lunes, marzo 30, 2009

Esas locuras I


La locura no existe fuera de las formas de la sensibilidad que la aíslan y de las formas de repulsión que la excluyen o la capturan, dice Michel Foucault en Locura y civilización. Contundente mirada que cuestionó —hace casi 50 años— la noción de la locura en la sociedad y que sirve de inicio a la primera parte de este texto, preámbulo, a su vez, de las tres historias de la segunda parte.

Cuando la palabra decide reposar en el lado de la locura, de lo socialmente insano que la mira, que le saca la lengua, vuelven en la memoria las lecturas universitarias de Foucault y aquel planteamiento de que no existe la locura en estado salvaje. El loco, desde esta mirada, “es” en una sociedad que lo alberga, en la palabra de otro que lo define como tal y desde la suma de convenciones sociales, que lo etiquetan, que lo nombran como anormal. Es loco estadísticamente, por tanto, el que se aleja del centro, para la izquierda o la derecha, para bien o mal social.

Estas palabras que se esconden bajo el pretexto de la locura pretenden hablar más allá de la psiquiatría y de aquel imaginario social que activa el pensamiento individual y colectivo —las más de las veces supersticioso— sobre la razón y la locura. En esa medida uno puede aproximarse a la locura como una manera de recoger las formas de la sensibilidad, “las santas y las profanas”, capaces de generar obra en el arte y las letras.

También desde aquella locura aislada en monasterios y hospitales que es también capaz, desde su propio lenguaje, de mover algo, de crear un más allá. Esta segunda es un homenaje a las formas de la repulsión, como diría Foucault, que la excluyen socialmente y que la capturan en instituciones.

Es así, el hecho de lo loco estuvo presente en la sociedad de varias formas, desde las dimensiones mágicas, malignas, estéticas, clínicas y cotidianas. El loco que crea, que lee mentes, que te embriaga con hechizos, el loco que caza dragones, que persigue molinos, en la certeza del beso de una Dulcinea que no llega. Esa locura revelación, manifestación romántica que nos regaló Cervantes con el Quijote y Shakespeare con el acto suicida de un Romeo, nos dejó tanto, abrió tantas puertas.

También está aquella otra locura irreverente que divertía con su hebefrenia a la corte de algún rey y que fue inspiración de otras obras. Ésa que perdió su aura mágica, primero por aquellos santos tribunales de la Edad Media y que luego, a partir del siglo XVII, fue formalmente excluida con la etiqueta de enfermedad, de falencia y que llevó a construir la noción de internamiento.

Probablemente fue en ese momento que la locura dejó de hablar e interpelar públicamente desde las artes, ya que fue callada por métodos, igual de locos, diseñados para arrancarla del cuerpo y del alma. Ahí surgieron el torno, las inmersiones en agua y tortuosas ruedas giratorias para que los demonios de la locura se escapen volando por los aires, mueran ahogados en aguas limpias y griten con las muelas perforadas. Luego las camisas de fuerza físicas y químicas se encargaron de anular y “planchar químicamente” al loco.

La locura entonces decidió vivir un silencio y nació el momento de esconderla, como aquello que socialmente debía ser excluido, pero el silencio impuesto no impidió que siguiera hablando, desde el privilegio que le otorgó siempre la certeza de su delirio, aquella que la llevó a incomodar y seguir incomodando a la verdad social más cuerda.

Aquella locura asociada a brujas y demonios, aquella locura irreverente contra lo socialmente establecido que definía lo normal y lo anormal, se planteaba transgresora. “Y sin embargo se mueve”, diría Galileo antes de ser condenado. Sin embargo, la locura habló y dejó una estela de arte y ciencia a su paso y lo sigue haciendo. Bien refería como ejemplo Foucault al decir que Lady Macbeth comenzó a decir la verdad cuando devino loca, irrisoria, falaz.

En el siglo XIX la locura fue reducida a un fenómeno natural, desde un modelo médico, fuertemente anclado en la ilusoria noción positivista de “la verdad del mundo”, “la verdad de los sentidos”, la que paradójicamente tiene la loca certeza de que el diagnóstico no se equivoca.

El siglo XX, con su devenir de ciencia y camisas de fuerza químicas, no impidió que surgiera, como Foucault llamaba, la gran protesta lírica ante la filantropía despreciadora de la psiquiatría frente al loco. Protesta que se expresó, por ejemplo, en la obra de los poetas dadaístas y surrealistas como Artaud o, más cerca nuestro, en la obra de Arturo Borda.

Es que el internamiento, el hospital, las etiquetas no serán capaces de aniquilar del todo la profundidad y el poder de revelación de la voz de aquel llamado loco. En esa medida, desde Foucault, el lenguaje último de toda locura es la razón, aunque envuelto en la imagen, en la apariencia y en el síntoma que la define. La razón forma, desde esta dimensión, con la apariencia una organización propia.

“…Fuera de la totalidad de las imágenes y de la universalidad del discurso, una organización singular, abusiva, cuya particularidad obstinada constituye la locura. A decir verdad, ésta no se encuentra por completo en la imagen, que por sí misma no es verdadera ni falsa, ni razonable ni loca, tampoco está en el razonamiento que es forma simple, no revelando más que las figuras indudables de la lógica. Y sin embargo, la locura está en la una y en la otra. En una figura particular de su relación” (Michel Foucault).

Ésta es la mirada que funda la ética individual planteada por Foucault, ética que se sostiene más allá de la etiqueta social, la norma estadística, la razón psiquiátrica. En esa medida, cada uno debe ser capaz de llevar su vida y el otro debe ser capaz de respetarla y admirarla.

jueves, marzo 26, 2009

Chaskañawis..

A las chaskañawis de trenzas ausentes, que esconden la pollera fucsia en la forma de un jean a la cadera.

A esas descoloridas en algodón prelavado de la Uyustus, que hacen que tu mirada bambolee y se babee en el hueco de un ombligo con piedrita de fantasía, con joyita made in China.

A aquellas que esconden en "ese palpitar" tan a lo Sandro, de poros canela, furiosas agujas que punzan las miradas las lascivas y babeadas.

Hablo de esas warmis, con valentía embriagada en huesos seductores. De aquellas que te llevan sin rubor a sacarte de un tajo las fibras de la vida y ofrecerselas en un plato de plástico, en un agónico ají de fideos con sentires.

Suelen ser indolentes en la certeza de la miel que inyecta los parpados de una locura cándida y frenética. Suelen ser adictas al "si pero no" "me asusta pero me gusta".

Warmis cobardes, ñustas parodiadas en Yanbal, como hacen temblar el corazón de espuma del que escribe, el agónico paso de la malta en sus venas, cada vez que dicen ""yaaaa", cada vez que muerden un tal vez o con sonrisas de bicarbonato y escupen, cual antidoto blanquea piropos, un..."no maaanches".

lunes, marzo 09, 2009

Persecuciones (be bop)




Persiguiendo a Julio Cortázar, esta crónica refleja los momentos de angustia y emotividad propios de la etapa creativa, o de intento de creación

Johnny no es una víctima, no es un perseguido como lo cree todo el mundo, como yo mismo lo he dado a entender en mi biografía. Ahora sé que no es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que le está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado (Julio Cortázar).

Las palabras saltan libremente en una alfombra llena de manchas, en una sala que acoge a mis libros y discos y, de tiempo en tiempo, a mis amigos poetas. Hoy Charly Parker y Julio Cortázar se mezclan frenéticamente al releer la biografía ficcionada de Bird en El perseguidor. La relectura de la vida de Johnny (Charly Parker) atormentado por sus fantasmas y adicciones lleva a cuestionarse sobre el afán de perseguir y andar jugando a ser lobo, tratando de cazar al arte que emana de uno mismo y de los otros.

Todo perseguidor es cazador y víctima de la violencia y el vacío que él mismo persigue. En esa medida, en el campo de la palabra, la persecución podría verse como una sentencia, una sublimación en la que el teclado reemplaza al cuchillo del carnicero y construye la imagen de un cuerpo seco al cual acaba descuartizando a “palabrazos” o aniquilando con contundentes ráfagas de poemas.

La persecución puede ser caótica y desesperada. Se da, creo yo, como pulsión y forma de nombrar con el arte al vacío al que todo perseguidor se acerca. De ahí que surjan palabras disgregadas y catárticas, en libretas y servilletas de bares como pobres intentos de atrapar lo perseguido.

También aparecerán melodías brillantes, como destellos nocturnos que luego se esfumarán. Al respecto habría que recordar la cantidad de brillantes y opiáceos solos de saxo de Bird que nunca fueron grabados y que se quedaron en eso, en aletazos desesperados en la persecución y nada más.

¿Será acaso el tema del deseo lo que nos mueve, como decía Cortázar en El perseguidor?, deseo que se antepone al placer y la disciplina y acaba necesariamente frustrando, porque exige avanzar, buscar, perseguir. El párrafo redundante y mal labrado, la digresión, el desafine, la falta de armonía, la sincopada suma de palabras o notas que fácil se olvidan, son el riesgo de sólo perseguir por el deseo.

Perseguir, ser perseguido o girar en espiral, qué más da. Lo único que está claro es que somos tanto presas como cazadores, y que en la música como en la literatura ambas posturas hablan. De ahí a que dejen obra es otra historia y va más allá del frenesí de la carrera. Porque perseguir, sólo por el deseo, llevará a publicar antes de tiempo la obra, a fallar en el momento exacto, a cometer el error preciso en el cuento, a poner la nota equivocada en el solo de saxo.

Está claro, la persecución, desde la perspectiva del perseguidor, era una manera de perseguir a un “sí mismo” que había dado pasos adelantados en la búsqueda. Era una forma de hacer uso de un talento irreverente, displicente y poco organizado.

Sin duda, desde esa postura, perseguir no es oficio, es simplemente un castigo a ser purgado por el arte, por la trompeta, por la pluma rasgando de forma sincopada el corazón. Esto permite a la melodía y/o la palabra presionar nuevamente el corazón, lo que da inicio, nuevamente, al llanto de la trompeta, del papel y se vuelve una carrera en círculos, una persecución tautológica que nace ya de por sí de una derrota.

Para ser honesto, a medida que transcurre la escritura y mi relectura de El perseguidor, mi lucidez y entendimiento se agotan; es como si las notas o las palabras crecieran en un cerebro mudo de ritmos y golpearan con dolor punzante los versos o el saxo imaginario que habita en mi memoria y que no sé tocar.

“…un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia (a lo sumo un orgullo de boxeador que se sabe fuerte) de las dimensiones de su obra”…

Tal vez algo de eso debe haber en lanzar y lanzar palabras como ajos, como cebollas a la sartén, esperando que el azar produzca obra. Algo de eso debe haber en creer que los pensamientos tan caóticos, por puro arte de asociación libre, pueden dar al lector un sentido que ni el autor esperaba crear.

Sin duda algo de eso, tercamente mediocre, nos pasa a algunos perseguidores paceños, que con “la persecuta” a cuestas empezamos a creer que es posible construir obra lanzando palabras, como si fueran serpentinas, al aire. Sí, los perseguidores criollos, esos pobres diablos, andamos parafraseando a Cortázar… corriendo como liebres tras un tigre que duerme…

Aún no entiendo por qué perseguir sin método, embriagado de sustancias, obnubilado de ansiedades, en vez de evocar en la paz del escritorio, con la calma y el bisturí preciso en la palabra.

Habrá que haber perseguido compulsivamente para entender que cuando pasa el frenesí y la agresión de melodías y palabras al mundo, volverán en la cabeza cosas menos caóticas, que traerán el cansancio del alma por la persecución. Es ahí cuando se entiende que no se sumará nada persiguiendo la estela del vacío, sin dormir hasta las tres de la tarde. Que no agrega nada a la persecución insistir en la vigilia, releyendo Rayuela con libromancia o jugando tuncuña con la tapa de una botella sobre un caos de versos, que uno de los perseguidores bautizara como cadáver exquisito.

¿Cuál entonces la manera de encontrar y aceptar formas menos agónicas de perseguir? ¿Será que hay que pasar más de una noche en la irreverencia de perseguir la sombra que suele llevar al barranco antes de parar de ser errático y sentarse a construir obra, anclado, sin correr?

Pareciera que no, ya que cuando cesa el caos, surge otra persecución, tal vez más perversa, la de querer encontrar la nota perfecta, la de buscar la melodía que “abroche” el deseo con la esperanza, la angustia con el arte. La persecución del soneto perfecto, del giro verbal en el cuento, sorprendiendo con maniobras literarias nunca vistas.

Esta forma de perseguir puede llevar a algunos a encerrarse compulsivamente, a llenar las paredes de versos, para un poema inconcluso que nunca acaba, o a llenar la cama, el techo y hasta la espalda de la mujer amada de fichas literarias y complejos mapas mentales sobre personajes, aquellos, que en la vigilia, desordenarán las sábanas y obligarán al autor a levantarse para escribir un nuevo párrafo de la novela inconclusa o, peor aún, a dar un giro total a la obra y empezar de cero cuatro veces en un año el mismo capítulo.

¿Es acaso esa persecución la que retrató Cortázar al hablar de la obra inconclusa de Johnny de Amorous?

…”la salvaje caída final, esa nota sorda y breve que me ha parecido un corazón que se rompe, un cuchillo entrando en un pan. Pero en cambio, a Johnny se le escaparía lo que para nosotros es terriblemente hermoso, la ansiedad que busca salida en esa improvisación llena de huidas en todas direcciones, de interrogación, de manoteo desesperado. Johnny no puede comprender (porque lo que para él es fracaso a nosotros nos parece un camino, por lo menos la señal de un camino) que Amorous va a quedar como uno de los momentos más grandes del jazz”

Sí, algo de eso pasa cuando la persecución improvisada cansa y el talento quiere toparse con esa mala palabra llamada obra perfecta. Perseguir, esa pulsión que lleva a buscar sin reflexionar en busca de quién sabe qué, escapando de quién sabe quién…

Sí, este texto era un pretexto para decir que hace tres días vi a Forrest Whitaker interpretando magistralmente a Charlie Parker en la película Bird y simplemente me dieron ganas de leer nuevamente El Perseguidor, casualmente a los 25 años de la muerte de Cortázar y en mitad de la lectura recordé a mi hija preguntándome: “¿Papi, por qué la luna nos persigue?”.

viernes, marzo 06, 2009

Años de Mordaza



Hace tiempo que no me escuece el ojo derecho debido a una extrema dósis de juventud femenina desbordada en sonrisas muerde pupila.

Hace tiempo que esta piel no quiere escaparse a abrigar los poros de la última vertebra lumbar de una mujer que brota vida.

Hace tiempo que no sentia este tipo de saudades y añoranzas tan extrañas, esas que produce el flirtreo de ojos y manos dibujando estelas de angustia, desesperados besos que nacen muertos. Hay nostalgias, sin duda, esas de lo no vivido como diría Monsieur Madrid (Sabina).

Esta bien, ya entendí flaca volviste reencarnada en una piel tan canela, volviste y me remueves otra vez esas palabras secas, esas cursilerías dulzonas, esos tonos de voz juguetones, esos mensajes de texto timidos y anónimos, patetico dirás, empecinado avejentamiento que te mira, con catalejo desde una esquina 15 años más allá, diré.

Hay estos rubores, hay estos viejos temblores, serenos, todavía vivos, entre tanta mirada con saberes y ayes...

Hay estas cadencias y coqueteos, está cancioncita y tu risa de eco explotando en el teléfono a las 9 de la noche...

Con diez años de menos
(Silvio Rodríguez)

Si fuera diez años más joven, qué feliz
y qué descamisado el tono de decir:
cada palabra desatando un temporal
y enloqueciendo la etiqueta ocasional.

Los años son, pues, mi mordaza, oh mujer;
sé demasiado, me convierto en mi saber.
Quisiera haberte conocido años atrás
para sacar chispas del agua que me das,
para empuñar la alevosía y el candor
y saber olvidar mejor.

Esta mujer propone que salte y me estrelle
contra un muro de piedras que alza en el cielo.
Y como combustible me llena de anhelos,
de besos sin promesa y sentencias sin leyes.

Esta mujer propone un pacto que selle
la tierra con el viento, la luz con la sombra.
Invoca los misterios del tiempo y me nombra.
Esta mujer propone que salte y me estrelle.

Sólo para verle,
sólo para amarle,
sólo para serle,
sólo y no olvidarle.

Con diez años de menos, no habría esperado
por sus proposiciones y hubiera corrido
como una fiera al lecho en que nos conocimos,
impúdico y sangriento, divino y alado.

Con diez años de menos, habría blasfemado
con savia de su cuerpo quemaría los templos
para que los cobardes tomaran ejemplo.
Con diez años de menos, hubiera matado.

Sólo para verle,
sólo para amarle,
sólo para serle,
sólo y no olvidarle.


(1978)

martes, marzo 03, 2009

Del Choqueyapu al Sena II

Atardecer gris con burbujas ácidas en la panza

Mujer de viento..


Acá me tienes nuevamente, por lo visto fallé en mis cálculos tu carta llegó antes, que arrogancia la mía en pretender predecir todo y asumir el control del tiempo ajeno. Que poder tengo yo al fin de cuentas sobre las ganas de llevar el paquete del cartero, la paciencia con que el amigo de la post en Paris clasificó las cartas de países para él tan remotos como Ruanda, Bolivia, Guatemala. Sea como sea, algo habrá influido en la reducción de los días, que hoy el país suena más en el mapa, más aún cuando nuestro presidente estuvo hace poco en Paris probando esos curiosos autitos a pilas que funcionarán con pilas de litio que los franceses fabricarán a partir del 2010 y que Evo insiste que se deben hacerse en La Ceja del Alto para reemplazar a los Transformes por orgullosos “Deserticons” Galos.

Perdón me vino una nostalgia de mi adolescencia y recordé esos dibujos animados tan divertidos de autos todopoderosos que se convertían en terribles monstruos. La verdad por estos días me están dando unas ganas de convertirme en algo así como un monstruo de esos que se comen a la mierda que va chorreando de mis orejas y mis pies mientras camino. En fin, son rollos míos no les hagas mucho caso.

Mi carta tardó menos, al igual que tu respuesta y en sólo 16 días estoy disfrutando de retorno tus palabras. Me gusta el papel en el que escribes, me recuerda a esas hojas añejas con aroma a borra de vino que solía guardar en una botella de Pinot Noir, cuando creía en esos juegos del destino y en que el vidrio esmeralda de una botella tenia cierta clase de poder mágico para que las palabras deseadas se conviertan en lo esperado. Ya ves con los años uno deja de lado las miradas tan naif y acepta la realidad con sus luces y sombras, sus demonios y querubines y aprende a pasar por la vida aceptando la relatividad de un mundo gris, al final así es más fácil, duele menos creo yo.

Me causó tanta gracia leer tu respuesta ante mi lapsus con la Molly y la Penélope, no sé algo de mi estaría pensando en mujeres griegas o en esa necesidad de añorar a quien te espera inmóvil “al lado de algún camino” en alguna estación para que luego te diga ¿quién eres tú? En todo caso se que entendiste el mensaje, ya ambos no creemos en la dispersión romántica de las mujeres que lanzan piedritas al río pidiendo regalos o de los hombres que van corriendo persiguiendo flechas trepando al mirador de Montmatre en busca de una adolescente de 30 años como Amelie.

Al leerte reconozco la grandeza de una mujer que se resiste a lanzar sentires a una ciudad que no la ha olvidado, una ciudad que está reencontrándola. Si, leerte es caminar por las palabras de una mujer grande como tu dirías, no me refiero a lo cronológico, sino a la grandeza que da la vivencia y las marcas que con gusto uno lleva en la piel y en el alma.

Sin duda es increíble como los hijos nos cambian, en ambos los recuerdos de nuestra vida adulta necesariamente tienen el color de la risa de los hijos y es inevitable no asociar lugares maravillosos con los hijos, con las wawas, con su risa, su sorpresa, primero por el tacto, luego por la mirada y probablemente la más hermosa cuando ponen su palabra a lo que les asombra, a lo que no entienden.

Avísame si en tu camino por esas estaciones del Metro encuentras algún Clochard boliviano tocando charango, sin duda te moverá algún sentimiento de patria diferente el escuchar ciertos ritmos fuera del país. Cuéntame después más de tu calle de tu boulangerie ¿las vecinas francesas gritan igual de balcón a balcón sus penas e histerias como las españolas? Háblame también de Xana ese nombre me suena a bálsamo, no podría explicarte por que.

Hoy luego de leerme seguro caminarás, volverás a descubrir riendo ese Paris al que dejaste, con la diferencia que tus gestos ahora se cubrirán de palabras.

No des tanta vuelta, no deberías en todo caso girar tanto en las razones de nuestros trajines, de nuestras caminatas por calles que nos pertenecen o que nos robaron lo que fuimos, simplemente estas caminando, acá con el Illimani, allá con el falo aquel de fierros, estamos y los iconos se están, quedarán más allá de nuestra ausencia, pero eso sin embargo es otra cosa.

Sabía que te negarías a escupir al Senna si al final respiraste de sus aguas tanto tiempo que sería descortés devolverles una saliva apaceñizada, primero bebe de él un tiempo, respira la ciudad un poco más y tal vez podrás regalarle un beso. Lo que sí, debo agradecerte por las piedras a la memoria de la Maga, espero que no hayas jugado a ver cuantos saltitos daban como hacía Amelie.

Cuéntame también como encontraste la tumba de Cortazar, me dan ganas de decir Julio pero sonaría irreverente para alguien que sólo conoce sus letras y más de una vez jugó a copiarlas y de paso mal. Espero que el poemita permanezca un rato en su lapida, ahí escoltado por esos árboles (¿cipreses tal vez?) tan grandes.

Amiga del alma, como ves esta respuesta tiene más de replica que de confesión, que de revelación de mis días, por ahora poco contaré de este presente en el que estoy aprendiendo a desenredar madejas del pasado, volví al psicoanálisis, el diván ayuda aunque pincha también los sueños. Pero que absurdo yo hablándote de psicoanálisis y tu dejando a tu inconsciente fluir en las calles por las que Lacán gozó (psicoanalíticamente hablando claro), que privilegio el de tus días.

Tu retorno, mi estadía, tu devenir, mi estar, son al final miradas diferentes, aproximaciones distintas a este instante tan absurdo de estar vivo. ¿Te pusiste a pensar en si Sartre tendría dolor de cabeza o gastritis el momento que en una banca de Paris se le ocurrió eso de la náusea, de que somos arrojados a la existencia sin pedirlo? No sé, tarea para otras cartas para otras caminatas.

Al final como dices hay que ser agradecido con la vida que hemos transcurrido con tanta dicha y tanta pena que nos jodieron pero también nos hicieron felices. Fiel a mi obsesión debo confesarte que ya viví más de 13,000 días y puedo rescatar a estas alturas por lo menos 50 felices, creo que es bastante premio en todo caso ¿no lo crees? Como siempre dije con 15 años más estoy tranquilo, el resto para serte honesto ya será yapa.

Seguro a estas alturas se te enfrío el café o lo más seguro tuviste tres distracciones placenteras con algún franchute caminando por la calle. Sabrás disculpar mi existencialismo y fatalismo, pero hoy por hoy al igual que tu tengo más ganas de reencontrarme a mi mismo y de disfrutar la risa de mi hija que de pensar en creer nuevamente que puedo pasar días enteros en las mismas sábanas con la misma mujer, de forma deliberadamente sucia, con cerveza deliberadamente fría como diría Cortazar.

Por favor aprovecha para escribir para darle vida a esa obra que hace tanto grita en tu interior. El invierno de Paris creo que te será propicio.

De momento recibe besos con tinta de versos

Me despido mirando las montañas paceñas y esperando tu respuesta por "la poste"

Yo

PD: Mándame el primer párrafo de aquel texto inexistente.

lunes, marzo 02, 2009

Del Sena al Choqueyapu I


Paris sin tiempo

Amigo del alma,

Nada más bueno que recibir una carta tuya por la Poste. Debo ante todo disculparme y decirte lo apenada que me siento por haberte dado café de sobre con fecha vencida (qué desprolija!) y recordarte que no es la Penélope, sino la Molly. En todo caso la espera no me aniquila, porque el encuentro es siempre o casi siempre más apasionado, que doloroso y el si es siempre si, aun diciendo no.

La primera vez que llegué a esta ciudad quise ver la Torre y así fue. Después de un cansador y largo viaje cargada de mis wawitas, nos dormimos todo el día y fuimos a verla en la noche. En el camino nuestro recibimiento fue un grupo de música boliviana que tocaba en el metro, creo que en Chatelet, una de las estaciones más grandes, más extrañas y por lo mismo más luminosa. Después, ver la Torre iluminada fue para mí aprender a llorar por dentro, no sé explicarte por qué un montón de fierros despertaron en mí una sensación que nunca antes había vivido. Era noviembre, el mes más feo del año en París.

Ahora, no busqué la Torre, he buscado mi calle, mi boulangerie, a mis queridas vecinas del departamento del frente, a mis vecinos árabes de la esquina, a mis amigos y Xana, la tienda de las liquidaciones eternas en Foubourg du Temple. Esta semana estaré con el primer francés que conocí cuando llegué, con el que nos comunicábamos con gestos, porque yo apenas sabía decir dos palabras en francés. Él, como tú sabes, se convirtió en otro amigo del alma, que en el momento preciso me devolvía la carcajada con charlas, vinos, quesos y con un eterno: “tout se passera bien”, para eso yo ya conocía algo más de su idioma.

No puedo decirte muy claramente lo que significa estar otra vez trajinando estas calles, pero sin duda estoy repasando una parte dura y a la vez intensamente maravillosa de mi vida. Ya pasé por el Canal Saint Martin y por la Senne, no creo poder escupir a ninguna de esas aguas amigo, pero prometo que al pasar otra vez, lanzaré varias piedras en tu nombre a la Memoria de la Maga y por supuesto que le dejaré a Cortázar lo que me pides. No sé de dónde sacas eso de que cómo osas una ofrenda al escritor, que no te conoció, acaso eso importa? Tú si lo conociste y eso basta, creo. Además no dices el Julio, dices Cortázar…

Ya visité la Halte Garderie, la Maternelle y l’École de mis hijos, ya habrá tiempo para contarte todo lo que reencontré en esos lugares, por ahora solo puedo decirte que volví a ver a mis wawas correteando por esos pequeños patios de escuelas de gran ciudad.

Este retorno sólo me enseña que la vida es una eterna despedida, todo el tiempo nos estamos despidiendo y en esa medida, seguramente, nos renovamos, pasamos a otra cosa y cargamos cada vez la mochila más pesada con todo lo que vamos recogiendo en el camino.
Creo que una parte de mi se ha quedado hace tiempo en esta ciudad a la que tanto amé y a la que vuelvo a amar de otra manera, (como todo amor, conflictivo, difícil, dudoso, impredecible, pero honesto, hace tiempo que no creemos o más bien no aspiramos a los mentirosos amores rosa) eso sentí en Montmartre y no sé si tengo la habilidad que dices, que es un arte y que yo la sé hacer, pero supongo que esa conjugación de pupilas con cabellos me permiten mirar al viento el tiempo como la hermosa Sacre Coeur mira pasar y recibe a cada trajinante de esta ciudad, que desde arriba se ve, lo que sólo se puede ver desde la altura como La Paz. Una ciudad que se repite todo el tiempo: el ojo de agua, san Pedro, la alemana, el roba pulsera, es como que nada cambia, a pesar de que todo pasa.

¿A alguien habrá que agradecerle tanta dicha y tanta pena? Por ahora te agradezco a vos que me permitas desempolvar esta historia. Sólo me queda decirte por ahora como dice mi pana: “palante como el elefante” y mucho éxito en el reordenamiento de tus discos, que me conmueven más que tus paredes partidas y que sus carísimos cuadros, que mal que mal no están tan mal, según mi humilde gusto por la pintura y los colores.

Besos y abrazos,

Moi>

P.D. Mis textos todavía no existen.