martes, agosto 18, 2015


Texto del Escritor paceño Luis Carlos Sanabria sobre El Acto de Agua, publicado en el suplemento Letra Siete del periódico Página Siete el sabado 11 de julio de 2015

La caricia más fría
Luis Carlos Sanabria

            Algunas veces los ríos –así como el amor–, pueden ser engañosos. Aún más: pueden ser perversos. Sus superficies se extienden a sus anchas en un recorrido que parece lleno de paz y que puede tomar por sorpresa al nadador incauto, pues la corriente interna en las entrañas del agua corre con furia y con violencia, arrasa y arrastra, enturbia la claridad de la superficie calma.
            Empiezo esta pequeña reseña de El acto de agua de Paul Tellería apelando a esta imagen, pues hallo en ella la metáfora perfecta para la aproximación a esta colección de cuentos. El agua, que simula transparencia, a la vez puede estar cargada de turbulenta violencia. De la misma forma, los cuentos que componen este denso libro pueden parecer una transparente denuncia de una realidad incomodísima –la violencia de género– y a la vez están cargados de una visceralidad y violencia intensas, que incomodan, pero, sobre todo, matizan y cargan de ambigüedad una idea tan “de bien y mal” como es este tipo específico de abuso.

El bueno, el malo y el ambiguo

            Para el último número de la revista de literatura 88 grados –si no la ha leído, ahora es su oportunidad–, escribí un texto en el que reflexionaba justamente sobre la violencia –y la de género– en la literatura boliviana. El texto señala, básicamente, dos formas en las que la literatura boliviana se acerca a esta temática: con una denuncia directa y militante desde la ficción y, por otro lado, usando la violencia como una estética cruda e incómoda. Es menester aclarar que ahora solo mencionaré estas vetas específicas sin hacer ningún tipo de reflexiones, simplemente porque estas no vienen al caso. Empero, si es de su interés, puede remitirse al texto mencionado.

            En el primer caso, hablando de violencia de género, el ejemplo más llamativo es la antología de cuentos ¡Basta!, proyecto dirigido por la escritora cochabambina Gaby Vallejo. Ella, conocida por su militancia de denuncia desde la novela Hijo de opa, recoge en ¡Basta!, cuentos de varias escritoras que giran alrededor de la violencia contra la mujer, manifiesto en un reclamo que pide solo una cosa: que el hombre deje de cometer abusos físicos y psicológicos en el hogar y en la sociedad. Este tipo de denuncia es directo, la construcción ficcional pretende hacer el reflejo perfecto de realidades incómodas.

            El segundo caso es el de la violencia como una estética definida. En la literatura boliviana podemos intentar un árbol genealógico que nos llevará al grotesco social como gesto primigenio, y en el que los escenarios son, en su mayoría, marginales y violentos. Heredero de ese grotesco, tomamos como paradigma de este caso al escritor contemporáneo Wilmer Urrelo, quien hasta ahora nos ha presentado una serie de novelas importantes en las que la violencia es casi un personaje más: los mundos se construyen desde este código. En el caso de violencia de género, el ejemplo más pertinente se encuentra en la novela Hablar con los perros, en la que uno de los hilos narrativos tiene como personajes a una banda de secuestradores que andan al acecho de señoritas para raptarlas y enviarlas al Perú: una banda de trata y tráfico. Empero, en este caso no estamos frente a un intento de denuncia social de esta realidad, por lo menos no es uno que lo haga de forma directa. En este caso preciso, la violencia no es otra cosa que un recurso estético, la construcción específica de un mundo.

            El caso de El acto del agua, de Telleria, puede instaurar una nueva categoría justo al medio de estas dos identificadas. Hay, de hecho, una intención de denuncia. El cuento más extenso del libro intenta dar cuenta de una investigación encargada a Moreira, el periodista personaje de un par de relatos, que debe escarbar alrededor del primer feminicidio –reconocido como tal– en la ciudad de La Paz, ejercicio en el que hay una clara intención de mostrar una radiografía que denuncie la violencia y el machismo cultural. Sin embargo –en este cuento como ejemplo y en cierta medida en todos los del libro–, el personaje no se rinde ante un maniqueísmo. Al final de cuentas se sabe varón, y al final de todo está consciente de que él mismo ha sido parte del círculo vicioso de la violencia. Ve, sin impedirlo, a su hijo continuar con ese legado primitivo del macho sobre la hembra.

            Esta ambigüedad requiere utilizar elementos del grotesco, usar violencia para presentar a las mujeres que protagonizan estos relatos –en su mayoría actos de venganza– de mujeres expuestas al abuso, y sin embargo, no por ello victimizadas o indefensas. No por ello “pobrecitas mártires”. Nos topamos con mujeres que se mueven dentro su propia maldad, su propia violencia, su incómodamente refrescante ambigüedad.

Sí, hay una estética violenta, y hay un claro intento de denuncia, pero es complicado tratar de clasificar al Acto de agua dentro de estas dos categorías. Y ese es su gran mérito.    Se nutre de una realidad incómoda que queda expuesta, pero no se limita al maniqueísmo peligroso cuando lo que se quiere es hacer denuncia. El libro de Tellería funciona bien como una bisagra, como un puente, entre la denuncia, la estética y la ambigüedad.

La caricia más fría

            El príncipe Hamlet atraviesa sus crisis personales, muchas que bordean en la locura, y estas se reflejan en su relación con Ofelia, la joven novia del príncipe. Al final, entre fantasmas y delirios, la violencia se apodera de esta tragedia de Shakespeare, y tras alusiones a abusos sexuales, violencia psicológica y locura, lo último que sabemos de Ofelia es que, trepada a un árbol cae al río, el agua jalonea sus vestidos y la acaba ahogando.

            El acto de agua hace, sin duda, referencia a este personaje clásico de la literatura. Pero las Ofelias que componen el libro se niegan a caer al río. Se fingen suicidas, coquetean con el cauce, simplemente con el fin de darle una coreografía a su venganza. Con el fin de que el beso final esté bien dado, y de que la última caricia sea la más fría. Estás Ofelias tienen la oportunidad de una redención que no las expiará de la violencia, pero las empoderará al punto de poder decidir el final de sus vidas y las de sus agresores. Porque ahora Ofelia se reescribe en otras.
 El acto de agua podría sintetizarse en los versos de Jessica Freudenthal que dicen:

Él se levanta, se viste,
hace pasar a la doncella
que doncella de su pieza
no saldrá jamás.

¿Crees Ofelia que esta vez
salga viva la doncella?