como hacer para que el sur de Santiago sonria a Las Condes. Si al final todos saben que la gente, a ambos lados de la ciudad, come empanada y Barro Luco, ricos y pobres comen el mismo smog por la mañana.

Mañana, espero caminar un poco más y encontrar un poco del Santiago al que evoca y grita en poesía temblorosa Zurita. Por el momento me arden los ojos y mi nariz respira humo y tengo ganas de enterarme de las marchas en La Paz (que alivio acá no hay UNITEL).

viernes, junio 01, 2007

Preparando maletas

La maleta a medio armar, el frío que me pincha los brazos descubiertos y sus manos tibias en un tacto fugaz. Esta mañana con un tango gritando en los parlantes, me preparo para cruzar la cordillera y pasar unos días en la tierra de Huidobro. Siempre dije que los viajes son necesarios, para hacer un inventario, reciclar emociones y sentires. Este es un momento en que es necesario mirarme desde fuera, cantarme las verdades y en algún cafecito escondido por ahí, llenar la libreta de historias de otras tierras.

De momento, tengo una maleta roja encima la mesa, mis ojos esperando sus ojos y 30 canciones que dan vueltas celebrando memorias compartidas. Ya iré compartiendo la crónica de estos días.

Salud.. ya les cuento que ondas..