sábado, octubre 18, 2014

Del Hombre Simple a la mujer de Algodón y Nicotina



El hombre simple vuelve a escribir, acaba de perder el texto a Blanca Wiethüchter, porque su dedo torpe ya no sabe ser tacto, ni sobre un panel de computador. Pulsó el lado derecho del panel y borró las palabras, como se borra el amor, la espera, la vigilia, el homenaje.

El hombre simple está molesto y vuelve a escribir, hecho un amasijo de palabras atadas en la palabra,  y recuerda que un texto nace y otro muere en cuestión de un instante ya sea por el suicido o porque se desvanece, fruto de un accidente táctil y ya.

El hombre simple sabe que lo que se dice muere en el viento y escribir es el acto de vaciar la palabra habitada de palabras. Recuerda al poeta que le produjo pesadillas a los diez años e hizo que se escondiera en el ropero con una libreta, firme en la decisión de ser él también poeta. Evoca la voz del narrador que le partió el hígado en la adolescencia y le llevó a concluir que quería escribir muriendo o morir escribiendo.

El hombre simple hace una pausa, en la simpleza de su palabra, para saber que el homenaje a la mujer simple debe ser escribir, escribir y escribir. Ella, Blanca, al igual que “Roberto” escribió hasta que le reventó el hígado. Fumando, tejiendo, hilando, encontró su voz lejos de la voz del poeta relojero y a la vez construyó su obra en el colchón verbal del maestro.

Ella simple, desde la lejanía de Ithaca, ha llegado y sigue aun esperando la llegada, para buscar “el orbe de sus sentimientos” como diría Cé Mendizabal, tejiendo y destejiendo cual Penélope, que espera “en el poético sentido del verbo”.

El hombre simple se acongoja de tanta lucidez en el desasosiego y sabe que la simpleza en la escritura, el decir más con menos, llega con el tiempo con cientos de horas de tejer palabra sobre palabra, hilar verso sobre verso, sin gritar mucho, sino hablando el grito desde el silencio.

Hoy el hombre simple imagina a Blanca, como una bolita de algodón perfumada, y recuerda algún recuerdo que habita el olvido de una memoria que no olvida. Sabe que la voz de la mujer que ha escrito, ha empezado a palpitar todo lo dicho, al arribar a Ithaca y entender, sin Ulises, que no se busca, sino se calla para encontrar escribiendo.

El hombre simple, agradece por la obra que dejo Blanca y se permite una cita “…y si algo se admira más en un libro admirable de suyo, es el descubrimiento de que el motivo del extravío de Ulises, es también efecto del destejer de noche lo que se teje en el día” (Cé Mendizábal, extracto comentario Ithaca de Blanca  Wiethüchter, Plural 2004) y luego  vuelve en la memoria al territorio que hábito su tacto torpe y conmemora el olvido de Penélope desde el recuerdo que aún no ha dejado de ser pulso, escuchando, celebrando el susurro del viento en el tejido poético de Blanca.

I (Territorial)

“ Fluyes por tu boca, sin hablar ávida de nombres,
Recorro mi cuerpo, mi esplendor, mi angustia
Intermitente, como la marea, vas y vienes despacio y sensible
Girando en el aíre, tu cuerpo en el aire que gira
Este andar entre palabras, entre tinta y papel blanco, simple relámpago entre lo porvenir y pasado
Esta por fía en el papel,es decir de una vez las cosas dos veces

II (Desasosiego)

Sería después de conocer el mar que la niña que fui cogió una piedra del agua,
Esa piedra desconocida y verbal me poseyó como un sol cautivo,
con un fulgor de país largamente buscado.

Esa piedra como un carbón por lo negro
Como un carbón por lo quemante
Como un carbón por la ceniza

Esa piedra tosca arde en la memoria
se hizo fuego al tacto y fue sin saberlo
un resplandor lejano del cristal de la muerte
el don de la vida el árbol del camino

 ¿Existe acaso el fuego para mí? pregunté entonces,
miré alrededor un silencio mudo
buscándome observando con ojos de viva luz
 y me dio miedo porque soy mujer creo,
porque no sabía quién era yo ni quién sería
 ni sabía reír ni sabía decir, ni cansarme
 solo percibir el rigor de la llama,

Anunciando el desierto esperé una señal, un signo, un sueño
Un cometa para echar a andar me dije
sin quitar el ojo a la locura
Era el fuego esa piedra entre mis manos
 y era alumbrar con un relámpago un abismo
 y era bajar y forjar y subir,
tan sólo para poder morir junto al fulgor de esa luz en cautiverio.

III Primer día (Fragmento)

Hoy, Penélope me estoy en tu nombre

Anoche, más anhelante que dichosa, soñé con Ulises regresando a la isla.
Y, tú lo sabes,
No hay sueño que no tenga destinos y deseos desatados.

Muy temprano por la mañana subí a la torre más alta para convocar a todos limpiar la patria de Ulises de toda huella de melancolía.

Yo misma dejé colgados mis hábitos en la percha del ensueño.
Entonando una antigua canción, sin tardanza me puse a trabajar, pues, no lo dudes, yo no rehúyo las labores que demanda una casa íntima y perfumada.


Empecé naturalmente, por el dormitorio,
Busqué en el armario
--En el que guardo reliquias amorosas, cartas, joyas y otras cosas---
Edredones de finísima pluma y sábanas blancas de la antigua Holanda


Blanca Wiethüchter (La Paz, 1947 – Cochabamba, 16 de octubre de 2004)

jueves, septiembre 25, 2014

Onicofágica


 Ella es onicofágica, suena a canibal, sin embargo es algo más simple, es sólo una etiqueta de esas de origen griego que les gusta usar a los psiquiatras. La relación con sus uñas es íntimo acto de amor e ira. En esa medida, odia y teme a los corta uñas, pero ama sus labios y dientes. Descarga en sus uñas el amor no dicho, la bronca acumulada, el miedo a otras manos, tocando sus manos.

Está consciente y no le importa, de su imposibilidad de abrir una lata de Mentisan con el dedo índice, de usar el pulgar para raspar una tarjeta telefónica, de rascarse la cabeza o la espalda con eficiencia, o lo menos inquietante, sacar dulces arpegios a una guitarra. Ha renunciado voluntariamente a esos placeres, por un bien mayor, la calma que llega en sus pensamientos, luego de la batalla de morder y besar. Tampoco tiene mucho interés, en la estética, porque la mano entera pesa más que esa pequeña e insulsa porción al final de cada dedo. "Si fuera insecto amaría sus antenas" se dice parafraseando a Matilde Casazola. No es que esté incómoda con ella misma, es más adora sus labios, sus ojos, sus cejas,sus tatuajes, sus dientes roedores (color marfil nicotina).

Volviendo a las manos, se concentra fundamentalmente en las venas que dan vida a cada dedo, aquellas que son fetiche de tantos pulcros amantes del corta uñas. Como buena onicofágica ama la sensación en el labio inferior de su boca, acariciando la parte anterior de sus dedos, besando sus huellas digitales. Siente éxtasis en el acto de morder con deseo cada uña y luego encender un porro y reír de cómo sus dedos tienen pequeñas cabezas de enanos o parecen colillas aplastadas.

El encuentro con sus uñas es íntimo, primero las mira, luego les habla. Comienza con cuidado, por el meñique, dejando el pulgar para el final. Otras veces juega al azar, tiene diez amantes y todas esperan con ansias el encuentro con sus dientes. En algunas ocasiones se concentra en una sola, en ella descarga lo más íntimo, el dolor, el miedo, la pena y le cuenta lo que no entiende, tratando de explicar lo que no sabe.

Añora la deliciosa fase oral en la que se hacía bolita en la cama y se chupaba el meñique antes de dormir, pero dado que esos tiempos están lejos, no le queda otra que canibalizar miedos, impotencia y ansiedad en podar sus uñas. Sin embargo, al final ellas siempre crecen; rebeldes, y desafiantes crecen y el acto obsesión-compulsión es un romance eterno.

Para ser honestos, cosa que nunca ha confesado a sus dedos, odia las uñas de sus manos, más que a las de sus pies. No soporta la posibilidad que puedan llenarse de la mugre que va recogiendo por la vida, por eso se anticipa y las libra de tanta bacteria, sacrificando sus papilas.

A ella le tiene sin cuidado la opinión de la manicurista, del vecino banquero que usa esmalte; se ama así, con ese apodo psiquiátrico que suena más a ornitorrinco que a otra cosa, a ella la gusta "onicosexual". Prefiere mil veces, las yemas de sus dedos libres de uñas, con ellas golpea con más firmeza el teclado, sin el riesgo de rasgar las letras y acaricia con áspera suavidad otras bocas sin uñas.

Ama sus dedos, tal cual son, o como diría su psicoanalista, acepta la duda neurótica que la tiene muy anclada a la realidad; quien sabe, quizás sería más interesante volar por el cielo siendo uña de otras manos, pero eso no existe, solo está la duda que le repite a diario "ser o no morder”. En esa medida ella es capaz de ser una con la uña, tanto para morderla, lamerla, besarla, arrancarla suave, torpemente, de cuajo como uno debe despojarse de las memorias que acumulan.

Cuando termina de escribir estas líneas, pone un pijama de cinta 3M a cada uña, saca la cabeza por la ventana, respira el aire de la ciudad, enciende un cigarro y escupe al mundo los restos podados de su ser, para ser "parte del aire...". Entonces, en la brisa nocturna, siente alivio, aceptando que su neurosis ha sido, en la medida que su compulsión ha amado....

viernes, septiembre 19, 2014

Pimpollo


El hombre que odia a las mujeres ama a los perros. Camina todas las mañanas por el mismo sendero con su pequeño schnauzer de nombre “Pimpollo” a quien le da lecciones de supervivencia canina. Ayer en su ruta habitual por la zona de San Jorge, se encontró con una mujer de alrededor de treinta años. Tenía cabello largo y ojos negros como los de “Pimpollo”.  El hombre la miró de pies a cabeza y luego la imaginó en una pelea de colchón, luego se puso de lado, para esconder lo que despertaba debajo el buzo. Ella lo miró con dulzura, al igual que la pequeña bulldog con chompa rosa que llevaba de paseo y luego se dio la siguiente charla:

--¿ Es macho?

-- Si

-- Entonces no hay problema, ella es mansa no le hará nada.

Pimpollo, se acercó a la bulldog y esta se puso agresiva e intento morderle el cuello. La mujer se disculpó y él la miró de pies a cabeza con ganas de besarla y escupirla. Ella sonrió y pensó  "un hombre que pasea un schnauzer es noble y tierno, lo escuche en Animal Planet, podría ser algo más".

El hombre, antes de despedirse, la vio partir, sacó el celular y tomó una foto al trasero de la mujer y antes de que ella marchara le gritó:

 --- !Podríamos salir una noche a pasear juntos, para que se lleven bien y no se muerdan!

 --- Me parece buena idea, crucemos los Trilizos charlando ¿Qué te parece? Respondió

--- ¿El domingo a las siete, replicó él? “Es buena hora, mamá estará en la misa” piensa.

El hombre que odia a las mujeres, disfruta mucho la vista del Illimani desde los Puentes Trilizos y se encuentra ilusionado por la cita que tendrá al día siguiente. Se alegra al admirar los progresos de la ciudad, los nuevos buses, los edificios, sin embargo odia las cabinas amarillas del teleférico desde donde ahora todos lo espían "tengo que cambiar de ruta piensa".

 Luego rumbo a casa le dice firmemente a “Pimpollo”, todas son así, te ganan la confianza y luego te muerden ¿Viste lo que pasó con esa perra de rosado?, la madre debe ser igual ¿Entiendes ahora porque ella ya no nos acompaña? antes de que me muerda preferí poner orden yo.

No te preocupes, yo estaré acá a tu lado siempre y recuerda: Mujeres o hembras son igual, tarde o temprano te atacan, por eso es mejor evitarlas y si no hay otra bueno ya sabes lo que hay que hacer.

El hombre que odia a las mujeres no entiende, su obtusa visión no le permite tener claro que la violencia entre animales es instintiva, es un mecanismo de defensa, ya que no pueden usar la palabra para transformar la necesidad en deseo. Es incapaz de establecer la diferencia entre el sujeto que agrede y la víctima que también es sujeto y no objeto. En esa medida, cosifica y desvaloriza al otro, llevándolo al límite para que surja el instinto, eso le causa placer. Para lograrlo sabe que primero hay que usar la miel y someter, antes de sacar lo peor de la otra persona. Aprendió sus trucos de los mejores: El abuelo y su padre, grandes domadores de perros policías. En el fondo es víctima de su historia y no tiene conciencia de sus actos, diría un defensor de oficio si quisiera salvarlo en un juicio.  Víctima de quién sabe qué, un victimario consciente de lo que busca y lo que genera, en último caso un prisionero del goce que lo tiene esclavizado. Sabe usar la palabra y, desde la perversión, la hace efectiva, antes de ser solo instinto y repetirse en el ataque.

Es un psicopata y es una mentira aquello que dicen los libros, él llora con lágrimas bien saladas cuando su Pimpollo está estreñido o las garrapatas le muerden las orejas. También cuando mamá tiene fiebre y no puede ver la novela. Ama más que a nadie a su pequeño schnauzer y es un buen amo. Lo ha educado bien “papá estaría contento” piensa. Habla en voz alta con “Pimpollo” y le recuerda “las hembras te ganan la confianza y tarde o temprano te muerden, debes cuidarte de ellas y recuerda, la única que no muerde es mamá”

Cuando no está en casa, le gusta conocer chicas que pasean perros, por lo habitual temprano en la mañana y al atardecer.  A la tercera ronda, cuando la amistad canina es fuerte, las lleva a su casa, las presenta a mamá, para que pase lo de siempre. Ella les revisa el paladar, les mira la cola y tose con desprecio cuando la mujer no vale la pena, lo cual ocurre siempre.

Entonces, basta una mirada de mamá y él sabe lo que debe hacer, llevarlas lejos de casa, atarlas primero con correas verbales, luego plásticas. Después someterlas, ofenderlas, ponerlas en cuatro y lograr que tarde o temprano ocurra lo obvio: “se defiendan y lo muerdan", momento en el que actúa y las libera del instinto, luego "Pimpollo” les lamerá las heridas y lo acompañará mientras, las arrastra al coche y las pone en la maletera, para luego pasadas las dos de la madrugada, lanzarlas al río desde el Puente Libertador.

El hombre que odiaba a las mujeres se llamaba Carlos; el miércoles lo encontraron, luego de tres días, en un barranco de Llojeta, podrido y mordido por perros carroñeros, nunca se supo cómo acabó ahí. Mamá fue a la morgue, cuando reconoció en las noticias, aquel tatuaje de un pitbull, que siempre detestó, en el hombro izquierdo de su hijo.

 Al llegar a casa, mamá  lloró (muy poco) y después, de una patada, mandó al patio a “Pimpollo”. Mamá volvió a odiar a los perros y, se siente liberada. Antes de irse a dormir, palpa la cicatriz, en forma de S en su rostro y se acuerda del Pastor Alemán que a un solo grito atacaba mordiendo en la cara y vuelve a sentir, en la boca, la textura a caucho de la oreja de su marido.

Mamá se siente liberada, tenía miedo a su hijo, lloró mucho en la morgue (eso es lo que hace toda madre ante la televisión), pero ahora está en paz, no le gustaba lavar la ropa ensangrentada de su hijo y le irritaba los ladridos de Pimpollo.

Mamá odia a los hombres y a los perros, porque tarde o temprano te destrozan la cara de un mordisco, en cuanto a su hijo, lo dejó en una bolsa negra en la morgue “que los perros entierren a los perros” se dijo. (*)

(*) El schnauzer de la foto es Piropo, apareció en el texto con autorización de su amo Oscar Martínez  Ningún animal fue herido mientras se narró esta historia.

viernes, septiembre 12, 2014

Carta del falso cronopio jodiendo a Monterroso


Cuando el poeta despertó del último delirio se dio cuenta que la cerveza aún estaba ahí y jodiendo deliberadamente el famoso cuento corto de Monterroso y creyéndose un cronopio, se mandó esta cartita:

Buenas salemas Cronopia:

Desperté y ya no estabas. Antes que nada déjame darte las gracias por el abre latas que me regalaste anoche, es justo lo que andaba buscando; considero que será de gran utilidad para destaparme el cráneo cuando las palabras se nieguen a salir. También valoro ampliamente el juego de bolígrafos negros y rojos (en igual proporción, para la creación y la edición asumo) tu siempre tan perspicaz y sutil en insinuar que debo seguir mejorando mi escritura.

En relación a la libretita con tapa ecológica que acompañó el obsequio, déjame decirte que lo que más me gustó fue la calidad del papel, sin duda hecha de pulpa de basura, pero se huele que grita por recibir mis palabras (aunque no sé si lo de la basura fue indirecta o no). Sin duda tu impulso, después de todos estos años, me anima seriamente a volver escribir poesía a pulso en una libreta, aunque como sabes es probable que solo acabe llenando el papel de escarabajos y garrapatas.
También debo referirme al detalle curioso de que, olvidadiza como siempre, dejaste en mi velador tu llavero con un USB del hombre araña (siempre te gustó su forma de columpiarse) y tu anillo de plata, ese onda “cinta de Moebius. Disfruté mucho tratando de separarlos (encajan de forma misteriosa ambos objetos). ¿Nosotros aún encajamos?

De igual manera permíteme agradecerte por llevarte mi disco favorito de Billie Holiday, por bailar anoche Just in time de Nina Simone y desteñir mis sábanas con el mar de tu sal. Bueno para no pecar de exceso de bombones, déjame decirte gracias por las seiscientas horas de almohada, los seis años que permaneciste colgada del techo. Por volver, por haberte ido, por estar sin haber estado y recordarme que escribiendo se vive y entre tanta palabra uno va muriendo.

Muchas salemas y sépame presente

Un fuerte apretón de manos en forma de beso


El falso cronopio

lunes, septiembre 01, 2014

Cotidiane II

Las sábanas escupen mis huesos, no soportan su adormecida vida enfriándolas y me gritan, ¡Vete y escribe que a mí no me importas!

Me levanto y escribo por un mandato, una maldición que ya no busco entender. Bien o mal, no interesa: mis palabras son una serie de brochazos desesperados, una policromía caótica al viento. El don musical no me ha sido dado, canto mal y mejoro levemente cuando estoy borracho, mi falsete desafinado ofende a Matilde.

 Para la danza, siempre fui una verguenza, mis huesos más duros que el mármol ofendieron a más de una salsera. Yo bailo con la palabra, le dije alguna vez a aquella que no entendió y que quería que aprenda tango y luego a ritmo de merengue la penetre. No entendió, o tal vez era más lúcida que yo que sabía que en esta vida es un absoluto desperdicio preguntarse lo que había detrás de tanta barroca metáfora, tanta analogía inservible para sobrevivir en lo cotidiano, para llenar de versos su espalda curvada.


Si, escribo como purga y castigo, lo haré hasta el último suspiro, aunque nadie lea, aunque todos me escupan, escribiré porque de esta boca ya no brota espuma, si no sangre coagulada en versos.

martes, agosto 26, 2014

Be Bop Literario (Re visitado a los 100 años del Nacimiento del Cronopio Mayor)



Como cada 26 de Agosto Julio Cortazar me exige escuchar a Charly Parker, re  leer Rayuela (entre los capítulos  10 al 18) y disfrutar las sesiones "discadas" Jazzeras en compañía de La Maga, Oliveira, Ettiene, Horacio, Gregorovius y Ronald. (Al respecto va este regalito de la Quinta Disminuida, sin permiso de Nico Peña)

A los cien años del nacimiento del Cronopio mayor, desempolvo (retocando un poco) este texto que publiqué hace algunos años, el cual sin duda fue un pequeño homenaje, una forma de alcanzar esos quince minutos, esos cien años que, inalcanzables, irán siempre por delante de este aprendiz. Esta vez comparto el texto, con un agregado especial,  la inclusión del mismo por parte del gran Nicolás Peña, en el programa la Quinta Disminuida del 4 de septiembre de 2013. (Un poco de paciencia para descargar el programa)

Escuchar Be Bop literario en la voz del gran Nico y  el cierre con Lover Man, sin que yo se lo dijera (el cual siempre asocié con Amorous de Johnny Carter), sin duda fue un gran regalo para este pequeño homenaje a Cortazar. Ahí va, a cien años de su nacimiento Be Bop Literario:

Las palabras saltan libremente en una alfombra llena de manchas, de sollozos del pasado. Aquella de la sala que acoge a mis libros y discos y, de tiempo en tiempo, a mis amigos poetas. Hoy Charlie Parker y Julio Cortázar se mezclan frenéticamente mientras vuelvo la biografía “en ficción” de Bird en “El perseguidor”; como tratando de alcanzar esos 15 minutos musicales que van por delante del Julio o del agónico Carter.
Como cada 26 de agosto, la relectura de la vida de Johnny (Charlie Parker), atormentado por sus fantasmas y adicciones, lleva a cuestionarse en relación al afán de perseguir y andar jugando a ser lobo, tratando de cazar al arte que emana de uno mismo y de los otros.

Todo perseguidor es cazador y víctima de la violencia, el éxtasis y el vacío que el mismo persigue. En esa medida, en el campo de la palabra, la persecución podría verse como una sentencia, una sublimación en la que el teclado reemplaza al cuchillo del carnicero y construye la imagen de un cuerpo seco al cual acaba descuartizando a “palabrazos” o aniquilando con contundentes ráfagas de poemas. Ya lo decía alguien por ahí, Julio Cortazar no sólo escribía al ritmo de Jazz “Jazzeaba escribiendo” y El Perseguidor, es sin duda un estremecedor “be bop literario”.

La persecución puede ser caótica y desesperada. Se da, creo yo, como pulsión y forma de nombrar, desde la música o la palabra, el vacío al que todo perseguidor se acerca. En esa medida, como en el Jazz, el que escribe hace que surjan palabras disgregadas y catárticas, en libretas y servilletas de bares, como pobres intentos de atrapar lo perseguido.

Musicalmente, el acto de perseguir nos regalará melodías brillantes, como destellos nocturnos, que luego se esfumarán sin dejar rastro. Al respecto habría que recordar la cantidad de brillantes y opiáceos solos de saxo de Bird que nunca fueron grabados y que se quedaron en eso, en aletazos desesperados en la persecución y nada más.

¿Será acaso el tema del deseo lo que nos mueve, como decía Cortázar en “El perseguidor”?, deseo que se antepone al placer y la disciplina y acaba necesariamente frustrando, porque exige avanzar, buscar, perseguir. El párrafo redundante y mal labrado, la digresión, el desafine, la falta de armonía, la sincopada suma de palabras o notas que fácil se olvidan, son el riesgo de sólo perseguir por el deseo.

Perseguir, ser perseguido o girar en espiral, qué más da. Lo único que está claro es que somos tanto presas como cazadores y, en la música como en la literatura, ambas posturas hablan, de ahí a que dejen obra es otra, ya que perseguir sólo por el deseo, llevará a publicar antes de tiempo la obra, a fallar en el momento exacto, a cometer el error preciso en el cuento, a poner la nota equivocada en el solo de saxo.

Está claro, la persecución, desde la perspectiva de “El Perseguidor”, era una manera de tratar de atrapar a un “sí mismo” siempre quince minutos adelantado en la búsqueda, una forma de hacer uso de un talento irreverente, displicente y poco organizado, una persecución que en esencia sólo buscaba alcanzar la sombra proyectada que hace tiempo lo había dejado agotado en mitad del camino.

Sin duda desde esa postura perseguir no es oficio, es simplemente un castigo auto impuesto, a ser purgado por el arte, por la trompeta, por la pluma rasgando de forma sincopada el corazón. Esto permite a la melodía y/o la palabra presionar nuevamente el corazón, lo que dará inicio nuevamente, al llanto del saxo, del papel y se volverá una carrera en círculos, una persecución tautológica que nace ya de por sí de una derrota.

Para ser honesto, a medida que transcurre la escritura y  re lectura de “El perseguidor” la lucidez y entendimiento se agotan, es como sí las notas o las palabras crecieran en un cerebro mudo de ritmos y golpearan con dolor punzante los versos o el saxo imaginario que habita en la memoria y que no sé cómo tocar.

“...un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia (a lo sumo un orgullo de boxeador que se sabe fuerte) de las dimensiones de su obra”...

Tal vez algo de eso debe haber en lanzar palabras como ajos, como cebollas al sartén, esperando que el azar produzca obra. Algo de eso debe haber en creer que los pensamientos tan caóticos, por puro arte de asociación libre pueden dar al lector un sentido que ni el autor esperaba crear.

Sin duda algo de eso, tercamente mediocre, nos pasa a algunos perseguidores paceños, que con “la persecuta” a cuestas empezamos a creer que es posible construir obra lanzando palabras como si fueran serpentinas al aire. Sí, los perseguidores criollos, esos pobres diablos, andamos, parafraseando a Cortázar... corriendo como liebres tras un tigre que duerme...

Al respecto aun no entiendo la necesidad de  perseguir sin método, embriagado de sustancias, obnubilado de ansiedades, en vez de evocar en la paz del escritorio, con la calma y el bisturí preciso en la palabra.
Habrá que haber perseguido compulsivamente para aceptar  que cuando pasa el frenesí y la agresión de melodías y palabras al mundo, volverán en la cabeza cosas menos caóticas, que traerán el cansancio del alma por la persecución.  En esa medida, no se sumará nada persiguiendo la estela del vacío, sin dormir hasta las tres de la tarde.

Que no agregará nada a la persecución, insistir en la vigilia, releyendo Rayuela con libromancia o jugando tuncuña con la tapa de una botella sobre un caos de versos, que uno de los perseguidores bautizara como cadáver exquisito.
Cuando uno cuestiona la búsqueda, para de perseguir y decide ser presa, mirando y aceptando de frente el barranco. Es ahí cuando viene un cosquilleo que confiesa que ya no es posible seguir, si sólo se insiste en que la poca lucidez y el desespero guíen la pluma.

¿Cuál entonces la manera de encontrar y aceptar formas menos agónicas de perseguir? ¿Será que hay que pasar más de una noche en la irreverencia de buscar la sombra que suele llevar al barranco, antes de parar, de ser errático y sentarse a construir obra, anclado, sin correr?

Pareciera que no, ya que cuando cesa el caos, surge otra persecución, tal vez más perversa, la de querer encontrar la nota perfecta, buscar la melodía que “abroche” el deseo con la esperanza, la angustia con el arte. La persecución del soneto perfecto, del giro verbal en el cuento, sorprendiendo con maniobras literarias nunca vistas.

Esta forma de perseguir puede llevar a algunos a encerrarse compulsivamente, a llenar las paredes de versos, para un poema inconcluso que nunca acaba, o a llenar la cama, el techo y hasta la espalda de la mujer amada de fichas literarias y complejos mapas mentales sobre personajes, aquellos que en la vigilia desordenarán las sabanas y obligarán al autor a levantarse para escribir un nuevo párrafo de la novela inconclusa, o peor aún, dar un giro total a la obra y empezar de cero cuatro veces en un año el mismo capítulo.
¿Es acaso esa persecución la que retrató Cortázar al hablar de la obra inconclusa de Johnny,Amorous?

“...la salvaje caída final, esa nota sorda y breve que me ha parecido un corazón que se rompe, un cuchillo entrando en un pan. Pero en cambio a Johnny se le escaparía lo que para nosotros es terriblemente hermoso, la ansiedad que busca salida en esa improvisación llena de huidas en todas direcciones, de interrogación, de manoteo desesperado. Johnny no puede comprender (porque lo que para él es fracaso a nosotros nos parece un camino, por lo menos la señal de un camino) que Amorous va a quedar como uno de los momentos más grandes del jazz”.

Sí, algo de eso pasa cuando la persecución improvisada cansa y el talento quiere toparse con esa mala palabra llamada obra perfecta. Perseguir, esa compulsión que lleva a perseguir sin reflexionar en busca de quién sabe qué, escapando de quién sabe quién.

Sí, parecería ser que la persecución trae escondida una necesidad de cerrar algo, paradójicamente antes de ser alcanzados. Al final ¿qué pasaría si dejamos de perseguir, si lográramos el cuento perfecto, la melodía exacta, el poema redondo y de métrica impecable? ¿Qué pasaría si al alcanzar el Illimani cambiara nuestra perspectiva? Tal vez volveríamos a escalar, volveríamos a perseguir hasta que en la perversa cacería cayéramos agotados y entendiéramos que es mejor una melodía inconclusa, una novela que rehaga varías veces el último párrafo, un ejercicio cíclico y eterno de buscar y ser encontrado como en las páginas de Rayuela. ¿Será que estamos acá sólo para perseguir como vía de cura y liberación y no para encontrar?
Sí, Cortázar a estas alturas se ha vuelto un pretexto al igual que Charlie Parker, para enfrentar la búsqueda en el campo de la palabra. Tal vez la respuesta esté en que la persecución es una purga cíclica, en la que se alternan el caos y la disciplina. En esa medida acabará siendo un fin, no un medio para alcanzar algo.

Podría seguir ampliando la catarsis o jugar a que esto es un ensayo literario, de esos que se jactan de extrema pulcritud y limpieza gramatical. Sí, ya sé, ya me perdí en esta persecución circular. Me suele pasar con bastante frecuencia cuando tiendo a vomitar palabras sin orden aparente y entonces salen, de la mano de una idea, salen, así…”jazzeando la palabra” y se empiezan a dibujar luego de un recuerdo, de una imagen retenida en la memoria, de un texto que da vueltas en la cabeza y el cual anda siempre quince minutos por delante de mi boca.

viernes, agosto 22, 2014

A dos semanas de los Cien años de Nicanor





Poeta
Antipoeta
Culto
Anticulto
Animal metafísico cargado de congojas
Animal espontáneo sangrando sus problemas.

Vicente Huidobro, Altazor.
Cien años cumplirá  Nicanor Parra el próximo 5 de septiembre, como buen Parra nació en Septiembre y no olvidará el 11 del 73 nunca. Casí cien años en los cuales el hecho de ser poeta fue irrelevante, fue hombre más allá de la poesía en la cual más de una vez se hizo pis (la propia y ajena) hoy afirma que todo Parra entra en una maleta y basta. Por estos días que yo releo el poemario "El Cristo del Elqui esperando su cumpleaños, en Santiago lo celebran con una deliciosa muestra fotográfica

Nicanor transcurrió su vida, jugando, enfrentando disfrutando aquello que llamó Anti poesía. Sabía y sabe aún mirar las cosas del otro lado, conoce que el mundo imaginario es en el que habita el hombre que escribe el poema imaginario para la mujer imaginaria, el resto lo tiene sin cuidado, como la realidad y la parafernalia que hoy lo homenajea. Nicanor es y sigue siendo sin importarle un pito que la gente sepa que es real.

Hoy te celebro y recuerdo el respeto que te profesa mi amigo poeta Humberto Quino, el que nunca ganó un premio, porque no le interesan los campeonatos, quién me puso el ácido rótulo de "cronista neo barroco andino pop" y me dijo hace tres días "muchacho, ahora que dejo la prostitución en un banco, vuelva a escribir y no se preocupe que todo escritor alguna vez se ganó el pan gastando la espalda o con el sudor de su pene" .  Quino celebra por estos días a Nicanor y es necesario un encuentro con él, que como poeta sabe que la palabra de Nicanor es la contundencia que el reclama a tantos y que cómo me confesó, entre singanis, una madrugada  "al único poeta que no le quité las excrecencias fue a Nicanor y el único que todavía me hace sentir aprendiz.

Saludo estos casi cien años, temprano con vino tembleque, "nervioso pero sin duelo" porque sigues interpelando a la concurrencia, sin importarte un pito si tienes buena o mala voz. Con mi cara a madera de árbol maduro que luego será ataúd, espanto las mariposas nocturnas de tanta vida imaginaria que en la noche revolotean las paredes de esta casa para repetir.... Nicanor...Nicanor..Nicanor...Parra...Parra...Parra. Cien veces cien antipoeta.

Van un poema y un link a un sitio con una pequeña muestra de su obra:

El hombre imaginario

El hombre imaginario 
vive en una mansión imaginaria 
rodeada de árboles imaginarios 
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios 
penden antiguos cuadros imaginarios 
irreparables grietas imaginarias 
que representan hechos imaginarios 
ocurridos en mundos imaginarios 
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes imaginarias 
sube las escaleras imaginarias 
y se asoma al balcón imaginario 
a mirar el paisaje imaginario 
que consiste en un valle imaginario 
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias 
vienen por el camino imaginario 
entonando canciones imaginarias 
a la muerte del sol imaginario

Y en las noches de luna imaginaria 
sueña con la mujer imaginaria 
que le brindó su amor imaginario 
vuelve a sentir ese mismo dolor 
ese mismo placer imaginario 
y vuelve a palpitar 
el corazón del hombre imaginario


lunes, agosto 18, 2014

Cotidiane I (de espuma y asfalto)


I

 Poeta te haces llamar y no eres capaz ni de mirar la uña encarnada en tu pie, que late hace días para decirte que estás hecho de carne. Debes recordar al viejo Chinasky y entender que el asunto no es tan lírico, ser prosaico incluso es un homenaje a la realidad. En esa medida la poesía puede ser creada desde el más  humilde hueco,el más cómodo sillón o el más apestoso nicho y debe hablar también de lo cotidiano, de lo que es el devenir en la existencia en la que músculos y huesos se van pudriendo.

Debes entonces empezar a escribir con humildad, en silencio y sin algarabía, frecuentar menos coloquios, ferias del libro, mesas literarias y encerrarte para que revienten tus yemas, y tus dedos hablen de lo que los poetas evitan; al final de la muerte ya se dijo mucho,  igual que de la vida sacudida en las sábanas, en los besos, en los delirios compartidos. 

Debes hablar de lo que nadie quiere, del gato que viste esta mañana con las tripas decorando el asfalto, de la mujer con uñas negras y pulso tembloroso que pide monedas en el semáforo y todos tienen ganas de escupirle la cara, del temblor del hombre  descalzo que disfruta una Coca Cola fría en un kiosco calmando la falta de pasta base.

Habla del eco del duelo de aquella mujer que despide con dolor a su madre y que luego despedirá tal vez con poesía su hijo. Habla de que ayer, en el cementerio, viste un montón de lápidas de mármol negro en pasto seco, pero cuenta que en cada una había amor y memorias de antiguas vidas.

Escribe de eso poeta, de lo que está en tu cotidiano, de la forma que tienen los baldes en el Cementerio, aquellos que se usan para llevar el agua, que luego se descarga sobre los floreros de las lápidas, cuenta de como los gusanos escapan a la inundación cuando vacías el contenido del balde; del olor, similar al de tu última muela podrida, que producen las flores luego de una semana en un florero de metal corroído.

Habla de la calma de la niñez que confiesa la alegría y enfrenta a la muerte con naturalidad, de la hermosa manera de adornar con un marco de flores el rectángulo que anuncia que debajo yacen los huesos de dos hermanas. Recuerda la forma en que una pequeña niña entre risas, celebró la muerte,  imaginando como debería ser la nueva lápida y se deleita sin miedo observando los altares que los vivos aún arman, llenos de esperanza, a los huesos de sus muertos.

Poeta deja a las ninfas morir en paz, a las lolitas vivir su presente, a las musas rusas, a las warmis clava espinas, a la Magdalena que te consuela con perfumes y cavidades lubricadas con saliva, deja todo eso y observa más lo cotidiano que te rodea.

Llora en privado, ríe a carcajadas frente al espejo y camina, mirando la vida y hazte arreglar esa uña que primero muere el dedo, luego el pie, después la pierna y aún no es tiempo, tienes el don y el látigo de narrar todavía muchas historias cotidianas antes de que se te pudra la cáscara.

domingo, agosto 17, 2014

Documental Roberto Bolaño: El último maldito





El documental  Roberto Bolaño: el último maldito se centra sobre todo en los últimos años que el autor chileno pasó en España, donde llevó una vida de austeridad cercana a la pobreza.

Roberto Bolaño dijo que en poesía era poco lírico, incluso prosaíco, cotidiano. Creó los infra realistas con ese aíre de irreverencia y punk, con esas ganas de mandar a la mierda a los escritores del boom literario de los 60.

Crítico ácido, mordaz e implacable con algunos como Neruda pero respetuoso y reverente con Borges y Cortazar sus dos más fuertes influencias. Bolaño es imprescindible al menos en mi estantería y no me avergüenzo su voz taladró la mía y está presente transversalmente en mi libro 2306... me siento un bolañito.

Se los comparto y por favor lean su obra, sugerencia empiecen por los Detectives Salvajes, luego por 2666 y después hagan una rayuela como mejor les plazca por su obra abierta, sin fin...

En este momento, mientras comparto el vídeo disfruto La Universidad Desconocida, una especie de Antología Poética y me quedo atrapado en estos versos o como se llamen:

No sirve cantar con sentimiento, querida mía quien quiera que seas, dónde quiera que estés: ya no hay nada que hacer las cartas se han jugado, y he visto mi dibujo, ya no es necesario el gesto que nunca llegó. "Era sólo una fachada, el muchacho camina hacia la casa" (Pag. 177)


La violencia es como la poesía, no se corrige.
No puedes cambiar el viaje de una navaja
Ni la imagen del atardecer imperfecto para siempre

(Pag 188)

El Zorro y su elección de objeto

Años después  el zorro siguió haciéndose domesticar, develando el secreto de crear lazos. Sin embargo decidió dejar de mirar niños rubios y se concentró en "lolitas" de menos de 23. Consciente del resultado adverso que implicaba hablar de los ritos, de que lo esencial es invisible a los ojos, del color del trigo y tanta verdades esenciales que aprendió en la soledad del bosque, se embarcó en exponer el corazón abierto a dulces y hermosas aldeanas que caminaban por los campos de trigo. De cada una recibió por respuesta,  todas las veces un  "hay que bonito" "eres tan lindo que podrías ser mi papá" y el consecuente no retorno.

Después en el quinto abandono, se consoló recordando que el lenguaje es el vehículo del mal entendido y, parafraseando a Bukowsky (en estos años el zorro había leído bastante) afirmó " Recuerda querido zorro, las mujeres en estos tiempos prefieren dolares a orejas". Por tanto lo esencial debe ser visible, contable, medible y consumible. Entendiendo esta gran verdad, el zorro volvió a su rutina diaria de cazar liebres y aceptar su realidad. Luego de atrapar, por el cuello, la que sería su almuerzo,se puso lentes negros para no ver el insoportable color del trigo y dio la espalda por siempre a las aldeanas del lugar.

sábado, agosto 16, 2014

El don y el látigo

 Cuando Dios nos entrega un don, al mismo tiempo 
nos entrega un látigo y ese tiene sólo por destino la autoflagelación 
(Truman Capote)

El escritor recuerda a Capote y jugando con las palabras se pregunta ¿Cómo puedo combinar con éxito todas las influencias diurnas, las que provienen de las charlas de café, las interacciones en las redes sociales, las personas que conoció el último tiempo, los cuchillazos por la espalda, la cantidad de libros que dejó a medias, con el objetivo de crear un texto relativamente verosímil que tenga un apellido más o menos decente, digamos “cuento”?

Entonces sabe que para encontrar la respuesta debe buscar al crítico y hacer caso a lo que le dicta: Como usar las diferentes formas literarias y los tiempos verbales, no abusar de elípsis, o giros de tuerca forzados. Él es necesario porque le recuerda su aún limitada capacidad para utilizar la gran cantidad de técnicas literarias que pueden mejorar su arte de escribir.

Está consciente que para aquel otro es simplemente un aprendiz, un mal artesano, que sólo dispara y dispara palabras que dan un trabajo increíble al que lo crítica, porque tiene que ordenarlas, otorgarles un sentido, relativamente coherente, hacer de su diarrea verbal, algo digerible, digamos un pie de requezón.

El que escribe sugiere al otro lleno de temor que sería buena idea observar, escuchar e ir recogiendo cada una de las charlas con la poca gente que mantiene contacto, las conversaciones en el Bus, las discusiones en la cola de la sala del cine, los desprecios y suplicas de diferentes personas a las que ama y lo detestan; cree que así podría darle algo más de cotidianidad a lo que escribe pero no, el otro es implacable, le dice que no sirve lo que propone, que las escenitas que pueblan su cabeza, siempre entrañan el riesgo del filtro del sentimiento y ese, a la hora de escribir algo que valga la pena, no aporta nada, por eso lo calla y le dice que obedezca.

Le dicta lo que tiene que escribir, escoge las imágenes a usar en cada párrafo, le da en las manos con una regla si no obedece. El que escribe, sabe que lo quiere engañar, que se la quiere charlar. No soporta su perversión, las ganas que tiene de morderle el cuello, más aún que lo tiene a su merced. Le asusta y a la vez emociona la forma que tiene de pincharle los ojos, de ocultarle los lentes de lectura, de pellizcar a su presbicia.

Constantemente le patea en la espalda o le da con una edición pasada del suplemente “Fondo Negro” en la cabeza cuando empieza a dormirse sobre el teclado. Es bueno en su oficio, sabe cómo darle donde le duele, para hacerle sangrar palabras, burlarse de la forma que tiene de adjetivar de forma “neo barroca andina pop” las acciones de sus personajes, criticar y burlarse de sus párrafos mal puntuados.

Es insoportable, se las da de crítico, es “típicamente inglés” como el tipo que retrató Neruda en Oda a la Crítica, se las da de editor, de corrector de estilo y luego, cuando lo ve tirado en la lona sintiendo que es un fracasado, sabe cómo acariciarle los verbos, besarle los adjetivos y escupir, siempre con desprecio, las imágenes que con sacrificio construyó con un “vamos yo te llevo al límite, porque quiero sacar lo mejor de ti, al final serás tú el que brille, no yo, no te rindas, que puedas más”

Si, lo sé, estoy consciente, no le gusta como escribe, es más dice que es mediocre, que debería dedicarse a otra cosa, a trabajar en un banco por ejemplo. Cada vez odia más el texto que el escritor hace semanas, hace y rehace. Lo agrede, lo ofende, le da con el látigo, le esconde la zanahoria, lo tortura con sueños llenos de ninfas e insomnios poblados de cuervos y gargolas.

Es un hijo de puta, le hace creer que tiene un don y solo le muestra el látigo. Es un mentiroso, lo tiene atrapado y lo obliga a re escribir cada sábado el mismo texto. El escritor lo detesta pero lo conoce bien, no debo hacerle caso, sabe que si aguanta los golpes, al día siguiente lo dejará en paz y el próximo sábado nuevamente jugará a hacerle sentir que tiene talento. En todo caso por ahora el escritor no puedo hacer mucho, lo necesita para terminar el libro, matarlo sería meterse en un gran lío, fracasar y no retornar, porque al final él escritor y el crítico son la misma persona.

sábado, junio 14, 2014

Minuto 45 (Versión Completa) Relato incluido en el libro "Domingos Por la Tarde" Editorial El Cuervo







           Si alguna vez me suicido será en domingo. Es el día más desalentador, el más insulso. Quisiera quedarme en la cama hasta la tarde, por lo menos hasta las nueve o hasta las diez, pero a las seis y media me despierto solo y ya no puedo pegar los ojos. A veces pienso que haré cuando toda mi vida sea domingo (Mario Benedetti, La Tregua)


Ya terminó el partido y pidieron mi cambio, jugué en un solo equipo  45 años de mi vida y es hora de un giro, además mi reemplazo ya está al borde de la cancha con uniforme nuevito y listo para entrar. Me dijeron que viniste a entrevistarme para hablar de mi historia para el boletín de recursos humanos,  pues necesitaríamos años para que te cuente todo lo vivido en esta cancha, pero como tenemos una hora iré al grano. Dejo la cancha hoy, eso sí mi bigote se queda conmigo, cómo el de Chichi Romero.

Soy banquero, toda la vida lo fui, empecé a los veinte años abajo, de “aguatero en cajas”. Aún recuerdo mi prueba de selección, fui el más rápido para contar billetes (un fajo de 50 centímetros en siete minutos y doce falsos detectados) hasta el día de hoy nadie bate mi récord. Era el año 1969, recuerdo que la segunda pregunta que me hicieron fue que sí me gustaba el fútbol y la tercera de que jugaba. Les respondí: de puntero izquierdo y fue suficiente, el récord de contar billetes pasó a un segundo plano y me contrataron para el equipo del Banco que luego, en 1986 bajo mi dirección, salió campeón invicto del inter bancario.  Aún recuerdo al que hoy es el Gerente General, jugaba de medio campista, era sobrino del dueño, así que no había como criticarle, no jugaba mal pero le faltaba decisión para la pelota. Si hubiera tenido un poquito del olfato que tenía para los negocios para él fútbol, hubiera sido la estrella del equipo. Bajo mi dirección ganamos invictos,  mira aún tengo el recorte del periódico y la foto con el Gerente de Capitán, se la regalaré hoy antes de irme.

Te repito, yo aprendí de mis errores acá adentro, de las fauleadas, de las gambetas del rival (la mayor parte del tiempo tu propio colega de trabajo), pero sobre todo de los domingos de futbol y de las lecciones que me dejaron los grandes de antaño como Ugarte, Blacutt, Romero, Gallo, Fontana, Iriondo, Borja.

Hoy es mi último día como Gerente de Operaciones en el banco  y me siento como Chichi Romero en el minuto 90 de su partido de despedida. Para alguien que siempre estuvo en las canchas, la última entrada al camerino siempre viene con una pregunta ¿Que haré cuando todos los días sean como un domingo sin fútbol? Eso obviamente duele como la peor barrida en el área y no hay marcha atrás, sabes que la vida te hizo un penal clarito, pero ya no hay nadie que cobre a tu favor, que te permita tomar revancha. Colgar los cachos, es un paso previo a subir al cementerio con los "cachos" apuntando a la Ceja de El Alto, es una realidad, pero bueno, la vida es un partido de fútbol y tiene que terminar.

En fin en todo caso no viniste para escuchar mis lamentos, si no para hablar de mi vida desde el futbol. Ahora que veo hacía atrás, siempre amé la pelota, de niño soñaba con las jugadas de Pelé, pero era pobre y vivía sólo con mi vieja y había que trabajar y en esos tiempos, jugar no era un negocio redondo como para algunos changos de hoy, por eso al dejar el colegio y para cuidar de mi viejita tuve que escoger entre probarme en el Bolivar o buscar trabajo. Tuve suerte encontré un lugar dónde me contrataron para hacer una pega y de paso jugar fútbol. 

El tiempo en el fútbol como en la vida es relativo, cuando pierdes, dos minutos de alargue parecen infinitos y cuando ganas por goleada el segundo tiempo pasa en un parpadeo, en todo caso si tuviera que poner un titular futbolero a mi vida de bancario diría “Hemos ganado el partido, estamos en la tabla dentro los primeros, pero todavía nos falta mucho para salir campeones”

Yo creo que en el banco es como en el fútbol, con los años a uno le crecen raíces en los cachos y no puede dejar la cancha, y si lo hace buscará una u otra forma que lo mantenga ligado a la pelota, en mi caso también al escritorio.  Pasar toda la vida haciendo algo, que de golpe se acaba, es como salir de la cárcel después de treinta años, afuera no tienes a nadie, toda tu vida la armaste dentro y sólo quieres volver. A los banqueros y futboleros nos pasa lo mismo, con la diferencia que “patear la pelota” es una carrera cada vez más corta con los años, brillas rápido y luego ni se acuerdan de ti. 

 En estos años así como cambió la banca, cambió el fútbol. En los ochenta los partidos de liga, salvo los clásicos se jugaban con poca gente. Yo nunca dejé de ver al Bolivar, hasta con los equipos más “chapis”, recuerdo una vez un partido allá por el 81 que jugábamos con un equipo de Santa Cruz bien humilde, no recuerdo el nombre. Yo estaba en general  y podía charlar con los de preferencia como si nada, te lo juro había más vendedores que público y se podía escuchar a los jugadores hablar en la cancha. Cuando terminó el partido el de la radio entrevista al capitán del equipo cruceño y este le dice: “Nos faltó concentración, el rival jugó bien y sobre todo nos afectó la presión del público”. Yo le dije a mi amigo les habrá distraído el heladero gritando ¡Frigo!, ja, ja. Así eran las cosas en ese tiempo, diferencias no faltaban entre los grandes y los chicos y excusas para el perdedor tampoco. 

Recuerdo que cuando empecé a trabajar admiraba a Ramiro Blacutt, no era un jugador espectacular, por eso tal vez me identificaba con él, pero era preciso y con buen olfato. Duro, un enano atrevido que no se corría ante los rivales. Sin embargo para ser honesto, en el trabajo diario te diría que de chango me asemejaba más a un “Chumita” en su primera etapa, corría y corría como descosido por toda la cancha, contaba billetes con velocidad, era el cajero y el puntero más veloz en el equipo del Banco. Sin embargo tarde o temprano los partidos de la vida me fueron aplacando y aprendí con sangre eso de “vístete despacio que vamos con prisa”. Fallas de caja, bolas perdidas que acabaron en gol del otro equipo, lesiones en las canillas, multas por perder plata, me fueron bajando la caña y me enseñaron a no confiar, a defenderme a esconder la pelota.

Hoy a punto de dejar la camiseta, te puedo decir que nunca dejé de relacionar el trabajo con un partido. Uno grita, se esfuerza, se insulta, se patea, pero es solo eso fútbol, nada más. Luego sales de la cancha como de la Oficina y puedes irte a tomar unas Huaris y contarte los moretes en la canilla con el rival jugando cacho, al menos antes era así. 

En esta nuestra charla de camarín, antes de entrar por última vez a las duchas también es bueno que sepas que empecé de abajo, humilde y no me la creí, creo que soy una especie de Vladimir Soria de la Banca. Labré mi camino paso a paso. Empecé creyendo que el más rápido gana  pero con el tiempo la vida me fue poniendo la pausa, pasando las facturas y entendí que si quieres ser el 10 de la cancha tienes que manejar el ritmo de tus emociones para poder administrar bien la pelota y ya ves acá me tienes casi en el minuto 66 de la vida, listo para dejar mi puesto a mi reemplazo; aquí entre nosotros una especie de Botero de la banca, acelerado y sin norte, pero todos empezamos así como “Torito de Villamontes” y luego a punta de fauleadas y amagues del rival, de colegas comprados que juegan para meterte auto gol, nos vamos  aplacando, aprendemos a manejar la pelota con clase, con auto control, serenando el juego, haciendo la pausa y escondiendo la bola, como lo hizo el último grande del Bolivar Chichi Romero. 

Lo paradójico que en la carrera bancaria si te la tomas en serio, si eres dueño, caes preso de la plata y vas a querer ganarla hasta el final, fíjate en todos los viejos amargos que son presidentes de banco, hinchados de plata y queriendo hacer más y más, como si en el día de su muerte la bóveda del banco entrara en su cajón y le sirviera para seguir lucrando en el más allá. 

En el futbol por su parte la mayoría gana plata, tiene sus cinco años de gloria, luego se la farrea todita y se queda con lo justo para vivir los últimos años, eso sí deja la carrera antes de los cuarenta. La diferencia que la pasión del futbol no la deja nunca,  sino pasá por las canchas de San Miguel un domingo en la mañana y lo verás al “Tano Fontana” jugando como si nada o al Carlitos Borja, corriendo como uno de treinta en los partidos de barrio. Si hermano la “gorda” te acompaña hasta luego de jubilarte y si quieres te pueden enterrar con la camiseta de tu club en el ataúd, para que se pudra con tu carne, para que se seque a tu lado en el cajón, porque esa si entra y vale más que millones en un banco suizo.

A estas alturas dirás que soy una contradicción, crítico a la banca y amo al fútbol y lo primero me dio de comer, ya te dije fue la necesidad, una coyuntura, necesitaba plata para vivir, eran tiempos duros, de sacudones políticos en el que perdió el pueblo y ganaron los bancos, con los años me doy cuenta como los bancos hicieron lo que quisieron los últimos treinta años. 

Puedes decir que me vendí pero ¿qué podía hacer? De política sabía poco, apenas era bachiller y el banco me daba platita segura, me explotaron sí, pero con eso mantuve a mi madre, luego a mi familia e hice una vida y lo mejor de todo jugué fútbol años dentro el banco. La vida pasa rápido, primero esto era un trabajo para ganarse la vida, luego pasó el tiempo, los dueños me agarraron cariño fui aprendiendo de este negocio, como quien aprende a manejar la bola partido tras partido, y así sin darme cuenta los años pasaron por inercia, como cuando te pones a hacer técnicas y de golpe te das cuenta que  hiciste cien, pues así fue, casi cuatro décadas en un banco y hoy dejo la cancha.

Fui un tipo realmente leal a la camiseta de este banco, a sus dueños, a veces me arrepiento de no haberle partido la canilla al dueño y que me saquen la roja, pero tenía que aguantar primero porque no sabía hacer otra cosa que ser banquero y además el equipo me necesitaba para jugar en la liga bancaria, era la pieza clave, primero el goleador, luego el armador y  cuando salimos campeones el 86, me volví el técnico. 

Hoy soy una especie de Víctor Agustín Ugarte para los nuevos como vos que entran al banco, así todos gallitos paradores, altaneros, a más de uno le bajé la caña con un par de multas por sus errores y luego con voz serena les explico cómo funcionan las cosas aquí adentro.

Yo aprendí mucho del Chichi Romero, acá detrás de este escritorio y también en la cancha ¿Viste este bigote? No me lo quité nunca, creo que es mi cábala, ya está blanco, pero por los años, la gente decía que el Chichi se lo blanqueaba de cocaína para entrar a la cancha, pero era mentira, mala leche de los envidiosos que no aceptaban su talento, que él no tenía que correr como toro desbocado para hacer una genialidad, que sabía colocarla, su bigote era su mira, para ponerla exacta en el ángulo derecho del arco. 


Para empezar te daré el consejo que me dio el primo del Carlitos Aragonés cuando hace años fui a abrir nuestra Oficina de El Chaco --- hay que aprender  a manejar al “torito de Villamontes” y hacerle creer que te gusta y cuando lo tengas apaciguado, quítale la bola y apunta al arco—Me dijo y no entendí ni papa, pues te cuento la historia:

En el Chaco, toda hacienda tiene un toro semental el más bravo que es el encargado de preñar a las vacas. En el caso de este toro que por cierto se llamaba “Guevarita” no sé si por homenaje o ironía al Che Guevara, era una bestia, se parecía a esos toros de los dibujos animados, exageradamente grande negro y con un aro colgando de su hocico. Bufaba como un tren a vapor, encerrado y loco. Estaba claro que si te acercabas te traspasaba la panza con los cuernos. Mientras lo miraba me dijo el amigo del Banco ¿Quieres acariciarlo? Yo pensé este idiota está loco. Entonces sin esperar mi respuesta grito --- ¡Pedro, vení! Y llegó un peón de la hacienda, un viejo matrero que sabía de toros. Abrió la cerca por la parte trasera se acercó al toro y con la mano derecha le tocó los testículos, se los empezó a sobar con calma y delicadeza, como jugando con una bolita de lana. El toro dejó de bufar, sus ojos se pusieron grandes y hasta parecía sonreír. Se quedó quieto. – Dale entrá y acarialo—me dijo el amigo. Entré tímido y miedoso y me acerqué al toro, que era realmente imponente, le acaricié la cabeza y se quedó tranquilo, no me hizo nada. Luego de que me fui, Pedro, lo soltó y  el toro bufó y empezó a  ponerse incluso más agresivo que antes.

--- En la vida hay que saber controlar al toro por donde le gusta y hacerle creer que a ti también te gusta—Me dijo y desde ahí en el Banco y en la cancha usé la técnica del Torito de Villamontes, “Sobar primero” hasta que el Jefe se calme y luego soltarlo en el momento que menos piensa y contra atacar. Lo mismo es en la cancha, te haces al gil, vas dejando jugar al rival, lo haces sentir que tiene el control, luego lo miras a los ojos, le quitas la bola y contra atacas, entonces perderá el control, te querrá partir las piernas pero será tarde tú ya tendrás el dominio.

Esa historia me marcó y aprendí que una cosa es sobar al de arriba por “lame bolas” y otra por estrategia, al final las manos después te las lavas y el otro piensa que él es el que manda y tú eres el que metes los goles. Así sobreviví hermano en la vida, en el banco y en la cancha, todos estos años. Recuerda, sobar al torito tampoco es malo, mientras no te acabe gustando.

Yo creo que Chichi Romero, sabía mucho de eso, con la diferencia que él era el toro, se dejaba sobar, se hacía al calmado, y hacía que los rivales bajaran la guardia y en el momento exacto, se soltaba, hacía el pase milimétrico o buscaba la falta y donde ponía el bigote ponía la bola.

Recuerdo que yo tenía 33 años, doce de los cuales trabajando en el banco, cuando Bolivar fichó al Chichi Romero. Cuando lo vi el primer domingo en la cancha me quedé opa, nunca había visto a nadie que tuviera esa habilidad para manejar la pelota. Yo ya había ascendido en en el Banco y tenía una jefatura, todavía tenía buen físico y mi bigote se asemejaba al del Chichi, pero en la cancha mi técnica era una burda imitación de aquel grande, viéndolo en la cancha entendí como había que jugar en la vida.   

El Chichi sin embargo cometió el error que tarde o temprano muchos cometieron, no supo equilibrar el talento con la juerga y se la creyó muy rápido. Recuerdo una vez en “El Internacional” un lugar de cena show en la calle Ayacucho que ya no existe, Estaba ahí con mi esposa y llegó Chichi con su novia y se le acercaba la gente y le decía: que bien juegas, que talentoso que eres, eres un crack y toda clase de adjetivos que los borrachos nos mandamos sobre fútbol, incluso los stronguistas lo alababan. Él no decía nada, agradecía, sonreía y seguía cenando. Al principio la novia inflaba el escote feliz de ser la  pareja del gran Chichi Romero, luego empezaban a llover los tragos a la mesa, primero un whisky, luego otro, y otro. El Chichi se olvidaba de la novia y acababa en la mesa con algún grupo de borrachos y ya ebrio lo sacaban en andas del boliche, así como héroe al final del partido.  Es que el Chichi era de otro planeta, hasta en los tragos sabía cómo jugar. Lo increíble era que al día siguiente lo podías ver en la cancha “sedita” jugando como nunca, con el pulso intacto. 

Recuerdo otras anécdotas de los tiempos de antes. Dos de Gregorio Gallo y una de Galarza. Gallo era vecino del Gordo Salinas un tipo que trabajaba en contabilidad en el Banco y los domingos salía a su ventana a las 10:30 y le gritaba -- ¡Vamos a comer un fricasé! El gordo obvio que nunca le decía que no. Iban a un lugar cerca del estadio, donde hoy hay un edificio. El Salinas pedía dos cervezas y Gallo le decía no hermano tengo que jugar la cerveza me hace mal, ¿Sabes que pedía? Una botella de whisky, comía el fricase, se bajaba media botella, pagaba y se iba a eso de la una del boliche. Dormía una hora y se iba a la cancha y jugaba como un crack. Sin duda esos changos se jodieron el cuerpo temprano, pero veme a mí, igual me acabé dañando el hígado trabajando más de diez horas al día en este banco, la diferencia que ellos eran como los Rolling Stones, hacían lo que les divertía, la pasaban bien y encima les pagaban ¿Qué más se puede pedir? 

En otra ocasión, Gallo acompañado de Takeo y otro Tahuchi, del que no me acuerdo su nombre llegaron al Banco, era un lunes a las nueve de la mañana, entraron hasta cajas sin hacer colas, en esa época no había las maquinitas de ahora, si eras famoso o platudo hasta con mozo te recibían en una sala especial, de verdad. Bueno ese día no fue el caso, los pocos clientes que estaban a esa hora en el banco, les cedieron el paso, sorprendidos de ver quiénes eran. La gente se les acercaba y ellos saludaban como estrellas de rock; recuerdo que al escuchar el ruido fui a cajas, lo primero que me distrajo fue el auto en la puerta, un Jeep Toyota con tres chicas de esas del “Swing” una dentro tocando la bocina y las otras dos, todo voluptuosas, en minifalda y con el maquillaje chorreado, apoyadas en la puerta. Gallo y sus amigos estaban festejando el resultado del domingo, sacaron plata, se fueron cantando y la gente los miró y no se quejó, eran futbolistas. Yo me acerqué a poner orden entre los cajeros, con mi camisa bien planchada, para que dejaran de mirar a las chicas y volvieran a atender al público. Luego me sentí un idiota ahí con el chaqui del domingo y la corbata asfixiándome.

La tercera y con esta termino. Un domingo de clásico el Lucho Galarza, estaba defendiendo el arco, dicen que con tembladera porque noche antes se habían dado una borrachera, Sería el minuto cuarenta del segundo tiempo y escucho un pito y se salió de la cancha, se fue al camerino, que esa época quedaba detrás de los arcos. ¿Te das cuenta? Se la perdonaron todos y el público festejo el tema como chiste, eran otros tiempos, hoy lo hubieran botado del equipo. En los setenta y ochenta los jugadores tenían más talento que hoy, jugaban con menos velocidad y más técnica, se divertían más. 

Pero volviendo al Chichi, ese sí que fue grande y se fue serenando con el tiempo. De  gambeteador empedernido, pasó a ser un creador nato, un puntero impecable, pese a eso me río cuando trato de imaginármelo en un banco, en la oficina hubiera partido las canillas hasta al Gerente General, hay gente que nace sólo para la cancha y otros nacemos para ser empleados que le vamos a hacer. Aunque no creas hoy con sus 57 años si vas a  Santa Cruz lo podrás  ver jugando ahí por el Centro Empresarial Equipetrol, en fin de semana, si tienes suerte junto a Melgar y Aragonés. A su edad sigue con la genialidad intacta y todavía puede definir un partido en dos jugadas.

Recuerdo un clásico en La Paz en que el Chichi en menos de un minuto definió un partido, primero controló la bola en el medio campo, calmo la desesperación del equipo y enojó a los rivales los hizo sentir “Toritos de Villamontes” y luego dos gambetas, fabricó una falta, una caída intencional en el lugar exacto de la cancha y sacó uno de sus clásicos tiros libres, con esa comba que sólo él sabía darle. El pelotazo imparable acabó en el ángulo derecho del arco y dos minutos después terminó el partido y Bolivar ganó 2 a 1. Luego de meter el gol, se fue al centro con un trotecito elegante, saludando al público como un obispo de la cancha bendiciendo a su hinchada, tranquilo de haber hecho lo suyo y bien, sin tanta alharaca y festejos ridículos como los jugadores de ahora. El Chichi jugaba, la metía bien y luego se iba a festejar con unos whiskys, esa era la vida, su vida, hasta que salió afuera y no lo entendieron o el no entendió que más da. 

Eran otros tiempos, en el que los “Maestros” como él, herederos de Ugarte eran sutiles controladores de la bola. Una época menos competitiva y con más diversión en la cancha, las reglas eran menos duras y hasta los árbitros se hacían los locos con las estrellas en una buena jugada pero tampoco les interesaba cuidarlos. Se jugaba duro y quien llevaba la 10 cargaba un escudo y una cruz, por un lado era una especie de intocable y por otro recibía todos los golpes. Había que tener talento y el Chichi lo tenía. En esa época la marcación era uno a uno, hombre a hombre y si eras el 10 te tocaba un tipo que y no te dejaba respirar, es aquí donde recuerdo que el Chichi me sirvió de ejemplo para mis batallas bancarias,  se dejaba patear sin quejarse, pero respondía con talento, sin achicarse, tenía su carácter sin duda y ante los alterados que iban como una tromba a marcarlo, él imponía su juego, les daba el cachetazo con talento. Un enganche, un quiebre, una gambeta y era suficiente. 

¿Te das cuenta? Eran tiempos en que el talento se sobre ponía a la fuerza, en mi caso te podría decir que yo era un espejismo, una mala imitación del Crack Romero. Jugaba bien sí, mi gambeta era aceptable y administraba bien la bola en los partidos. Como te dije al principio era como un toro desbocado, un alocado y Romero me enseñó a administrar los tiempos, saber que en el futbol como en la banca se juega duro. Lo paradójico que en un banco la pelea está dentro, tus rivales son tus compañeros de trabajo y hay que saber encarar, gambetear, lo triste no para ganar, sino para sobrevivir, sin que el otro te parta la pierna y te haga pisar el palito.

 Hoy que me voy te puedo decir que soy un tipo sereno detrás de este escritorio, ya aprendí todas las mañas, ya no juego en la cancha, pero creo que tengo la virtud de haber mantenido mi bigote y detrás de él la paciencia para administrar el juego. Si sobreviví en este lugar tantos años fue gracias al futbol, lo que le copié a Romero en la cancha lo trasladé al escritorio, visión de juego, precisión, remate preciso, personalidad y potencia física y esperar el momento para atacar, retroceder cuando hay que hacerlo, administrar los tiempos las emociones y colocarla en el momento exacto. Ya te dije, si quieres triunfar de banquero tres consejos: ve todos los domingos al estadio, seguí jugando en el equipo del banco y hazles creer que te encanta sobar al “Torito de Villamontes”.
 
En el partido de la vida: Ten la cosa clara, no te achiques, no te dejes sobar mucho, no te la creas y remata con todo cuando veas el arco. Creo que sólo así se logran resultados. Añadiría algo más, no te tomes tan en serio el tema que al final el partido tarde o temprano acaba y la pega también. 

Me pediste una historia de los domingos de antes, del futbol de antes y te acabé hablando de mí, es que el asunto es así, jugamos un solo partido, el de la vida y entramos a la cancha sin pedirlo y sin saber ni andar; luego, ya en los descuentos, la vida nos regala, tolerancia y visión de juego ¿Debería ser al revés no? Uno gana paciencia, técnica y serenidad cuando le queda poco tiempo. Yo dejo la cancha hoy, en tiempos que los clásicos se juegan por plata y cada vez menos en domingo y el futbol es un negocio donde sobrevive el más rápido. 

No hermano yo me quedo con los viejos domingos de clásico, esos en los que comías un chicharrón con cerveza antes del partido y dejabas la mesa con tu botella marcada para ir al estadio y volvías a consolarte o a festejar con los amigos celestes y atigrados.

Una semana después de publicar esta nota me enteré que hizo su última gambeta y metió el último gol de su carrera, el que ya lo tenía preparado cuando conversamos. 

Brillante, escondió la bola a su sucesor los últimos meses, aguantó su arrogancia, sus bríos su discurso de que todo estaba mal, le dijo lo que quería escuchar, asintió con la cabeza cuando le prometió que bajo su gestión reinaría una cultura de eficiencia. Resistió callado y con el bigote intacto, todo el alarde y las bufadas de su iracundo sucesor.  Sobó al Torito de Villamontes por última vez, se jubiló y un mes después apareció recontratado como Asesor del Gerente General.

Ahí sigue jugando en el alargue, mientras le aguanten las piernas, como estratega del técnico de la empresa. Estaba claro, para él dejar el banco era como salir de la cárcel después de media vida, como resignarse a vivir el resto de los domingos sin futbol y a eso era mejor meterse un tiro. 

Mientras termino esta nota, sigue trabajando, gambeteando desde otro lugar, tranquilo, hasta esperar el verdadero pitazo final, si quieres verlo anda a un clásico y lo encontrarás en General bandeja baja, al centro del centro, te ubicarás por el bigote casi como el de Chichi Romero.

sábado, abril 26, 2014

Alex y sus actos de fe



Alex volvió a escribir, la verdad dos notas suyas en una semana me sorprendieron. Me habló de su ateísmo confeso, el cual siempre estuve convencido que nació de un inmenso acto de fe. Recuerdo la vez en la que discutíamos y ella se desgañitaba inhalando y me retrucaba. Dios no existe, es un constructo del hombre para explicar lo que no entiende, antes todo era obra de Dios, hasta el poder, “En el principio era el verbo” y  cuando la ciencia sea capaz de explicar “el verbo” se acabará tu Dios me dijo.

Las veces que conversé de religión con Alex, siempre fueron intensas, como intensa la presencia de las sustancias que acompañaban la vigilia. Anarquista y Atea confesa, de familia burguesa y machista, además graduada de un colegio católico, Alex representaba sin duda la contradicción generacional de su época, en realidad su nombre real es María Alejandra, pero se lo cambió a Alex porque, según ella, llevar el nombre de la mujer que a todos veneraban como la madre de un psicótico que se hacía llamar Dios no era coherente con sus valores. Por otro lado Alejandra la sometía doblemente, al repetir el nombre de su madre, casualmente torturada noche tras noche de su infancia por un tal José. En esa medida fue que a los diecisiete se convirtió en Alex y luego dejó a sus padres y se fue a vivir a la casa de su abuela, una especie de Emma Goldman orureña mezclada con Chávela Vargas. Fue en casa de la abuela que se introdujo en la obra de Bakunin, la de Trotsky y amó a Virginia Wolf hasta mojarse los calzones y definió los siguientes cinco años de su vida, hasta el acto de coherencia que hoy la tiene escondida.

Alex sin embargo no pudo dejar nunca a Alejandra, ella llevaba la marca del padre, esa que pese a los sabios consejos de la abuela, la tenía atrapada buscando en cada hombre al golpeador que la salvara a patadas de sí misma. Golpes recibió, pero a ella le importó un carajo eso de la virtud como a la Justine de Sade, sus actos fueron más los de un personaje de Lars Von Trier. Sin embargo hay que reconocer que fue coherente en algo, Alex asumió como un acto confesional su a partidismo y su ateísmo. Decidió creer en ella misma y fue ese el camino que la llevó a estudiar letras y a devorar en la cama, antes de conocer a Nikki, a su docente de literatura “Un Doctor en Letra, experto en la obra de Barthes y Perec y graduado en Paris con honores. Aquel hombre amaba la Torah, La Biblia y el Corán como grandes libros poéticos, decía que tenían elementos literarios increíbles para encontrar ideas para construir personajes desde la sumisión, la perversión, la culpa y el derrotismo. A diferencia de Alex el sí creía en un único Mesías James Joyce.

Volviendo a la carta, Alex me escribió indignada para decirme que si Dios existe se encargó de recordar al mundo que detesta las estatuas gigantes usando la imagen de su hijo, además inclinadas como tótem o falo semi erecto en acto de poder. Al principio no entendí y luego supe que se refería a la foto de la prensa en la que un gran crucifijo erguido en Italia, en homenaje a la canonización de San Pablo Segundo se derrumbó y mató a un hombre. Me dijo que esa paradójica señal podía ser interpretada como un mero acto de azar para alguien agnóstico como ella “la persona incorrecta en el lugar incorrecto debajo de una obra mal hecha que cedió por los fuertes vientos de la época en los Alpes”

Por otro lado me dijo: “desde lo místico que a ti tanto te gustado, podría leerse  como una señal de rechazo divino al show mediático de mañana, algo así como el enojo con los mercaderes del templo y la contundencia con que Jesús criticaba a los fariseos”

Sin embargo (sigue la carta) si fuera creyente diría que es el rechazo a la santificación del humano por parte de otro humano. Creo que si el hombre de la cruz que asumo si existió hubiera estado vivo hubiera dicho “no morí para que me conviertan en un ídolo arrogante y gigante, lo hice como un acto de humilde entrega por todos ustedes y así deberían entender mi mensaje” Por otro lado me preguntó ¿Quién le da el poder a un hombre para decir que otro hombre es santo?

Luego de ese cuestionamiento, se despidió dejándome como siempre lleno de preguntas “la crisis me tiene en un café internet gastando las últimas monedas para escribirte”. Además me recordó que desde la clandestinidad no podía usar una misma dirección ni enviar mensajes desde la misma máquina. También me contó que se cortó el cabello estilo Noomi Rapace “En la segunda parte de la trilogía Millenium” y que últimamente se siente Lisbeth Salander lo cual le genera una deliciosa adrenalina “vivir huyendo de los cerdos me dio una nueva razón para vivir, más fuerte que mi amor a la cocaína”.

Antes de despedirme me dijo que se le está acabando la plata y si le podía prestar unos pesos para escapar a Argentina por la frontera. “Estas en deuda conmigo hermano yo te conté mi historia y la publicarás pronto en un libro, así que lo menos que puedes hacer es pagarme los derechos de autora si no quieres ser el segundo Nikki ja. Yo te diré cuándo y dónde dejarme la plata" Escribió en párrafo amenazante

 “Siento que si llegó a Buenos Aires estaré a salvo”  Buscaré a Alexia y juntas tal vez nos animemos a vender chucherías en San Telmo o quien sabe, tal vez le enseñe a cantar y armemos una banda Punk y si nada de eso funciona, pues aún queda el viejo recurso de la Magdalena.

Como era natural me volvió a escribir de un correo electrónico creado para la ocasión, mismo que luego des habilitó, para que no la  “trakeen” como dice. En todo caso sé que me lee en este sitio, o al menos eso creo y sólo puedo decirle que no tengo respuesta para sus cuestionamientos religiosos, en la medida que soy un hombre creyente y sin duda, hacerlo entraña una batalla diaria para fortalecer el camino en la fe en cuanto certeza de lo que no se ve y mantenerse en el creer y esperar, alimentándose de oración. Eso sí debo confesar que al igual que Alex a mí las canonizaciones siempre me hicieron un ruido molesto. En relación al incidente de la cruz, creo que hay que tomarlo como lo que es un accidente y punto. Desde mi postura confesional solo puedo decirle que a Él no hay que pedirle señales, solo leer las que nos entrega. En cuento a los nuevos santos sin duda fueron grandes hombres, coherentes con la misión encomendada en su momento pero también humanos llenos de errores, uno de ellos en particular por su intolerancia a la teología de la liberación (acordémonos su relación con Monseñor Romero)  y el supuesto encubrimiento a actos de pedofilia. Sin embargo ¿quién soy para juzgar o nombrar santos?

Si todo lo aquí escrito hubiera transcurrido en una conversación cara a cara, Alex sin duda no hubiera estado de acuerdo conmigo lo sé y yo me hubiera quedado mudo ante la contundencia y lucidez de sus argumentos y luego hubiera contado una a una sus pecas en el pecho, deseando besar su lengua hecha de solo carne y perderme en sus pupilas dilatadas de gata. Si hubiéramos logrado dormir juntos ambos hubiéramos coincidido que la cópula es la sacralización del cuerpo, por algunos minutos. Luego probablemente cada quien hubiera vuelto a su creencia. Ella tumbada en la cama, durmiendo puro materia y yo flotando en el techo con el alma llena de preguntas. Al final creer o no creer es no más un acto de fe.

jueves, abril 24, 2014

Alex y sus displiscentes palabras

Hoy te leí, me contaste en una carta de puño y letra que te estás cansando de catres alquilados, que buscas refugio, que la boheme a pasado, que la clandestinidad te tiene presa y a la vez enamorada de la libertad que desborda en tu encierro.

Aún te espero, me dices que volviste al yoga y que tu bondad es excesiva, en relación a la amistad desinteresada que te ofrezco y hay un límite en insistir retomar el nexo. Al final de los finales, como decías cada vez que tomabas el último trago a las tres de la tarde gritando "me falta una mujer, me sobran seis tequilas".

Debo decirte, aunque no leas este sitio, dejarte pistas para que me encuentres y si estás dispuesta a decirme donde estas, al llegar no te garantizo el absurdo aquel que le llaman felicidad, sino la realidad compartida, cruda en la que sabes matar y se como reclamar un buen crimen.

No me busques dices, yo te encontraré, de momento Adeu (copiando al Catalán aquel que conociste en tus noches de la Manzana Tóxica)...Adeu y no te jodo.

sábado, abril 12, 2014

Alex en el espejo de Alexia



Ayer Alex caminando la ciudad encontró en la pared del Katanas un mensaje de Alexia y le sacó una foto, la reconoció inmediatamente por la letra, era la misma con la que jugaron a escribirse poemitas truchos en servilletas a las 7 de la mañana, la madrugada que se conocieron en el Café Ciudad. Ambas muriendo de frío, una con las manos secas por cera y gasolina y la otra con las uñas negras de tanto acariciar cabezas de ebrios. Solas en el mismo café, las conectó que casi tenían el mismo nombre. Hablaron de sus vidas, de los gustos en común, ambas con la misma edad y la misma mirada penetrante de ojos negros.

Alexia en realidad es Alex en el otro lado del espejo, ambas caminaron la noche a voluntad. Alex sabe de Alexia lo que ella de Punk, es decir nada, sin embargo las dos disfrutaron esa mañana cantando “no me arrepiento de este amor” de Gilda en la versión Ataque 77.  Bastó con mirarse aquella madrugada, llorar juntas fumando un porro y susurrarse al oído “dale loca que se puede”. Alexia fue una niña de papá, Alex no conoció al suyo. La  primera dejó Palermo a los diez y siete para irse a vender chucherías en la feria de domingo en San Telmo y luego tomo un “bondi”,  escapó a provincia con un colombiano. El resto fue pura inercia llegó a La Paz, conoció una “paragua” en un alojamiento, tenía hambre, poca plata y aceptó trabajar bailando en un tubo.

Alex por su parte dejó a su madre porque no aguantaba al baboso del padrastro que la manoseaba y se marchó a casa de su abuela y se metió a estudiar literatura, ambas “clase medieras renunciando a lo “concheto” de su pasado.  Alex sobrevivió de la manga de la abuela y Alexia de la sed de cuarentones, al menos hasta el día que Alex conoció a Nikki y Alexia se cansó del Gordo.

Para Nikki  Alex se desnudó mil veces, hizo todas las estupideces que le pidió, durante dos años, hasta lo que ella considera la única cosa coherente que la liberó. Por invitación de Alexia fue dos noches al boliche, vestida todo de negro, solo un par de veinte añeros le invitaron una cerveza y luego los mando a rodar, se dio cuenta que no tenía talento y menos estomago para ser mercancía. Alexia por su parte disfrutaba bailando y emborrachando a los tipos, como le decía. Alexia sabía que eso era falso, parte del cuentito que una siempre se cuenta como auto consuelo, a ninguna mujer le gusta ser puta, eso lo saben todas en el Katanas pero ninguna lo dice en público.

Alex no volvió a ver bailar a Alexia, la última vez que entró al boliche se fumó un nevadito y  se imaginó como un personaje de “Machete” matando a tiros a todos los babosos del lugar y luego saliendo triunfante en un bus rumbo a Coroico con todas las chicas cantando la vieja canción de OM en versión de Llegas “Ya vamos llegando a la cumbre ay mamá” y de ahí saltando al vacío juntas como en una especie de homenaje colectivo a Telma and Louise, pero no fue así, cuando se le pasó el efecto de la torcida  a las diez am se dio cuenta que la realidad es más apestosa, abrió los ojos en el cuarto de Alexia y vio a su lado a tres chicas destruidas y semi desnudas roncando como viejos tuberculosos a su lado y entendió que fantasear drogada  sobre ser una heroína de la prostitución no tiene nada de romántico.

Alexia y Alex se respetan, las dos son de ley, saben vivir y también matar con clase. La gaucha, como le decían en el Club, desapareció luego de pildorear a un gordo banquero en un motel, al verlo tieso se asustó y le metió a la fuerza cocaína para que reaccione y fue peor el tipo trató de vomitar y se atragantó, quedando tieso en la cama. Alexia, aparentemente serena, llamó por teléfono pidió la cuenta, se vistió y pasó los billetes por el torniquete del cuarto con una propina extra, luego pidió un taxi y salió sola del "telmo". Se asustó obviamente y antes de escapar tomó lo que pudo de la billetera. Luego se enteró que el gordo había muerto. En realidad fue un tema de mal cálculo, ella sólo lo quería dormir, no se imaginaba bancándoselo durante una hora encima suyo, pero a las 6 de la mañana una no sabe calcular la dosis exacta y menos conoce cuantos triglicéridos tiene un gordo para que su corazón bombeé intoxicado sin detenerse.

Cuando Alexia le contó la historia a Alex, ella le confesó como se deshizo de Nikki y entonces se hicieron amigas, ambas odian a los cerdos, aunque el de Alex era anoréxico y pesaba 60 kilos y el último cliente de Alexia un obeso. En total se vieron tres veces en un mes una en el Café Ciudad y dos en el Katanas.

La mañana que Alexia decidió retornar a Argentina paró en la puerta del Club y con un lápiz de ojos que sacó de la cartera escribió el mensaje al que hace una semana Alex le sacó una foto y me la mando. La pena que apuntó mal, y justo donde dice “a todas mis ex compañeras” está la sombra de su mano. Ambas saben que están donde deben estar y que deben seguir reconstruyendo su camino.

 Alexia ya no teme, está libre de los cerdos, al menos por un tiempo, mientras vuelve a Buenos Aires en Bus se pregunta si eso del hijo pródigo también aplica a las hijas putas. Alex aún espera el momento exacto para reconstruirse,   de vez en cuando me manda un correo de algún café para que deje claves en esta página que nadie lee, para que su abuela sepa que sigue viva, esperando retornar y empezar de nuevo eso sí en cualquier lugar menos la Manzana Tóxica o el Katanas.