miércoles, mayo 28, 2008

Compañerita (al des-madre)

Recibe la llamada y una hora después te dice, no pienso caminar a tu casa recojeme de la esquina. Llega y afirma que adora Camarón de la Isla y que ponga algo. ¿No tienés? que huevada entonces Estrella Morente sentencia. No conoce Sevilla pero creció con rumba y aires gitanos pero sobre todo con las peliculas y la música de Camarón, su viejo la escuchaba recurrente. Le gusta Edith Piaf aunque le emputa el frances y recuerda Barcelona como si fuera Oruro, de memoria en cada esquinita oscura y de memoria con el vino con porro en la Rambla.

Baila rumba con aires de morenada como la mejor andaluza de Chijini y es recurrente con María Jiménez y eso de “maldita la tercera persona del plural”y con Jarabe de Palo con el homenaje a la flaca. Fuma lo que entre a los pulmones, bebe sólo Huari y el resto de la vida lo aspira por la nariz.

Su nombre de tres letras corta a cualquier mano que quiera tocar las venas verde agua de las suyas por más de 10 segundos. Es flaca, de risa que se esconde por tu bolsillo, de nariz de pecas hace muecas a tus ojos. Ella te besa si lo quiere, te muerde el labio cuando quiere. A las siete de la mañana en el sillón te toca, con guiño de labios y ojos miel a la madrugada te "camela" con el cuerpo debajo la frazada a cuadros y su mano enredada entre la tuya y la cerveza.

¡No jodas compañerito, aspira bien pués! te putea. Filosofa de 29 años resbalando por la ropa negra. Detrás del cabello rojo se esconden las mejillas tan de manzana y las caderas modelo revolver 22. Mis pechos son chicos y duros dice, mientras te dá la mano y espera el amanecer en la ventana. Fue compañía 15 horas continuas en las que escribió, bailó, leyó, cantó, filosofó, afiló, pinchó, ensució, limpió, calmó, aceleró, mordió, bebió, torció... Compañerita del desmadre a ti estas bulerias de Camarón http://www.youtube.com/watch?v=WHgdO1E8SWE y cancioncita en la voz de María Jimenez que 40 veces bebimos.

(M.Jiménez)

Ni yo bordo pañuelos,
ni tú rompes contratos,
ni yo mato por celos,
ni tú mueres por mí

y antes de que me quieras como se quiere a un gato
me largo con cualquiera que se parezca a ti.

De par en par te abro
las puertas que me cierras,
me cuentan que el olvido no te sienta tan mal,
la paz que has elegido es peor que mi guerra,
lo que pudo haber sido lo que nunca será...

Yo en cambio nunca supe ir a favor del viento
que muerde las esquinas de esta ciudad impía
pobre aprendiz de brujo que escupe al firmamento,
desde un hotel de lujo con dos camas vacías.

Quién hará tu trabajo debajo de mi falda,
la boca que era mía de que boca será,
el roto de tu ombligo ya no me da la espalda
cuando pierdo contigo las ganas de ganar.

Como pago al contado nunca me falta un beso,
siempre que me confieso me doy la absolución,
ya no cierro los bares ni hago tantos excesos,
cada vez son más tristes las canciones de amor.

(J.Sabina)

Aunque nunca me callo guardo un par de secretos,
lo digo de hombre a hombre, de mujer a mujer,
ni me caso con nadie ni te me pongo amuletos,
por no tener no tengo,ni edad de merecer.

(M.Jiménez)

Quién hará tu trabajo debajo de mi falda,
la boca que era mía de que boca será,
el roto de tu ombligo ya no me da la espalda
cuando pierdo contigo las ganas de ganar.

Maldita sea la tinta que empapa mis papeles,
maldita la tercera persona del plural,
las uñas que se clavan ahí, donde más duele,
si se me corre el rimel cuando me haces llorar.

Y como pago al contado nunca me falta un beso,
siempre que me confieso me doy la absolución,
ya no cierro los bares ni hago tantos excesos
cada vez son más tristeslas canciones de amor.

miércoles, mayo 21, 2008

Obrajes/Kañuma


Quien escribirá la historia de lo que pudo haber sido, yo que soñaba despierto, ya no sueño dormido, con quien estarás ahora quien te va a dar de comer en el día mundial de la mujer (A. Calamaro)

Anoche me he acordado, así suavito, en silencio de luna mordida, de tu risa de changuita, de tus sacadas de lengua en las peleas y el ají que ponías a tus gritos, esos con los que pinchabas mis silencios. Te he visto, guiñando el ojo, detrás de la cruz del sur, con tus pies fríos, tus labios de ventosa en mi oreja y tus manos de estuco hurgando mis piernas.

En este cerro grande y con barranco negro te he pensado y con humo en los pulmones mi corazón ahumado te ha llorado. Así suavito en el pasto, acariciando la humedad en mi espalda, una lagrimita ha salido y he mirado tu fantasma en esa cama a cuadros, abandonada y frágil. Entonces en recurrente evocación de tus cerezas rodando por el edredón de plumas, me he acordado que tu lunar está en el lado izquierdo.

jueves, mayo 15, 2008

Silencio Hospital

El delirio que delira por el cuerpo que delira (Jaime Saenz)

El viaje fue gradualmente buscado por el llamado de otros seres, de espectros de otros tiempos dirían los que saben de estas lides de cruzar la línea del saber a la locura y viceversa.
“La sabiduría llega cuando no nos sirve para nada” dice Fito que se escucha en la voz del de bigote blanco con eso de “la locura es poder ver más allá”.

Silencio Hospital, me viene la canción de Vicentino y Luca Prodan rebota en el parlante interno. Estoy rodeado de viejos vinagres pienso, cuando ya hablo más como mi padre que mis primos de veinte años y salgo de la oficina con disnea en las tripas.

Tomo el Trufi, Neurovimin se anuncia en la radio, placebo de cafeína y sangre del matadero al que recurren estudiantes flojos y amantes incontinentes. Me dirijo a la colina de espaldas a la montaña, al elefante de ladrillo de cuatro pabellones, bautizado con nombre de santo.

“San Juan de Dios” plancha mis angustias oran las viejas beatas, “santito” habla más despacio que no puedo sentir mi piel piden en certeza los mal llamados espectros delirantes. Letanía del neuroléptico, rosario de barbitúricos, Virgen del Clonazepam, San Aloperidol, no me desamparen, ni a mis llantos, ni a mis vocecitas.

Llegué al refugio que en el viento de montañas mece soledades, melancolías y certezas. Llegué a este sitio donde la locura busca abrigo, donde caen los que se cansaron de luchar solos, donde la línea estadística de lo normal se ha perdido entre risas, abstinencias y melancolía.

Recuerdo al ingresar las memorias del primer encuentro con la locura en la casa fría de la Calle Villalobos, cuando todavía era estudiante y daba el recorrido obligado por el pasillo de “los crónicos” y me cristalizaba mirando los gritos aplastados en las paredes de esponja de las habitaciones de seguridad. Los focos pegados al techo, ninguna viga en las piezas, ningún acceso a instrumentos cortantes. Todo configurado en químicos y trampas para retener a fuerza en este lado a los que hace rato quieren irse.

Años después, cuando la palabra sanadora dejó de alimentar los espacios de mi mente, cuando la duda se comió todo y el “mostruo” espantó su piel, vuelvo a este lugar, hoy más viejo, como visitante ambulatorio.

La angustia y la melancolía han tomado el nombre del veneno, del negro hueco que me enfrenta al silencio en el que me encuentro: En el pasillo de azulejos cubre piso, de cerámicas acariciadas de ausencias me detengo y respiro. Cerca a la sala de espera, lejos de las fábulas reales que joroban, dando la espalda al cuerpo, perdiéndome en esta bodega iluminada de locura.

Llego, con ese gesto mudo que tenía mi noche en sueños, perdiendo la voz, triste devaneo en palabra callada. Sin tanta poesía celebrada, sin tanto pragmatismo corta alas, me enfrento al atrio con aroma neuroléptico en el que los que se cansan, los que bajan la guardia esperan. Purgatorio de afectos para unos, sala de espera de la cura, vagón al viaje sin retorno para otros.

Acá me encuentro, acá me develo, me revelo, con la piel de cera que produce la náusea y la mano extendida en busca de la mordaza, la muleta química que permita el paso por la noche cierta, por la real que pincha y vacía.

En este lugar, purgatorio en la comarca, hospital psiquiátrico a secas para otros, me encuentro a media mañana con la libreta en las manos, la nicotina en los ojos y aquella flaca de bruma clavada en la tercera costilla izquierda.

¡Silencio hospital! grita el enfermero, mis palabras paran y los ojos, así gastados miran, respiran del vacío de otros ojos y narran las historias que el delirio clava en otras pieles.

Ella tiene 35, la tez blanca, apellido Húngaro, familia paceña, herencia de poetas de ladera en las venas por parte del padre. De hermano actor, hermana violinista. Es psiconalista a fuerza de arañar la espalda en el diván y de empeñar hasta su último peso en Buenos Aires. Dejó de fumar hace 6 días y calma con mate de coca y spinning la ansiedad que le producen los huecos ajenos. Su trabajo es escuchar, llenarse de historias, almorzar psicosis y en vez de salteña a media mañana tragar la neurosis de amigos, parientes, pacientes. No se quita el sombrero de Psicoanalista, por más que quiera se lo ponen. Es mujer, vive, toca, siente, ama, pero ya no importa, lleva y llevará el diván en la espalda y hasta en el bar escuchará la palabra del inconsciente del vecino.

Al lado suyo se encuentra la oficina del Psiquiatra, del pastillero que escucha con mirada más de médico y va buscando en su memoria la etiqueta que el manual de psiquiatría define mejor tu pedo mental. Te recibe en silencio, tiene la cara morena y los sueños rojizos. Me mira y describe en amplia estadística los cuatro pabellones del hospital (uno de agudos, dos de rehabilitación, uno de crónicos) con el numero de internos que en un año de funcionamiento llegaron a 100 y ya no hay espacio.

El Doc, como lo llaman, trata adicciones, oficinistas angustiados, depresivos que viven con cortinas rojas en el cuarto, delirantes que venden con certeza el fin del mundo. Te mira y sostiene su teoría del boxeo y la salud mental. Te dice que las pastillas sólo son el impulsito para la pelea, que no se trata de que no duela que el tema es subir al ring de la vida y no sólo dar golpes, sino sobre todo y lo más importante saber recibirlos y aguantar calladito hasta que la campana suene.

Como alquimista de neuronas, te va explicando bien la mezcla de químicos que darán un mejor aroma a tu vida y te da la recetita mágica para que en la farmacia te vendan las pastillas y te regala muestras médicas. Al final te da la palmadita para que con las muletas en pastilla rosa vuelvas al ring y no te quejes de tu neurosis que tiene cosas más importantes que hacer, suicidios que evitar, psicosis que tapar.

En la puerta a la salida me saluda él. Barba entre cana de cuatro días, chamarra café, buzo azul, mocasines de negro despintado y LM en la oreja. Su gorra roja con estrella de Podemos en el medio da sombra al tomo de la enciclopedia en el cual encuentra la certeza de su fabulación, la compensación de lo que su viejo taxista no le dió.

Espera a su alumna gringuita como le llama (la psicoanalista del hospital que lo atiende cada miércoles) para la clase de historia de cada semana. Repite con emocionado afán en su memoria la cronología de la Guerra de los Cien Días, la campaña de Bolivar en la cordillera, las luchas de espartanos y los viajes de Marco Polo.

Dicen que era profesor normalista, otros fabulan con que era literato, otros que mecánico. Vive el presente que armó, el que lo alejó del pasado, el que lo protege, mientras dura su estancia acá. Sólo necesita dar la clase una vez por semana y que la alumna le pague dos LM rojos por lección. Me saluda, me pide fuego y me pregunta ¿usted sabe quien inventó la corbata?, debería enterarse de lo que usa, no es así nomás esto de vestir el alma con cualquier cosa me reclama.

En la puerta con pantalón a cuadros, corte de cabello neo punk, cejas gruesas, mirada que todavía tiene el sabor verde del cannabis y esa nariz que roja va botando caspa de cocaína encima el auto recién lavado del padre. Tiene un hijo, de dos años, lo vestía fashion y reía con el padre DJ de fiestas electrónicas, reía con el padre en minibús, en fiesta tecno, en cama en el suelo.

Esta sola, tiembla, le vienen las caritas felices a la cabeza, las pastillitas de extasis tunchi tunchi que daban sed en la fiesta, que le cortaban la leche, que le dejaron de herencia aquel temblor a su hijo y la ultima babeada en el parque. El niñoo camina de la mano del abuelo, el padre con chompita mordida a lo Kurt Cobain, reverbera todavía con la mandíbula tembleque, sobre lo que pasó, sobre el amor, el poder de la energía, el I-Ching y todas las flores y poemas que usó para envolver los ajos que puso tras la puerta. Es una vaca rumea abstinencias que se pregunta donde se jodió todo, donde compraron esa coca tan mala.

Ella le grita, lo besa, lo araña, muerde el piso y lo insulta por las pajas que no dan plata, que no compran pañales. Le dice que no lo quiere y se aferra en un grito. El la abraza y agarra la maletita Loui Vitton. La abraza y le deja un sobrecito en el bolsillo de la nalga izquierda. Todo estará cool le susurra, yo iré al parque y comeremos pizza con el Ale le repite, seré buen papá le afirma. El padre la besa, le dice con sonrisa de amor aquí aprenderás a dejar de meterte esas mierdas a la nariz, le pellizca la nalga y le repite te amo mucho.

Ambivalente equilibrista, flaca envuelta en Bennetton, su paso en zapatillas Converse, el pantalón rojo. Camina con los pechos apuntando a la virgen al final del pasillo, con la estatua de San Juan de Dios mirando su entrepierna. Dentro ella, en esa silueta de 45 kilos se alejan: la madre rumbo al consultorio, la adolescente a terminarse el sobre en el patio para aguantar la mierda de los días que vienen, la mujer rumbo a la montaña de enfrente a Chicani, por último la que quiere volar y ya está harta.

Días después pasa el de chompa mordida a mi lado escoltando una camilla de la que sobresalen los Converse con alas rotas por el vuelo. La lata de cerveza del patio hizo un buen tajo en su panza, volvió a abrir la cesárea. Ella se va antes de tiempo, temblando ya no por el tunchi tunchi, bailando recostada con la sangre rala y el niño a su lado que no entiende y juega con otra lata acompañando su salida a la calle.

Ese día, cerca a la puerta, me encuentro: con la madre morena despidiendo a la hija rubia que quiere olvidar al Jefe Casado a plan de pastillas, con la melancólica que encuentra en la tristeza el motor de su añoranza, ocho intentos de suicidio mal llevados, purgas mentales comiendo sólo dos cucharas de arroz al día hace un mes. Ella vuelve a consulta cada dos semanas y con cinco kilos menos, ya no hay venas para el suero. Se está purgando, se está quitando el cuerpo para irse liviana.

En el otro patio toman sol y miran de reojo, aquel que quiso matar al comandante de policía con rifle a perdigones y el que defiende al presidente del boicot de Chávez y la Embajada Americana, aliados en su delirio para poner una fabrica de coca cola en el Chapare.

La mujer que perdió el Nóbel de física por la conspiración de la iglesia, el MAS y la CIA, está embarazada de Jesús dice y me agarra la mano al salir y afirma con certeza: usted sufre y su corbata no le deja salir lo que duele, sufre y tiene hambre de lo que no le dan, mi hijo es su alimento me repite certera, su cruz es su alegría sentencia.

La locura es poder ver más allá recuerdo, camino tengo hambre a dos cuadras venden sándwich de huevo. Los changos de la línea de trufi azul son buenos tipos pienso, Chicani está cerca recuerdo, ella tenia sombrero café cuando fuimos a comprar queso pienso, cuando teníamos hambre de tanto beso que no vendían.

Salgo con las penas planchadas en ansiolítico, luego de tomar agua del vaso del amigo de la sala; después de esperar, de estar limpio, de sangrar en el diván de creer, de dudar, de tener certeza de aceptar que esto no es un monte, no es una colina, no es un hospital. Este lugar al que voy en Trufi a conseguir la receta para la muleta química es lo que cada uno quiere que sea: La vía a la, el refugio, la purga, un barco, el infierno o en últimas la casa luego de tantas distancias recorridas. Al final acá te miman con pastillas y que mierda si todos saben que detrás del patio esta Narnia y tengo unas ganas de meterme al ropero para cruzar al otro lado con la flaca melancólica en vez de tomar el trufi de banderita azul.

lunes, mayo 12, 2008

En Llojeta

Ultima huella para predecir tu ausencia.
Te has sepultado en mis pasos y el polvo, mirándote, te recuerda y abre sus labios, sumergiendo en el frío un corazón donde se acerca la noche, para buscar su voz en el silencio,
donde la oscuridad es un resplandor que desparrama las facciones del cementerio sobre los senderos que seguirá la primera estrella,
antes que en mis ojos se demacre el horizonte, antes que mi piel traspase la multitud de túneles que me separan de tu aliento, y sólo quede en mi alma un esqueleto de cometa desdibujado por la lluvia (Guillermo Bedregal, extracto de Paso a Llojeta)

En este silencio cargado de bruma nacen las primeras palabras que cierran el viaje en viento de espada, lejano ya de la palabra sujetada en las órbitas de la ciudad al alba.

Volver a visitarte, sabiendo que has mutado, que los restos de escarcha y barro ya no besan tu paso en descenso de verbo y grito es una invocación irreverente, un mandato de aquel que habla cuando callo.

En el descenso que vigila la peregrina ausencia de luna, se abre el paso al sepulcro cargado de huellas de ausencia, esa de de viento, agujas, y llamados de espuma; presente en el camino que hoy me trae al viejo bosque a la “comarca en el poniente” como bien refería el poeta.

Hoy el eco de hechizos se ha desvanecido, mientras pilares de concreto taladran su sangre de greda. Nuevos puentes se están levantando en la comarca. Nuevo adivinos, nuevos suicidas pondrán su palabra en olas de viento, en los descensos de Llojeta.

Sin embargo más allá del maquillaje de burdo modernismo, la ciudad no ha cambiado. Grita más voces, muerde más silencios y todavía las fisuras de la tierra de Llojeta acogen al brujo, aquel en rostro sin rostro, con la mirada que habita en la piel sin cuerpo, con la boca que habla por la palabra que calla.

En este mi descenso de domingo, la calamina serpentea y parpadea al atardecer, mientras la piel se tiñe en ambar y en la mirada al vacío me nutro de palabras de otros augurios, de antiguos aullidos, de otras carnes.

El poeta y el loco han hablado a su nombre y a los pies de filudos centinelas se han arrancado la piel para el ascenso. A su nombre he vuelto, a la botella epultada hace cuatro años he llegado. Ella guardó la confesión y el júbilo teñido de cerveza con el nombre de las orbitas del poeta, con el viento de su pluma arañando mi libreta.

El poeta ya no mora en la empinada colina, en el cementerio rodeado de piedras, lejos hoy de las flores silvestres habla desde otra morada, del verde tibio de un hueco protegido en concreto del Cementerio Kantutani pero eso no es necesario, por que otras noches guardan la contundencia de su vigilia hoy evocada.

El descenso del presente tiene la primera luz de aquel otro descenso, ha vuelto a pintarse de cobre, ha vuelto en poros de arcilla ha mirar de frente la ciudad desde la altura. En Llojeta donde la voz del profeta y el eco de ciudad muerden algo mio, nuevamente ha quedado en palabras negras la confesión:

Este no es un homenaje de olvido, ni un acto recurrente de presencia, es simplemente lo que es, lo que nombra lo que a otro pertenece.

Sabrás perdonar la intromisión en tus púpilas, con la palabra hecha voz entre poemas, con la certeza del verbo que habla por la voz que ofrenda la otra voz, la evocada.

Este no es un ejercicio seco de tortura ni la incongruencia tatuada en los labios, es la ofrenda de la boca que habla lo que la boca calla, lo que las manos duermen en este tiempo mudo.

Esto no es un ensayo de locura, de perturbación a su vientre, de ofrenda a su alma. No es un golpeteo a la puerta cerrada, ni un remover de telarañas en el marco de madera ya sellado.

Esto es sólo un homenaje de ausencia y presencia, al tacto, a la geografía de ciudad de altura y como tal debe ser tomado, guardado en alguna caja, en algún ropero o mejor aún celebrado en el viento que mira la ciudad de frente.

Quédate entonces con todo aquello que late en el silencio de tu noche, donde la palabra ajena y lejana aún te evoca, bruma peregrina.

viernes, mayo 09, 2008

Gettho Reload...

Este getto de ladrillos mal pintados, de estacas mata vampiros en los techos, espantapájaros sonrientes, manos de tijera huecas. Esta humedad falsa de mayo, chorreando por tu voz de raspadillo en etanol, me escuece y vuelve con el ajo en tus miradas.

Tus ojos muerde orejas sumergidos en Martini, festejando el juego, con tus mandíbulas de furia. Tu sol borracho, en hombro, embriaga silencios, con lunar, en cachete manda besos. Te retengo en otra piel y sostengo los huesos de aquella, para que no caigan al inodoro.

Mil latidos en la frente, la sed sin la sal de tu mar y esta pared de cemento desgastado escupiendo el llanto del vecino, los gritos de la sorda lustra pisos, la cascada de vejiga incontinente a las cinco AM.

Este escenario, este montaje nocturno, este eco de tu carne en lluvioso aquelarre. Todavía te detesto con odio rasga espaldas, despacio en noche tibia mientras tu sollozo muerde la almohada.

Si, las paredes de este getto sudan llanto de domingo de tumba, de carcajadas mojando encierros. Tu voz de raspadillo todavía me da chaqui, tu risa temblorosa aún eriza el pecho. Si, ganaste una vez más en la memoria.

domingo, mayo 04, 2008

Lo lejano

La puerta ya se cerró....lo bueno que cuando se cierra, siempre se abre una ventana...



Lo lejano, lo pesado, la luz y la sombra
me hicieron amarte.
¿Cuándo de dónde has venido tu?
Yo te hecho de menos, te extraño
en el ruido del agua, en el estruendo del río.

Como todas las cosas que vienen y se van,
y así, y así como el agua,
tú transitas, transitas las estrellas cuando yo las miro.

¿Cuándo estás y dónde?
yo me imagino poder encontrarte en medio de las sombras,

Te miro, apagadamente a través de un un suspiro,
cuándo me acuerdo de la muerte de una hija mía-
Pero no puedo encontrarte, porque nunca te vi.

Escucha lo que voy a decirte:

-Yo te amo y te amo sin saber siquiera quien seas tu.

Tienes que nacer alguna vez, escuchar la musica de las ciudades
y saber que yo te he buscado

(Jaime Saenz, 14/03/64)

viernes, mayo 02, 2008

El hijo

Reverbera, da vueltas, tiene la nariz comprimida en el tabique izquierdo, puñetazo del tío, cristales del amigo de Don Sata. Trabaja haciendo instalaciones de cables, antes era taxista, espiaba a parejas infieles a la salida del motel en Nissan rojo, de ahí se explica por si solo el efecto del nudillo gastado que se estrelló en su cara.

Ahora respira con dificultad cuando juega paleta con los cuates de la oficina. Se caga en el Jefe, se anestesia con cerveza, sentado en cajita roja añora, respira, escupe y duerme.

Al día siguiente, vuelve al hospital a visitar a su padre. El viejo tiene metastasis, el cancer es invisible, nunca lo encontraron. Ahora tiene los pulmones llenos de aire y no puede fumar los Casino que le encantaba. El hijo tiene chaqui, dormita en la silla de madera junto a la cama 7 del piso 4, mientrar recuerda su persistente insolencia, su irreverente arrogancia y calla. No tiene tiempo, quiere ir a comer un platito con la Celeste. No sabe orar, no cree en el coma y sólo espera por el pinchazo prende delirios, apaga ayes. Le gusta que la morfina llene las venas secas del viejo de 64, le gusta por que el viejo delira, lo mira y le dice que lindo niño eres, ¿me vas a llevar angelito?, le repite, aunque luego le escupa un ¡carajo no me jodas vago de mierda!.

El hijo, prefiere ir a comer el platito, no tiene para chelas, necesita ahorrar para el alquiler, para el cajón, para darle a su viejita unos pesos para el nicho. Trabaja instalando cables, tiene el tabique seco, antes de ires muerde la sabanaverde, olor pis y lavandina.

En la espera, la agonía no escucha llamados piensa. El hospital no tiene tiempo para más morfina, el viejo está muriendo, el quiere ir a comer su platito aunque esta tos lo está jodiendo, mucho chupé anoche piensa y su espalda le responde en susurro que en su cuerpo de 35 empezó a crecer el tumor heredado del padre, el hijo del Casino y marihuana.