lunes, diciembre 08, 2008

Tres Realidades


Que la historia copie a la literatura es inconcebible

(Jorge Luis Borges)

Tres historias que me fueron contadas con una dosis de ficción y otra de realidad.

I

Un poeta decide publicar su primer libro: 30 poemas intimistas sobre encuentros y desencuentros. Luego de publicarlo afirma que anhela volver a enamorarse para poder escribir su segundo libro. Él, lector compulsivo de poesía, está convencido de que su capacidad de producción está fuertemente anclada en la realidad de sus desamores previos, es de ahí, como dice, que saca la tinta para sus versos. Sostiene sin rubores que escribe mejor si la realidad le ha dejado varios moretones de desprecio en el alma.

Ha escrito su libro luego de que una publicista, después de meses de alabar sus artes culinarias, lo dejara para volver con su ex marido. Cada uno de los 30 poemas sin título retrata 30 momentos vividos con la publicista. Cuando el poeta terminó el libro se secó de versos y se quedó, según él, frente a una realidad muy concreta y vacía. La melancolía que le produjo vaciar su historia en versos lo llevó a encerrarse, los siguientes 30 días, en la cocina para preparar exóticos platos tailandeses, los que luego comió hasta que sus poros exudaron jugo de curry a borbotones y pudo terminar su fase de duelo.

Para el poeta, la poesía es capturar en imágenes literarias los momentos duros que la realidad de una existencia previa le dejan. Desde esa perspectiva no hay posibilidad de pensar que su poesía pueda basarse en la realidad y construir imágenes que coqueteen a la ficción. Para él, la catarsis es la única vía posible para crear, por tanto, la ficción no tiene cabida en su obra. Por eso hoy, mientras se consuela del abandono en algún bar, espera con suspiros en la boca volver a ser dejado para volver a escribir.

II

Un cuentista sostiene que es posible llegar a confundir la realidad con la ficción y meterse tanto en una historia como para acabar creyendo que los personajes construidos de verdad existen. La otra noche, el narrador, en compañía de otro reconocido cuentista paceño de barbas plateadas, decidió comprobar lo anterior. Luego de ser iluminados por varias jarras de yungueño, ambos se adentraron en la noche paceña con el objetivo de vengarse de una mujer infiel.

Dos horas antes de iniciar su periplo empezaron un cuento a cuatro manos, en el que ambos eran víctimas del engaño de Nancy, una morena beniana de caderas afiladas. En la historia, ellos habían llegado a la ciudad de La Paz de un poblado del Beni a buscar a la infiel que fugó del pueblo con el corazón y el dinero de ambos. Nancy, en la ficción, era la ex mujer del primero y la amante del segundo.

Los cuentistas pasaron del placentero divague literario a una acalorada discusión sobre la infidelidad que incluso los llevó a los golpes. Completamente poseídos por sus personajes, salieron a buscar por la ciudad a la traicionera mujer para cobrar venganza. Decidieron entonces alimentar su ficción con la realidad de las noches paceñas, al extremo que se creyeron que estaban de verdad en la historia.

La ficción, en la iluminación alcohólica, reemplazó por completo a la realidad y los fabuladores de la noche, convencidos de que la traicionera trabajaba de dama de compañía, fueron a buscarla a cuanto antro de mala muerte pudieron encontrar en su caminata nocturna.

La consecuencia obvia fue que, no sólo no encontraron a la mujer, sino que acabaron durmiendo en una celda de “la Pando” luego de haber ocasionado destrozos en el Night Club Las Sirenas, convencidos de que un alcahuete escondía en un privado a la pérfida mujer.

Los cuentistas no recuerdan en qué momento la ficción se mezcló con la realidad y empezaron a creer, con absoluta certeza, que estaban dentro del cuento. Eso sí, lo que fue absolutamente real fue el dolor de cabeza y los golpes del Jilakata de la celda cuando le gritaron que les confesara dónde tenía escondida a Nancy.

III

Un cronista es contactado por un editor que lo invitó a participar en una antología de cronistas bolivianos. El editor le comunica con frialdad que su crónica fue aprobada. Más tarde, vía telefónica, le confiesa que han “podado” de las páginas de su texto cualquier juego de palabras que aparentaban ficción.

El cronista escribió un texto sobre la vida de un personaje que conoció en la infancia y hoy está en la cárcel. A fin de proteger al verdadero protagonista, se le ocurrió que era buena idea que éste muriera. El introducir ese giro ficcional al final de la crónica era, desde el punto de vista del cronista, un buen final y una forma de mantener en el anonimato al verdadero personaje.

El editor insiste en su posición teórica y le recuerda que aprendió en la universidad que una crónica debe ser un reflejo exacto de la realidad (¿de cuál?, se pregunta el cronista), donde la ficción no tiene cabida.

En este momento, el cronista se encuentra en la disyuntiva de mantener al personaje bien muerto o resucitarlo complacientemente para poder ser publicado.

Yapas:

* La escritura poética surge como una catarsis que sustituye los mocos en la almohada por dulzones y lastimeros versos reprochones al abandono. El duro desafío, en este caso, parece ser pasar de la escritura evasiva a la producción. Lo segundo no siempre gusta ya que requiere más disciplina que lágrimas.

* Creer que una buena historia puede nacer sólo a la luz del alcohol es sin duda un hecho peligroso, más aún si el delicioso etanol produce lo que los psiquiatras conocen como des-realización. Por más difícil que parezca, hay que encontrar el equilibrio entre jugar a personajes de cuento en las calles de la ciudad y luego, en la lucidez, ficcionar la realidad de forma rigurosa y técnica.

* La ciudad da los elementos para una posterior ficción y otorga una buena dosis de verosimilitud a la historia. Perderse jugando a ser Felipe Delgado a la madrugada paceña es, probablemente, más garantía de una buena paliza que de una buena historia.

* La crónica parece que tiene su riqueza en la mirada de quien la construye, en la capacidad de jugar con la realidad concreta, matizarla de ficción, sin perder la esencia de la historia pero dándole un sentido literario.

* El que escribe vive, por tanto no es inmune y ajeno a una realidad que lo atraviesa y contamina. Creer que existe una “realidad” externa inmune a toda influencia de quien la recoge parece ser una gran ficción.

* La cosa se complica, porque la palabra del que escribe está sesgada por su experiencia individual y por tanto nace incompleta.

* Gran desafío parece ser entonces el de ficcionar la realidad como producto de un riguroso trabajo de producción. Es altamente recomendable entonces volver a leer las Ficciones de Borges.

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