Pinche escritorcito, tu obsesión por
la ficción aún te impide ver la realidad que evades con tus manos. Si al menos
hubieses entendido, de una maldita vez, que nunca será buena idea construir
puentes entre los personajes de papel y de la vida real, quizás no estarías ahí
todo hecho al “book star” celebrando el nacimiento de tu libro. O lo que es lo
mismo, tal vez no estaría viva en las páginas
de este tu Acto de Agua, que en tu caso, conociéndote, sería algo así como la
ducha que te das cada quince días. Debes saberlo, ninguna de las personas que
fueron a la presentación del libro tendrán el valor de decírtelo. Jamás,
escucha bien, jamás estarás a la altura
de la ofrenda húmeda de Ofelia, de la
caminata acuática de Virginia, del poema hecho olas de Alfonsina o del digno
silencio de Manuela con el rostro aplastado en la escarcha de agua en el lecho
de un rio.
No mi narrador, yo te hablo, desde
estas páginas que hoy volaron, para decirte que escuches más y escribas menos,
que grites, aunque sea mudo, pero que lo hagas por mí, por todas, que por tener
la mandíbula rota a palos, no pueden ser grito ni denuncia.
Después de show debo recordarte una
vez más lo que le dije a Nikki. La gente de carne y hueso siempre será más
cruda, imperfecta, impredecible, indomable. Más dura que cualquiera de los
personajes que matan dentro de tus párrafos. Si pinche bolañito, por más que
trates, que sangres, que llores, que escribas, que vomites, que sacudas el
pecho de palabras heridas en la palabra, jamás, llegarás a conocernos.
Cuando todo esto acabe,
sabrás que, más allá de la ficción en la que te engolosinaste por casi cinco
años, en los que me besaste y maltraste
a palabrazos, los huesos de Cesárea
Tinajero nunca existieron, pero sí los
de las cientos de mujeres asesinadas en México, el mundo y en Bolivia: Niñas
indefensas, jóvenes trabajadoras, abuelas, colegialas: violadas, mutiladas,
degolladas, acuchilladas, estranguladas, descuartizadas; son y seguirán siendo
las dueñas de los huesos que se secan en el desierto al que hiciste referencia
en estas páginas, sin siquiera conocerlo, las que se pudren en el altiplano que
tanto te molesta.
Sí, mi escritorcito, recuerda
que siempre será mejor mirar de frente, hablar de frente. Eso debiste hacer el
día que decidiste conocerme y no insistir en la absurda táctica de conquista intertextual
con nuestros autores favoritos, muy onda Doccera, muy del Edmundo ¿no?
Recuerda lo que tantas
veces te dije, cuando miraba de reojo tu escritura. Las palabras tarde o
temprano se pierden en un colchón lleno de ombligos y yo, estoy más allá del
tuyo. Si al menos hubieras sido más coherente, un poquito más sincero, no
hubiera estado tan mal, hasta me hubiera gustado eso de hacerme someter con un
látigo lleno de azúcar, pero no fuiste capaz. Ahora vuelvo a la página 23 donde
habito. Recibe un buen puñetazo en el centro de tu ego y acepta que a partir de
hoy deberás pagar el precio por lo que dejaste en estas páginas, por mí, por
ellas y en caso que te olvides, la noche que menos pienses me encargaré de
recordártelo.
Suerte en la farándula
Nunca tuya
Alex.
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