sábado, agosto 16, 2014

El don y el látigo

 Cuando Dios nos entrega un don, al mismo tiempo 
nos entrega un látigo y ese tiene sólo por destino la autoflagelación 
(Truman Capote)

El escritor recuerda a Capote y jugando con las palabras se pregunta ¿Cómo puedo combinar con éxito todas las influencias diurnas, las que provienen de las charlas de café, las interacciones en las redes sociales, las personas que conoció el último tiempo, los cuchillazos por la espalda, la cantidad de libros que dejó a medias, con el objetivo de crear un texto relativamente verosímil que tenga un apellido más o menos decente, digamos “cuento”?

Entonces sabe que para encontrar la respuesta debe buscar al crítico y hacer caso a lo que le dicta: Como usar las diferentes formas literarias y los tiempos verbales, no abusar de elípsis, o giros de tuerca forzados. Él es necesario porque le recuerda su aún limitada capacidad para utilizar la gran cantidad de técnicas literarias que pueden mejorar su arte de escribir.

Está consciente que para aquel otro es simplemente un aprendiz, un mal artesano, que sólo dispara y dispara palabras que dan un trabajo increíble al que lo crítica, porque tiene que ordenarlas, otorgarles un sentido, relativamente coherente, hacer de su diarrea verbal, algo digerible, digamos un pie de requezón.

El que escribe sugiere al otro lleno de temor que sería buena idea observar, escuchar e ir recogiendo cada una de las charlas con la poca gente que mantiene contacto, las conversaciones en el Bus, las discusiones en la cola de la sala del cine, los desprecios y suplicas de diferentes personas a las que ama y lo detestan; cree que así podría darle algo más de cotidianidad a lo que escribe pero no, el otro es implacable, le dice que no sirve lo que propone, que las escenitas que pueblan su cabeza, siempre entrañan el riesgo del filtro del sentimiento y ese, a la hora de escribir algo que valga la pena, no aporta nada, por eso lo calla y le dice que obedezca.

Le dicta lo que tiene que escribir, escoge las imágenes a usar en cada párrafo, le da en las manos con una regla si no obedece. El que escribe, sabe que lo quiere engañar, que se la quiere charlar. No soporta su perversión, las ganas que tiene de morderle el cuello, más aún que lo tiene a su merced. Le asusta y a la vez emociona la forma que tiene de pincharle los ojos, de ocultarle los lentes de lectura, de pellizcar a su presbicia.

Constantemente le patea en la espalda o le da con una edición pasada del suplemente “Fondo Negro” en la cabeza cuando empieza a dormirse sobre el teclado. Es bueno en su oficio, sabe cómo darle donde le duele, para hacerle sangrar palabras, burlarse de la forma que tiene de adjetivar de forma “neo barroca andina pop” las acciones de sus personajes, criticar y burlarse de sus párrafos mal puntuados.

Es insoportable, se las da de crítico, es “típicamente inglés” como el tipo que retrató Neruda en Oda a la Crítica, se las da de editor, de corrector de estilo y luego, cuando lo ve tirado en la lona sintiendo que es un fracasado, sabe cómo acariciarle los verbos, besarle los adjetivos y escupir, siempre con desprecio, las imágenes que con sacrificio construyó con un “vamos yo te llevo al límite, porque quiero sacar lo mejor de ti, al final serás tú el que brille, no yo, no te rindas, que puedas más”

Si, lo sé, estoy consciente, no le gusta como escribe, es más dice que es mediocre, que debería dedicarse a otra cosa, a trabajar en un banco por ejemplo. Cada vez odia más el texto que el escritor hace semanas, hace y rehace. Lo agrede, lo ofende, le da con el látigo, le esconde la zanahoria, lo tortura con sueños llenos de ninfas e insomnios poblados de cuervos y gargolas.

Es un hijo de puta, le hace creer que tiene un don y solo le muestra el látigo. Es un mentiroso, lo tiene atrapado y lo obliga a re escribir cada sábado el mismo texto. El escritor lo detesta pero lo conoce bien, no debo hacerle caso, sabe que si aguanta los golpes, al día siguiente lo dejará en paz y el próximo sábado nuevamente jugará a hacerle sentir que tiene talento. En todo caso por ahora el escritor no puedo hacer mucho, lo necesita para terminar el libro, matarlo sería meterse en un gran lío, fracasar y no retornar, porque al final él escritor y el crítico son la misma persona.

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