domingo, septiembre 24, 2006

Crónicas de a Pie (Cementerio I)

Dios está sanando enfermos, reza el pasacalles en la puerta del Cine Roby, otrora Superman iluminaba el ecran, ahora “Supermamadas” da luces, dizque divinas a la audiencia adolorida de la Garita. Viagra criollo, caldito de cardán se ofrece en la esquina de enfrente. Es domingo de cementerio, subiendo la calle te envuelve el olor a nardos, orín y lágrimas. Es domingo, hija, hay que bañar los latidos en pecho bolivarista con un baño de muerte y decir como diría el de la radio: “No somos nada, hermano, no somos nada”.
El Rey inválido encabeza la comparsa, fraternidad “Jolkas del Tejar”. Un niño empuja el cuerpo regordete en silla de ruedas. El gordito chaposo, ansioso da instrucciones. ¡Dale, dale!, grita con terno café, banda blanca y bordes de oro. “Organizador 2006”, dice. Tonguito blanco con aguayo se equilibra en cabeza redonda. El niño viste de color naranja y abarcas Kichute empuja con fuerzas el espaldar rojo para que no le pisen los talones los bailarines de la fraternidad. Dos señoras gorditas en bamboleos anestesiados, cinco chicas con varias trencitas en cabello rojizo. Última fila a la izquierda, terno azul y bastón de metal en pierna rígida, mueve el cuerpo al ritmo de tinku, con aires de llamerada: ¡Apure don Wálter!, le gritan. Los aguateros con camisa blanca esperan media cuadra más abajo. Tienen basurero verde y grande, adaptado para tal efecto con bolsa nylon tapa contenido. Gigante vaso de cóctel para calmar la sed de los bailantes.
Hortalizas, aceitunas y ají colorado ordenados aplauden, con tallos y pepas, la comparsa que desciende y hace un alto en la puerta del Cementerio. Nylon azul ampliamente desplegado, sirve de gradería para este público silencioso. Las bailarinas cadenciosas mueven las trenzas y desde el palco la cordillera les manda su viento “calma sudores”. De rato en rato un nardo, un clavel. Lanzan un pétalo como estornudo a los pies de la “Organizadora 2006” que lleva el estandarte con la Virgen. La banda, sobriamente vestida de negro, encandila con tubas doradas a los minibuses y por momentos los trompetistas se tropiezan y buscan al aguatero para un seco.
La chica de buzo celeste y encías rosadas me empuja y ch’alla mi libreta con mokochinchi. Hasta la muerte te seguiré, así me ha dicho, cuenta riendo a su amiga. Dicen que por estos lugares la muerte respira aire de cloacas, viento matizado con claveles blancos, por mi parte respiro vidas de domingo intensas a la salida del Cementerio. Paradoja ésta que recuerda eso de que hay que vivir con el pasado por delante. El futuro no me interesa, es incierto, con estos ojos miro lo que he sido. Del pasado vengo y lo miro para que me acuerde lo que debo ser.
Mi filosofada aymara cesa, vuelve el color que tiene la muerte en cada vida que camina; la comparsa se ha ido, cruzo la calle. En el muro del Cementerio hay un letrero que dice: Prohibido vendedores. A dos pasos a la derecha, una carpa de nylon azul tiene otro letrero: Consulte su maestro consejero y rezador, atiende, suerte, para amor, salud, trabajo, viajes, otros. Puesto No 7. Me acerco y miro. El “maestro rezador” no mira, se mece, en un silencio interno que da miedo escuchar. La muerte por acá tiene sus señales, rostros en oscuros y lejanos vientos. Surcos de tierra labrada a golpes es su cara, marcas de viruela y sólo un ojo entreabierto. No me ve, sus pies como “llauchas” se mueven en medias gruesas celestes; su pecho está rodeado con dos rosarios y un crucifijo dorado de esos de obispo. Repite letanías que ni recuerda, credos emulando el tono cantado de algún cura franciscano y el saber de sus achachilas. Está ahí, en su silencio, con la serenidad que calienta su nylon. Espera, cuenta cuencas, acullica. Alguien entra, la cortina cae, un heladero me empuja y pide permiso.

La Prensa, Domingo 24 de Septiembre...

4 comentarios:

Estido dijo...

Yo solía frecuentar el Cementerio General, cuando niño, sagradamente todos los domingos, acompañando a mi padre, quien iba a dejarle flores al suyo, abuelo que no conocí. No me gustaba hacerlo, el ritual del silencio, del rezo, la saudade, la tristeza, la culpa por lo no dicho, la culpa por lo dicho, todo eso me provocaba cierto malestar; pero claro, mi padre, sabio urbandino, conocedor del espíritu sobornable de los infantes, compraba mi compañía con un par de salteñas de papa y un helado de canela. Algunas veces, también tuvo la paciencia de verme jugar canchitas con algún rival de turno. Creo que mi padre sigue visitando el cementerio, pero ya no con tanta regularidad, ni con mi compañía. Ya me tocará a mí, sobornar a algún descendiente para que me sirva de apoyo cuando tenga que realizar las visitas domingueras cargado de las culpas por no haber dicho o hecho algo con mi padre.

Espero que tu visita al cementerio haya servido para que le devuelvas su plumita a don Jaime.

Unknown dijo...

jejje...te adelantaste...está crónica fué la primera parte de aquel domingo en el que decidí robar la plumita..
Por cierto este viernes con un amigo fuimos al filo de que cierren el cementerio a devolverle su pluma y su tierrita. Charlamos con el, le metimos un seco de alcohol y un puchito en su nombre y luego de pedirle disculpas por el robo nos fuimos...

Filos en Mundo de Sofía dijo...

Por qué será que la muerte anda tan cerca y uno parece nunca alejarse de su lado.

Uno siempre vuelve...

Elva*

Anónimo dijo...

los cementerios son de los lugares mas hermosos y poeticos de la tierra. Mi fascinación por la muerte empezo un dia en que mi padre me llevó a la tumba de mi abuelo, y ya alli, se puso a llorar. nunca lo habia visto asi. Lo que siguio despues es historia, pero el resultado es que yo siempre tengo a la muerte sentada en mi hombro.
que le voy a hacer.
te mando un abrazo, paul.