sábado, junio 14, 2014

Minuto 45 (Versión Completa) Relato incluido en el libro "Domingos Por la Tarde" Editorial El Cuervo







           Si alguna vez me suicido será en domingo. Es el día más desalentador, el más insulso. Quisiera quedarme en la cama hasta la tarde, por lo menos hasta las nueve o hasta las diez, pero a las seis y media me despierto solo y ya no puedo pegar los ojos. A veces pienso que haré cuando toda mi vida sea domingo (Mario Benedetti, La Tregua)


Ya terminó el partido y pidieron mi cambio, jugué en un solo equipo  45 años de mi vida y es hora de un giro, además mi reemplazo ya está al borde de la cancha con uniforme nuevito y listo para entrar. Me dijeron que viniste a entrevistarme para hablar de mi historia para el boletín de recursos humanos,  pues necesitaríamos años para que te cuente todo lo vivido en esta cancha, pero como tenemos una hora iré al grano. Dejo la cancha hoy, eso sí mi bigote se queda conmigo, cómo el de Chichi Romero.

Soy banquero, toda la vida lo fui, empecé a los veinte años abajo, de “aguatero en cajas”. Aún recuerdo mi prueba de selección, fui el más rápido para contar billetes (un fajo de 50 centímetros en siete minutos y doce falsos detectados) hasta el día de hoy nadie bate mi récord. Era el año 1969, recuerdo que la segunda pregunta que me hicieron fue que sí me gustaba el fútbol y la tercera de que jugaba. Les respondí: de puntero izquierdo y fue suficiente, el récord de contar billetes pasó a un segundo plano y me contrataron para el equipo del Banco que luego, en 1986 bajo mi dirección, salió campeón invicto del inter bancario.  Aún recuerdo al que hoy es el Gerente General, jugaba de medio campista, era sobrino del dueño, así que no había como criticarle, no jugaba mal pero le faltaba decisión para la pelota. Si hubiera tenido un poquito del olfato que tenía para los negocios para él fútbol, hubiera sido la estrella del equipo. Bajo mi dirección ganamos invictos,  mira aún tengo el recorte del periódico y la foto con el Gerente de Capitán, se la regalaré hoy antes de irme.

Te repito, yo aprendí de mis errores acá adentro, de las fauleadas, de las gambetas del rival (la mayor parte del tiempo tu propio colega de trabajo), pero sobre todo de los domingos de futbol y de las lecciones que me dejaron los grandes de antaño como Ugarte, Blacutt, Romero, Gallo, Fontana, Iriondo, Borja.

Hoy es mi último día como Gerente de Operaciones en el banco  y me siento como Chichi Romero en el minuto 90 de su partido de despedida. Para alguien que siempre estuvo en las canchas, la última entrada al camerino siempre viene con una pregunta ¿Que haré cuando todos los días sean como un domingo sin fútbol? Eso obviamente duele como la peor barrida en el área y no hay marcha atrás, sabes que la vida te hizo un penal clarito, pero ya no hay nadie que cobre a tu favor, que te permita tomar revancha. Colgar los cachos, es un paso previo a subir al cementerio con los "cachos" apuntando a la Ceja de El Alto, es una realidad, pero bueno, la vida es un partido de fútbol y tiene que terminar.

En fin en todo caso no viniste para escuchar mis lamentos, si no para hablar de mi vida desde el futbol. Ahora que veo hacía atrás, siempre amé la pelota, de niño soñaba con las jugadas de Pelé, pero era pobre y vivía sólo con mi vieja y había que trabajar y en esos tiempos, jugar no era un negocio redondo como para algunos changos de hoy, por eso al dejar el colegio y para cuidar de mi viejita tuve que escoger entre probarme en el Bolivar o buscar trabajo. Tuve suerte encontré un lugar dónde me contrataron para hacer una pega y de paso jugar fútbol. 

El tiempo en el fútbol como en la vida es relativo, cuando pierdes, dos minutos de alargue parecen infinitos y cuando ganas por goleada el segundo tiempo pasa en un parpadeo, en todo caso si tuviera que poner un titular futbolero a mi vida de bancario diría “Hemos ganado el partido, estamos en la tabla dentro los primeros, pero todavía nos falta mucho para salir campeones”

Yo creo que en el banco es como en el fútbol, con los años a uno le crecen raíces en los cachos y no puede dejar la cancha, y si lo hace buscará una u otra forma que lo mantenga ligado a la pelota, en mi caso también al escritorio.  Pasar toda la vida haciendo algo, que de golpe se acaba, es como salir de la cárcel después de treinta años, afuera no tienes a nadie, toda tu vida la armaste dentro y sólo quieres volver. A los banqueros y futboleros nos pasa lo mismo, con la diferencia que “patear la pelota” es una carrera cada vez más corta con los años, brillas rápido y luego ni se acuerdan de ti. 

 En estos años así como cambió la banca, cambió el fútbol. En los ochenta los partidos de liga, salvo los clásicos se jugaban con poca gente. Yo nunca dejé de ver al Bolivar, hasta con los equipos más “chapis”, recuerdo una vez un partido allá por el 81 que jugábamos con un equipo de Santa Cruz bien humilde, no recuerdo el nombre. Yo estaba en general  y podía charlar con los de preferencia como si nada, te lo juro había más vendedores que público y se podía escuchar a los jugadores hablar en la cancha. Cuando terminó el partido el de la radio entrevista al capitán del equipo cruceño y este le dice: “Nos faltó concentración, el rival jugó bien y sobre todo nos afectó la presión del público”. Yo le dije a mi amigo les habrá distraído el heladero gritando ¡Frigo!, ja, ja. Así eran las cosas en ese tiempo, diferencias no faltaban entre los grandes y los chicos y excusas para el perdedor tampoco. 

Recuerdo que cuando empecé a trabajar admiraba a Ramiro Blacutt, no era un jugador espectacular, por eso tal vez me identificaba con él, pero era preciso y con buen olfato. Duro, un enano atrevido que no se corría ante los rivales. Sin embargo para ser honesto, en el trabajo diario te diría que de chango me asemejaba más a un “Chumita” en su primera etapa, corría y corría como descosido por toda la cancha, contaba billetes con velocidad, era el cajero y el puntero más veloz en el equipo del Banco. Sin embargo tarde o temprano los partidos de la vida me fueron aplacando y aprendí con sangre eso de “vístete despacio que vamos con prisa”. Fallas de caja, bolas perdidas que acabaron en gol del otro equipo, lesiones en las canillas, multas por perder plata, me fueron bajando la caña y me enseñaron a no confiar, a defenderme a esconder la pelota.

Hoy a punto de dejar la camiseta, te puedo decir que nunca dejé de relacionar el trabajo con un partido. Uno grita, se esfuerza, se insulta, se patea, pero es solo eso fútbol, nada más. Luego sales de la cancha como de la Oficina y puedes irte a tomar unas Huaris y contarte los moretes en la canilla con el rival jugando cacho, al menos antes era así. 

En esta nuestra charla de camarín, antes de entrar por última vez a las duchas también es bueno que sepas que empecé de abajo, humilde y no me la creí, creo que soy una especie de Vladimir Soria de la Banca. Labré mi camino paso a paso. Empecé creyendo que el más rápido gana  pero con el tiempo la vida me fue poniendo la pausa, pasando las facturas y entendí que si quieres ser el 10 de la cancha tienes que manejar el ritmo de tus emociones para poder administrar bien la pelota y ya ves acá me tienes casi en el minuto 66 de la vida, listo para dejar mi puesto a mi reemplazo; aquí entre nosotros una especie de Botero de la banca, acelerado y sin norte, pero todos empezamos así como “Torito de Villamontes” y luego a punta de fauleadas y amagues del rival, de colegas comprados que juegan para meterte auto gol, nos vamos  aplacando, aprendemos a manejar la pelota con clase, con auto control, serenando el juego, haciendo la pausa y escondiendo la bola, como lo hizo el último grande del Bolivar Chichi Romero. 

Lo paradójico que en la carrera bancaria si te la tomas en serio, si eres dueño, caes preso de la plata y vas a querer ganarla hasta el final, fíjate en todos los viejos amargos que son presidentes de banco, hinchados de plata y queriendo hacer más y más, como si en el día de su muerte la bóveda del banco entrara en su cajón y le sirviera para seguir lucrando en el más allá. 

En el futbol por su parte la mayoría gana plata, tiene sus cinco años de gloria, luego se la farrea todita y se queda con lo justo para vivir los últimos años, eso sí deja la carrera antes de los cuarenta. La diferencia que la pasión del futbol no la deja nunca,  sino pasá por las canchas de San Miguel un domingo en la mañana y lo verás al “Tano Fontana” jugando como si nada o al Carlitos Borja, corriendo como uno de treinta en los partidos de barrio. Si hermano la “gorda” te acompaña hasta luego de jubilarte y si quieres te pueden enterrar con la camiseta de tu club en el ataúd, para que se pudra con tu carne, para que se seque a tu lado en el cajón, porque esa si entra y vale más que millones en un banco suizo.

A estas alturas dirás que soy una contradicción, crítico a la banca y amo al fútbol y lo primero me dio de comer, ya te dije fue la necesidad, una coyuntura, necesitaba plata para vivir, eran tiempos duros, de sacudones políticos en el que perdió el pueblo y ganaron los bancos, con los años me doy cuenta como los bancos hicieron lo que quisieron los últimos treinta años. 

Puedes decir que me vendí pero ¿qué podía hacer? De política sabía poco, apenas era bachiller y el banco me daba platita segura, me explotaron sí, pero con eso mantuve a mi madre, luego a mi familia e hice una vida y lo mejor de todo jugué fútbol años dentro el banco. La vida pasa rápido, primero esto era un trabajo para ganarse la vida, luego pasó el tiempo, los dueños me agarraron cariño fui aprendiendo de este negocio, como quien aprende a manejar la bola partido tras partido, y así sin darme cuenta los años pasaron por inercia, como cuando te pones a hacer técnicas y de golpe te das cuenta que  hiciste cien, pues así fue, casi cuatro décadas en un banco y hoy dejo la cancha.

Fui un tipo realmente leal a la camiseta de este banco, a sus dueños, a veces me arrepiento de no haberle partido la canilla al dueño y que me saquen la roja, pero tenía que aguantar primero porque no sabía hacer otra cosa que ser banquero y además el equipo me necesitaba para jugar en la liga bancaria, era la pieza clave, primero el goleador, luego el armador y  cuando salimos campeones el 86, me volví el técnico. 

Hoy soy una especie de Víctor Agustín Ugarte para los nuevos como vos que entran al banco, así todos gallitos paradores, altaneros, a más de uno le bajé la caña con un par de multas por sus errores y luego con voz serena les explico cómo funcionan las cosas aquí adentro.

Yo aprendí mucho del Chichi Romero, acá detrás de este escritorio y también en la cancha ¿Viste este bigote? No me lo quité nunca, creo que es mi cábala, ya está blanco, pero por los años, la gente decía que el Chichi se lo blanqueaba de cocaína para entrar a la cancha, pero era mentira, mala leche de los envidiosos que no aceptaban su talento, que él no tenía que correr como toro desbocado para hacer una genialidad, que sabía colocarla, su bigote era su mira, para ponerla exacta en el ángulo derecho del arco. 


Para empezar te daré el consejo que me dio el primo del Carlitos Aragonés cuando hace años fui a abrir nuestra Oficina de El Chaco --- hay que aprender  a manejar al “torito de Villamontes” y hacerle creer que te gusta y cuando lo tengas apaciguado, quítale la bola y apunta al arco—Me dijo y no entendí ni papa, pues te cuento la historia:

En el Chaco, toda hacienda tiene un toro semental el más bravo que es el encargado de preñar a las vacas. En el caso de este toro que por cierto se llamaba “Guevarita” no sé si por homenaje o ironía al Che Guevara, era una bestia, se parecía a esos toros de los dibujos animados, exageradamente grande negro y con un aro colgando de su hocico. Bufaba como un tren a vapor, encerrado y loco. Estaba claro que si te acercabas te traspasaba la panza con los cuernos. Mientras lo miraba me dijo el amigo del Banco ¿Quieres acariciarlo? Yo pensé este idiota está loco. Entonces sin esperar mi respuesta grito --- ¡Pedro, vení! Y llegó un peón de la hacienda, un viejo matrero que sabía de toros. Abrió la cerca por la parte trasera se acercó al toro y con la mano derecha le tocó los testículos, se los empezó a sobar con calma y delicadeza, como jugando con una bolita de lana. El toro dejó de bufar, sus ojos se pusieron grandes y hasta parecía sonreír. Se quedó quieto. – Dale entrá y acarialo—me dijo el amigo. Entré tímido y miedoso y me acerqué al toro, que era realmente imponente, le acaricié la cabeza y se quedó tranquilo, no me hizo nada. Luego de que me fui, Pedro, lo soltó y  el toro bufó y empezó a  ponerse incluso más agresivo que antes.

--- En la vida hay que saber controlar al toro por donde le gusta y hacerle creer que a ti también te gusta—Me dijo y desde ahí en el Banco y en la cancha usé la técnica del Torito de Villamontes, “Sobar primero” hasta que el Jefe se calme y luego soltarlo en el momento que menos piensa y contra atacar. Lo mismo es en la cancha, te haces al gil, vas dejando jugar al rival, lo haces sentir que tiene el control, luego lo miras a los ojos, le quitas la bola y contra atacas, entonces perderá el control, te querrá partir las piernas pero será tarde tú ya tendrás el dominio.

Esa historia me marcó y aprendí que una cosa es sobar al de arriba por “lame bolas” y otra por estrategia, al final las manos después te las lavas y el otro piensa que él es el que manda y tú eres el que metes los goles. Así sobreviví hermano en la vida, en el banco y en la cancha, todos estos años. Recuerda, sobar al torito tampoco es malo, mientras no te acabe gustando.

Yo creo que Chichi Romero, sabía mucho de eso, con la diferencia que él era el toro, se dejaba sobar, se hacía al calmado, y hacía que los rivales bajaran la guardia y en el momento exacto, se soltaba, hacía el pase milimétrico o buscaba la falta y donde ponía el bigote ponía la bola.

Recuerdo que yo tenía 33 años, doce de los cuales trabajando en el banco, cuando Bolivar fichó al Chichi Romero. Cuando lo vi el primer domingo en la cancha me quedé opa, nunca había visto a nadie que tuviera esa habilidad para manejar la pelota. Yo ya había ascendido en en el Banco y tenía una jefatura, todavía tenía buen físico y mi bigote se asemejaba al del Chichi, pero en la cancha mi técnica era una burda imitación de aquel grande, viéndolo en la cancha entendí como había que jugar en la vida.   

El Chichi sin embargo cometió el error que tarde o temprano muchos cometieron, no supo equilibrar el talento con la juerga y se la creyó muy rápido. Recuerdo una vez en “El Internacional” un lugar de cena show en la calle Ayacucho que ya no existe, Estaba ahí con mi esposa y llegó Chichi con su novia y se le acercaba la gente y le decía: que bien juegas, que talentoso que eres, eres un crack y toda clase de adjetivos que los borrachos nos mandamos sobre fútbol, incluso los stronguistas lo alababan. Él no decía nada, agradecía, sonreía y seguía cenando. Al principio la novia inflaba el escote feliz de ser la  pareja del gran Chichi Romero, luego empezaban a llover los tragos a la mesa, primero un whisky, luego otro, y otro. El Chichi se olvidaba de la novia y acababa en la mesa con algún grupo de borrachos y ya ebrio lo sacaban en andas del boliche, así como héroe al final del partido.  Es que el Chichi era de otro planeta, hasta en los tragos sabía cómo jugar. Lo increíble era que al día siguiente lo podías ver en la cancha “sedita” jugando como nunca, con el pulso intacto. 

Recuerdo otras anécdotas de los tiempos de antes. Dos de Gregorio Gallo y una de Galarza. Gallo era vecino del Gordo Salinas un tipo que trabajaba en contabilidad en el Banco y los domingos salía a su ventana a las 10:30 y le gritaba -- ¡Vamos a comer un fricasé! El gordo obvio que nunca le decía que no. Iban a un lugar cerca del estadio, donde hoy hay un edificio. El Salinas pedía dos cervezas y Gallo le decía no hermano tengo que jugar la cerveza me hace mal, ¿Sabes que pedía? Una botella de whisky, comía el fricase, se bajaba media botella, pagaba y se iba a eso de la una del boliche. Dormía una hora y se iba a la cancha y jugaba como un crack. Sin duda esos changos se jodieron el cuerpo temprano, pero veme a mí, igual me acabé dañando el hígado trabajando más de diez horas al día en este banco, la diferencia que ellos eran como los Rolling Stones, hacían lo que les divertía, la pasaban bien y encima les pagaban ¿Qué más se puede pedir? 

En otra ocasión, Gallo acompañado de Takeo y otro Tahuchi, del que no me acuerdo su nombre llegaron al Banco, era un lunes a las nueve de la mañana, entraron hasta cajas sin hacer colas, en esa época no había las maquinitas de ahora, si eras famoso o platudo hasta con mozo te recibían en una sala especial, de verdad. Bueno ese día no fue el caso, los pocos clientes que estaban a esa hora en el banco, les cedieron el paso, sorprendidos de ver quiénes eran. La gente se les acercaba y ellos saludaban como estrellas de rock; recuerdo que al escuchar el ruido fui a cajas, lo primero que me distrajo fue el auto en la puerta, un Jeep Toyota con tres chicas de esas del “Swing” una dentro tocando la bocina y las otras dos, todo voluptuosas, en minifalda y con el maquillaje chorreado, apoyadas en la puerta. Gallo y sus amigos estaban festejando el resultado del domingo, sacaron plata, se fueron cantando y la gente los miró y no se quejó, eran futbolistas. Yo me acerqué a poner orden entre los cajeros, con mi camisa bien planchada, para que dejaran de mirar a las chicas y volvieran a atender al público. Luego me sentí un idiota ahí con el chaqui del domingo y la corbata asfixiándome.

La tercera y con esta termino. Un domingo de clásico el Lucho Galarza, estaba defendiendo el arco, dicen que con tembladera porque noche antes se habían dado una borrachera, Sería el minuto cuarenta del segundo tiempo y escucho un pito y se salió de la cancha, se fue al camerino, que esa época quedaba detrás de los arcos. ¿Te das cuenta? Se la perdonaron todos y el público festejo el tema como chiste, eran otros tiempos, hoy lo hubieran botado del equipo. En los setenta y ochenta los jugadores tenían más talento que hoy, jugaban con menos velocidad y más técnica, se divertían más. 

Pero volviendo al Chichi, ese sí que fue grande y se fue serenando con el tiempo. De  gambeteador empedernido, pasó a ser un creador nato, un puntero impecable, pese a eso me río cuando trato de imaginármelo en un banco, en la oficina hubiera partido las canillas hasta al Gerente General, hay gente que nace sólo para la cancha y otros nacemos para ser empleados que le vamos a hacer. Aunque no creas hoy con sus 57 años si vas a  Santa Cruz lo podrás  ver jugando ahí por el Centro Empresarial Equipetrol, en fin de semana, si tienes suerte junto a Melgar y Aragonés. A su edad sigue con la genialidad intacta y todavía puede definir un partido en dos jugadas.

Recuerdo un clásico en La Paz en que el Chichi en menos de un minuto definió un partido, primero controló la bola en el medio campo, calmo la desesperación del equipo y enojó a los rivales los hizo sentir “Toritos de Villamontes” y luego dos gambetas, fabricó una falta, una caída intencional en el lugar exacto de la cancha y sacó uno de sus clásicos tiros libres, con esa comba que sólo él sabía darle. El pelotazo imparable acabó en el ángulo derecho del arco y dos minutos después terminó el partido y Bolivar ganó 2 a 1. Luego de meter el gol, se fue al centro con un trotecito elegante, saludando al público como un obispo de la cancha bendiciendo a su hinchada, tranquilo de haber hecho lo suyo y bien, sin tanta alharaca y festejos ridículos como los jugadores de ahora. El Chichi jugaba, la metía bien y luego se iba a festejar con unos whiskys, esa era la vida, su vida, hasta que salió afuera y no lo entendieron o el no entendió que más da. 

Eran otros tiempos, en el que los “Maestros” como él, herederos de Ugarte eran sutiles controladores de la bola. Una época menos competitiva y con más diversión en la cancha, las reglas eran menos duras y hasta los árbitros se hacían los locos con las estrellas en una buena jugada pero tampoco les interesaba cuidarlos. Se jugaba duro y quien llevaba la 10 cargaba un escudo y una cruz, por un lado era una especie de intocable y por otro recibía todos los golpes. Había que tener talento y el Chichi lo tenía. En esa época la marcación era uno a uno, hombre a hombre y si eras el 10 te tocaba un tipo que y no te dejaba respirar, es aquí donde recuerdo que el Chichi me sirvió de ejemplo para mis batallas bancarias,  se dejaba patear sin quejarse, pero respondía con talento, sin achicarse, tenía su carácter sin duda y ante los alterados que iban como una tromba a marcarlo, él imponía su juego, les daba el cachetazo con talento. Un enganche, un quiebre, una gambeta y era suficiente. 

¿Te das cuenta? Eran tiempos en que el talento se sobre ponía a la fuerza, en mi caso te podría decir que yo era un espejismo, una mala imitación del Crack Romero. Jugaba bien sí, mi gambeta era aceptable y administraba bien la bola en los partidos. Como te dije al principio era como un toro desbocado, un alocado y Romero me enseñó a administrar los tiempos, saber que en el futbol como en la banca se juega duro. Lo paradójico que en un banco la pelea está dentro, tus rivales son tus compañeros de trabajo y hay que saber encarar, gambetear, lo triste no para ganar, sino para sobrevivir, sin que el otro te parta la pierna y te haga pisar el palito.

 Hoy que me voy te puedo decir que soy un tipo sereno detrás de este escritorio, ya aprendí todas las mañas, ya no juego en la cancha, pero creo que tengo la virtud de haber mantenido mi bigote y detrás de él la paciencia para administrar el juego. Si sobreviví en este lugar tantos años fue gracias al futbol, lo que le copié a Romero en la cancha lo trasladé al escritorio, visión de juego, precisión, remate preciso, personalidad y potencia física y esperar el momento para atacar, retroceder cuando hay que hacerlo, administrar los tiempos las emociones y colocarla en el momento exacto. Ya te dije, si quieres triunfar de banquero tres consejos: ve todos los domingos al estadio, seguí jugando en el equipo del banco y hazles creer que te encanta sobar al “Torito de Villamontes”.
 
En el partido de la vida: Ten la cosa clara, no te achiques, no te dejes sobar mucho, no te la creas y remata con todo cuando veas el arco. Creo que sólo así se logran resultados. Añadiría algo más, no te tomes tan en serio el tema que al final el partido tarde o temprano acaba y la pega también. 

Me pediste una historia de los domingos de antes, del futbol de antes y te acabé hablando de mí, es que el asunto es así, jugamos un solo partido, el de la vida y entramos a la cancha sin pedirlo y sin saber ni andar; luego, ya en los descuentos, la vida nos regala, tolerancia y visión de juego ¿Debería ser al revés no? Uno gana paciencia, técnica y serenidad cuando le queda poco tiempo. Yo dejo la cancha hoy, en tiempos que los clásicos se juegan por plata y cada vez menos en domingo y el futbol es un negocio donde sobrevive el más rápido. 

No hermano yo me quedo con los viejos domingos de clásico, esos en los que comías un chicharrón con cerveza antes del partido y dejabas la mesa con tu botella marcada para ir al estadio y volvías a consolarte o a festejar con los amigos celestes y atigrados.

Una semana después de publicar esta nota me enteré que hizo su última gambeta y metió el último gol de su carrera, el que ya lo tenía preparado cuando conversamos. 

Brillante, escondió la bola a su sucesor los últimos meses, aguantó su arrogancia, sus bríos su discurso de que todo estaba mal, le dijo lo que quería escuchar, asintió con la cabeza cuando le prometió que bajo su gestión reinaría una cultura de eficiencia. Resistió callado y con el bigote intacto, todo el alarde y las bufadas de su iracundo sucesor.  Sobó al Torito de Villamontes por última vez, se jubiló y un mes después apareció recontratado como Asesor del Gerente General.

Ahí sigue jugando en el alargue, mientras le aguanten las piernas, como estratega del técnico de la empresa. Estaba claro, para él dejar el banco era como salir de la cárcel después de media vida, como resignarse a vivir el resto de los domingos sin futbol y a eso era mejor meterse un tiro. 

Mientras termino esta nota, sigue trabajando, gambeteando desde otro lugar, tranquilo, hasta esperar el verdadero pitazo final, si quieres verlo anda a un clásico y lo encontrarás en General bandeja baja, al centro del centro, te ubicarás por el bigote casi como el de Chichi Romero.

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