viernes, mayo 20, 2016

Sobre el concepto de lo Urbano en La Paz (re visitado)

Un ensayito antiguo, para quien no le dé flojera leerlo
La ciudad tan desnuda
en el fondo de su propia imagen,
la ciudad reducida a mostrar sus huesos
(Guillermo Bedregal G.)


Vivo en una ciudad de montañas y vientos de espada que labra la forma y el color del poro de sus habitantes desde el nacimiento. Me acoge esta “muela careada” a la que visitantes del sur le cantaron con ritmos del Missipi. Permanezco en La Paz donde el blues tiene nombre de marchas y bocinazos.
Desde esta altura, donde mis luces serpentean como estrellas de pirita, escribo a la madrugada paceña, despejando esto del imaginario urbano. La ciudad, como producto, nace geográficamente y se construye en hechos simbólicos en representaciones sociales, por y desde aquellos que deciden aprehender sus recovecos y beberla, aunque no siempre su vino sea agradable al tacto.
Escribo este ensayo que inevitablemente no puede dejar de ser prosa y me pregunto por el ritmo que le daré a mis palabras. Me responde entonces la forma de sus caprichosas laderas de ladrillo, los versos que la seducen y los cantos que músicos le ofrendan.
La ciudad como imaginario urbano, desde las ciencias sociales, podría entenderse bajo la noción de representación social, tomando como referencia la definición planteada por Moscovici (1981). Desde esa mirada, no sólo implica productos mentales sino que construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones sociales. El propio Moscovici (1981) las define como un "conjunto de conceptos, declaraciones y explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las comunicaciones interindividuales.
En esa medida cabría decir que el “imaginario urbano”, en cuanto representación social, es fruto de una construcción simbólica, tanto individual como colectiva que se expresa en las interacciones sociales y lo más importante que lo hace de manera dinámica. En esa media la noción de lo urbano emerge como una construcción o representación que puede ser nombrada desde la palabra, la música o el arte.
Al respecto, recojo la frase de un amigo músico, quien con humildad reconocía la arrogancia de sus últimos años, al dar la espalda a la ciudad. Es que tarde o temprano uno vuelve el rostro al Illimani y acaba regresando, luego de periplos por puertos lejanos, por ritmos anglos, acaba volviendo y mirando con humildad el sol desde la Ceja. Es ahí que uno será capaz de escuchar el arrullo de la ciudad de altura, los delirios de Borda y la sincronía de los relojes de Sáenz.
Llega un punto, en este proceso de construcción de la noción de ciudad, que uno hace un corte y sus pies, sin saber cómo, echan raíces en su pasto seco. Es ahí tal vez “que uno decide mirar los rieles del tranvía que pasan debajo tus pies, ríos contando secretos” y decide ir a buscar adoquines, escuchar las historias del puente en San Francisco, antes del 52, imaginar un viaje colgado en un vagón de madera y “… beber  el largo y blanco letargo, en la roca que mueve  ríos, en los cantos de ninfas de subsuelo” (Evocaciones, Poema XII, Paul Telleria).
El Imaginario urbano de la ciudad, en la medida de lo anterior, se hace realidad en el cuerpo de quien la captura desde la palabra, cuando uno decide dejar de ser observador y empieza a teñir sus poros en sus calles. La cantidad de tinta que hay que recoger del asfalto roto, es probablemente tema de otro debate.
No es mi posición hacer juicios de valor sobre la obra de tal o cual, o sobre cómo se debe retratar la ciudad y si es mejor morir en la calle o escribir sobre la marginalidad de la ciudad tomando distancia, sin revolcarse en ella, como el Saénz (Arancibia, Paulina. La Nación Chile. 2006). Esta es solamente una aproximación, a ratos prosada, a ratos teórica a esto del imaginario urbano y sus representaciones, la conclusión más merecida a estas palabras deberá ser colectiva.
Volviendo al tema, me había propuesto hablar de lo urbano, de eso que como dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua “…es todo aquello perteneciente o referido a la ciudad…” por tanto todo lo que produce una ciudad, desde desechos sólidos, burdas imitaciones, edificios anti estéticos, música y palabras. La ciudad, en cuanto a su propia subjetividad, aquella que nace y habla en lo que produce, puede entenderse como una mancha urbana de historias, una hilera de luces que van naciendo al amanecer, cada una con una lectura de su complejidad. Fruto de su experiencia y su historia social e individual, cada luz, como las que veo morir al amanecer, parpadea como una expresión propia y subjetiva de la ciudad.
Resultaría reduccionista aproximarse a lo urbano como solo el hecho físico, habrá que mirar más allá de la geografía concreta de tierra y montaña y pensar en lo que evoca y permite, en lo que en última instancia construye en un papel, en un pentagrama, por último el lugar en que la ciudad se inscribe en quien la narra, quien la canta.
Sin embargo no es mi objetivo perderme en alguna bifurcación del jardín, parafraseando a Borges, sino más bien tratar de plasmar algo de lo urbano de la construcción cultural a la ciudad “real” como un todo “incapturable en su esencia” y del cual solo recibimos y devolvemos un reflejo. Es esto, en última instancia, lo que constituye el imaginario urbano, el reflejo que va mutando en destellos de tiempo en tiempo, de momento en momento, la luz de quienes pasaron, de quienes hoy de paso estamos, en sus calles. El reflejo es, en síntesis, un acorde, un grito, un garabato, la forma en que el corazón paceño devuelve a esta ciudad parte de su imagen y su viento lento y nada más.
Desde la perspectiva de la narración, hace un tiempo trato de recoger lo que voy percibiendo en las construcciones culturales de la ciudad en cuanto hecho urbano y sé sin duda que mi caminar morirá antes que sus calles, pero sé también que mientras las camine, su sangre latirá con más fuerza en mis venas…”piedra tras piedra caminare y secretamente llegaré al suelo que me ha visto crecer y en el que un día moriré”… (Villegas, Portillo, Canción Venas del Pasado, 2006) y trataré de recoger algunas formas de expresión cultural en música y literatura que retratan la ciudad.
Es importante entender que toda construcción se elabora a partir de la historia personal y colectiva de un actor social. La individual y lo social hacen entonces a la Inter subjetividad de quien mora, habita y respira en la ciudad. La construcción de lo urbano en expresiones como la música y la literatura, debe entenderse siempre desde el contexto histórico que funda la noción de ciudad, en quien decide “aprehenderla”, caminarla y tocarla.
A un primer nivel, a riesgo de lo que pueda provocar el uso de esta expresión “lo marginal” en la literatura me remitiré, no con el sentido peyorativo, sino más bien desde la metáfora a quienes escriben desde los márgenes, los bordes de este caótico conglomerado de edificios, ya sea por que deciden un autoexilio o no son parte de esa noción reduccionista y mal entendida de ciudad y al final todo borde es en esencia un rodeo del objeto incapturable.
En esa búsqueda rescato a “Los Nadies”, un colectivo de poetas jóvenes alteños, los nietos del patio trasero de los círculos Krupp, bien se podría decir. Ellos con puño de betún y lápiz de punta chueca, retratan en poesía descarnada su visión de ciudad desde El Alto, en Aykus como los de Rodni Montoya que te dicen con minimalista contundencia:

Flor de cementerio
duerme para siempre,
yo que te perdí, no lo haré
esperando.
O en la denuncia fruto de antiguas violencias que grita en el poema de Alem Quisbert

Paso mi niñez, pensando en venganza
Venganza de tanta muerte de mi clase
e imagine ser terrorista
paso mi adolescencia
pensando en venganza
e imagine ser guerrillero

Este recorrido por lo urbano, sin afán de ser un homenaje póstumo, debe necesariamente remitirse al “príncipe valiente de putas y maracos”, como se llamaba a sí mismo, Víctor Hugo Viscarra, quien con un lenguaje sabor a ají con pis, te estrella en la cara el tufo de sus palabras, Lo real de sus personajes hoy por hoy,  recuerda aquello que el lector se niega a ver. A él se aproximan, los que buscan engolosinar su morbo en historia marginales, los amigos de la calle que son capaces de decirle al oído que no ha mentido y también los literatos de tijeras corta prosa.
El Viscarra ha muerto en la víspera, ha retratado en su lenguaje su noche y nos ha enseñado que para construir la imagen de la ciudad hay que vivirla al decirnos: “…no se puede separar la literatura de la propia vivencia, si no se reconocen los avatares y viscitudes que ha vivido y bebido…”…”la noche de La Paz es un laberinto que al no tener principio tampoco tiene fin y uno puede perderse para siempre”…(Víctor Hugo Viscarra, Borracho Estaba Pero me Acuerdo, 2003).
Al respecto más allá de su muerte ahora suena el eco del homenaje musical en “una moneda bailaba en su olla en su afán, mientras su tarka gritaba con furia haya en octubre, borracho estaba y me recuerdo, alcoholatum y otros drink” (Maldonado P., Borracho Estaba, 2005)
La oportunidad para remitirse a otros como Humberto Quino y Jorge Campero, chaqueño autoexiliado en La Paz, permite llegar a quienes son capaces de recoger y devolver la imagen de la ciudad jugando a poetas malditos. Uno encerrado en la biblioteca con la bufanda y los bifocales, maldiciendo a cuanto nuevo Guillermito o Jaimito pulula por ahí. El otro, vate de odas a los jeans descoloridos de paceñas, iluminando su vista con aire de Sandro trasnochado. De este segundo el siguiente verso:

Estoy escondido detrás de unos lentes de vidrios oscuros,
Los miro pasar, repasar, comerse mi pan, bostezar, aburrirse
Decir mentiras
Los miro crecer, descrecer, cortarse las uñas, oxigenarse el cabello
(Jorge Campero, Citado en Fosa Común, Antología Literaria Boliviana, Humberto Quino, 2000)
En esta ciudad que necesita que le hagan el amor, sus tribus diversas de trasheros, punks, villeros, hip hops, emos, góticos, roqueros, han construido formas distintas de cantar su grito a las paredes y las calles de esta gran muela.
En la música, la ciudad nos regala formas de representar lo urbano que van desde aquellas que se apropian del “lunfardo” marginal argentino o más bien el “coba” de las villas. Donde la mezcla de ritmos como la murga y la cumbia colombiana seducen a huaynos y producen expresiones que cantan, retratando y pintando una ciudad de cuentos del tío, de robos avezados y bailantas.
Muy lejos al otro lado del puente Topáter, La Paz ha adoptado con personalidad y esencia propia. El Hip Hop, el cual ha mutado desde el Bronx y se ha pintado de colores vivos y whipalas. La rima negra aprendió a cantar en Aymara.
Más abajito aparece la mancha sopocacheña que se cree el centro de lo urbano y lo bohemio y culto. De mes en mes, por esos lados, aparecen aquellos grupos mal llamados de Rock Urbano (género en esencia redundante). Por esos barrios resuena la música de Atajo, cuya fusión con aires de flamenco, gaitas escocesas (aunque no se crea), cumbia, vallenato, kullawa, reaggue y morenada, ha logrado aglutinar en sus conciertos a cholitas, japoneses, izquierdistas, europeos y chicos del sur. Han logrado convocar a sus tocadas a la mixtura de esta ciudad, la simbiosis poco sinérgica de clases, al menos de la media para arriba.
Otras expresiones, que representan una mezcla urbana peculiar, son aquellas folclóricas de la calle Illampu, donde la diferencia no se marca por el costo de la entrada, sino por la forma en que se vivencia los rituales y códigos urbanos. El acullico como hecho exótico en chicos del Sur y franceses, se mezcla con las escalas penta tónicas de Sicuris que van jugando al show para gringos.
Probablemente se puede dar la lectura de que el hecho de la palabra esa que significa la ciudad, en poesía, en graffiti, en rima de rap, aparentemente desplaza el significado del hecho urbano a las experiencias. Trasciende los márgenes de la mesa donde se escriben, las plazas donde se gritan y vuelve luego disfrazada y validada en otro lado, en aquel donde Punto Blanco hace moda la chompa del presidente, donde las trenzas son hoy un poco más “cool” en San Miguel.
La ciudad sintetiza lo urbano como apellido, no como un todo, es así que uno podrá escuchar las expresiones rock urbano, arte urbano, teatro urbano. El rotulo como medalla para diferenciarse, como la muestra aparentemente minoritaria de una clase seudo intelectual, cuando va más allá de eso.
Lo urbano, vuelvo a insistir, debe leerse como aquello que late individual y colectivamente en los que habitan esta ciudad, cual hecho intangible y permita generar formas de significación diversas, expresiones culturales dinámicas, que mutan y que por lo mismo no están ajenas tampoco a la influencia de otros imaginarios del globo.
Lo urbano entonces, irá creando una identidad plural, habrá que escuchar sino la denuncia en rock duro en aymara, impensable hace veinte años en eventos como el Ayni Rock. Ahí se mueve sin duda otra noción de ciudad que muestra que la construcción social se transforma en menos de 30 kilómetros cuadrados y adopta aires propios, capaces de hacer temblar a los ladrillos y gritar con poesía de pared y rap.
Luego de esta reflexión ¿Cuál entonces la significación de la palabra urbana, a la vez tan grande y tan corta para esta la metrópoli de alasitas?
Parecería ser que el imaginario urbano es esto que nos funda y otorga una identidad inconsistente, incongruente pero claramente paceña. Para apropiarse de ella habrá como diría Sáenz “no solo escribir poemas, uno en última instancia debe escribir de lo que conoce y lo que ha vivido” (Extracto de Entrevista a Jaime Saénz, CD La Bodega, Fundación Patiño, 2005)
¿Será acaso necesario dormir con quiltros en el barro y en una chingana para conocer lo real de la ciudad? O acaso ¿habrá que emular al Felipe Delgado, construyendo falsos trajes de aparapita para ser paceño, para conocer lo que yace en el otro lado de la noche? Tal vez la respuesta debe estar sin duda en otro lado, tal vez habrá que releer a Borda para llegar a ella.
Considero en todo caso absurdo, plantear la pertenencia a esta mancha urbana en un continuo entre lo burgués y lo totalmente marginal, la ciudad “se está” y uno la toma y la bebe, o simplemente la ignora. El imaginario, pasa por la subjetividad de cada habitante que decide ser permeable a determinadas experiencias, como un proceso propio de construir la creencia y la significación del hecho urbano.
Cada quien podrá sumergirse en carne y pluma en la ciudad, ya que su llamado estará siempre presente, cada quien decidirá cuanto escuchar la furia del viento de la cordillera en su rostro y si algo le deja. En el retorno volverá a decir Matilde “desde lejos yo regreso ya te tengo en mi mirada ya contemplo en tu infinito tus montaña recordadas” y nuevamente el blanco del Illimaní, te recordará que la ciudad se está.
El Illimani sintetiza, desde su permanencia, a la ciudad, porque es roca y en su inmensidad geográfica a la vez es inmortal. Su existencia nombra los sentidos que tratamos de otorgarle a La Paz, porque en última instancia nosotros vivimos en el imaginario de esta ciudad. Él nos acoge, como huéspedes de distintos tiempos, ésta acaso sea la única certeza, él permanecerá luego de que nuestro último respiro seco muera
Serán las lágrimas de río que reptan,
el largo camino de piedra que te acoja,
el que penetre tus talones desde el frío
Serán los adoquines en mordaza,
los que broten en tu caminar frío
serán el fluir y la furia que taladren tu columna
(Paul Tellería Evocaciones, poema XII, extracto)

Referencias:

• Bedregal, Guillermo (2002) , Ciudad desde la Altura, Editorial Plural
• Moscovici Sergei (1982) Representaciones Sociales Edit.: Fondo Cultura económica
• Quino Humberto (2000) , Fosa Común, 2000
• Sáenz Jaime (1980) Felipe Delgado, Editorial Visor
• La Bodega, Fundación Patiño, 2005, Entrevista Jaíme Sáenz
• Revista electrónica Palabras Más (www.palabrasmas.org, Volumen 5)
• Archivo Revista Palabras Más.
• Paulina Arancibia, La Nación de Chile, 2006
• Atajo (2005) Disco Sobre y Encima
• Casazola Matilde, Cueca el regreso
• Llegas (2006) Disco Hidrometeoros

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