miércoles, enero 31, 2007

I wanna be sedated


Que queda hermano, tengo los pies reventados de dolor, la espalda llena de arañazos, de esos que producen las hormigas trepando las costillas. Tengo la piel seca, cómo cal y no por falta de sol hermano. Mi sangre está sudando estuco, mi pecho gritando sal y que mierda, así nomás es esto de contar día tras día, hora tras hora. Mas bien tengo base, mas bien puedo fumar.
Que queda bro, ¿seguir en el juego?. Como diría el Llegas, reventando en los parlantes del man del lado ..."es doloroso estar tan sobrio".... ¿Es mejor estar sedado?, ni puta idea viejo, ni puta idea, pero sólo tengo esta noica que me revienta la cuca y hay que hornearse. Con tanto tiempo para recordar su aroma en la pared, no queda más cuate, no queda más. La única forma de mirar mis fantasmas en el techo, es con los ojos vidriosos.
I wanna be sedated man, dime acaso si hay otra respuesta, si algo hay detrás de esta pared mordida de humedad, de la mierda de este nicho, por el que encima, tengo que pagar con mi culo el alquiler. Treinta años cuate, dando vueltas como rata, por este hueco de adobe es mucho tiempo. Para que tratar de ser lúcido y jugar a drogarme con las palabras del ex narco, ese que ahora se las dá de pastor y que habla del perdón de arriba, de que la abstinencia se quita con oración y su mano santa calma mi espuma y mis temblores. Para que tanta supuesta lucidez, tanta mamada en la gelatina de mi cuca.
La memoria se resiste viejo y la sangre está curtida. La mota es una pipoca para las culebritas que trepan por mi cabeza, no sirve viejo, hay que quemarse, así paceñamente con nevadito, como el Illimani. La memoria se resiste mierda y vuelve su imagen y entonces me acuerdo viejo, así clarito, de su cara de labios rosa, de su geografía de dulces pecas. Me acuerdo como sonaban sus tripas, con ese polvo mata bichos, ese con que hacen las estrellitas de San Juan. Si, todavía escucho los petardos explotando en su panza, mientras yo cagando de risa. Estaba torcido y ella gritaba, torcido como el chango de trainspotting que se picaba, mientras su wawa se ahogaba con vomito en la cuna.
Todavía escucho como ella me hablaba de su madre, de sus pedos de la U, de que le emputaba que toque en La Banda, que quería más tiempo, que se habia contagiado y que me haga el análisis. Que queda hermano, hay que quemar a estas ratas, confundir a las putas hormigas que suben por mis brazos. Ella está lejos y no fué mi culpa, estaba horneado viejo, cómo podía saber que no era digestan lo que había tomado. Pensé que era un juego, eso de cortarle el cuello, sólo una forma de hacerle cosquillas y nada más. Yo cagaba de risa, con la fuente de sangre esa que a borbotones bañaba mi polera, como saber pues que era cierto y no parte de mi pedo.
En fin, falta harto todavía cuate, mañana será otro día y voy a torcerme toda la tarde. Hay partido, en la cancha "Pinos" Vs "Alamos" dicen; huevo no iré, me duelen las rodillas y cada que corro escupo esa mierda verde, además me acuerdo de su corazón latiendo en mi pecho.
No cuate, mañana prefiero torrar todo el día, se que igual nomás, así re pasado, cuando me duerma la volveré a ver, todo aplastada, con el cuello de rosa abierta, regalándome espinas fosforadas. La voy a ver y besar enterita, recordando sus pechos de chocolate, sus caderas afiladas y escuchando, esa su típica advertencia: "cuando me vaya mi nombre, será el humo de tu yerba".

lunes, enero 29, 2007

Evocaciones (Palabras, poema V)

Silabas temblorosas,
arremolinan, arrebatan,
cansan y gritan

Silabas de fuego y rabia,
ásperas, líneas niebla
funden la savia que no espera

Labios urgentes, palabras blancas,
calor en tinta desencajada
no despiertan, no claman, no viven

Verbo peregrino, adormece su rima
silabas sórdidas y mustias,
silabas, en furia conjurando distancias
bebiendo el cáliz de embrujo de sus cantos

Vuelven y tejen su último grito
regresan de exilios miserables
levantan alba el primer sueño

Silabas exactas,
silabas de lluvia
firmes, de resistencia muda
de espera y constancia

viernes, enero 26, 2007

Evocaciones Parte I Ciudad, poema VII



Aquella inmensidad blanca de espuma
levanta las manos en palidez alucinada,
resguarda lo híbrido en geografías de arcilla.

Retumba en silabas eclécticas y heladas
el canto peregrino que revive tu encierro,
a la diestra la silueta que late en sangre
alcohol y cebada han hablado a su memoria.

Presencia poética y furiosa cortando el pulso
la siniestra de frente en cúpulas de espina,
seco de frío, seco de viento, seco sin tiempo
arcilla que resguarda su noche en tinieblas.

Detrás la letanía de Krupp lo esconde
los cuerpos de la noche, de espaldas al sueño
el nombre del poeta, en la savia de sus versos.

Detrás se alza, en abetos y pinos
la mirada de sus letras, el pañuelo de sus rimas,
detrás sus tripas secas, la espina muda
orbitas huecas velando la ciudad de altura.

miércoles, enero 24, 2007

La Fortuna

La vida en la calle sigue, la lluvia como cada enero me humedece los callos y el barro seca mis uñas. Jode, hermano jode, que querés que te diga es la vida, así es esto de girar y girar la ruleta de calles, de laderas y plazas. Desde que vivo acá, me pasa lo mismo cada 24, es como sí de pronto te golpeará la lluvia y algo de ganas de continuar volviera.

Me voy a las “Alasas”. A las 12 se abre el portal dicen, esa que comunica la realidad terrena olor a meo de perro con la fortuna de los andes. Luego, cuando sea de noche, volverá a empezar este gran circo, donde amuletos y fetiches harán realidad cualquier tipo de deseo, si lo creés, si le ponés huevos al asunto.

Todo está noche gira viejo, en vueltas y vueltas, en calesitas tímidas, en puestos de churros sangrando aceite guardado. La vida, mil deseos, mil faltas, todos juntos acá en estas calles. Así es como cada veinticuatro empieza la vida hermano, cuando te acordás que tiene sentido lo criollo, lo mestizo, la tradición que escondés en el armario, pero sacás a relucir con desespero este día. Que payaso este ritual, los presos producen en serie esfinges y camioncitos todo el año, empeñando los papeles de su celda, su negro futuro para recuperar la plata que llene la panza luego de febrero y con suerte comprar un catre más decente y 20 gramos de base. Otros, los de pinta fina, se matan por comprar euros, autos, pasajes para emigrar de este "país de indios", como dicen. Gallos y gallinas para su harem. Todo a las doce, familias enteras venderán en la Alasita el mismo producto, ejemplo de consumismo criollo y de poca creatividad dirán algunos. Fuerza viva de la tradición que nos alimenta dirán otros.

En fin, en todo caso esta Alasitas, yo sólo camino como tantas noches paceñas, con la rabia en los zapatos huecos como debe ser, buscando tabaco con historia, no el limpio cigarro de paquete importado, aquel pisado, besado por mas de una boca. Enciendo un L& M, de esos viejos a la mitad, olvidado o arrojado por alguna mina antes de subir al taxi, que se yo y camino hacia el mercado místico de miniaturas.

La Paz, esta ciudad tiene historias en cada centímetro, sólo hay que escucharla en su noche. Es así que es inevitable no acordarme de aquel amigo de mis epocas de bancario, aquel que hoy tiene la panza hinchada de tanto bicho que se mete por hurgar en la basura. El tipo era contador en el pasado y como son las cosas, era bajito, pequeño y regordete igualito al Ekheko, por eso cada enero lo cargaban con eso de Dios de la Fortuna. Cuando el pobre tenía 4 hijos y andaba acogotado de deudas. Era pobre de caricias, estaba jodido de plata, pero que rico era, en su mundo de bromas. Vivía esperando el primer seco de chela fría del viernes, el cacho con los amigos de contabilidad. Luego la misma rutina en la oficina, se lamentaba de lunes a jueves no poder dejar la cerveza. Como amaba el vaso el loco este, más que a sus hijos, lo amaba como a su propia muerte.

El Juan, así se llamaba, se fue hundiendo, regalandose al tibio veneno, empeñando pega e hijos, para de un trancazo acabar en la lona. Ahora vive bajo la luna, como tantos de nosotros, buscando algo de fortuna en la basura, peleando con los kiltros un pan duro. No se quitó nunca el bigote y cada 24 de Enero se lo iguala con una lata afilada y se fabrica una panza de papel. Le encanta regalar billetitos de periódico, gritando que viva la fortuna.


La Paz esta llena de historias a cada centímetro, sólo salí a buscarlas en los basureros, espiando las manos bailando en la oscuridad de un bus a las diez de la noche, en las discusiones y llantos en la Pérez. Sí ponés atención escucharás el ritmo de la mierda coqueteando las piedras en el Choqueyapu, jugando con el agua pura que va perdiendo la virginidad en una orgía de cajas, latas y pañales. Esa que luego acabará regando una lechuga en Río Abajo. La misma que te alimentará mientras comes una Burguer King o una hamburguesa de a luca en la esquina.

Es así viejo, esta ciudad tiene un aire tan duro, tan caótico como el orden de sus calles, así tiene que ser. Te lo digo yo que me acuerdo como era cuando estaba al otro lado, cuando vivía el orden de libros y de horarios, con la pilcha bien planchada y el coche lleno de nafta. Vivía el ruido, el estrés, los balances, las reuniones importantes, para temas importantes.

Hoy tu me mirás de reojo en esta esquina, desde el vidrio y gritás que no joda cuando te digo “Soy un titiritero, quijote de las laderas, ¿te lo hago un poemita para tu mina?, ¡te enseño unos pasos de tango?, sí querés también te lo canto uno de Gardel. Por cinco lucas te lo escribo lo que sentís debajo la corbata y del calzoncillo". Te veo y me acuerdo de la bronca que antes yo tenía a los mendigos, luego me cago de risa al ver como tee cabrea que te diga, regálame para un trago. Se nota, todavía vivís esa tu tensión de oficina, eso de tengo que sacarle el jugo a la minita antes de llegar a casa a bancarte a la gorda. Si, lo sé, te da arcadas mi presencia, cuando te muestro mis barbas ralas y blancas guiñandote mi ojo amarillo y mi bilis te dice somos lo mismo.

Estas atrasado y ni me reconocés, por que es viernes, por que la mina espera en el telo ese de Sopocachi, por que sólo hay dos horas y la vieja te hace laburando en el banco, el mismo que hace diez años me cansé de bancar y lo mande al culo. Te revienta mi cara sucia y mi hablar pausado, por que te suena a político, te suena a ti mismo, te sueno a tu espejo a la mirada de futuro. Pinche burguesito, Dorian Grey de a luca, dale viví tu fiesta privada y garpa el burdo sueño de tu “secre”. Al final sabés que en casa está ella, la real, la que te hará un asado con huevo y te escupirá un beso oliendo a grasa y luego, mientras roncás como vaca, se masturbará mentalmente pensando en los huevos que tuvo la esposa del Coronel ese para meterle tres tiros mientras dormia.

Sigo subiendo, me encanta la mixtura caótica que se forma en esta feria. El café con leche de pis y mierda que baja por su espalda de cemento me arrulla y el olor a anticucho me mueve la tripa. Me divierten los hijitos de papá de andar seguro que de un empujón me hacen a un lado, las minas de gambas todavía firmes jugando al futbolín sin tener ni puta idea de cómo se hace. Esos más jóvenes a su lado que viven un clásico paceño, “¡muera el Tigre Carajo”! ¡callá choli de mierda!, “cómo es sí te gano la manga, pagas 5 más?”.

Me encuentro un choclo y media chela tibia, luego una vieja de esas evangélicas me habla de Marcos 15:10 y me regala plata. Me siento a respirar la fortuna, para ver si llega algo de suerte en los gritos de júbilo de los niños que ganan peinetas y llaveros. La puta esos rifles de pueblo con el caño en espiral ,son la mejor mamada a la esperanza pienso, mientras miro dos caderas de manzana bamboleantes tratando de acertar a una argolla.


Los rifles de espiral, el gordo de la tómbola, las paredes con graffitis urbanos. ”Goní Asesíno vas a volver, El Gas es nuestro Carajo!!. Tanta esperanza rifada en esta tómbola y basura. Patrioteros, pedos falsos, como cuernos se come esto del cambio. ”La Paz necesitas un buen trago”, estoy reventado de que nos mamen tanto.

De pronto aparece ella, la dama de porcelana y me deja en silencio. La miro como cada año, se para, compra una rifa y dos plantas de hoja de Eva. Camina, cabello seco, rubor de seda y anemia rota a golpes, vestido lizo, pantaletas de escarcha. Se para y grita a la lluvia que venga, que moje su vida, zafada, pidiendo que el cielo le moje la memoria. Para que, si seca igual no se mueve, pienso. Fue bella y de carne firme, bella como la hija de sus sueños y ahora compra la misma pavada cada año. Marchitada pero siempre acá en la Alasita orando a la abundancia, con la piel escupiéndote la vida en tus solapas.

Subo, ya falta poco para el morfe en las velas, cuando de golpe lo veo, ¡Juanito, el gordo del Banco! ahí gritando, “panza hueca de la banca de la esquina”. ¡Gordo forro! le grito y me mira de reojo, con su pinta de Ekheko deshauciado, mientras regala fortuna a la gente como cuando era viernes de soltero en los 80. Entrega billetitos, hechos con papel del Loro de Oro, que aguante viejo, bancarte horas al sol y con el pulso sin trago durante tres semanas, recolectando periódicos y haciendo cientos de billetitos. Agarro uno, es una serpentina de presagios….”La Mansión, anal 2 x 150 bs.”, “todo lo que aguantes por 100 bs, foto real” “Angela Travestí Educada” “Se necesita electricista”, “Yong Fung Acupuntura china” “Yolanda Yung Terapeuta de Familia”. Todo mezclado en su bolsa de yute, labio con labio, teta contra teta, fibra con fibra. La vida juega en su bolsa a la fortuna.

Ocho de la noche, mitad de la Alasita loco, viejas vinagre, niñitas bien, oficinistas con ganas de chupar luego de un Api, changos prestos a rifar la vida en las canchas. Todos pasmados viejo y luego cagando de risa, mirando como el Juanito regala papelitos. Ekheko de bigote ralo y mirada seca....!Buena Fortuna…Buena Fortuna, Jallala a los achachis, que viva el MAS Carajo y el paro cívico!

Me mirá desde lejos y lo abrazó. Dale Juanito, estás cansado viejo, vení comamos un anticuchos con unas chelitas frías, una vieja me regaló diez lucas, dale viejo. Me mira y se alegra, luego me dice, vez cojudo, gaucho ridículo, bien sonso y terco eres no me quieres creer, el Ekheko no falla, ya te dije, la fortuna siempre llega viejo. Si Juanito, tenés razón, tenés razón, vamos a comer que la panza jode.

Oye gaucho ¿vas a venir mañana otra vez,?. Si viejo, mañana vuelvo. ¿Te animas a gritar fortuna por todos?, seguro que sí, mañana volvemos hermano. Ya de la puta entonces, gaucho incrédulo ya vas a ver como la fortuna nos regala algo, apurá que es 24 y todavía falta conseguir unas pichochas, pero primero buscaremos un trago que esto de gritar cansa.

martes, enero 23, 2007

Crónicas de a pie (Poncho Negro)

El encuentro no buscado, casualmente cósmico dirías luego. La mateada en su poro con stevia y el acullico ritual en su sombrero, abrieron este portal a su purgatorio chamánico. Hoja blanca de La Pacha, hoja negra del Tío dijo y empezó esta charla.

El lugar, departamento sopocachense, habitado por ingleses con un aire supuestamente etno, para mi aymaramente Kitch. La cena un escabeche de pollo con beterragas, combinación agridulce mata pasiones para mi gusto; salame, pan alemán en la mesa y las risas con acento escocés perforándome la oreja, el postre. El vino dulce para matizar la charla en spanglish y mis bostezos, en la falda a flores de la gringa desgarbada, son el prólogo de la noche.

En ese lugar lo veo, con su sonrisa de medio lado, Pedro navajas de Yacuiba pienso, engatusando con fábulas quechuas a la inglesa “masista” de falda marroquí, la que cruza las piernas desenfadadamente y hace un guiño al publico, con esa entrepierna de vellos rojizos.

Me alejo al balcón de la casa y se acerca, Yacuibeño de diente amarillo y caballera de “Cherokee” me habla de Rimbaud, Breton, Borda, Saenz, Tamayo y aterriza solemnemente en Urzagasti, haciéndome un guiño con su ojo de canica. Se ríe diciendo que sus amantes "kaimas" no entienden esto del ajayu y porqué el pasado camina por delante en la cosmovisión andina. Se define como un tras disciplinario, un comunitario, caminante de las ciencias y las chacanchanas. He tenido que entrar en la universidad para validar esta cosa de ser investigador social, aunque lo mío es caminar dice.

Pito de kañawa, charque y acullico, son lo único que se necesita cuando se camina las comunidades. La bebida está en los secretos del camino, en la gente me dice. Responde a mi clásico que bonito, por decir algo sobre un aguayo de Tarabuco colgado de la pared, con una cátedra sobre aguayología quechua y mesas rituales andinas. Me habla de los dibujos y líneas, de la combinación de colores para la fertilidad y el cuerpo, todo en el tejido.

La coca y el mate son antioxidantes dice, me cuenta que en febrero cumplirá cuarenta, parezco de veinticinco ¿no ve? dice orgulloso. Como mi presidente duermo tres horas al día, pijcho cuatro libras por semana y solo mateo dice. Tengo la energía que me da La Pacha, la de la coca blanca, aunque también tengo la del Tío. Es que son complementarios, necesarios uno para el otro, afirma convencido. El Tío me ha bañado a veces con su fuerza, ese nunca te da poder o lujuria sin cobrarte luego la factura con creces, me dice. Como al padre del Goni que se reía en la mina, de mi padre y nuestras challas y "mesas", ahora está pagando, en su hijo se la está cobrando, dice.

Caminamos la noche y llegamos a un boliche de Sopocachi, reservado por la gringa de falda verde, bajos instintos. Entre tanto biólogo acabo sentándome junto a ella, la flaca de bruma. Recorro con los ojos su espalda, su cuello delgado y me devuelve una sonrisa embriagante preámbulo de sus besos tibios, pero eso es parte de otra historia, parte de otras intensidades, más allá de estas líneas.

En la puerta del boliche, el guardia nos decomisa la lata de mate y la bolsa de hojas de coca. Más tarde, en mitad del lugar dizque VIP, de su abrigo saca otra bolsita llena de hojas y sobre su sombrero de ala ancha despliega, como en aguayo, sus hojas. Chaman de mirada saltarina, flautista de los caminos, sólo ríe.

Personaje del exilio y de sombras, sin siquiera preguntarle, me empieza a hablar de los rituales del abandono; del amor carnal, de la renuncia y aceptación; del amor real que no se encuentra en una piel firme y jugosa dice, sino en esa gordita que te lo cocina con paciencia y va sudando sus jugos de embrujo en la masa de pan. Esa que con paciencia te da calorcito de panza incondicional cada mañana y cada noche. Lo escucho y cada cinco segundos la silueta de ella me hace guiños. Su cadera de manzana me manda mordiscos, pero ya lo dije eso es parte de otra historia, sus pecas, sus labios, son otro viaje.

Le pregunto por cómo metió las hojas de coca, que pensé que se las habían decomisado. Me dice que es caminante y conoce los secretos de la mirada y el escondite. Te voy a confesar algo dice, alguna vez fui poncho negro. Devuelvo mi ignorancia en un silencio y entonces me cuenta la historia del cerco a Cochabamba en 2003, de su periplo por caminos de herradura para llegar a la ciudad. Los ponchos negros me llevaron dice, ellos conocen los caminos de los incas como la palma se su mano, los sendero ocultos, esos de la montaña y de la tierra. Son pocos y muchos, todos y ninguno a la vez, mimetizados como camaleón entre las rutas, entre las calles se están.

Los poncho negro, se han compenetrado en uno con La Pacha, cuenta. Se nutren de la tierra en su camino, respetando el balance del cielo con el viento, como debe ser. Son espectros sí lo quieren, sí lo desean, aire en la cordillera y roca en la espera. Saben de la paciencia de mil años, de estar, dejando que su cuerpo se haga viento en cada paso. No añoran, no desesperan, no gritan, viven en la certeza del regreso.

Un poncho negro, camina en silencio y logra sus conquistas en la perseverancia, con la paz de la puna, la constancia de la espera y el ayuno. No pude ser uno de ellos dice, lamentándose de su incoherencia sus ojos se apagan, su locuacidad aparente de chaman cesa y calla. Fracasé por la carne me cuenta, el Tío me envió mujeres, cerveza y fiesta. No pude con la contemplación del viento, con la templanza de la lluvia en la montaña.

En febrero cumplo cuarenta repite. Al escuchar su historia, mi cerebro empieza a dudar de su caminar comunitario y dibuja un perfil ezquizoide para este personaje. Al final, sea cual sea la verdad, en su delirio tiene la coherencia de esa razón que nos negamos a escuchar. El Tío te manda buenas y malas cosas lo sabemos y te cobra, me dice. La Pacha nunca cobra da abundancia sin factura.

Se levanta entonces y empieza a bailar una canción de Depeche Mode con aires de Diablada, con aquella que mientras lo acompaña en silueta, me busca con los ojos, luego ella me dirá eres un celoso, pero eso es parte de otra historia, ya lo dije.

Luego de bailar, le regala a ella un palo santo tallado que más parece una pipa de esas rituales, ella ríe con esa blancura de espejo y me guiña el ojo. El chaman habla, anota teléfono y dirección y la invita a cebar mate con leña. Luego él se sienta a mi lado, y mientras acullica, me dice que escribe al caminar, en esta tierra. Conozco la piel y el embrujo del Tio afirma. Te recuerdo, me dice, como si intuyera el juego de pieles que se ha iniciado, hay mujeres que el te manda el Tio y otras La Pacha. A veces es mejor quedarse con la gordita nomás sentencia, otras es mejor correr el riesgo y encontrar tu destino, nunca se sabe cual camino es el adecuado, habría que subir a las montañas y escuchar lo que dicen los achachilas en el viento pero no siempre se puede, dice.

Antes de irse me da un abrazo, lanzando las hojas de coca a mis pies. Coca negra dice, lo miro, bebo cerveza y muerdo el tallo de la hoja, irreverente ante sus profecías. El se ha ido, poncho gris pienso, poncho paranoide y me río.

Al final como decía aquel de sombrero de ala ancha, Pedro Navajas de Tupiza, sólo en el camino sabes que clase de embrujo te manda la vida, si fue una broma del Tío o un regalo de La Pacha.
El se aleja, luego de un guiño y yo me voy con la mujer de bruma. Tiempo después, luego de aquel encuentro, en este café escribo, con mis palabras sudándola y me pregunto si algún día me llegará la factura por aquella madrugada en su piel.

lunes, enero 22, 2007

Su noche


La geografía de su noche me ha llamado en silencio, convocando mi bruma al rencor de sus palabras. Vaciado de gritos en caminos de destierro, mis pupilas negras han caído en el pozo rojo de su sangre.

¿Lo sabías verdad? intuías que el encuentro era sólo eso, un arañazo fino en mi piel de
tambor. Por eso he vuelto a caminarte peregrina, así con caricias quedas, mis suelas te han contado este destierro y los tropezones ciertos han dado el anuncio.
Por eso hoy su imagen acompaña el destierro, en esta noche larga que retumba en la huida, las trampas del asfalto me han contado el secreto del vacío, en que se engolosinan los gusanos en sus órbitas huecas.

Lo sabías, en el tacto de su noche he dejado mis letras, un puñado añejo de palabras transformando el vomito de mis yemas y entonces, sin apenas pensarlo, mis labios han pronunciado su nombre.

(De Evocaciones, Parte I, poema 6)

viernes, enero 19, 2007

A tu viaje


Conocía poco de tu noche, eso que intuye tu palabra escrita en piedra y sin embargo me ha cubierto el manto de tus gritos.

El ruin repique de penumbra ha convocado a mi piel y a mis huesos, al camino que esconde tu mirada.

Conocía poco reconozco y sin embargo has inundado cada poro con tu eco casquibano. Fiel a la estrategia de la huida sólo un canto mudo en ti ha cesado.

Bienvenida

Esta es una pared negra, escondida detrás de una pantalla, en la que me expongo, me develo. Tu me hablas de los riesgos que entraña este asunto de mostrarse a pecho abierto, yo de la soltura que me produce desnudarme en palabras ante tus ojos.

Vuelves y me robas las palabras, miras el entorno y concluyes que el Deja Vu también fue un sueño. Hoy en la realidad del atardecer te acercas, te gusta jugar con la oreja izquierda, mientras estos dedos saltarines despiertan tu hombro y juegan a encontrar el mapa de Australia en algún lugar bajo el pantalón negro que te cubre.

Vuelves a las paredes, a mi cuerpo, a mi encierro a mis palabras, vuelves y eres bienvenida.

lunes, enero 15, 2007

El encuentro

Pidiéndome que la escriba, me llamó al amanecer, con ansiedad, para contarme la historia y del insomnio que lo tenía vomitando ese cuerpo hace días. Quedamos en tomar algo y charlar, él creía que con mis aires de cronista podía servir de un buen escriba para recoger su historia; nuestra amistad hacía imposible rechazar el pedido.

Él era un personaje mágico, no por el aura que proyectaba a la gente o los sentimientos que despertaba en otros, sino más bien por la cantidad de supercherías con las que llenaba su vida y, a la vez, es justo también reconocerlo, por ese afán de vivir en su propia historia, la de personajes literarios, los propios y los prestados. Se consideraba un espectador de sus días, un ser que miraba de palco lo que le pasaba, tal vez por eso la angustiante necesidad de narrar una y otra vez sus experiencias a alguien que les pusiera nombre, armara la puesta en escena.

Por azares de la vida, me encontraba clavado hace años en este rol de escriba, ofreciendo mi servicio en la prensa local como transcriptor de historias de todo tipo. Debo confesar que no me podía quejar, el oficio me permitía costear el alquiler y mis cervezas. Él había leído muy bien mi morbosidad en esto de recoger historias ajenas, y luego, contra el compromiso de confidencialidad asumido con el cliente, desnudarlas en el papel, en internet y en panfletos literarios de poca monta; por eso, tal vez, el nexo entre nosotros dos, aunque es necesario aclarar que esta iba a ser la primera vez que sería mi cliente.

Ese día llegué al departamento que él alquilaba en un getto paceño, me senté, abrí la libreta y, entre copa y copa de vino, lo escuché. En palabras teñidas de reflejo de nube, con la llorona de la Chavela taladrando el parlante, empezó a dibujarme la historia. Mientras hablaba, su mente se vaciaba de falsas memorias, de estertores corporales y, sobre todo, de la cursilería que durante aquella noche había bañado la ventana en el amanecer a su lado. Ella ya no importa, en tanto cuerpo, en cuanto piel, me dijo, es simplemente una palabra trémula, su nombre, y son mis dedos los que gritan por construir su propia historia para, despojándola de piel, de todo fluido corpóreo, hacerla inmortal; es por eso que te convoco, sentenció.

Panza vacía, cuerpo limpio, mente supuestamente llana y clara. No hay tóxicos en sus venas, mucho menos los fluidos acuosos de esa mujer; la gelatinosa miel de sus caderas profanando sus poros se ha marchado. En esa medida, consideró que era fácil relatar el encuentro así, con lo que llamaba bisturí objetivo, y jugar en la memoria con el eco cada vez menos intenso de esa presencia ácida.

Lo miro mientras narra esta historia y trato de dibujar en palabras los restos del encuentro. Como siempre en cada encargo, debo asegurarme de que mi pluma recoja todos los detalles del juego; es así que fui dibujando los restos de su memoria, mientras él inflamaba los ojos de humo, convencido de que sin duda aquel espectro, como la llama, era una mujer de espuma, un dejavu con plumas livianas y caderas filudas que le regaló el diablo en una noche teñida de cromo y mercurio, nada más. Era típico en él construir argumentos mágicos, invocando a demonios, cuando se topaba con algo o alguien sobre lo cual no tenía control.

Me habló de esa extraña fuerza que recorrió sus piernas cuando, en el viejo colchón, el reflejo del poste de la esquina barnizó su espalda de arpa en la madrugada, y entendió que era más que eso. Recordemos que, en su superstición, tiende a creer bastante en lo que llama causalidad cósmica, por lo que convierte cualquier encuentro casual en un baile con musas, y luego, con la facilidad con que se encandila, pasa a adorar la oscuridad.

Me contó en detalle cómo congeló el instante en que ella saltó de la cama y, en una caminata acelerada, fue hasta la sala para atender el repique gritón de su celular. Escuchó cómo su voz se fue quebrando y debilitando al responder a quien, del otro lado, le reprochaba, y no le importó. Recuerda bien cómo fue desparramando plumas por el piso, tiñendo su espalda y muslos, en el aura púrpura, mientras su mirada adormilada reía furiosa.

Me contó que el encuentro fue abrupto, como ese juego de memorias que invoca aquel amante de la kabala, de la numerología y de personajes mitológicos. Un haz de luz se trenzó con un temblor de vela, dijo, y se mató de risa. Empecé pidiéndole un cigarro, dijo, y luego, como certero balazo, le lancé la clásica cursilería de que “yo siento que te conozco de algún lado”, ella, con un guiño de ojo, le replicó: “dejavu se llama, yo también lo siento”.

Así empezó la historia. Mientras hablaba, su rostro recuperaba esa rigidez del día que lo conocí, tiempo atrás, en la cárcel de San Pedro; tensó el puño y, elevando la voz, dijo: “Era un silencio en silueta larga, silente línea tesada de cervicales al cóccix, pidiendo que me vuelva flecha, que me entregue a volar desde su arco y esparza mis sesos por el techo, para que ella beba mi razón y mis memorias”.

Me habló de cómo le robó cada palabra antes de que él pudiera decirla; me quitó el guión y, luego de desarmarme, dijo: “Me gustan las historias que terminan con sangre, esas tienen sal”. Es en ese momento que jugué a contarle la historia de Nancy, la changa de la novela de Capote, aunque luego entendí que la diferencia en nuestra historia sería que, en este caso, mis sesos acabarían en la almohada, en vez que los suyos. Es aquí donde, ni bien empezada la historia, él la sentencia y escribe el prólogo de su profecía autoanunciada.

Con esa su falta de orden, volvió de nuevo al encuentro en el boliche y dijo: “El lugar era absolutamente absurdo para juegos metafísicos, la cerveza dormía mis sienes y el tabaco egoísta perforaba sus ojos sin dioptrías”. Esos que gracias al azar auscultaron su alma de perro y poeta roto, pensé. Recordó que el ambiente del lugar donde la conoció era un vacío encuentro de paseantes. Estaban: la gringa, aquella con sexo como el de Sharon Stone, haciendo guiños debajo de la falda a flores en cada cruce de piernas, croando sus ansias al de camisa roja; el anfitrión, cabeza de zanahoria, new yorquino, bailando en desafinadas convulsiones ese himno gay de la Gloria Gaynor, que le daba el aire metro sexual a la noche.

Me habló también de cómo al otro lado permanecía sentado, en pose de chamán destronado, aquel otrora vicepresidente, hoy consultor, acullicando en pausado ritual, tomándose el tiempo para sacar los tallos y colocar las hojas, simétricamente alineadas, en su paladar. A su lado, el de cabello largo y grasiento, con botas de caminante y abrigo negro, sostenía que iba a cumplir cuarenta y que su rostro era de veinte gracias a la hoja de coca y la hierba mate, “seudo poncho negro”, como descubriría más tarde; pero eso es parte de otra historia. Al frente, estaba aquel amante de la cocaína, caspa de Satán, como diría el Velásquez, y quien, en ese entonces, alababa a Dios con gritos y severas alabanzas, mientras se preparaba para ser pastor evangélico, aunque era sabido que tenía el miembro inflamado de lujuria y no iba dejar tan fácil sus antiguos hábitos.

Según lo que él pensaba, fue un juego de azares y angustia, y para ella, “sólo el lugar y la hora donde se encontraron deseo y oportunidad”, replicó, “razón por la cual, entre cerveza y cerveza, fue depositando las agujas de sus ojos en mi pecho”. Con su recurrente forma de adjetivar, me contó que ella aleteó sedienta, sumergiéndose primero en los cabellos del caminante grasiento; luego, en el baile pintorésco del gringo, para terminar bailando salsa con el pastor evangélico. Mientras él, como avestruz, buceaba en su cerveza, ella iba trazando el mapa del lugar y las miradas, sondeando, buscando, el cuello exacto. Sí, estaba definiendo la presa, estoy absolutamente convencido, dijo, mientras lo intangible, aquello que algunos aseguran que es espíritu y pesa 25 gramos, seguía envolviendo el tacto y el verso del poeta, sin que ella acaso lo intuyese.

Le lancé eso de “me importa un pito…”, del Girondo, lo de “tanta casualidad junta da bronca”, y sus parpados respondían con flash de cámara trucha sin pilas. Me causaba gracia su relato, la forma de imposibilitarse, de invalidarse a sí mismo. Recordemos su historia, era, en pocas, un seudo nieto de Pedro Infante que renegaba de su machismo. Pese a ver como inflaba el pecho de seductor con cada palabra, no podía evitar sentir lástima. Sin embargo, era mi deber escucharlo. Era mi oficio.

Luego me contó que hablaron de varías cosas, entre ellas, las muestras de amor, del Epitafio de la Ramona Escalera en Felipe Delgado, el cual repetía de memoria, como mantra, de su atracción por Van Gogh... Yo me mostré racional en ese momento y, como psiquiatra barato, reduje el romanticismo del pintor a un acto impulsivo fruto de la psicosis. Me miró y afirmó que para ella era una muestra real y verdadera de amor eso de regalar partes del cuerpo a alguien.

A esta altura de la conversación, era importante no dejar caer detalle, ya que caso contrario, mi relato no sería el alimento esperado para quien lo compraba, por eso le pedí que detallara más el encuentro. Teñí la madera del piso con mis versos añejos, bebí el vino prestado y emprendí la huida, dijo. Reconozco que mi retorno no pudo ser más cómico, añadió, esperé menos de dos sorbos de cerveza y volví con la chamarra puesta a dar un abrazo al agasajado, y a ella, un beso. ¿El resto?, le pregunté. ¿Qué resto? ¿Lo insoportablemente no leve?, pues seguía ahí, construyendo un camino sin ruta aparente.

Ella se quedó mirando los ojos de canica del “seudo poncho negro”, mientras bailaba fingiendo no percatarse de mi machismo herido, del juego de “me llevo mi pelota”. Después, me lanzó una mirada y el típico “aún no te vayas”; el resto fue historia predecible, al menos para mí, al menos para ella, que ya había barajado las cartas en una correcta proporción de costo-beneficio.

Personalmente, creo que el tema fue, otra vez, su absurda necesidad de aferrarse a la ficción, y que hasta ahora se niega a entender lo que significa un baile de pieles y ya. Sería redundante contar lo que pasó luego, se fueron juntos a su casa. Ella disfrutó unas cuantas palabras, bebió otros versos y se aseguró de dejar marcas suyas por el lugar. Hizo que le enseñara la casa en detalle, criticó las lámparas, las paredes, se arrancó tres cabellos, los dejó por la alfombra y rechazó el piropo a su perfume con toda una cátedra sobre los aromas y Suskind.

Me confesó que, ya en la intimidad, se negó, como lo había hecho desde el principio, a recibir cualquier tipo de orden, desde las más simples, hasta las más lúdicas, como “date la vuelta, quiero ver tu espalda arqueada en mi embestida”. Aclaremos que, según me contó, ella fue la que pidió ver su refugio, la que fue tomando detalles del lugar, como la rosca navideña en la puerta, el orden de los libros y discos, para luego restregarle en su cara, como piedra pomes, sus manías, rituales y la presencia etérea de sus ex mujeres en la casa.

El resto fue sacarse el gustito, dirían por ahí, dejar que el tacto haga lo suyo, beberse piel a piel, y nada más. La noche se dio con ese aire de canción de Sabina y con la Chavela Vargas rompiendo las ventanas en el viejo monitor, mientras las pieles cantaban eso de “ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí”.Luego, el enredo, el encuentro de la savia y su vientre de pitón succionando hasta el alba sus versos. Demás está decir que su afán de no recibir ningún tipo de orden o expresión machista se manifestó en una furiosa cabalgata encima suyo, a lo rodeo, que acabó exprimiendo el calcetín de látex y haciéndolo girar en su interior como un lazo. Obviamente, la consecuencia fue predecible: el látex desapareció y el cuerpo del poeta soportó los embates agresivos y las serruchadas de su cadera tibia y agridulce, pero nada más. La explosión de mi cuerpo en el momento cumbre, barniz que ella anhelante pedía para sus poros, jamás llegó; tal vez es lo único de lo que me arrepiento ahora, dijo. Dado que ella disfrutó múltiples descargas eléctricas en su vientre, durmió plácidamente, dándome la espalda, mientras mis ojos dibujaban algún tipo de conjuro poético en el techo; pero nada de eso sirvió, poesía y sexo no encajan, lo volví a comprobar.

La despedida fue simple, recogió su ropa desparramada por la casa y se vistió. Él no pudo evitar el momento para lanzarle una ráfaga de zalamerías, empezando por la clásica imagen de postal, mostrándole, en un abrazo, cómo la niebla daba brochazos en los cerros, cómo las luces de la ciudad morían en un naranja tibio, dando paso al azul oscuro de la madrugada. Luego, la cagué con mi insistencia, confesó; la estocada machista de ponerme la ropa apresuradamente y ofrecer llevarla en coche las tres cuadras entre mi departamento y el suyo fue el colmo, lo acepto. Ella, obviamente, respondió con insistencia que se iría a pie, pero salieron nuevamente mis genes de Pedro Infante y, con voz firme, dije que era peligroso y de un empujón la subí al coche.

En este punto, es importante añadir que por menos cortó el cuello de su ex mujer, cosa que, sin duda, ella ignoraba. En la despedida, más que predecible, le dijo eso de que ahora se enamorará; ella respondió con un racional “es absurdo, fue intenso, sólo eso y déjalo así”. En la puerta de su casa, un beso tibio de ventosa y un gracias, no sin antes ponerle un dedo en los labios y decir “shhh, yo te llamo”. La verdad, a este punto sentí que perdía el tiempo y entendí cada paso de ella.

Apuré el vino y respiré para escuchar lo último. Me habló del silencio que ahora disfruta, similar al que vivió en la celda; me explicó que había extrañado una patada de yegua en su pecho, ahora tenía tinta para sus versos, dijo. Me contó también de su profecía auto anunciada de ser abandonado, esa que tanto le gusta, por esa necesidad de construir la amante de bruma, liviana y espesa en la mente, que inyecta sangre y melancolía a su noche, pero nada más. Los días han pasado, cuenta velando disciplinadamente su recuerdo, recorriendo sus pasos y, en la memoria, cada rincón de la casa en busca de alguna pista, cada espacio de su cuerpo en busca de antiguas sensaciones. Luego de tanta obsesión taladrando mis días, sólo conseguí un orzuelo, mira, me dio mal de ojo, dijo, tanto pensar en Lilith. Suele dar ese nombre a todas las mujeres que lo acuchillan, luego las pone en un altar, en homenaje a la primera esposa de Adán, aquella primera en escupir al macho, dice.

Me mira, con ese lagrimeo constante en el ojo izquierdo, con el párpado hinchado como bolsa de canguro, y convencido, dice, que fue lo único que logró luego de evocarla. Luego vuelve a contarme de los fluidos secándose en las sabanas, de las paredes que guardan el eco de sus humedades y demás pajas.

Antes de salir, con ese aire de macho desahuciado, me cuenta que le mandó una flor hace unos días, una blanca, me dice, con una nota deseándole buen año. Asegura que no fue su objetivo acosarla, simplemente hacerle saber que la piensa y seguirá esperando, aunque ya tengo preparado el siguiente paso si no funciona, dijo, jugando con el vidrio.

Cansado, me fui, con tres hojas en mi libreta resumiendo su angustiosa espera. La verdad es que no sé cómo ordenar tanta añoranza y obsesión para entregársela; estoy convencido de que ella, esta vez, se equivocó, eligió mal la víctima.

Viernes siguiente, en el clásico café, ella llega tarde como siempre. Empiezo hablándole de cómo me dijo que la añoró en su macurca de vientre. Ella escucha atentamente, le doy el texto y lee “...en la evocación de las paredes he decidido nombrarte...”, lanza una carcajada; me confiesa que luego de que él la dejó en casa, durmió toda la tarde; me dolían los ojos, tenía chaqui y no paré de soñar con Samiel, mi novia de Israel, dijo. Lloré sí, el lunes toda la noche, mientras mis dedos ansiosos jugaron con mi cuerpo, recordándola. Después de media hora de charla, ella pagó el café, recogió su pañoleta de seda y se levantó. Pese a conocerla de años, recién aquel día entendí esa metáfora de espalda de arco, de mujer de espuma, que me había dicho el poeta. Al despedirse, me dijo “gracias por el texto, lo guardaré en mi cajón. Te llamo si la historia tiene otro capítulo, uno de esos con sangre, talvez, o cuando conozca a otro tipo”. Me dio mis cincuenta lucas y se fue sin voltear atrás, como siempre.

Luego de esta historia, decidí dejar la pega de cronista y buscar otra fuente de ingreso. Llamé a mi amigo poeta y decidí confesarle todo. Tomamos unas cervezas toda la tarde y cerramos el capítulo; al menos eso pensé. A la semana de nuestro encuentro, ella recibió en una caja un dedo índice con una nota: “Para que te ayude en tus viajes a Israel”; y yo, otra, con un pendiente de plata en los restos de una oreja.

miércoles, enero 03, 2007

El perfume

El eco de tus gritos refugiándose en mis poros. Piel de ventosa envuelve heridas,
¿dónde pongo lo hallado; tus miradas, cabellos, lunares rodando por la alfombra, caderas serruchando el alma?

¿Dónde, tus huesos tibios, labios agridulces y vientre de pitón?.
¿Dónde?, ahora que el silencio es sentencia de piedra.

¿Qué hago con tu perfume en mi cuerpo, en las sábanas, paredes y alfombra?
Ponlo en una cajita y espera..dijiste