martes, noviembre 07, 2006

Crónicas de a Pie (Por la Carretera II)

El retorno, con sus ojitos tibios mirando sin razones, con ese su abrazo mudo y silencioso que dice tanto, que grita un te quiero, un te extraño, con ese juego de “¿digamos que eras el rey y yo la princesa y me das un beso y despierto?”, no necesito mayor amuleto para soportar la partida que su risa.

Empieza el viaje, el calor en el aire, la humedad en los poros y en el pecho, en la mochila su beso tibio y su silencio. El retorno que tiene el sabor a vacío y también a nuevas esperanzas es ahora inminente. Irse con la realidad en la espalda, esa que el egoísmo construyó y que es parte de su pequeña vida, irse con la lluvia en los ojos, presagiando estas gotas que me derriten entero, mientras hoy bajo el viejo cerro, solo sin su manita aferrándose a la mía, como su todo, como su héroe, su payaso, su vida.

El regreso empieza en la boletería del bus, el azar del destino me hace cambiar de línea “El Dorado” se embarrancó anteayer justo a las 5:30 AM en la misma ruta, hora en que uno confía su sueño en un conductor suicida. Mi asiento de siempre el 35, última fila lado derecho, quedó hecho añicos,. El vende pasajes me mira y no saluda, le repito que quiero un pasaje y recibo el grito de” ¡ejpere puej”! , respiro, hondo mientras su piercing de lata me encandila desde su oreja de Chiman. Al final el no tiene la culpa, te atiende como sabe, como le enseñaron sus días en el campo, en la sobre vivencia del oriente, donde el que es más fuerte se impone. El pasaje vale treinta pesos más, el precio de la seguridad será, pienso. Fiel a la cabala, escojo último asiento fila derecha, las probabilidades de morir son cincuenta, cincuenta, te sientes donde te sientes y como decía el abuelo, “nadie se muere en la víspera”.

Confiado con el ticket en la mano, salgo a este sauna poblado de gente y me quedo mirando un campamento gitano, y me llama la atención la disposición de las carpas en dos triángulos. Los niños corriendo sin ropa, y la mirada de ella, de tatuaje en el hombro, cabellos castaños, piel canela, me mira con fuerza con esas cejas tupidas, como diría Sabina con los ojos color verde marihuana. Antes de ceder a sus encantos y a enfrentarme al puñal de un gitano que me grita algo que no entiendo, prefiero no dar lugar al embrujo e irme.

La partida es inminente lo sabías al subir a ese taxi destartalado, al conversar con el moreno bien “enay puej” como diría el papirri. Hablamos quien sabe por que, tal vez por el eco de todos santos en el aire, de la muerte, de los accidentes, de quienes se fueron antes, del bus que se embarranco tres días antes, de su colega que murió cuando un micrero borracho estampilló su taxi, de cogoteros y taxistas violadores, de viudas llenas de deudas y de la muerte, otra vez presente en el trayecto.

Más tarde la humedad aún perforando mis ojos y la espera, silenciosa, antes de abordar. Es ahí donde lo veo, en silla de ruedas con camiseta del Bolivar, subiendo al Bus ayudado por la familia, mientras una cámara bizarramente va filmando la escena y otra le saca fotos, tal vez para el recuerdo. El en silencio tímido se deja torcer las piernas de un lado a otro para entrar, no siente nada pensarán así que no hay lío.

La gorda de blanco me pide el pasaje y me pide que suba, detrás de mí dos gringos, una chica de cabellos negros y ombligo bailarín y dos niños, abrigados como oso en una Santa Cruz con 33 grados. Dentro el bus, fiel a la cabala, me ubicó en el último asiento del lado derecho y preparo mi espacio, los discos listos, pronto compro una I Pod, mi novela Piercing de la Viviana Lysij que por cierto la recomiendo, el agua, las galletas Frac, la frazada robada del LAB y me recuesto a pensar y disfrutar la noche. De pronto llega una familia de tres reclamando entre gritos que estoy en el asiento de su hija. Yo completamente convencido, argumento que ese es mi lugar que pedí al boletero el último asiento, ella muestra su ticket y yo el mío, cuando me sorprendo que el asiento 26 no existe, que tengo un ticket sin asiento, que por tanto soy un fantasma en este bus. Cosa sería ante la probabilidad de un accidente, no estaré en la planilla del bus y peor aún no tengo donde sentarme.

Entra en escena nuevamente la gorda de blanco y me indica que el boletero usó otra planilla y se equivocó y que este bus no cuenta con el asiento 26 y que me vaya adelante a uno vacío, inútil hablarle de la magia, de la cabala y del por que mi neurosis hace que tenga que estar en el último asiento de la fila derecha para viajar en paz. Entonces negocio con el padre de la niña, el ceder mi asiento a su hija e irme al suyo, todo para que la familia conejin viaje junta. En fin, no me quedaba otra, haciendo un juego de probabilidades sobre los accidente, decido no más con un sabio “clarito será si me parte la cresta la flota El dorado”, aceptar el asiento 22, penultima fila lado izquierdo y acabo en frente a la tele que me pasa una copia pirata con un volumen insoportable de Bad Boy II.

Cuando empiezo a dormir y logro aislar con el volumen de una canción de Atajo los gritos del Will Smith, llegan el ayudante y el chofer a decirme que no estoy en mi asiento y le dice lo mismo a la señora de atrás, de la niña a la que le cedí amablemente mi último asiento. Entonces exploto y lanzo mi discurso sobre el servicio al cliente, a lo cual el chofer me mira confundido y me dice que no es su culpa, es culpa del boletero que el tiene que responder por ese asiento; a punto de plantarle un zapatazo, interviene la señora de atrás indicando al tipo que me dio su asiento.

Trato de explicarle que la responsabilidad es de la empresa y tanto el boletero como él representan a la empresa, dice que no entiendo y sigue sosteniendo que no es su culpa. Al final se rinden y me quedo en el asiento 22 del lado izquierdo, mordiéndome la bronca y con el sueño cortado, escuchando los balazos del Will Smith. En todo caso, tengo la ventana de escape a mi lado y ante un accidente no saldré disparado por el vidrio de adelante

Duermo con ese estado de semi vigilia, esperando la madrugada en que la FELCN entra al bus a pedir carnet y revisar, me sorprendo que esta vez el bus siguió recto el control y despierto vivo y enterito, luego de varios barquinazos y frenadas, camino a Caracollo. ¿Será que el control de la FELCN es para que la gente no meta drogas al trópico y no importa que saques y lleves a La Paz?. En todo caso, una cosa es cierta para mí es un blef. Si a la ida pude salir del bus con mi mochila al hombro, a fumar un pucho en Bulo Bulo, mientras perros y agentes camuflados registraban el bus y a la vuelta ni me registraron, la de kilos que podría haber llevado en la mochila verde che.

Más tarde, el hambre se confunde con un dolor de estomago colectivo y por tanto en un silencioso aroma que va creciendo del piso al techo del bus y uno sólo suplica llegar a Caracollo, de una vez al tan ansiado desayuno de cafecito con pan y queso.

8:30 llegamos a la parada y lo primero es lo primero, obedecer al cuerpo. Pago mis 50 centavos para el baño y luego de entrar decido no más recurrir al autocontrol y recordar mis tiempos de Budismo Zen, hasta La Paz. El sagrado trono no tiene asiento y muestra una imagen dantesca, donde el baño de la escena de Trainspotting es un poroto a su lado y no pienso bucear en busca de nada en ese inodoro.

Me quedo leyendo los mensajes de pared y le doy la razón a ese que puso, ¡cabrones cobrar el baño es un robo, ladrones!. Vuelvo a la filosofada del servicio al cliente, concepto imposible de entender en un pueblito del Altiplano, donde la suciedad es aparentemente normal y encontrar un baño limpio es un milagro.

Espero el bus, viendo como sus llantas sudan pis. De pronto lo veo en mitad de la carretera, acompañado de un perro café de costilla de cuerda de charango, pantalón de bayeta a rayas, saco gris, probablemente de algún ex empleado de banco, orbitas blancas de cachina y la bolsita de mercado a rayas, en una mano y el bastón en la otra. Se balancea al ruido de los buses que paran, de los autos que pasan esperando recibir una migaja. Es un Achachí rescatando pan duro para seguir en pie, para sobrevivir en este seco camino.

Detrás de él veo a un gringo con piercing en la nariz, con lóbulos agrandados por aros redondos, dándole besos a una cunumisita de metro y medio. Cerca de ellos, una mujer con pinta de holandesa, con lentes de intelectual y pantalón hippie, abraza a su peruano más chato que ella, mientras habla de sus planes de vida con un cruceño que no entiende por que no se va a la casa de ella y listo, por que tiene que comprar una si ya tienen, por último por que no le manguea el cuarto a la gringa nomás.

Vuelvo al bus y suben dos niños de ocho años, cantan con el corazón desafinado un huayno sobre una cholita conquistadora que juega con su pollera al viento, coqueta en Achacachi, entre risas mueve las trenzas. El entusiasmo de ambos niños no es el mismo, el primero espera en silencio cantar rápidamente su estrofa y pasar la gorra, el otro aún pone el entusiasmo y el discurso de “podríamos estar robando, pero estamos acá ganándonos unas monedas honestamente” y demás argumentos comerciales. La gente los ignora, son parte del paisaje, reciben poca atención, algunas monedas y se bajan al vuelo en otra parada y caminan de vuelta al punto de partida y así flota tras flota..

Llegó, La Paz, me recibe con su ruido, con El Prado en caos de medio día y luego el inminente silencio, las paredes huecas de la casa, el vacío de este sitio, las imágenes de este auto exilio y ordeno una a una las cosas del viaje, pongo en fila las memorias buenas para beberlas de a poquito, para calmar las ansias y lograr algo de paz antes de dormir, tienen que durar treinta días, hasta que sea hora de volver nuevamente a la carretera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin ánimo de ser salamera o de espesarte la sangre, confieso que las palabras y oraciones que vas dibujando en este espacio, tienen la virtud de limar las asperezas del cuore, che.
Linda la sensación, es como que sabe a vida, entendés?
LG

Vania B. dijo...

Todo viaje en flota es una aventura, pero como la describes vos da la sensación de haber ido y haber vuelto contigo en tu mochila verde.