sábado, junio 24, 2017

Decires

Hay que saber dosificar tanto decir que brota, tanta celebración llena de verbos amarrados al pequeño espacio que se alegra entre tu clavícula y tu omoplato. Hay que saber las formas de los lazos fértiles, no aquellos ciegos que prefieren los marineros que vienen y se van, como los que tanto les gustaban al "poeta calamar" que escribió el detestable poema “Farewell” 
Uno debe querer hablar porque así no más es, sin tanto “hay que” para evitar que la piel se erice, no por emoción sino por la alergia y urticaria del agobio. Nombrar, con mesura de boca, la medida del triángulo entre el centro del cuerpo y la cima de tu hombro derecho poblado de margaritas, en el que la montaña de mis labios muere y vive. 
Si, así nomás es la cosa en esto de los decires, una suma de nacimientos y muertes cotidianas y no es para gran algarabía o espanto, porque la muerte nace a otras vidas así sin más. Menos aún para temblorosos silencios llenos de “ayayays o uyuyus” o quejas, de esas y de "ahora que digo para que deje de decir lo dicho". Se trata de aceptar, como el dolor de cabeza, que el hablar del afecto produce dolores de muela u orzuelos espantosos (consabidos efectos secundarios del rebalse verbal y punto). No es gran cosa y a la vez es de una grandeza indecible esto que sacude el hablar con aquello de no guardarse nada y dar la espalda al tarareo del “no le digas” que con los años se volvió cuequita de orgullo lastimero y nada más.
Decir entonces, es un acto de revancha del afecto expresado en un vaciarse sin medida, sin importar perder las llaves que llevan al lugar donde se guarda el candado que encierra los conjuros contra el efecto de las palabras. El sortilegio de el “ser” hablando con arrullos, con palabras enredadas, atoradas y tantas otras cosas que el habla tercamente insiste en que terminen con “ada”. 
También en todo caso es un alivio, un mantra repetido, buscar las formas de tu rostro que llevan a la risa a este rostro, que luego se evocan en el cuidadoso goteo de leche que forma el reflejo de la última escena juntos en la espuma de una taza de café latte, o también ser, desde otro lugar, un mandala caprichoso que se retuerce en cada sorbo y recuerda el gusto de lenguas, de risas en Tijuana, con sabores agridulces pensando en los gritos de Allan Ginsberg o las texturas grises de Jarmush. Texturas al fin, de palabras tejiendo lazos que se ríen del miedo en la cosecha de esperanzas y esperan el abrazo en algún puerto mirando noctilucas.
Sin tanta digresión se van dando estos decires alegres que se empecinan en lo barroco del color, sobre el color, en el pan de oro en el retablo de tu pecho abierto, en la acuarela de costillas tornasol pidiendo mordiscos. Decires que han olvidado el gris y son una ráfaga que convoca al todo o nada. 
Decires también desde el mutismo, porque ya sabes que el silencio habla, incluso con mayor contundencia que los improvisados versos tejidos sin bordado, sin retoques. Habla cuando te cosen los labios para tener bien quieta a la lengua inquieta que no sabe de puntuación o menos de cadencias en el susurro silente. 
Si, se dicen muchas cosas desde el júbilo, hasta las que es sabido que no deben ser dichas. Pero la terquedad del afecto nombra desde el sueño y la vigilia y se emociona en los anhelos al nombre de quien aún no ha sido y sin embargo ya está en la claridad de un latido imperceptible pero que no por eso no late. 
Sabrás disculpar y entender que el asunto de los decires y haceres se juega en los cambios de textura de la ciudad, desde el último piso de un edificio, en el ámbar violeta que pinta la montaña de tus caricias enredándose en mi mano cuadrada como roca, silente como roca, quieta como roca, firme como roca.
Si se dicen muchas cosas en estos tiempos con la frente en la ventana antes y después de velar el sueño. Se habla sin medida cuando se acepta lo cóncavo y convexo de la espalda y el pecho, dejando que rueden diminutas bolitas de lana por la línea exacta de la columna para luego ser pelusa de versos en el ombligo o nuditos ciegos de tacto. 
Si, tú ya lo sabes compañera que el decir también se suspende en la otra palabra, la que espera, la que recibe, a veces con arrullos, otras con esperanzas, y que sobre todo y ante todo no tiene ningún sentido si el decir no se concreta en actos abrazando la existencia. (San Juan, 2017)

viernes, noviembre 18, 2016

R


Hace un tiempo conocí a R hombre delgado que ama hacer asados y comer kilos de costilla a la parrilla el fin de semana (privilegio el suyo tiene el mismo peso desde los 25 años). Alguna vez escuché que la gordura viene por dentro y eso puede ser cierto en este hombre "flemático" . Con tantos años de observar el comportamiento humano a veces pienso que Shelman tenía razón con eso de los fenotipos, lo digo yo un potencial "pícnico. El hombre es alto, flaco, espigado, melancólico y reservado. Habla con un tono de voz suave, acompañado de un aroma intenso y mal oliente que sale de su boca. Todos los días viste igual, de colores grises o cafés. Usa camisas de tela y siempre lleva cerrado hasta el último botón. No usa corbatas, solamente jerseys de cuello en V los que combinan con su piel amarillenta formol. Se asemeja a un sepulturero, al viejo Scrooge, a un cajero del Banco Nacional de Bolivia (1929). Su figura la asocio con la que tal vez fue la del padre de Gregory Samsa o a la que pudo haber tenido un cansado Joseph K. Otras veces parece un trabajador de funeraria, de esos que tanto velar la muerte se fueron secando, respirando los vapores de cadáveres, los que como todos saben más allá de producir una extraña coloración en la piel te otorgan un poder especial para enfrentar la noche.

El hombre trabaja hace 32 años archivando papeles, lo hace en silencio y con una calma que produce envidia. Las pocas veces que algo lo pone nervioso le tiembla el parpado superior izquierdo y su ojo rebota de manera graciosa, en el momento de mayor tensión hace una mueca dejando ver un canino pronunciado y vuelve a su rutina. Es un buen hombre, se levanta temprano, hace la misma tarea más de diez horas al día sin quejarse. Tiene una familia estable con cinco hijos y una mujer que también hace un trabajo estable, aunque ella es de baja estatura, risueña y rechoncha. Es honesto y sereno, reservado, tímido pero con un agudo sentido del humor. Hace unos días cumplió 53 años y me dijo que ya está en el final del camino. Le respondí: Hombre usted está en la flor de la vida. Me miró serio, y con la serenidad de un sepulturero de papeles me dijo: Estadísticamente llegaré a los 78 años, me quedan 12 más de vida laboral, no se de que flor me habla, ya ando marchitado caballero y eso de estar de salida no es motivo de asombro, es casi natural. Los papeles se reciben nuevos, se guardan y luego se desechan, así no más es la cosa.

Me olvidaba tiene una capacidad única para usar una vieja Remington y llenar formularios con cuatro copias, propios de reparticiones del Estado estancadas en el tiempo, en esa medida es de los pocos capaz de entender en este siglo la expresión "hay que saber dar vuelta la página pero también el carbónico".

"ya estoy de salida" la verdad creo que hace tiempo ya se fue y ese es su gran privilegio vivir como quien no quiere la cosa, con ese aire de tortuga anoréxica, con un caparazón duro para los golpes. Es un hombre delgado, un sepulturero de papeles. Si lo molestas mucho no le importaría acuchillarte con parsimonia y silencio. Al final ya está muerto y esa es su ventaja...

viernes, mayo 20, 2016

Sobre el concepto de lo Urbano en La Paz (re visitado)

Un ensayito antiguo, para quien no le dé flojera leerlo
La ciudad tan desnuda
en el fondo de su propia imagen,
la ciudad reducida a mostrar sus huesos
(Guillermo Bedregal G.)


Vivo en una ciudad de montañas y vientos de espada que labra la forma y el color del poro de sus habitantes desde el nacimiento. Me acoge esta “muela careada” a la que visitantes del sur le cantaron con ritmos del Missipi. Permanezco en La Paz donde el blues tiene nombre de marchas y bocinazos.
Desde esta altura, donde mis luces serpentean como estrellas de pirita, escribo a la madrugada paceña, despejando esto del imaginario urbano. La ciudad, como producto, nace geográficamente y se construye en hechos simbólicos en representaciones sociales, por y desde aquellos que deciden aprehender sus recovecos y beberla, aunque no siempre su vino sea agradable al tacto.
Escribo este ensayo que inevitablemente no puede dejar de ser prosa y me pregunto por el ritmo que le daré a mis palabras. Me responde entonces la forma de sus caprichosas laderas de ladrillo, los versos que la seducen y los cantos que músicos le ofrendan.
La ciudad como imaginario urbano, desde las ciencias sociales, podría entenderse bajo la noción de representación social, tomando como referencia la definición planteada por Moscovici (1981). Desde esa mirada, no sólo implica productos mentales sino que construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones sociales. El propio Moscovici (1981) las define como un "conjunto de conceptos, declaraciones y explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las comunicaciones interindividuales.
En esa medida cabría decir que el “imaginario urbano”, en cuanto representación social, es fruto de una construcción simbólica, tanto individual como colectiva que se expresa en las interacciones sociales y lo más importante que lo hace de manera dinámica. En esa media la noción de lo urbano emerge como una construcción o representación que puede ser nombrada desde la palabra, la música o el arte.
Al respecto, recojo la frase de un amigo músico, quien con humildad reconocía la arrogancia de sus últimos años, al dar la espalda a la ciudad. Es que tarde o temprano uno vuelve el rostro al Illimani y acaba regresando, luego de periplos por puertos lejanos, por ritmos anglos, acaba volviendo y mirando con humildad el sol desde la Ceja. Es ahí que uno será capaz de escuchar el arrullo de la ciudad de altura, los delirios de Borda y la sincronía de los relojes de Sáenz.
Llega un punto, en este proceso de construcción de la noción de ciudad, que uno hace un corte y sus pies, sin saber cómo, echan raíces en su pasto seco. Es ahí tal vez “que uno decide mirar los rieles del tranvía que pasan debajo tus pies, ríos contando secretos” y decide ir a buscar adoquines, escuchar las historias del puente en San Francisco, antes del 52, imaginar un viaje colgado en un vagón de madera y “… beber  el largo y blanco letargo, en la roca que mueve  ríos, en los cantos de ninfas de subsuelo” (Evocaciones, Poema XII, Paul Telleria).
El Imaginario urbano de la ciudad, en la medida de lo anterior, se hace realidad en el cuerpo de quien la captura desde la palabra, cuando uno decide dejar de ser observador y empieza a teñir sus poros en sus calles. La cantidad de tinta que hay que recoger del asfalto roto, es probablemente tema de otro debate.
No es mi posición hacer juicios de valor sobre la obra de tal o cual, o sobre cómo se debe retratar la ciudad y si es mejor morir en la calle o escribir sobre la marginalidad de la ciudad tomando distancia, sin revolcarse en ella, como el Saénz (Arancibia, Paulina. La Nación Chile. 2006). Esta es solamente una aproximación, a ratos prosada, a ratos teórica a esto del imaginario urbano y sus representaciones, la conclusión más merecida a estas palabras deberá ser colectiva.
Volviendo al tema, me había propuesto hablar de lo urbano, de eso que como dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua “…es todo aquello perteneciente o referido a la ciudad…” por tanto todo lo que produce una ciudad, desde desechos sólidos, burdas imitaciones, edificios anti estéticos, música y palabras. La ciudad, en cuanto a su propia subjetividad, aquella que nace y habla en lo que produce, puede entenderse como una mancha urbana de historias, una hilera de luces que van naciendo al amanecer, cada una con una lectura de su complejidad. Fruto de su experiencia y su historia social e individual, cada luz, como las que veo morir al amanecer, parpadea como una expresión propia y subjetiva de la ciudad.
Resultaría reduccionista aproximarse a lo urbano como solo el hecho físico, habrá que mirar más allá de la geografía concreta de tierra y montaña y pensar en lo que evoca y permite, en lo que en última instancia construye en un papel, en un pentagrama, por último el lugar en que la ciudad se inscribe en quien la narra, quien la canta.
Sin embargo no es mi objetivo perderme en alguna bifurcación del jardín, parafraseando a Borges, sino más bien tratar de plasmar algo de lo urbano de la construcción cultural a la ciudad “real” como un todo “incapturable en su esencia” y del cual solo recibimos y devolvemos un reflejo. Es esto, en última instancia, lo que constituye el imaginario urbano, el reflejo que va mutando en destellos de tiempo en tiempo, de momento en momento, la luz de quienes pasaron, de quienes hoy de paso estamos, en sus calles. El reflejo es, en síntesis, un acorde, un grito, un garabato, la forma en que el corazón paceño devuelve a esta ciudad parte de su imagen y su viento lento y nada más.
Desde la perspectiva de la narración, hace un tiempo trato de recoger lo que voy percibiendo en las construcciones culturales de la ciudad en cuanto hecho urbano y sé sin duda que mi caminar morirá antes que sus calles, pero sé también que mientras las camine, su sangre latirá con más fuerza en mis venas…”piedra tras piedra caminare y secretamente llegaré al suelo que me ha visto crecer y en el que un día moriré”… (Villegas, Portillo, Canción Venas del Pasado, 2006) y trataré de recoger algunas formas de expresión cultural en música y literatura que retratan la ciudad.
Es importante entender que toda construcción se elabora a partir de la historia personal y colectiva de un actor social. La individual y lo social hacen entonces a la Inter subjetividad de quien mora, habita y respira en la ciudad. La construcción de lo urbano en expresiones como la música y la literatura, debe entenderse siempre desde el contexto histórico que funda la noción de ciudad, en quien decide “aprehenderla”, caminarla y tocarla.
A un primer nivel, a riesgo de lo que pueda provocar el uso de esta expresión “lo marginal” en la literatura me remitiré, no con el sentido peyorativo, sino más bien desde la metáfora a quienes escriben desde los márgenes, los bordes de este caótico conglomerado de edificios, ya sea por que deciden un autoexilio o no son parte de esa noción reduccionista y mal entendida de ciudad y al final todo borde es en esencia un rodeo del objeto incapturable.
En esa búsqueda rescato a “Los Nadies”, un colectivo de poetas jóvenes alteños, los nietos del patio trasero de los círculos Krupp, bien se podría decir. Ellos con puño de betún y lápiz de punta chueca, retratan en poesía descarnada su visión de ciudad desde El Alto, en Aykus como los de Rodni Montoya que te dicen con minimalista contundencia:

Flor de cementerio
duerme para siempre,
yo que te perdí, no lo haré
esperando.
O en la denuncia fruto de antiguas violencias que grita en el poema de Alem Quisbert

Paso mi niñez, pensando en venganza
Venganza de tanta muerte de mi clase
e imagine ser terrorista
paso mi adolescencia
pensando en venganza
e imagine ser guerrillero

Este recorrido por lo urbano, sin afán de ser un homenaje póstumo, debe necesariamente remitirse al “príncipe valiente de putas y maracos”, como se llamaba a sí mismo, Víctor Hugo Viscarra, quien con un lenguaje sabor a ají con pis, te estrella en la cara el tufo de sus palabras, Lo real de sus personajes hoy por hoy,  recuerda aquello que el lector se niega a ver. A él se aproximan, los que buscan engolosinar su morbo en historia marginales, los amigos de la calle que son capaces de decirle al oído que no ha mentido y también los literatos de tijeras corta prosa.
El Viscarra ha muerto en la víspera, ha retratado en su lenguaje su noche y nos ha enseñado que para construir la imagen de la ciudad hay que vivirla al decirnos: “…no se puede separar la literatura de la propia vivencia, si no se reconocen los avatares y viscitudes que ha vivido y bebido…”…”la noche de La Paz es un laberinto que al no tener principio tampoco tiene fin y uno puede perderse para siempre”…(Víctor Hugo Viscarra, Borracho Estaba Pero me Acuerdo, 2003).
Al respecto más allá de su muerte ahora suena el eco del homenaje musical en “una moneda bailaba en su olla en su afán, mientras su tarka gritaba con furia haya en octubre, borracho estaba y me recuerdo, alcoholatum y otros drink” (Maldonado P., Borracho Estaba, 2005)
La oportunidad para remitirse a otros como Humberto Quino y Jorge Campero, chaqueño autoexiliado en La Paz, permite llegar a quienes son capaces de recoger y devolver la imagen de la ciudad jugando a poetas malditos. Uno encerrado en la biblioteca con la bufanda y los bifocales, maldiciendo a cuanto nuevo Guillermito o Jaimito pulula por ahí. El otro, vate de odas a los jeans descoloridos de paceñas, iluminando su vista con aire de Sandro trasnochado. De este segundo el siguiente verso:

Estoy escondido detrás de unos lentes de vidrios oscuros,
Los miro pasar, repasar, comerse mi pan, bostezar, aburrirse
Decir mentiras
Los miro crecer, descrecer, cortarse las uñas, oxigenarse el cabello
(Jorge Campero, Citado en Fosa Común, Antología Literaria Boliviana, Humberto Quino, 2000)
En esta ciudad que necesita que le hagan el amor, sus tribus diversas de trasheros, punks, villeros, hip hops, emos, góticos, roqueros, han construido formas distintas de cantar su grito a las paredes y las calles de esta gran muela.
En la música, la ciudad nos regala formas de representar lo urbano que van desde aquellas que se apropian del “lunfardo” marginal argentino o más bien el “coba” de las villas. Donde la mezcla de ritmos como la murga y la cumbia colombiana seducen a huaynos y producen expresiones que cantan, retratando y pintando una ciudad de cuentos del tío, de robos avezados y bailantas.
Muy lejos al otro lado del puente Topáter, La Paz ha adoptado con personalidad y esencia propia. El Hip Hop, el cual ha mutado desde el Bronx y se ha pintado de colores vivos y whipalas. La rima negra aprendió a cantar en Aymara.
Más abajito aparece la mancha sopocacheña que se cree el centro de lo urbano y lo bohemio y culto. De mes en mes, por esos lados, aparecen aquellos grupos mal llamados de Rock Urbano (género en esencia redundante). Por esos barrios resuena la música de Atajo, cuya fusión con aires de flamenco, gaitas escocesas (aunque no se crea), cumbia, vallenato, kullawa, reaggue y morenada, ha logrado aglutinar en sus conciertos a cholitas, japoneses, izquierdistas, europeos y chicos del sur. Han logrado convocar a sus tocadas a la mixtura de esta ciudad, la simbiosis poco sinérgica de clases, al menos de la media para arriba.
Otras expresiones, que representan una mezcla urbana peculiar, son aquellas folclóricas de la calle Illampu, donde la diferencia no se marca por el costo de la entrada, sino por la forma en que se vivencia los rituales y códigos urbanos. El acullico como hecho exótico en chicos del Sur y franceses, se mezcla con las escalas penta tónicas de Sicuris que van jugando al show para gringos.
Probablemente se puede dar la lectura de que el hecho de la palabra esa que significa la ciudad, en poesía, en graffiti, en rima de rap, aparentemente desplaza el significado del hecho urbano a las experiencias. Trasciende los márgenes de la mesa donde se escriben, las plazas donde se gritan y vuelve luego disfrazada y validada en otro lado, en aquel donde Punto Blanco hace moda la chompa del presidente, donde las trenzas son hoy un poco más “cool” en San Miguel.
La ciudad sintetiza lo urbano como apellido, no como un todo, es así que uno podrá escuchar las expresiones rock urbano, arte urbano, teatro urbano. El rotulo como medalla para diferenciarse, como la muestra aparentemente minoritaria de una clase seudo intelectual, cuando va más allá de eso.
Lo urbano, vuelvo a insistir, debe leerse como aquello que late individual y colectivamente en los que habitan esta ciudad, cual hecho intangible y permita generar formas de significación diversas, expresiones culturales dinámicas, que mutan y que por lo mismo no están ajenas tampoco a la influencia de otros imaginarios del globo.
Lo urbano entonces, irá creando una identidad plural, habrá que escuchar sino la denuncia en rock duro en aymara, impensable hace veinte años en eventos como el Ayni Rock. Ahí se mueve sin duda otra noción de ciudad que muestra que la construcción social se transforma en menos de 30 kilómetros cuadrados y adopta aires propios, capaces de hacer temblar a los ladrillos y gritar con poesía de pared y rap.
Luego de esta reflexión ¿Cuál entonces la significación de la palabra urbana, a la vez tan grande y tan corta para esta la metrópoli de alasitas?
Parecería ser que el imaginario urbano es esto que nos funda y otorga una identidad inconsistente, incongruente pero claramente paceña. Para apropiarse de ella habrá como diría Sáenz “no solo escribir poemas, uno en última instancia debe escribir de lo que conoce y lo que ha vivido” (Extracto de Entrevista a Jaime Saénz, CD La Bodega, Fundación Patiño, 2005)
¿Será acaso necesario dormir con quiltros en el barro y en una chingana para conocer lo real de la ciudad? O acaso ¿habrá que emular al Felipe Delgado, construyendo falsos trajes de aparapita para ser paceño, para conocer lo que yace en el otro lado de la noche? Tal vez la respuesta debe estar sin duda en otro lado, tal vez habrá que releer a Borda para llegar a ella.
Considero en todo caso absurdo, plantear la pertenencia a esta mancha urbana en un continuo entre lo burgués y lo totalmente marginal, la ciudad “se está” y uno la toma y la bebe, o simplemente la ignora. El imaginario, pasa por la subjetividad de cada habitante que decide ser permeable a determinadas experiencias, como un proceso propio de construir la creencia y la significación del hecho urbano.
Cada quien podrá sumergirse en carne y pluma en la ciudad, ya que su llamado estará siempre presente, cada quien decidirá cuanto escuchar la furia del viento de la cordillera en su rostro y si algo le deja. En el retorno volverá a decir Matilde “desde lejos yo regreso ya te tengo en mi mirada ya contemplo en tu infinito tus montaña recordadas” y nuevamente el blanco del Illimaní, te recordará que la ciudad se está.
El Illimani sintetiza, desde su permanencia, a la ciudad, porque es roca y en su inmensidad geográfica a la vez es inmortal. Su existencia nombra los sentidos que tratamos de otorgarle a La Paz, porque en última instancia nosotros vivimos en el imaginario de esta ciudad. Él nos acoge, como huéspedes de distintos tiempos, ésta acaso sea la única certeza, él permanecerá luego de que nuestro último respiro seco muera
Serán las lágrimas de río que reptan,
el largo camino de piedra que te acoja,
el que penetre tus talones desde el frío
Serán los adoquines en mordaza,
los que broten en tu caminar frío
serán el fluir y la furia que taladren tu columna
(Paul Tellería Evocaciones, poema XII, extracto)

Referencias:

• Bedregal, Guillermo (2002) , Ciudad desde la Altura, Editorial Plural
• Moscovici Sergei (1982) Representaciones Sociales Edit.: Fondo Cultura económica
• Quino Humberto (2000) , Fosa Común, 2000
• Sáenz Jaime (1980) Felipe Delgado, Editorial Visor
• La Bodega, Fundación Patiño, 2005, Entrevista Jaíme Sáenz
• Revista electrónica Palabras Más (www.palabrasmas.org, Volumen 5)
• Archivo Revista Palabras Más.
• Paulina Arancibia, La Nación de Chile, 2006
• Atajo (2005) Disco Sobre y Encima
• Casazola Matilde, Cueca el regreso
• Llegas (2006) Disco Hidrometeoros

lunes, mayo 16, 2016

Digresiva proclama matinal

Esto es un ejercicio, algo así como la migraña transformada en terror a la risa del otro. Un intento lúcido alimentado por cafeína a las siete de la mañana. Escribo en casa, lejos de los lugares públicos de los cuales prefiero permanecer al margen por mi cada vez mayor intolerancia al humo del cigarrillo o a la forma en que veinte añeras inhalan con soltura y sin respeto el añejo aroma de mi espacio.

Esto es solo una digresiva prosa urbana, o tal vez nada más que la confesión silente que esconden mis ojos ante el azul intenso del cielo de otoño. Hoy quiero hacer todo y nada a la vez y sé que el tiempo se acorta y no soy dueño del mismo. Tengo mil páginas que me esperan en mis lecturas pendientes, ganas de escribir cien cuentos, setecientos versos, ver cien películas. Quiero escuchar eternamente la música que me regala la vida y también el silencio que revela la voz del espíritu, aquella que me otorga templanza y fortaleza.

Escribir es un mandato, terminar el primer capítulo de la novela a mis amigas presas un acto de devolver lo dado. Concluir de editar los brutales cuentos de la Antología del Chaco un homenaje al abuelo. Quiero llorar menos que el año pasado, reír más porque me da la gana, así con dentadura blanca en la plaza y bajo las sábanas, como en los días que buscaba monstruos marinos con mi niña. Reír como ayer, recordando los juegos que inventábamos ante "la tortuga de piedra", "la fuente de aquel jardín" “gran olla” para hacer sopa de pétalos. Reír buscando diamantes al escalar nuestra montaña secreta “esa que solo ella y yo conocemos”.

Quiero callar sobre temas de política, intolerancia y fútbol y gritar cada vez que me enfrento a la violencia a la muerte en manos de un cobarde y luego cerrar las puertas con triple cerrojo y poner dos escobas en las ventanas de la lavandería en signo de protesta urbana.

Quiero encender velas a mis muertas amadas, escribir cartas a mis “vivas” fregadas. Callarme, chillar, dormir, soñar, aletargarme y recordar que “solo se trata de vivir”. Sin embargo esto es solo un ejercicio catártico sin un hilo coherente y esta leve migraña es la señal de que mi ojo izquierdo tiembla vivo y que afuera las hojas de los árboles también tiemblan, como la vida que debe ser un temblor constante para sacudirnos de la indiferencia. Porque es su mandato, porque estamos acá para eso “temblar y sacudir” susurrando “todas las hojas son del viento”.

Quiero confesar que pese a mis avances personales, todavía tengo resistencia al ruido y caos de la ciudad que me habita. Pese a todo es bueno afirmar que esta es una proclama de optimismo y que aún de tiempo en tiempo me dan ganas de volver a dormir en ella, despertar en ella, callar en ella, riendo como se debe, besando como se debe, viviendo como se debe. Así yendo de la cama al living y viceversa.

lunes, mayo 02, 2016

Confesiones sobre la escritura


Escribir ese acto perverso con el otro y con uno mismo. Me permitió conocer en estos 25 años poetas malditos, genios prolíficos, locos brillantes y personas de una fuerza y energía maligna e inagotable frente al teclado, para pasar quince horas seguidas sin levantarse de la silla; a todos los envidio. En mi caso, debo admitir que con la poca disciplina que tengo y mis nueve horas de sueño diarias, escribir es algo que exige mucho trabajo personal y requiere aceptar sin impacientarse mis largos periodos de ocio y aquellos de burócrata/consultor que me dan el pan de cada día. Pese a lo anterior, cuando empiezo a escribir tengo terror a mis dedos, son capaces de engendrar monstruos, demonios y canallas, algo así como mi propia e ingenua forma de atrapar el mal en unas páginas. Por eso creo que escribir con largos periodos de sequía verbal en los que veo películas o leo, es lo único que me salva del delirio total de la palabra. Estoy seguro que los que viven en esto de escribir lo saben, que no es lo mismo que aquellos que viven de la escritura, eso está claro.

Hace un año, disperso y flojo como soy, me embarqué en cuatro proyectos paralelos, que hoy quiero hacerlos públicos:

1) Una Antología de cuentos sobre la Guerra del Chaco, la cual fue concebida en 2011 y despertada del coma, a fines del 2015 gracias a la persistencia de Daniel Averanga Montiel, quien me acompaña como antologador. La obra reúne a 34 autoras/es de tres generaciones: Hijos, nietos y bisnietos de la Guerra del Chaco (la lista de autoras y autores nos la guardamos como sorpresa) Junto al inquieto y "exasperante" Daniel estamos "antologando" un volumen lleno de sangre, sed, dolor, psicosis post guerra y actos de amor a la patria, a la vida, a la familia y a la muerte. A punta de bayoneta y mucha sed, nos hemos adentrado en las voces maduras y noveles que desde, la "oralidad de sus afectos" han construido imaginarios propios del conflicto, para entregarnos historias brutales que hablan de la crueldad del campo de batalla, de sus contornos (desertores, médicos y otros), de su periferia (Penelopes e Ithaca en Boquerón) y el más distante, aquel de la mirada del conflicto desde la lejanía que otorgan los años, llena de ecos de lo que dicen que fue y no fue la guerra. En esta obra que esperemos dará a luz antes del 9 de septiembre Editorial 3600 y Marcel Ramírez mediante.

2) Un libro de 12 cuentos basado en realidades cotidianas como un viaje en avión, el espanto en una caminata a comprar pan, memorias de un dealer, historia de una chica a quien le mataron al hermano y que sueña con ser policia para vengarse y otras historias de personajes paceños reales y para muchos detestables. Verdades de las que no nos gusta hablar, como el pesado aire de los hospitales psiquiátricos y también lleno de añoranzas a personajes heroicos del pasado como mi abuelo y la fantasía de jóvenes heroínas del presente.

3) Una novela ambientada en una cárcel del país, sobre la amistad de dos mujeres de la misma edad presas por delitos distintos, ambas dicen "no me arrepiento de nada" y son algo así como Telma and Louise en versión "bolivian jail", agua y aceite, dureza del norte de Europa y fragilidad de pequeña ave herida de colegio católico paceño. La mujer A mató a martillazos y puñaladas a su pareja para salvar a sus hijos "al menos esa es su historia". La mujer B jugó a ser la "Reina Nórdica" de la cocaína a sus 22 años y cayó presa por no aceitar bien algunos tornillos en un aeropuerto boliviano y por culpa de un bocón de la banda que habló más de la cuenta, como dice.
La mujer A pasó de la prisión de la sobre protección de papá, a la del marido violento y por último a la de una celda común. La mujer B tiene una fortaleza de hierro pero llora por dentro sin parar. Está labrando su libertad a pulso, es la "Jilakata" mitad gringa-mitad latina de la prisión. La mujer A tiene miedo al mundo y así misma y es capaz de aguantar años agazapada y luego despertar en ira y cortarte el cuello. Ambas tienen dos wawas menores de 5 años. La mujer A solo ve a su hijo de un año, durante dos horas los miércoles por la tarde y ama el chocolate Ferrero Rochel y el Chocapic. La mujer B vive con un hijo de dos y una hija de cuatro en su celda, come mucho atún y hace mucho ejercicio. Ambas lavan y planchan sin parar para conmutar pena (a más trabajo más días de reducción). Ninguna tiene sentencia.

Esta obra, probablemente será la que más tiempo llevará y la que más carga emocional implicará como autor. Se está construyendo en base a largas entrevistas en la prisión que se dan una vez al mes, luego de las cuales salgo quebrado por dentro y sintiéndome un cerdo. Hemos entablado un vínculo de amistad, matizado de risas, tabaco y litros de jugo de manzana, que a momentos me hace olvidar que el espacio en el que se da la amistad es la cárcel y me siento en un café con un par de buenas amigas. ´pero al salir todo vuelve a la normalidad y es inevitable sentirme un mal agradecido que disfruta la libertad y el sol, mientras ellas seguirán ahí "no hay apuro me dijo una, vienes nomas pues, seguiremos aquí" Este mes es su "presa cumpleaños" y casualmente también es el mío. Ellas se lo toman con humor el asunto y me dicen festejemos con torta. (A) cumplirá un año sin sentencia el 9 de mayo y (B) 8 años el 19. Este proyecto tardará unos años en escribirse y si ellas no están de acuerdo con su historia tendrá que ser desechada o modificada extremamente (tienen pleno derecho sobre sus vidas como debe ser).

4) Un libro de poesía que reúne en versiones revisadas y pulidas la poesía de mis dos primeros libros y lo que fue escribiendo en estos años. La voz del poeta es otra que la del narrador y luego de todos estos años, me he vuelto el peor crítico con mi poesía, la verdad la detesto, pero ella quiere salir, para lo cual hay que trabajarla mucho y eso pues, habrá que hacer...

No sé, de verdad quien seré, cuando concluya la Antología y mis tres obras, solo entiendo que se deben hacer, que no se puede parar, que el tiempo es un enemigo implacable y que la disciplina es necesaria, aunque implique el alto costo de empezar a usar las noches y renunciar cada vez más al mundo exterior. Eso sí para seguir escribiendo no puedo parar de leer nunca.

lunes, abril 11, 2016

Extracto cuento inédito Oxigeno

I, I will be king and you, you will be queen. Though nothing will drive them away. We can beat them, just for one day. We can be heroes, just for one day. Te curaría la rodilla, me lanzaría al mar contigo, no me importa que no tenga salvavidas debajo el asiento, me las jugaría en un desesperado acto de confianza, en una caída libre al pacífico, como en los vuelos de la muerte, y nos volveríamos con el tiempo brillantes huesos decorados de coral, dos cráneos amantes en un beso largo.

Te contaría mi estúpida historia, que un presidiario me espera en la cárcel para ajustar cuentas, te hablaría del alto costo que estoy pagando por la ficción y de las ganas que tengo de llegar al desierto de tu mano, los dos con un “cuerno de chivo” con treinta balas. Luego llamar al Roca ese y vaciarle juntos los dos cargadores. Tú Mallory yo Mickey, héroes solo por un día. Héroes de quien, para quien, no importa. Robaríamos un auto y nos escaparíamos hasta el sur, hasta la pinche Antártida. Llegaríamos a una vieja cabaña y nos besaríamos donde ya nadie se besa, nos morderíamos donde nadie se atreve. Nos curaríamos las rodillas, los codos, las manos, las cicatrices que no se ven, esas que las palabras traicioneras producen, que los arañazos llenos de amor dejan. Si héroes solo por un día, vos y yo mujer de rodillas magulladas. Juntos, porque sé que me miras, lo siento cuando le pides a la vieja de al lado su vaso y su cajita vacía de comida, sé que detienes tus ojos en los míos y te llama la atención mi tatuaje en latín, ese pretencioso “Alea iacta est” en mi antebrazo derecho. Sé también que me ignoras y lo tuyo es más simple que mis líos mentales, que las elucubraciones de mi cerebro químicamente acelerado que no para de fantasear. Por eso, como estoy condenado a muerte, imagino un escape brillante con vos, una heroica venganza o una caída en picada al mar, no importa pero a tu lado. Fui lejos sin saberlo, jodí a la madre de un narco en un cuento que encima fue premiado y solo quiero que este avión se sumerja en el pacífico, agarrar la mano de la vieja sentada a mi lado, decirle que rece a su dios algo por mí, por mi familia, por mis hijos, luego salir de este asiento y correr a buscarte y pedirte ser agua, solo agua, porque lo merecemos, porque sé que estamos hartos y queremos por igual que la sal sane nuestras magulladuras.

Basta, todo tiene un límite, sola, cansada, aburrida de que me toquen los timbrecitos de que me digan que los audífonos no funcionan, de que me pidan algodones, de los críos llorando, de los pelados vomitando, de los viejos babeando. Hastiada pero clara, porque no soy ninguna opa y sé que el imbécil me mira con ganas de llevarme de nuevo a un hotelucho, esta vez en Santiago, porque me sonríe. Yo no soy estúpida, en esa estúpida cocinita pegada a la cabina se escucha todo, como le dice a su mujer que no hay nadie y le pide perdón y le jura por sus hijos, que solo fue una noche de debilidad la que tuvo y reconoce que pago una puta, así claringo lo escucho una puta en Madrid y fue ella la que manchó la camisa, pero fue un desliz y que el amor que los une es otra cosa, es eterno, es de por vida, es un juramento que perdona el pecado y la arrechura otra cosa un desliz con alguien sin importante y que ella tiene que entender que es hombre y tiene sus debilidades y que una puta es una puta y punto.

Me imagino arrodillada entrando a la cabina, sangrando como la virgen de los aires, llorando y reclamando como pudo referirse a mí de esa manera, donde estaban las palabras de las sábanas, donde estaba yo que a él no le cobré, que a él le di esa cosa que no sabes cómo se define pero haría que te cortes las venas para que no te dejen, que ¡carajo me enamoré! del tipo de imbéciles que le gustaba a mamá, pero no hago nada, respiro, preparo café, pongo colirio en mis ojos y salgo a servir el almuerzo. Al final de cuentas esto duele, arde cien veces más que mi rodilla pegada a la media nylon que los moretones en mi brazo. Pero no señor, yo no soy la cosa de nadie “soy una mula” yo me muevo cuando quiero, yo hago cuando quiero y todo está casi listo en tres años financié el alquiler y ya tengo para la casa. Termino de servir el almuerzo, vuelvo a despertar al del 4 C y le lanzo la bandeja en sus piernas. Entro a la cabina, alegre, sonriente, una diva, invitó café al copiloto, luego al imbécil. Me hago la sonsa, me tropiezo, lanzo las tazas y el café caliente se derrama en el panel de control, pido perdón. Lloró. Aprieto el botón, ese que todos los pilotos saben que nunca se toca. Estamos a siete mil metros, faltan dos horas más de vuelo, me encanta el azul oscuro del pacífico. No me arrepiento y vuelvo a tocar el botón que nadie debe tocar, me gritan y salgo llorando, pidiendo perdón, los veo a los dos con la cara de pelotudos, queriendo llamar a la torre de control, decir algo, hacer algo. Me limpio los ojos, cierro la puerta de la cabina por fuera. Aprieto el otro botón el que hace que caigan las máscaras y veo las caras de la gente asustada que no se acuerda ni mierda de lo que les dije en las instrucciones de despegue. Tienen quince minutos de oxígeno y no lo saben, los que con los nervios se acaban antes.

El avión se sacude y pierdo el hilo cuando terminaba de hilar la opción D de mi encuentro en Chile, caen las máscaras y la vieja del lado grita, el oficinista se enreda con las pitas, el gordo de enfrente transpira y se la pone. Yo busco la canción exacta, nunca pude vivir los momentos claves sin banda sonora, lo reconozco, la delgada línea entre escribir y vivir para mí no existe, todo es una historia que merece ser narrada y nada de lo narrado jamás será una buena historia. No importa, me pongo la máscara, me acuerdo de la frase de Tyler y respiro para sentir que todo se ponga tranquilo  I can't explain you would not understand, This is not how I am. I have become comfortably numb. Pero no pasa nada, solo se me secan las manos, me mareo, mi corazón se acelera. Lo real nunca es como en los cuentos, lo real nunca es como en tus pelis favoritas, esto es un avión no la alfombra que se tragaba a Mark en Trainspotting. No, esta cosa se está sacudiendo y nadie dice nada. Anticipo el final D, Roca esperándome con ganas de partirme la cabeza, irritado por mi ausencia, haciendo la llamada a los tipos de Santa Cruz que luego secuestraran a mi familia y decapitaran a mi mujer (lo menos duro) y a mis hijos el horror más grande.

viernes, marzo 25, 2016

Pesa nervios


I

La espalda duele y comprime el lugar exacto que retuerce la pierna izquierda, la rodilla izquierda, el hormigueo del dedo izquierdo. Músculos, tejidos, y nervios duelen, pero no es el dolor lo que importa, es el saber hacer con el pulso constante del dolor que se duele, respetándolo en silencio. He ahí la ofrenda, el sentido de los ayes, de los atataus, de los uyes que valen ya solo por el verdadero acto de dolerse.
Esto no se trata del hacer con el síntoma que se muestra desde el cuello como piano mal tesado, del ojo que tiembla y no llora, del cráneo que late, de la pierna herida por el nervio en forma de pierna. Ser más allá del dolor que duele sin quejarse de la causa y aceptando el efecto. Viernes de dolores invisibles, de alma desgarrada, ese viernes que te pregunta o que no te dice nada.

II
Hay certezas que provienen del músculo, del hueso, de las uniones pegadas a fuerza de sangre y nervio, verdades físicas que confiesan la envoltura y hacen que el cuerpo hable lo que el otro calla. Es ahí entonces que se revela la sombra del delirio que aún no delira y se entiende que todavía debe dolerse el otro lado del cuerpo para estar cerca acaso de lo que nombraba el poeta.
En el hacerse cargo del cuerpo, cargarlo al hombro como cruz llena de entrañas y fluidos se encuentra el acto de escribir, como una impostura, un hablar desde otro lugar, poniendo la palabra dolida en la palabra como vendaje simbólico a lo real del cuerpo, paliando la espera hasta el día en que las tripas se revuelvan y las vértebras se compriman exprimiendo jugos y fluidos, dejando despojos en un viejo catre, pero junto a la palabra exacta y real, esa que saldrá en el estertor de una mandíbula rígida y una lengua seca. Antes sin embargo, habrá que transitar lo que queda escuchando al que habla, desde aquel lugar que no termina ni empieza en la envoltura, la palabra sin carne, verbo sin cuerpo.
Mientras me sostengo en la escritura, miro la mesa y me pregunto por lo que pasa al medio, en ese espacio que se forma, entre la silla que me sostiene y mi glúteo izquierdo, por la palabra que podría caber, donde presiona, como dedo de torturador e irradia como trueno el dolor del nervio y mi nalga se ríe, mi dedo se ríe. Calla la lengua, cesa la palabra y vuelvo a la cama recordando a Artaud: “Nada de obras, nada de lengua, nada de palabra, nada de espíritu, nada. Nada, sino un bello Pesa Nervios”