lunes, mayo 16, 2016

Digresiva proclama matinal

Esto es un ejercicio, algo así como la migraña transformada en terror a la risa del otro. Un intento lúcido alimentado por cafeína a las siete de la mañana. Escribo en casa, lejos de los lugares públicos de los cuales prefiero permanecer al margen por mi cada vez mayor intolerancia al humo del cigarrillo o a la forma en que veinte añeras inhalan con soltura y sin respeto el añejo aroma de mi espacio.

Esto es solo una digresiva prosa urbana, o tal vez nada más que la confesión silente que esconden mis ojos ante el azul intenso del cielo de otoño. Hoy quiero hacer todo y nada a la vez y sé que el tiempo se acorta y no soy dueño del mismo. Tengo mil páginas que me esperan en mis lecturas pendientes, ganas de escribir cien cuentos, setecientos versos, ver cien películas. Quiero escuchar eternamente la música que me regala la vida y también el silencio que revela la voz del espíritu, aquella que me otorga templanza y fortaleza.

Escribir es un mandato, terminar el primer capítulo de la novela a mis amigas presas un acto de devolver lo dado. Concluir de editar los brutales cuentos de la Antología del Chaco un homenaje al abuelo. Quiero llorar menos que el año pasado, reír más porque me da la gana, así con dentadura blanca en la plaza y bajo las sábanas, como en los días que buscaba monstruos marinos con mi niña. Reír como ayer, recordando los juegos que inventábamos ante "la tortuga de piedra", "la fuente de aquel jardín" “gran olla” para hacer sopa de pétalos. Reír buscando diamantes al escalar nuestra montaña secreta “esa que solo ella y yo conocemos”.

Quiero callar sobre temas de política, intolerancia y fútbol y gritar cada vez que me enfrento a la violencia a la muerte en manos de un cobarde y luego cerrar las puertas con triple cerrojo y poner dos escobas en las ventanas de la lavandería en signo de protesta urbana.

Quiero encender velas a mis muertas amadas, escribir cartas a mis “vivas” fregadas. Callarme, chillar, dormir, soñar, aletargarme y recordar que “solo se trata de vivir”. Sin embargo esto es solo un ejercicio catártico sin un hilo coherente y esta leve migraña es la señal de que mi ojo izquierdo tiembla vivo y que afuera las hojas de los árboles también tiemblan, como la vida que debe ser un temblor constante para sacudirnos de la indiferencia. Porque es su mandato, porque estamos acá para eso “temblar y sacudir” susurrando “todas las hojas son del viento”.

Quiero confesar que pese a mis avances personales, todavía tengo resistencia al ruido y caos de la ciudad que me habita. Pese a todo es bueno afirmar que esta es una proclama de optimismo y que aún de tiempo en tiempo me dan ganas de volver a dormir en ella, despertar en ella, callar en ella, riendo como se debe, besando como se debe, viviendo como se debe. Así yendo de la cama al living y viceversa.

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