jueves, diciembre 10, 2009

temor

....Un gran temor acecha..........

miércoles, diciembre 09, 2009

X


X está aquí, mirando al escenario con algo que no tienen sus pupilas. Llegó a este lugar para arrodillarse ante su guitarra, convencido que de alguna manera ella agradecerá en silencio su compañía.
X necesita contar cosas y estar rodeado de gente, así puede pasar desapercibido. Tiene corneas solitarias a las que les gusta mirar: cejas, manos, dedos largos, uñas sin esmalte, rodillas (con o sin pantalón que las cubra), empeines, si acaso algún ombligo, pero sobre todo clavículas, de preferencia las del lado izquierdo. Detesta eso si mirar cuellos cubiertos sobre todo por aquellas chompas “Beatle”; detesta esa palabra ya que le recuerda a la nariz de Ringo Star y a la Peta en la que murió accidentado el poeta que escribía a la altura de esta ciudad. Si no queda otra opción, X prefiere hablar de cuello tortuga, aunque para él sea un competidor que obliga a sus ojos elegir entre el caparazón que esconde sus parpados o la lana tapa cuello y lunares de la flaca de guindo.
X mira el reloj, sabe que faltan 47 minutos para la función, lo cual lo reconforta por que 4+7 da 11 y 1+1 da 2. Para X lo anterior no es casual, está convencido que guarda una directa y estrecha relación con sus dos ojos, sus dos parpadeos por segundo y sobre todo con lo que soñó las dos últimas noches. X recuerda que en aquel sueño balanceaba sus parpados en la almohada junto con los de aquella que hoy cantará canciones de amor que el no pide.
X está convencido que algo más que el azar determina las sumatorias, cree que ella esta noche le reclamará, a cien parpadeos por minuto, sumatorias compartidas cuando su voz rasgue los 18 focos dispuestos en el lugar.
Cuando ella saluda al público y se acomoda la guitarra en el muslo derecho a X no se le ocurre mejor cosa que volverse araña y esconder, con un profundo escapismo, sus ahora 8 ojos en el estante lleno de libros usados que se encuentra en la esquina derecha del lugar. X a fin de evitar la mirada de ella, saca uno de sus ojos y lo pone en un cenicero, los otros siete los guarda en el bolsillo, esto tiene una sola explicación X por más temor que tenga necesita mirar para seguir vivo.
Aquel único ojo bambolea sobre el cenicero y su mirada acaba sobre el bar, mirando cosas inofensivas como el taburete de madera de enfrente, las 35 bolitas de lana que asemejan un bosque de olivares justo a la mitad del abdomen de una francesa resfriada, la aureola del pecho derecho de la mesera del bar, que asemeja un timbre debajo su camiseta blanca sin mangas. Por último descansa en la colección de huesitos encontrados cuando se refaccionó el lugar, esos que están en un huequito con vidrio para que los turistas los vean, huesos de quien sabe quien, de quien sabe cuando, que sin duda son un refugio más seguro para sus ojos que la mirada de la que pronto cantará.
La mujer que X teme mirar y a la vez añora desesperadamente con sus corneas empieza a cantar. X reza por no ser mirado y piensa que su oración producirá algún extraño efecto en el lugar, algún conjuro protector el momento que ella cante aquello de que si rezas no amas o algo parecido. Sin embargo ocurre lo contrario cuando ella canta sus ojos no le obedecen y miran con unas ganas de ser como en el sueño de hace dos noches: ojo en sus cabellos, pupila en sus dedos y sin duda lo más riesgoso pestaña formando arpegios en su ombligo.
X escucha la primera canción y sabe que no hay escapatoria, en ese momento evoca los encantos de aquella cena imaginada salpicada de ají y vino, el sabor canela de la piel de la cantante al amanecer. Mira y se sorprende al sentir el calor en sus mejillas, sabe que hace 70 segundos que empezó la canción y hace 90 que despertó por segunda vez del sueño aquel que no debió traer al concierto.
Las cosas en este punto se han complicado bastante y X siente como altamente probable que ella puede escuchar sus sueños, razón por la cual busca refugio en la mesa. Mira el cenicero, el cigarro, los catorce fósforos alineados en dos filas en una cajita y trata inútilmente de encontrar entre el público una clavícula, unas costillas que le sirvan de cueva en la huida.
Ella escucha sus miradas, lo sabe por que está cantando sobre ojos, en ese momento a X no se le se le ocurre mejor ejercicio que contar las cerámicas del piso cada una de 20 x 30 centímetros. Sabe que si termina de contar todos antes de que termine la canción su mirada estará a salvo, el sueño permanecerá intacto y lo mejor de todo ella lo seguirá ignorando. Sin embargo Por más que se esfuerza intuye que el tiempo no le alcanzará razón por la cual multiplica el ancho por el largo del lugar. 24 baldosas de largo x 11 de ancho, dan 264, las cuales en total suman 12 y la descomposición de esta suma 2+1 da 3. En ese momento se da cuenta que su formula ha fallado, el sueño se derrumba y X se asusta, al darse cuenta que la suma no da numero par. Según X esto puede deberse a que ella piensa en otra persona lo que le produce pánico peor aún puede significar que si balancea miradas con la cantante de la unión de ambos podría nacer un tercero, lo que le asusta aún más. En ese momento se esfuma la pequeña burbuja del sueño en su cabeza. X mira su billetera en busca de un preservativo, la mesa en busca de una calculadora y sus ojos planean la ruta de escape.
Han pasado 2 minutos de la canción, X quiere escapar, recuerda enfadado que sus ojos sólo son capaces de mirar sueños y canciones, no pupilas reales. X no sabe si volverse ojera o parpado comatoso para poder lograr una huida decente del lugar sin que nadie se entere.
X es en honor a la verdad un cobarde. No sabe mirar más que con los parpados cerrados, de esa manera puede imaginar que su mirada se encuentra con la de ella y sus pestañas se estiran para intentar descansar en sus negras cejas. X se asusta y en ese instante empieza a repetir compulsivamente aquella canción de Serugiran que escuchaba hace mas de 20 años, canta en su cabeza aquel estribillo de …”con los ojos cerrados me ves mejor” y realiza un total de 25 parpadeos para disolver las miradas de reojo que produce cada acorde de la guitarra.
X ha contado cada uno de los movimientos en sus ojos durante la canción, también cada una de las veces que bajó la mirada, cuando estuvieron a punto de cruzarse con los de ella. De más está decir que también sintió cada uno de sus temblores de pierna, hormigueos de pie, adormecimientos púbicos y rubor en los cachetes cada una de las veces que en la canción ella habló de ojos.
X está en el lugar, detrás de alguna mesa, encima de alguna silla o tal vez mirando de reojo desde la puerta corrediza del baño, esa que tiene una aldaba de baúl. Sin duda aquel lugar sería el mejor, ahí X podría imaginarse siendo una marioneta encerrada en algo que-más que baño- es un ropero.
La canción ha terminado, en ese momento X empieza a dudar sobre si contar con serenidad cada una de las manchas y líneas en la madera de la mesa o dar alaridos para que ella lo escuche, lo mire y lo esconda en su guitarra.
X es un ojo, una pupila, una pestaña, un parpado, una ojera de baja autoestima, una ceja de cortina, todo eso y más cuando ella responde a su mirada, en este instante X quiere ser sueño, mirar cuando ella duerme, acompañar con caricias de pestañas y velar con leves parpadeos su canto.
X sin embargo está en este lugar, entre el público y se cansa de ser ojo cada vez que mira el techo de catacumba. Hay 12 ladrillos por fila y 15 filas donde la suma da 180, lo que a su vez suma 9, X se angustia por que no sabe si ese 9 necesita un 6 para algún juego erótico, o es un presagio del número de canciones que faltan para sacar el colirio de su bolsillo.
Si X es simplemente un par de ojos sin boca, unas pestañas sin manos, un hombre sin H. Es cobarde por que es ojo parchado.

X está convencido que al final del concierto ella le dirá:

-Hola que bien que viniste ¿te gusto? Che Xavier tus ojos estan rojos la próxima ves ponte lentes ydeja de fumar tantas macanas, ah por cierto tu timidez me está matando.

(Texto para la canción tus ojos de Andrea Figueroa)

lunes, noviembre 23, 2009

Tu Sangre

(Texto elaborado para la canción Tu Sangre de Andrea Figueroa "La Negra Rockera")

¿Cómo mierda se hace para sacar una mujer de la sangre, cuando trepa dando mordiscos por tus venas y arterias? Siempre creí que no había respuesta, sólo el eco de tus palabras rebotando en mi techo. –Es más liviano jugar a fluir con la música- decías, midiendo el tacto, pulsando en cada acorde el blues de tus besos. -No te enrolles conmigo o gano o mato- sentenciabas.

Pensé mucho Negra en como hacer más liviana tu ausencia, limpiando tu sabor de mis venas pero no lo logré, al menos hasta hoy. Reconozco que fue absurdo preguntarte ¿el detergente oara sábanas servirá para blanquear mis venas? Era un rollo sólo mío y tú fuiste clara ¿o no? además como decías ¿qué podría resultar de un quenista y una blusera más allá de un arrítmico encuentro?

No tengo idea de como limpiar tu sabor, es lógico si yo mismo decidí abrir la piel a la tinta de tu canto, dejando que mi sábana sea lienzo, que mi boca frasco vacío. Si, hasta hoy tu sangre navega en la mía por un acto de simple voluntad y entrega, por que me empeciné que así fuera, por que construí una muralla coagulada en que retenga tu canto más allá de tu ausencia.

Al final de nada valió tanto acto, tanta metáfora “draculesca” como dirías. Tú te has ido, claro si nunca estuviste, si lo habías anticipado cuando dijiste que mis manos no rasgarían tus alas, aunque contradictoria como siempre también pediste que usara aquel viejo cuchillo de cocina para dibujar en tu espalda la forma del beso que me preservará en tu huida.

Negra ¿Sabes como se hace, para que vuelvas a la alfombra, para que desaparezcas de mis músculos, de mi piel, del cerebro y de mis viejos riñones?, Sería más fácil si al menos aparecieras con una botella vacía, reclamando con soberbia que te devuelva lo tuyo, que tú sólo querías un juego sincopado con mi piel y nada más, que tu sangre es tuya con tus olores y sabores y que no te daba la gana de entregarla a nadie, menos a un quenista frustrado.

Si Negra odiaba que me repitieras eso de” el amor no es para el que más haya rezado”, por que al final yo rezaba, como idiota pero rezaba, pidiendo que seamos una sola sangre.

Me acuerdo, yo queriendo volver metáfora el charco en mis sábanas y tú confesando con un blues de Sopocachi que no creías ni en las cruces ni en los rezos, que detestabas la barroca mirada de aquel Cristo tallado en madera, que desde la pared de mi cuarto celebraba tus ojos y bendecía tus pechos trepando por mis costillas.

Si Negra como no recordarte escupiendo en mi piel, pidiendo aire luego de tocar mi quena, ahí matándote de risa confesando que estar conmigo era como, como... violarse a un cura. Debí entender que no querías darme tu sangre, al final fuiste clara cuando dijiste que había ciertas cosas que te daban asco, que no sería buena idea jugar a ser guitarra sobre mi barriga de tambor hueco, por que sonaría mal, por que tu piel desafinaría con la mía.

Sin embargo cuando menos lo pensaba me diste tu guitarra, me pediste que salga del lugar y que te espere en casa. Te obedecí, planché las sábanas, lave el aire con el viento de mi quena y esperé. Llegaste, callaste mi garganta con tu cabello crespo, trepaste como pitón por mi cuello hasta vendar mis ojos, hasta decir en mi oído que sólo me prestarías tu sangre.

Esa noche había una cosa que no sabías Negra, los quenistas aprendimos a sentir la palabra del viento, por más sutil que sea, por lo que escuché los silbidos sutiles que produjeron tus cabellos enredados. Tu ni te enteraste, no tenías la culpa no estabas acostumbrada al viento, sólo al temblor de tus cuerdas, por eso no supiste el verdadero pedido; pintar mis labios con tu sangre, recorrer el camino de tu ombligo a tu vientre, mojando el aire, secandote.

Me acuerdo Negra la forma que tenías de repetir eso de “no sabes , no quieres, no entiendes que me gustas mucho” como confesándome que hasta ahí nomás llegarías conmigo y yo todo idiota pensando que tu canción era una declaración, confesándote nuevamente esa idiotez de que por el juego rojo de las sábanas tu navegabas en mi sangre y que éramos uno en las venas y no sé que tantas pajas más.

Es que para mi nuestro encuentro fue la manera fetichista de sostener un pacto, algo único contigo, de filtrarme por tu boca de que te cueles por mi cuerpo y que reposes en mis venas. Para ti una noche y punto. Por eso hoy vine para devolverte lo tuyo, tomé mucha agua antes de venir para descontaminarme lo más que pueda.

Traje el cuchillo, ese con el que te gustaba cortar el tomate, para los fideos con los que acompañabas tus canciones en mi cuarto. Negra, está bien afilado, no te preocupes, no lo usaré contigo, sería una falta de gusto arruinar tu canción con algo tan grotesco.

Ya sé como se arranca una mujer de la sangre, dejándola salir de a poco, abriéndole la puerta, permitiendo que se lleve con ella los restos de su huésped, haciendo que vuelva gota a gota a las sábanas donde se cometió el primer crimen.

¿Negra podrías cantar de nuevo eso de que te gusto mucho, mientras pongo con cuidado las sábanas blancas en mis piernas y espero tu primer acorde?

Cantá mirando al público, yo escucharé en silencio apoyado en la pared. Me hice un tajo en la panza, no quedaba otra. Decidí secarme en esta sábana mientras cantas y devolver tu snagre enredadad con la mia en mitad de tu acto.

Cantá esta noche fuerte, con todo mientras este cuerpo se seca, así algo de tu voz irá entrando en mi carne desafinada, algo de tu música me devolverá tu sabor en la partida.

viernes, noviembre 20, 2009

Cronicas de un burocrata 2

Esta es la hora perfecta en la que actualizas el blog a solas, antes de las 8 am, cuando el único sonido que se escucha es el de una aspiradora arrastrada por una señora que pesa lo mismo que el aparato aspirador. La señora de limpiez lleva un uniforme que le queda grande, nada femenino por cierto. La señora vive gracias a este subempleo y aprovecha esta hora para limpiar los escritorios de los burocratas que todavía no llegaron. Debe hacerlo rapido asi evita encontrarse con las miradas de arrogancia y los sutilies empujones de oficinistas, otras fichas del sistema, prescindibles engranajes de esta ruedas que se mueve y genera dinero a un gordo que toma whisky y nadie ha visto nunca la cara.

Un burocrata mira a la señora que limpia desde su silla con rueditas jugando a que es el trono desde el que pregunta al "lustra" si tiene cambio de 20 para luego decirle el lunes te pago. El lustra piensa pobre pelotudo y acepta el prestamo sólo por que creció limpiando la caca de sus zapatos y necesita la plata. El burocrata se tapa la nariz, cuando la señora que carga la aspiradora recoje la basura en su papelero, luego se queja al Jefe de servicios generales que su olor a cebolla no le permite leer el mensaje de cumpleaños que le mandó su madre desde Londres. Madre que escribe luego de su receso de almuerzo, tomando prestada la maquina de un oficinista inglés, luego de limpiar su papelero y aspirar su escritorio.

El burocrata grado 2-6, a las 8:45 tocará timidamente la puerta de su Jefe, un burocrata grado 6-3. Se sentará frente a su trono, con la mano derecha temblorosa le extenderá un formulario de vacación para el lunes, día en que la hija del oficinista cumplirá años. El Jefe lo mirará en silencio y le dira--la vacación se programa con al menos 48 horas- y botará el formulario en el cesto de basura que está debajo su silla.

A las 7 de la noche la señora de limpieza recogera el formulario, renegando lo separará de una cascara de mandarina y una papel higiénico lleno de mocos laborales y pensará -estos señores para que inventaran esa sonsera del reciclaje si igual no cumplen.

martes, noviembre 17, 2009

Confesiones de un Burocrata 1



Este espacio me recuerda a la lápida de mi tía abuela, tiene una bonita virgen postmoderna hecha en base a triangulos al lado izquierdo de un florero de metal al que le crecieron raices por que no bastó con jalar su cadena y ponerle flores una vez al año, ahora por más que quieras no sale, por más que trates se quedó trancado, se aferró al vacío y la crecio la yerba.

Dicen que los blogs están agonizando, dijeron lo mismo de la radio cuando apareció la tele, del cine cuando apareció el DVD, de los carteros cuando apareció el correo electrónico. La verdad existen dos posibilidades que la blogosfera sea una constelación de ciber basura o un lugar que sobreviva y de tiempo en tiempo, de guerra en guerra hable con más serenidad y palabra pausada que Twitter o el Facebook.

De momento por si quedan dudas, escribo este post que es muy probable que nadie lea en las próximas semanas, al final ¿a quién le interesan los divagues de un proyecto de escritor, las pajas de un burocrata estancado en su escritorio?...

Hoy empezaré una serie que veremos cuanto dura, retomando aquel estílo que gustaba a mis amigas.

14.09

Almorzé un asado seco con yuca y ensalada, decidí hacer dieta ya que paso en promedio 9 horas al día sentado sin moverme frente de esta pantalla y estoy con sobrepeso por que al salir de acá sólo tengo ganas de echarme en mi cama a ver Two and a Half Men y si tengo suerte escrbir una pagina de mi libro.

En 6 meses cumplo 40 años los cuales ya pesan en mi espalda y paso la mayor parte del tiempo soportando a Dona Summer en la maquina de mi colega y el bombardeo de correos electrónicos que diariamente sobrepasan los 300, de los cuales leo con detenimiento 10 y tomo acción inmediata sobre máximo 3.

Bienvenidos al cubículo de un burocrata al que le duele hace semanas el dedo gordo del pie derecho (puede ser gota o articulaciones desgastadas)quien sabe, al lugar dónde un típico oficinista pasa 45 horas a la semana, esta con su hija 15 horas a la semana y se emborracha 10 horas a la semana. El resto del tiempo se la pasa entre comer, dormir, leer y escribir, de esas actividades la que más tiempo le consume es sin duda dormir.

Escribo este texto mientras me pirateo el último disco de Sabina (ya bajó el 45%). D Disfruto esta media hora de silencio antes de que la Oficina se llene de gente.
Tengo dos dilemas para este día.

El primero: ¿Cómo hago para tapar con la mayor cantidad de tierra un error que cometí hace 12 meses por no manejar la presión y que está a punto de costarle dinero a la oficina? Me acuerdo una escena de alguna película que ví en algún sábado de resaca. Cinco empleados trituran papel de noche en una oficina día antes de que llegue una auditoria ¿es posible triturar las evidencias de un crimen? al final siempre hay un cabo suelto que queda por ahí y como díria Raskolnifof ¿tanto lío por dar un hachazo a una vieja?.

El Segundo: ¿Cómo hago para terminar de relacionar los personajes de un cuento que tengo a medias? Espero poder sentarme en la maquina de la casa al menos una hora esta noche y poner en el papel todo el enredo que tengo en la cabeza, enredo que va surgiendo mientras muevo papeles de canasta a canasta, leo mensajes de correo, firmo carta, sello sobres.

En 15 minutos se abrirá la puerta, en 15 minutos empezará el ruido de este lugar en el que estoy estancado hace 7 años 9 meses. No puedo saltar sin red, ya no soy trapecista, tengo una hija que es más que el público que mira la obra es la razón de ser de este circo quien al menos los próximos 15 años me necesita vivo. Ahí radica la perversa broma de trabajar en un lugar que te paga un buen sueldo pero que detestas, si es una mamada, la plata no compra y nunca comprará la felicidad. No me gusta este trabajo, es más lo detesto al igual que a tod@s los que comparten conmigo este espacio. Tengo un Jefe que más parece refrigerador que persona y del cual nunca sabes que humor trae a la oficina, tengo unas ganas de mandar todo a la mierda y dedicarme sólo a escribir, la pregunta es ¿me pagaría tanto la literatura como la burocracia? Mi consuelo es que Cortazar fue también uno de estos.

¿Cuántos habrá allá afuera como yo que quieren dejar un trabajo luego de 12 años y 9 meses de ser burocratas, cuantos que no se animan?

jueves, octubre 01, 2009

Sueños y taquicardia

Sus ronquidos rebotan en el vino de la pared mal pintada de su cuarto. Ella duerme, mientras aquel atrapa sueños comprado en la Sagarnaga conoce el perfíl de sus senos de fresa, por las noches estira sus plumas y hace cosquillas en los pezones de la que duerme, ella abre la boca, muestra la ya conocida curvatura en su canino derecho y exhala un aullido con sabor a mar salado.

Ella conoce Tailandia sólo por la ropa de algodón que nuevamente ha vestido su cuerpo para la foto. Mira a la cámara de forma desafiante y con esa sonrisa de medio lado, él la mira detrás del lente de la cámara, detrás del monitor de su computadora, desde el espacio que esconde su intromisión reverberante.

"Que los muertos entierren a los muertos", recuerda aquella frase de la Biblia y concluye que es necesario apretar la X en la esquina derecha del monitor y gritar con la boca pegada a la pantalla "botá ese atrapa sueños!!!", antes de ponerse el pulgar derecho en la carótida y sentir su pulso acelerado.

Hoy no tomó su pastilla para la hipertensión, hoy despertó después de una pesadilla, hoy tiene taquicardia y decidió que sería buena idea comprar un atrapasueños y volver a ver en la noche sus fotos de Tailandia.

Ella despierta, mira el techo, piensa que el color rojo quedó perfecto en su nueva casa, mira el atrapa sueños, agradece al gran brujo no haber tenidos pesadillas, se levanta, desayuna medio pan y con alivio recuerda la buena decisión de haber sacado de su vida al borracho taquicárdico.

lunes, septiembre 28, 2009

Pavese y la Diosa Blanca




El suicida es un homicida tímido (Cesar Pavese)

El 9 de septiembre de este año se cumplieron 101 del nacimiento de Cesar Pavese y el 27 de agosto 59 años de su muerte. Hace un año habría cumplido 100 años, lo cual hubiera sido biológicamente poco probable aunque tal vez alcanzable, con una vida rigurosa y aburrida. Pavese, no quiso ese tipo de vida y decidió adelantar la cuenta de los años en una pequeña habitación de un hotel de Turín suicidándose a sus 42 años.

Como era de esperar hace un año Francia, Italia y España reeditaron con pompa y homenajes sus libros rescatados del olvido. Los centenarios siempre son un buen pretexto para la farándula, una excusa para llenar páginas con referencias al autor.
No es idea de esta nota realizar un ensayo literario sobre la obra poética de Pavese, tampoco tomar como pretexto su muerte para una apología o crítica al suicidio. Para lo primero están los literatos hábiles y lúcidos, quienes hablarán con mayor rigurosidad de su obra. De lo segundo y lo tercero que se encarguen los curas o los surrealistas.

Aquellos que no saben o no quieren vencer la soledad interior deciden irse antes, Pavese lo sabía; la nada, la muerte fuente de su vocación, eran también su condena. “Para todos tiene la muerte una mirada decía” pues él prefirió mirar sus ojos antes que, adormilado por la vejez, sea la parca quien se los muestre.
Pavese prefirió morir en completa lucidez y plena conciencia de sus actos, cuentan que el día de su muerte dejó de manera significativa, como una reliquia enigmática sobre la mesita de noche del hotel, un ejemplar de su obra “Diálogos con Léuco” (de la cual sólo tuve la suerte de leer unos pasajes citados), junto a su conocida nota final de despedida: “Perdono a todos y a todos pido perdón. ¿Va bien? No chismeen demasiado” Dicen que ese día también llevaba consigo su diario personal “El Oficio de Vivir”, un cuaderno con sus últimos poemas y 16 frascos con pastillas para dormir. Antes de irse hizo tres llamadas telefónicas, para invitar a comer a tres diferentes mujeres, ninguna quiso, ninguna pudo.

Pavese murió por que supo que tenía que irse, encerrado en un hotel luego de haber recibido un premio literario por su libro “El bello verano”. Una muestra más de que su muerte era el punto final a su obra, es que Pavese no encajaba en el perfil del suicida dependiente que se mata por el amor no correspondido hacia una musa. Encarnaba, en su melancolía a cuestas la angustia (esa Sartriana) hacia la nada y que se expresaba en frases como “Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata por que un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”

El oficio de vivir, bajo la sombra de la muerte en Pavese, era el reflejo de una relación con la gente que lo agotaba, una forma de ver la vida que plasmó en toda su obra. La decisión de Pavese de marcharse fue absolutamente personal y meditada, en extremo coherente con su desesperanza. Al final el suicidio fue, en él, un acto de completa coherencia para poner punto final a su obra.

Pavese se fue por que quería, reconociendo, ya desde sus 40 que el suicidio estaba presente de forma insistente como única posible forma de enfrentar la muerte. “Todo esto da asco, basta de palabras. Un gesto. No escribiré más.”, dijo Pavese en las páginas de su diario que concluyó 9 días antes de morir. “El suicida es un homicida tímido” también había dicho, para reivindicar magistralmente el acto de irse, por voluntad propia.

Pavese hasta el día de su muerte creyó en la fuerza del mito, en la medida de que este era un lenguaje, un medio expresivo, no algo arbitrario, sino un vivero de símbolos, al que pertenece como a todos los lenguajes una particular sustancia de significados (1)

Pavese se valió del mito como forma de expresar simbólicamente su realidad, el mito traspasó la ficción para instalarse en su vida, no fue por azar que el día de su muerte dejó el libro de sus coloquios míticos “Diálogos con Leucó” como bien dice García Gual, …” como un testimonio de sus inquietudes sin respuesta, como un recorrido por un paisaje antiguo, como un paseo entre sombras y fantasmas de otros tiempos, entremezclados los ecos de la infancia y las siluetas de diosas y héroes de una cálida y ambigua familiaridad, voces antiguas para expresar angustias y dudas de siempre…”

Pavese no sólo como poeta y novelista, sino como ensayista e intelectual se preocupó por leer varios tipos de mitologías, pero probablemente la griega, por la riqueza de esa mitología, con una larga literatura que la transmitió, era incomparable y de una gran “madurez mítica” para él ¿pero por qué Diálogos con Leuco?.
Leucó es un diminutivo de Leucótea “La diosa blanca”, cuando uno se entera quien era Leucótea, probablemente encuentra la verdadera razón que escogió Pavese, un apasionado por la Odisea, para el título del libro, obra que lo acompañó de manera simbólica hasta su muerte.

Leucótea “la Diosa blanca”, era una, divinidad menor, lejos de los grandes dioses del Olimpo. Tiene una sola una aparición importante en la en la Odisea para auxiliar a Ulises, zarandeado en su balsa por una furiosa tempestad enviada por Poseidón. Aparece de pronto del mar como una gaviota, habla con Ulises y le dice que abandone su balsa y se lance al mar, embravecido por la tormenta, sólo usando su velo mágico como abrigo y nade. Ulises, algo desconfiado obedece a Leucó y dos días después llega a nado a Feacia.

En “Diálogos con Leuco”, Leucótea aparece dos veces, en los coloquios en que Pavese, inspirado en Ulises y la Odisea, trae el motivo recurrente de la inmortalidad divina enfrentada a la existencia mortal, ambas condiciones se revelan como insatisfactorias .

Leucótea, he aquí tal vez el nexo de el mito con la vida de Pavese, era una mujer mortal que, desesperada, se suicida lanzándose al mar, sin embargo los dioses le conceden el extraño privilegio, de salvarla de la muerte. Leucótea es redimida por capricho de los dioses y emerge luego del fondo del mar en condición de diosa para ayudar a Ulises.

Pavese recurrente en vida con el hecho suicida, pareciera que hubiera escogido el mito exacto, de aquella diosa para expresar sus propias inquietudes y angustias. Es este juego entre la inmortalidad divina y una existencia mortal, ambas insatisfactorias, que recoge Pavese en la historia de Leucótea, para plasmar su relación con la muerte. Una mujer, que insatisfecha con su vida, decide matarse lanzándose al mar; sin embargo no muere queda entrampada en una existencia eterna como diosa cuyo destino es salvar de la muerte a otros, existencia eterna que es a su vez, es un mandato y un castigo.

Pavese recurrió a los mitos griegos como si en esas imágenes y en sus destinos trágicos hallara un medio para dar curso a esos anhelos sin respuesta.
Sin duda los mitos pueden ser usados, como forma de simbolizar la realidad, pero no son la realidad en si misma, rescatando de ellos la historia, la simbología para significar una realidad que más de una vez perturba, que más de una vez no se entiende.

El velo mágico de Leucó, fue usado por Ulises como un salvavidas para evitar el naufragio. Pero sólo por un tiempo; al final cuando éste, a salvo, nuevamente se enfrenta a la inquietud cotidiana, es decir a la realidad, por último a vivir. Quedarse con el velo en el agua sería morir, uno debe usar el velo para lo que ha sido hecho y continuar, permanecer en el mito es a su vez no vivir. Al final vivir es real y no tiene nada de la lírica o épica del mito. La realidad se nutre de la ficción, pero desprovista de esta duele, como el hecho de vivir. Ante esta certeza más de uno prefiere quedarse flotando en el agua, aferrado al velo de Leucó o lanzarse al mar con la esperanza de que los dioses lo rediman mediante una inmortalidad.

Tal vez Pavese en su relación con la vida prefería el mito, tal vez por eso “diálogos con Leucó” era la obra que mejor lo definía, llegó a escribir poco antes de su suicidio– que era su “carta de presentación ante la posteridad” , tal vez por eso dejó junto a su cadáver el libro de aquellos coloquios míticos con la mitología griega, como un testimonio de sus inquietudes sin respuesta.

Algo sin duda buscó en el último instante de vida, en la última charla con Leuco, tal vez buscó una puerta al mar de Leucó, en el que esperaba ser recibido por sus aguas, quien sabe deseando la misma tortuosa inmortalidad de la Diosa Blanca. Tal vez Pavese decidió el día de su muerte fundirse con ella, como última esperanza de redención, acompañada del acto de pedir perdón. Dicen que hasta en el acto más agónico del suicida hay un soplo de esperanza, tal vez por eso, cuenta la superstición católica, que si el suicida un segundo antes de morir se arrepiente se salva.

Pavese probablemente buscó antes de morir que el mito sea testigo de su muerte y que sean los ojos de Leucó” los que miren como dejaba este mundo. El encuentro con el mito como forma de abrochar su vida, con la simbología que uso para soportarla, fue el juego, el símbolo último que nos dejó.

Pavese escogió el mito de una suicida que luego devino en diosa para entablar un diálogo en vida con la muerte y dejar que sea ella, desde “Diálogos con Leucó”, la única testigo de la verdadera razón de su partida.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo.
Tus ojos serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así lo ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.
Cesar Pavese

(1) Extracto de Diálogos con Leuco (Ensayo sobre Cesar Pavese por Carlos García Gual)

jueves, septiembre 10, 2009

boomerang

....Vuelve lo que va, yendose retorna...

Tratame bien...¿te trato bien?

martes, septiembre 08, 2009

Triquina


No era Rimbaud, sólo era un niño indio (Roberto Bolaño)

El poeta anoche volvió a reir con carcajada sorda, por que sólo escuchó el eco de su sorna.

El poeta puso el adjetivo encebollado en mi prosa y se jactó una vez más de ser anarquista y minimalista.

El poeta sabe dar palo con cicuta y con clase a la prosa banal, burlándose de los escritores y crónistas neobarrocos de La Paz. Ese poeta, sí, de ése hablo, el que dice que construyó su casita de 3 pisos gracias a la poesía y que anoche se dio el lujo de quitar algunos versos de un poema de Nicanor Parra, con marcador verde, antes de leerlos por considerarlos excremento.

Ese poeta, ese "cholo ilustrado" que escucha Bach más que morenada y al cual Jaime Saenz le dedicó un poema luego de que él mando a la mierda a los talleres Krupp, ese poeta con apellido que suena como el apodo de un caricaturista argentino, sabe como poner el acento en la palabra.

Ese poeta, sin duda sabrán de quien habló ayer me albergó en su biblioteca y me enseñó el truco para dormir poco o casí nada y leer más o casi nada. Ayer me invitó singani con agua de la pila, tabaco negro y marraquetas a la mañana y me contó de los sombreros que hacía su padre y de la muerte de su madre a sus seís años.

Ese poeta sonrió borracho ante mis incoherencias contaminadas de tanto tóxico. Aquel anarquista de palabra precisa y herética ayer dormitó, en mitad de su sillón, abrazado de un párrafo lleno de prosa banal, mirando de rato en rato entre bostezo y bostezo un cuadro que le ganó al Edgar Arandia en una apuesta.

Ese es el poeta, que conoció el valor de abrirse espacio a puñetazos en la constelación de escritores burgueses y aprendió de memoria el numero de peldaños que conducen a su biblioteca, los cuales descendió ayer en silencio reverrente ante un carajazo de su hija. Biblioteca donde está la cama de torneado y barroco respaldar, en la que duerme dos horas cada noche.

Lo conocí hace 15 años, lo reencontré hace dos meses y llenamos de ácido las palabras y de singani los pulmones. Ese poeta no es mi amigo, ni nada parecido, eso si es el único poeta por el que me sacó el sombrero en mitad de una cantina y el saca una sonrisa de su boca para pintar de barrocos y huecos halagos mi prosa. Ese poeta sabe pintar palabras y me regaló ayer un abrazo más antiguo que el que contenía al Felipe y Peña y Lillo o visceversa.

Ese poeta es un maestro lo cual es mucho, lo cual es nada.

Al final me pregunto ¿qué cosa me habrá querido enseñar a la madrugada con Bach y chalina de alpaca burlándose de mis divagues lacanianos y mi prosa banal?

Celebración de un infante
Mi infancia era un humo azul
Un punto ciego en el cuarto escarlata
El mago Tou Fou acariciaba mis cabellos
Mi padre cabalgaba sobre mi vieja cuna
Como si estuviera fuera el mundo y su pesadumbre
Mi madre medusa comía una naranja
Su pálida tristeza me hundía en la gracia
En esa espuma desconocida y áspera que sería mi destino

Mi infancia era una selva de sombreros y falacias
Querubín luciferino / Mí gloria era el infierno
El esqueleto de un caballo
Y ese hueco en la niebla donde una maldición tejía
Ya el telón había caído sobre mi razón
Y sólo tenía la certeza
De haber sido echado del paraíso
Entonces / Me desaté la lengua
Me rompí un brazo
Y me masturbé como un simio.

Humberto Quino Marquez

viernes, septiembre 04, 2009

Tengo

Tengo en un archivo de la computadora mi nuevo, compuesto de quince cuentos inconclusos (1 casi terminado, los otros en maqueta) sobre violencia de género. Tengo ganas de tenerlo listo antes de agosto del 2011.

Tengo 60 libros pendientes que me propuse terminar de leer hasta fin de año.

Tengo un poema largo en cuatro partes del que ya escribi 5 versos que me salieron horribles y mediocres.

Tengo una ansiedad como de año nuevo, como dice Charly, y tengo un espacio listo esperando a su nuevo disco que llegará de Baires en unos días por encargo.

Tengo en mi vida una mujer que se llama igual que mi hija, muerde mis temores con sus risas y se vuelve una oruguita de cabellos largos entre mis sábanas.

Tengo amigos y amigas, escritores, músicos, burócratas, banqueros, actores, literatos, poetas, aburridos, chistosos, interesantes, sabios, vagos, ociosos, burgueses, masistas, podemistas, anarquistas, grafitteros, caricaturistas, motoqueros, cocanis, centralistas, tarkus, yungueños, cambas, chapacos, paceños, gringos, europeos, cristianos, budistas, ateos...y más pajas..

Tengo más de mil razones como dice Sabina para no cortarme de un tajo las venas, la primera mi hija, la segunda mis libros, la tercera las páginas en blanco que aún no he escrito.



Tengo ganas de creer nuevamente

lunes, julio 13, 2009

De Paredes y Pavese

A ti, cuando leas esto tal vez comprendas…

Ayer a las 7:30 am, un profesional lamparero extirpó las lámparas de la sala y una semilla rodó por el piso en la cirugía. Fue inevitable no recordar la noche que las colocaste. Fue agradable evocar el reflejo de la ciudad en aquel lunar -café con leche cerca de tu ombligo- que tanto me gustaba morder. Te vi parada sobre la mesa, con aquel mal humor de miel, estirando los brazos, prolongando tu estatura para sentar tu presencia transformada en la luz de mi sala. Hoy aquella luz ha cesado. Ese juego caprichoso que dibujaba sombras de la china, gaviotas del pacífico y murciélagos benianos en las paredes ya nos es más. Las nuevas lámparas tienen un reflejo más convencional, un estilo más a tono con la nueva vida que empiezo.

Hoy cambié de lugar el dormitorio, al cuarto aquel que no sabiamos bien si era escritorio, sala de video o living de segunda. El que solía ser tu refugio para la siesta de la tarde o tus mantras de kundalini solitarios es hoy mi nuevo cuarto. Creo que desde su ventana será más agradable mirar la ciudad en el insomnio y la vigilia. Estoy seguro que te gustaría quedarte colgada en el lado derecho de la cama, mirando las luces de la ciudad filtrandose por la ventana, o ayudar con algún gémido a que las rajaduras en la pared crezcan.

Hoy al cambiar de lugar la biblioteca me vino la resaca de una discusión con sabor a pasado en una plaza de Rurre, decidí conjurarte y con ese aíre de libromancia matinal, abrí La vida está en otra parte" de Kundera, en la pagina 215. Sorpresivamente en mitad de la página encontré una foto tuya que había dado por perdida hace tiempo. Tu sonrisa de Mona Liza me impidió leer el primer párrafo, di la vuelta la foto y a la altura de la primera vertebra cervical de tu espalda - esa que se contraías ante las discusiones no dichas, los traqueteos de ambulancia y las peleas de oficina- pude leer las cosas que solías decir cuando tu piel sudaba lo que solías sudar, pude ver la mirada que solías mostrar cuando por tus ojos se filtraba el aroma a mar que tu sexo solía regalar.

Comprenderás que nuevamente una broma tuya volvió para decirme que no sería tan fácil enterrar tu cuerpo y parece ser que de ves en cuando tu olor invadirá las paredes por más que estén bien pintadas.

Así es, las lámparas se fueron, la pintura de cantina en las paredes también y tu imágen en Rurre volvió como última despedida. Debo confesar que junto con tu foto, también la máscara dejó la columna hoy, junto con la pulsera aquella que dejó olvidado algún israelita en El Mosquito y decidiste regalarme. Hoy son fetiches (sabes que soy maniático) y ocuparán un lugar libre de humedad en el lado más izquierdo del ropero más lejano, del cuarto menos visitado de la casa.

Las paredes blancas y la cama en otro cuarto hoy esperan, mientras tanto es probable que esta noche vuelva a escuchar esa recurrente canción de Bebe y puede que espante a tu fantasma con este poema de Pavese

Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos
Cesar Pavese

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.

lunes, julio 06, 2009

Pestes y Chanchos

Pestes y chanchos

Los otros dicen “es la peste, ha habido peste”. Por poco piden que les den una condecoración. Pero, ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más. (Albert Camus)

Estornudo tres veces sobre el teclado luego de leer que el virus AH1N1 traspasa fácilmente el paño del barbijo que compré a un boliviano para protegerme. Escribo en la sala de espera de algún aeropuerto, mientras analizo las conductas de los viajeros y los que controlan la seguridad. Ni unos ni otros saben muy bien que hacer, de que escaparse y a que bicho pisar, para detener a al virus de la primera pandemia “mas-media” del siglo XXI.

Me lavo las manos con aquel invento de alcohol con aroma a sandias que se desliza por mi piel como lubricante. Con las uñas limpias, con la compulsión instaurada en las yemas de mis dedos soy parte del circo del absurdo.

Desde que la OMS declaró a la gripe AH1N1 una pandemia 25,000 personas se contagiaron en el mundo y murieron 227 (el 0.98%). Una terrible amenaza sin duda que no se compara con el hecho de 273,000 niños nacidos en Bolivia cada año 7,400 mueren durante el primer mes de vida.

Revisando en la historia veo que la influenza H1N1 no es nueva. La pandemia más letal y conocida de este tipo fue la denominada gripe española que duró desde 1918 a 1919 y mato a al menos cincuenta millones de personas. La llamaron así porque España era el único país de Europa que no censuró los datos de la misma.

“Del chancho su gripe” la influenza AH1N1 llegó a Bolivia y contagió a la fecha a más de 100 personas. Llegó para despertar la conciencia adormilada en relación a la falacia de control que se tiene de lo externo. Falacia que hoy se sostiene, en un saber científico que define epidemias, prioriza males, crea medicamentos y establece el precio de la cura.

La respuesta de alarma a momentos desproporcionada ante la influenza es aparentemente irracional frente a otras epidemias como el VIH o el hambre mundial. El pánico creado otorga una máscara de racionalidad al absurdo que se expresa en acciones como impedir que los mexicanos pisen China o los Chilenos viajen a Brasil ¿Si es una pandemia global, porqué no se producen medicamentos genéricos sin costo y se los distribuye en el mundo? Se preguntará de forma irreverente alguien que no usa barbijo.

Parece ser que esta pandemia es tal en la medida que es sostenida por el pánico y la alarma y surge ante lo que no se conoce y que en esencia, como bien diría Camus en La Peste, es parte de la vida misma y nada más.

¿Será que la realidad copia a la literatura, como decía Borges, o simplemente hay un juego de perversión en hacer uso de una real pandemia para generar lucro y para elaborar discursos políticos a favor o en contra?

En esa medida, el absurdo hará que surjan por ahí algunos que digan que el virus apareció como un error del Pentágono o de Irán al crear armas químicas, otros que es una mentira provocada por las trasnacionales farmacéuticas para salir de la crisis económica. Esta situación sirve de excusa para volver a la noción existencialista de “lo absurdo” planteada por Camus en La Peste.

Escribo y estornudo recordando aquel viejo hombre que en la novela La Peste permanecía esperando la muerte desde el balcón de una vieja casa de Oran. Él miraba las ratas salir de las cloacas a morir a la calle de forma repentina y cada vez en mayor cantidad. Miraba con indiferencia, con cierta certeza ante la inminencia de la muerte. Permanecía con la calma de la vejez ante el rigor de la bacteria y, con cierta aura de invulnerabilidad, contaba las personas contagiadas por La Peste, aquellas que morían de fiebres altísimas y con los ganglios del cuerpo reventados.

En la novela evitar el contagio o buscar la cura a la peste, provocaba en los habitantes de Oran una serie de comportamientos imaginarios y absurdos y a la vez cuestionaba la capacidad de la ciencia de enfrentar una peste invisible con toda clase de sueros. Peste que interpelaba la moral de un Dios que limpiaba las cloacas de ratas y que por alguna razón dejaba que murieran los niños y sobrevivieran los curas.

Enfrentarse a la vulnerabilidad que produce un virus cerrando las puertas, tapando las bocas es sin duda un absurdo como lo mostró Camus en La Peste. Absurdo que hoy se define por si mismo en los hechos y conductas que produce en el mundo y que parece sustentarse en la noción de un saber científico que se jacta de descubrir el origen de la vida en el genoma humano pero que no es capaz de controlar al virus de la influenza.

Absurdo que insiste en que ahora, gracias a la ciencia, la gente podrá seguir disfrutando del sexo y las caminatas a los 90 años. Se muestra en la noción de un hombre dominando a las enfermedades y que alimenta su poder ante un Dios al cual le gusta imaginar poco certero y que no ve, que no toca por que no es materia.

En La Peste Camus planteaba la irracionalidad de la existencia humana enfrentada con una noción de Dios y una moral humana débil. Algo similar ocurre hoy cuando el hombre defiende de manera irreverente una moral relativa ante la vida y la muerte. Moral que entiende que Levonorgestrel no es sinónimo de aborto y Tamiflu sinónimo de cura . Un hombre que crea vida de forma espontánea en un laboratorio y que frente a un virus que muta crea paliativos de dudosa eficacia pero que generan millones de dólares.

Aquello sobre lo que no tenemos control ha vuelto y asusta. Genera lucro en unos y pánico en otros. Aquel mal invisible, plaga del Siglo XXI que se filtra por el aíre de forma silenciosa, golpea repentinamente mostrando la vulnerabilidad del ser humano. Sigue teniendo la misma vigencia que en La Oran de Camus, al recordar que controlar la peste es pretender controlar la vida misma y por ende no existe nada más absurdo.

En La Peste Camus contaba la historia de un grupo de médicos lidiando con la muerte producida por algo desconocido mientras la ciudad argelina de Orán era barrida por una plaga. En la actualidad aparecen nuevos médicos enseñando nuevas formas de usar el jabón y el barbijo para atacar a un virus desconocido que más que muerte produce susto y descontrol.

Camus puso sobre la mesa una serie de preguntas relativas a la naturaleza y destino de la condición humana. La Peste planteó metáforas tanto de los dilemas interiores como la ética y política ante lo desconocido. A partir de personajes que iban desde médicos y curas, a mercaderes lucrando con la muerte nos planteó la reacción humana ante un otro invisible que en su simpleza es poderoso y lo doblega.

Aquel absurdo de La Peste se vuelve real en estos días y recuerda que vivir es enfrentarse a la irracionalidad de creer que la razón es capaz de conocer y controlar aquel mal inevitable que se expresa en un virus.

Para Camus la ausencia de sentido supremo es el "absurdo", y se mostraba como algo desconcertante y a la vez positivo. Planteaba que las nuevas razones de la existencia serían aquellas que vayan ligadas a valorar la vida humana por sí misma y no por causas superiores a las personas (políticas, religiosas, ideológicas, etc.).
La novela nos mostró un sentido de la existencia manifestado principalmente en el apoyo mutuo de un pueblo ante la peste y en la libertad individual de optar por morir o por luchar. Planteamiento que hoy nos hace preguntarnos ¿qué tanto somos capaces de lidiar con el pánico? ¿Qué tanto somos capaces de hacer por el otro que muere de hambre y al que el barbijo no lo proteje?

Algo de lo que Camus planteó en La Peste ha vuelto por estos días. Igual que en la novela la influenza se irá un día de forma repentina, de la misma forma como apareció. La gripe “del chancho” se irá como hace tres años “la del pollo” y volverá mutando tal vez como “moquillo de perro” de acá a un tiempo.

Por ahora resta ver, como en La Peste, si el absurdo ayudará a valorar la vida humana por sí misma y su vulnerabilidad más allá de cualquier ideología, interés, credo o frontera. Mientras esto ocurre, mientras este texto acaba habrá que seguir lavándose las manos al menos doce veces al día y evitar besar a cualquier extraño que te sonría sin barbijo.

jueves, junio 11, 2009

Dos miradas a Conductas Erráticas

Dos miradas a Conductas Erráticas....En ambos casos se agradecen los comentarios a mi persona...
Un abrazo a la gente que participó de este libro y a Liliana y Max...

Catorce golpes bajos

Wilmer Urrelo *

La invitación llegó por e-mail y sonaba rara. ¿Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi trabajaban en una antología de crónicas de no ficción? ¿Crónicas que además deberían ser, en lo posible, basadas en experiencias de impacto personal? Eso sonaba a chicos y chicas traumados, lo confieso. O bien a chicos y chicas escribiendo sobre sus traumas. ¡Y vaya traumas!

En fin, que pese a lo ya mencionado sonaba interesante. Para hacerla corta: transcurrieron unos meses y la búsqueda dio sus frutos. Frutos dispares. Exquisitos. Catorce crónicas que vienen a convertirse en un producto excéntrico dentro de la literatura boliviana. ¿Por qué excéntrico? Porque los bolivianos y bolivianas tenemos miedo, terror, a hablar de nosotros mismos.

Podemos hacerlo cuando nos tomamos unas copas, pero jamás lo hacemos escribiendo algo real. Real: que de verdad pasó en nuestras vidas. Porque muchas veces ocultamos esas experiencias bajo el manto siempre salvador de la ficción. Ese striptease al revés, como diría Vargas Llosa. Sin embargo, Conductas erráticas: Primera antología boliviana de no ficción (Aguilar, 2009) es un libro distinto. Es una joyita de ésas que no pueden dejar de leerse.

Son catorce, decía, las historias que reúne Conductas erráticas. Ahí está la nocturna crónica de Fernando Barrientos y el mundo del rock subterráneo (y la mutación, para muchos espantosa, que tuvo aquél en estos últimos años) o bien la de Giovanna Rivero Santa Cruz y el fantasma de una amiga suya y un año, el 85, imborrable en su memoria. Está también Juan González y la historia de un Jimi Hendrix truchón, sí, aunque por eso mismo verdadero e íntimo.

Pienso también en Maximiliano Barrientos y el retrato de una Santa Cruz fría, distante y violenta, y por qué las casas en las que vivimos durante nuestra vida siempre son importantes tarde o temprano. Hay más. Muchos más. Ya dije que son catorce historias. Está también Paul Tellería, viejo lobo en esto de las crónicas, y el retrato de un cuate suyo, presidiario y karateca. Inga Llorenti escribe acerca de una monja budista llamada Lobsang, y a la que los chinos le pegan todo el tiempo por reclamar lo que ella cree justo. Y Miguel Ángel Devia y un raro (y a ratos peligroso) viaje a La Habana por carretera vía Lima.

¿Y ahora? Pues hay más: Rodrigo Hasbún nos presenta un recuento de sus guerras personales con la música, la literatura y el cine. ¿Quiere usted ver a Edmundo Paz Soldán cuando tenía melena? Pues ahí está la crónica que escribió acerca de cómo llegó a los Estados Unidos por intermedio de una beca no de lucha libre, ni de béisbol, ni de dígalo con mímica, sino de soccer.

También el texto de Liliana Colanzi y el recuento de una vida agitada (no sólo la suya), agitadísima, que si mi abuela la hubiese leído pensaría que el verdadero infierno subió a la Tierra. Ah, también podrán leer las razones prácticas de porqué el Sebastián Antezana no usa reloj (y los inconvenientes que eso puede causar cuando uno está solo), e igualmente una imperdible historia del Evo y la Asamblea Constituyente escrita por Pablo Ortiz. Y también Anabel Gutiérrez y un retrato del fenómeno de El Niño a través de dos niños navegando por una calle metidos en una heladera (suena a invento, pero es cierto). Y como soy medio tímido y por lo tanto hipócrita, también podrán echarle un ojo a las razones de porqué éste que escribe no recuerda su niñez.

¿No lo dije ya? Son catorce golpes bajos. Necesarios. Imprescindibles. Que ya necesitábamos leer y ante todo escribir hace mucho tiempo. Muchas veces decimos que la literatura boliviana precisa, y con mucha urgencia, de un destape. Un destape en el sentido de la exploración de nuestras vidas. De nuestros mundos internos. Conductas erráticas lo hace. Y sin concesiones, que es lo bueno de todo. Por eso es un libro que se pelea con el mundo. Con este mundo. Una pelea sin licencias. Eso está bien. Eso se agradece.

Además, como otro buen regalo, trae un prefacio escrito por el mismísimo Juan Villoro.

¿Se puede pedir más?

* Narrador paceño


Texto: Álex Ayala Ugarten (http://alexayala.blogspot.com)

Gay Talese, Tom Wolfe, Rodolfo Walsh, Ryszard Kapuscinski, Truman Capote, Alberto Salcedo y otros grandes exponentes de la escritura de no-ficción tienen algo en común: los orígenes de todos ellos son periodísticos. Por eso, llama mucho la atención que el nuevo libro de Aguilar-Grupo Santillana, Conductas erráticas, calificado por la editorial como primera antología boliviana de no-ficción, esté encabezado principalmente por autores de ficción, la mayor parte de ellos de cuento y de novela. Para mí, algo poco serio, pues es como invitar a presentadores de televisión a formar parte de una antología de relatos cortos o a un veterinario a hacerse cargo de la cirugía de corazón de un paciente humano.
Reconozco que, si nos guiáramos por la definición de lo que no-ficción literalmente significa, se podría meter ahí dentro de todo un poco: las confesiones de un diario íntimo, perfiles, crónicas, reflexiones, autobiografías y un larguísimo etcétera. Pero si tomamos como referencia las publicaciones que se han dado bajo ese nombre desde hace varios años ya en diferentes países de América Latina y, desde hace bastante más, en los Estados Unidos, enseguida vemos que el término tiene ciertos límites. No porque uno diga que va a dar una vuelta a la calle y eso sea real vamos a meter sus palabras como parte de un libro de no-ficción. No sería ético, hasta podría entenderse como una burla.

Lamentablemente, eso es lo que uno halla en muchas de las páginas de Conductas erráticas, una obra que en ciertos momentos parece más una reunión de amigos que una verdadera antología. ¿Por qué no se han incluido en ella las historias de Erick Ortega, Javier Badani, Darwin Pinto, Roberto Navia y otros periodistas de nuestros medios que han ganado numerosos premios nacionales e internacionales gracias, precisamente, a sus relatos de no-ficción? ¿Dónde están los escritos de aquellos que llevan años cultivando la crónica en el país? Yo se lo diré: brillan por su ausencia.

Ombliguismo

Muchos autores que forman parte de la presente antología cumplen con los rasgos que a menudo están presentes en los géneros que tienen que ver con la no-ficción: construyen personajes, emplean distintos tipos de narrador, usan metáforas, manipulan el orden temporal, etc. Es decir, utilizan algunas herramientas literarias. Pero se olvidan justo de lo más importante: no cuentan una historia que cree cierta curiosidad en los lectores. Más bien, al contrario. Se dedican a hablar únicamente de sí mismos: de sus recuerdos, de sus viajes, de sus padres, de sus experiencias en el difícil universo de la escritura... y, en definitiva, de sus “ombligos”.

Maximiliano Barrientos (uno de los responsables de la selección de los materiales) lo reconoció hace poco en una entrevista. “Conductas erráticas es un muestrario de cómo un grupo de autores procesa sus experiencias y decide contarlas”. Y Wilmer Urrelo –uno de los participantes de la antología– calificaba el producto en el periódico La Prensa como “algo excéntrico dentro del mundo de la literatura boliviana”. “¿Por qué excéntrico? Porque los bolivianos tenemos miedo, terror, a hablar de nosotros mismos”, decía.

Ante esto, cabe realizar dos observaciones. Primera: la no-ficción no forma parte de la literatura (la literatura está abonada a la ficción, a veces basada en hechos reales, pero ficción). Segunda: en la no-ficción no se trata de “hablar de nosotros mismos”, sino más bien de contar la vida de los otros. No basta con narrar un hecho cualquiera. Hace falta que éste agarre a los lectores, que sorprenda. Según Julio Villanueva Chang, uno de los grandes maestros de la no-ficción, un buen texto es aquel que “enciende la luz”, el que nos ilumina, y para conseguirlo es indispensable dedicar tiempo a la investigación de los temas, tener paciencia.

En este proceso, la experiencia personal es válida, así como el uso del “yo”, pero para certificar que uno estuvo ahí, a modo de testigo, no para robarse el show o para dejar de lado las indagaciones pertinentes. Si estás hablando del fenómeno de “La Niña”, como lo hace Anabel Gutiérrez en Conductas erráticas, lo lógico sería describir escenas vividas junto a los damnificados de la tragedia o reconstruirlas gracias a sus testimonios, pero no sentarse a hacer divagaciones en torno a una fotografía de unos muchachos montados en una heladera o hacer una aproximación tomando google como principal referencia.

En el texto de Anabel Gutiérrez uno encuentra, además, otras cosas peores. “Anoche olvidé meter la bolsa de hielo al congelador. El agua se ha derramado y rebalsa los estantes inferiores, empieza a gotear hacia mis pies. Puede que empiece a cubrirlos. Puede que me llegue a la cintura. Y que siga subiendo como lluvia que nace del cielo. Me levanta en vilo y también me hunde. Chocan entre sí los muebles provocando heridas con las astillas”, escribe imaginando. ¿No habíamos quedado en que la ficción se iba a quedar a un lado?

Sin llegar a tales extremos, otros autores, como el ya mencionado Barrientos o Rodrigo Hasbún, dan vueltas como trompo sobre sí mismos, contándonos que hace algún tiempo fotografiaron los autos estacionados en el parqueo de un supermercado cruceño o que leen a John Cheever, pero sin aterrizar realmente en ningún sitio en concreto. Liliana Colanzi, más de lo mismo, pues nos relata sus idas y retornos durante una época y sus innumerables fiestas. Y lo propio ocurre con Sebastián Antezana.
Como muestra, el comienzo del escrito de este último autor: “Esa tarde aparentemente no estaba pasando nada, nada que interrumpiera la usual rutina de los viajes, las conexiones y los aeropuertos. Sin embargo, para mí acaban de terminar semanas de nerviosismo y preparación para el vuelo a Londres, semanas de anticipación y algo parecido a la angustia. Iba a estudiar una maestría y sentía que dejar detrás la seguridad de lo familiar iba a ser doloroso”.

Otra vez el “yo”, el “yo”, el “yo”, pero no el “yo” observador, el “yo” intruso, sino el “yo” que se regodea sobre sí mismo. Señores, repito: la no-ficción no significa hablar una y otra vez de nosotros mismos. Eso tiene otro nombre, se llama gula. Y basta darse una vuelta por los mejores textos de no-ficción para darse cuenta de lo erróneo de la propuesta de Conductas erráticas. En el perfil “Frank Sinatra está resfriado”, Gay Talese hace hincapié en las debilidades del cantante. En A sangre fría, Truman Capote reconstruye un fatídico crimen. En Ébano, Kapuscinski nos muestra, a través de su experiencia, la compleja realidad del continente africano. Y la forma de usar el “yo” en todos ellos tiene como objetivo final contar lo interesante de la vida de “los otros”.

Siguiendo ese camino de esfuerzo por hablar de otras personas, pese a todo, en Conductas erráticas hay al menos algunos trabajos que podrían destacarse. Juan González, por ejemplo, se aproxima con acierto a un tipo que tiene una onda a lo Jimi Hendrix y lo retrata. Wilmer Urrelo, desde La Paz, recuerda unas inundaciones en la calle Tejada Sorzano. La periodista Inga Llorenti se adentra con talento en las cotidianidades de Lobsang, una monja budista. Pablo Ortiz, también periodista, nos regala un buen relato sobre Evo Morales y la Asamblea Constituyente. Y Paul Tellería dibuja la difícil existencia entre rejas de un presidiario amigo suyo.
Pero para mí no es suficiente para justificar semejante pseudo-antología. Echo en falta en ella más arquitectura, el afán por contarnos más historias. Y creo en términos generales que, como diría Villanueva Chang, han convertido el periodismo –una de las bases fundamentales de la no-ficción– en un mero “adjetivo” y lo literario en lo “sustantivo”, cuando debería ser al revés.

Que conste finalmente que no sostengo todas estas afirmaciones por recelo, pues nunca he sido crítico con lo que muchos llaman “intrusismo profesional”. Es más, me encanta que haya periodistas que escriban novelas y que haya escritores, como Edmundo Paz Soldán, que hagan a veces periodismo. Resulta enriquecedor. Sin embargo, no me gusta que se confundan las cosas. Y pienso que catalogar Conductas erráticas como antología de no-ficción es confundirlas. Antología testimonial sonaría mucho mejor, más íntegro. Lo otro me sabe a mamada

martes, mayo 19, 2009

Saudades Concurridas...

Dos o tres nostalgias se acercan a la puerta, esa que empieza cerca de mis ojos, delante mis orejas. Escupen una suma de saudades, un resto de añoranzas y se duermen, en el arrullo de una Nacha Guevara, en el susurro que recuerda que te quise cómo amor, cómo cómplice, cómo todo.

Dos o tres nostalgias a su ausencia se disfrazan de soledades concurridas. No entienden de ajos ni escobas tras la puerta, que no saben de gatos, ni de mansos sortilegios para escapar de la sombra de una mujer desnuda y en lo oscuro.

Son simplemente soledades que hablan, que neuróticas clasifican la memoria y fundan el recuerdo en suma de sentires, de olores, de tactos, de sabores rancios.

Son nostalgias que añoran el rostro de vos, que han fracasado en la táctica que han muerto fieles a su estrategia y que sin embargo añoran y todavía esperan una nueva bienvenida, ser de su mano nuevamente pueblo.

Son nostalgias que recuerdan un olvido lleno de memorias. Que gritan desde el otro lado del espejo que no me salve, que no me rinda en la oficina, o en el parque, o en las sábanas.

Son memorias de las que arañan y recuerdan que de este lado todavía sigue siendo mejor llorarse las mentiras que cantarse las verdades.

(Gracias Mario Benedetti)

lunes, mayo 04, 2009

Se le rompió el diente, se le contaminó la marraqueta, se reventó el tabique,
se cansó de ser nariz, diente, pan barato..

lunes, abril 20, 2009

La Mirada Violenta



El 31 de marzo, la revista Otro Arte, rompiendo el maleficio de la muerte después del “numero uno”, presentó su segunda edición dedicada a la violencia en el arte; desde las miradas del cine, la fotografía, la literatura y particularmente la obra de los pintores Diego Morales, de Bolivia, y Dino Valls, de España.

Fue este último contrapunteo, estas dos formas de aproximación a la violencia, lo que removió las tripas de algunos y nos regaló dos perspectivas diferentes de la violencia en la pintura.

Morales con la denuncia a la violencia de aquel otro: dictador, obispo, Tío Sam que se regodeó en tiempos de dictadura en el poder absoluto, deleitándose en el dolor de los perseguidos. Valls, con un aparente realismo, en una relación espacio y tiempo ficcionada como forma de hacer evidente su propia oscuridad.

En particular en esta nota me detendré en la mirada perturbadora de la obra de Dino Valls, para luego hacer una lectura del arte y la violencia desde aquello que no se nombra, desde la noción de sublimación.

El primer encuentro con la pintura de Valls lleva a concluir que es de un realismo extremo, a enfrentarte con una forma de retratar —con una exactitud que a veces asusta— momentos únicos e instantáneos de un mundo exterior. Sin embargo, como dice Catherine Coleman, Valls no es un retratista, en su obra recoge el mundo exterior y lo contrasta con su propio mundo interior.

Es que, una vez más, la realidad sirve de pretexto para construir una obra que sublime —desde su técnica y propuesta conceptual— los lados más oscuros del artista, lo que desde la conciencia es lo más desconocido y a la vez vivo de su propia humanidad.

Valls juega con el tiempo, con aquel real histórico, como con el ficticio. Recoge elementos concretos al mostrar su atracción por miradas esotéricas, aires góticos, medievales y renacentistas. Al mismo tiempo, es capaz de ser perturbadoramente exacto en las miradas de un cuerpo, recurrentemente femenino, púber.

Somete en su pintura a aquella mujer que no posa en la realidad, que lo mira desde su memoria, desde aquel lugar que habla en sus trazos, pinta la imagen de aquella dueña de su deseo. Es aquel cuerpo que habla de algo más desde la sumisión de victima, al cargar los elementos de tortura y agresión física que gritan en su mirada llorosa.

El tiempo real, aquel que aporta la estética, sirve de escena para aquel otro tiempo, menos cronológico, ficcionado y que surge con un orden propio, acaso aquel del inconsciente que habla desde su propio lenguaje, desde sus propios arquetipos y elementos recurrentes. Ahí encontramos cuerpos arañados, con toda clase de instrumentos médicos, cuerpos que desde su postura de víctima sumisa reciben la perversión transformada en arte por el pincel.

Valls define su obra como imágenes proyectadas del inconsciente, “de un trasfondo psíquico común a todos”, como dice. Nos habla del sistema límbico, del cerebro reptil como aquella herencia más primaria que, desde su perspectiva, lo lleva a construir miradas recurrentes de adolescentes perturbadas, torturadas y víctimas.

Está claro, algo hay más allá en lo que se repite en su obra, en la recurrencia de aquellas miradas vidriosas de mujeres púberes, de adolescentes agredidas. Ese algo sin duda no es provocado, como Valls afirma, por “la mente de un mamífero que se antepone a una psiquis reflexiva”.

Me detengo en la imagen del cuadro Quinto dolor —que acompaña esta nota—, que muestra en los ojos vidriosos una resignada angustia que conmueve, aquella por la que habla la mirada de la victima, que recuerda la indefensión de quien ha sido sometida a un ultraje. Algo de esa mirada, sin duda, debió estar en los ojos de Justine en Sade, antes o después de los juegos y los embates del Marqués.

A la izquierda, colgadas, se ven agujas curvas de diferentes tamaños, de ésas que usan los costureros, o los cirujanos. Están numeradas del 1 al 7 y falta la número cinco, ¿la usada para arañar la pared?, ¿para hacer cinco finas heridas en el esternón de la mujer?

La cara sucia amoratada del retrato mira con unos ojos verdes y vidriosos que esperan, junto con la boca cerrada, a su agresor con una mezcla de resignación y dignidad. Es la víctima y a la vez parece esperar la próxima herida, con la aguja escondida en la mano para defenderse, para ser parte del juego inventado por su amo.

El perverso seduce, envuelve y desde esa postura es capaz de ser amo y lograr que el otro sea esclavo. El acto del perverso, ese real que sorprende diría el psicoanálisis, aparece en Valls en los retratos de niñas que muestran una sumisión que acongoja a quien la mira. Valls deja hablar algo más que instintos arcaicos en su pintura, habla en última instancia de eso que, desde imágenes antes y después de la tortura, se repite y se descarga psíquicamente en sus cuadros.

Valls no muestra explícitamente el acto perverso, pareciera que jugara con el espacio y el tiempo, el medieval y gótico, el de su inconsciente para dejar sobre el lienzo la mirada luego del corte, luego del arañazo, de la violencia. El pintor se guarda para él mismo el momento del acto como aquello que sabe que socialmente no es sublimable, que en su explicitud reduciría su arte a grotescas imágenes sin la poesía que produce la mirada llorosa de la víctima.

Valls tal vez quiere que la pintura dispare, en quien la mira, su propia historia con la violencia; que el acto voyeur complete la historia con su mirada silente, imaginada. Repulsión, morbo, placer, asco, lo que despierte Valls es producto de lo que el que mira quiere que haga en él.

Bendita y maldita la sublimación de lo perverso por parte del artista, habría que decir, en cuanto mecanismo que permite canalizar de forma socialmente aceptada y aplaudida aquello que en el plano de la realidad concreta resultaría despreciable, merecería la cárcel y sin embargo puede ser llamado arte.

El mismo pintor refiere con relación a su obra que la perversión surge del orden y no del caos. Los cuadros de Valls no son simples arañazos o mordiscos de un lobo en el lienzo, son el resultado de un otro que habla desde el pincel, otro que organiza su lenguaje con una palabra, una lógica propia. Es ahí entonces que radica el orden de su obra, orden que no se entiende desde la lógica del yo social del artista, sino más bien desde otro plano, desde aquel que habla cuando pinta y calla cuando vende sus cuadros.

Hay sin duda un vínculo afectivo entre el pintor y su obra. Vínculo que en la realidad se daría a partir de necesitar de un otro que sostenga su perversión, el cual desde su dolor permite otorgar paz “al amo” que castiga, que corta, que viola. Que somete.

En ese sentido, los vínculos del perverso se dan a partir de pactos pasionales sustentados por la seducción y captura. El perverso sabe hacerse de la víctima, porque es irresistible, es miel que seduce y abre poros, para luego cerrarlos con sangre, a palazos y mordiscos. El perverso necesita del dolor del otro para existir, es a partir de él que se sostiene. La ruptura del vínculo con la víctima implicaría su muerte subjetiva.

Trasladando esa noción a la obra de Valls, se podría decir que desde la sublimación –entendida como la posibilidad de hacer visible y la relación perversa con su obra— ha creado un orden propio en el cual el lienzo es la piel y el pincel el bisturí con el que somete. Es que en el arte todo vale y al artista todo se le está permitido, de ahí que su deseo reprimido, dotado de una estética propia, reciba el elogio antes que la censura.
La sublimación como planteaba Freud es y parte de la imposibilidad de satisfacción real de todas las pulsiones del deseo. En esa medida si por ceder a las pulsiones de muerte el ser humano sería incapaz de mecanismos de represión, la trasgresión de las leyes sociales llevaría a la anarquía y al caos.

En esa medida la represión es necesaria para construir una civilización y la sublimación por el arte es capaz de crear cultura. La sublimación de lo reprimido está en todos, ya sea en la pintura de Valls, de un Goya negro dónde el padre se come la cabeza del hijo, en los cuentos de Poe.

Es que más allá de la obra de Valls, la sublimación es necesaria para dotar a lo perverso de un aura socialmente valida e incluso aplaudida. Por que al final de cuentas el pintor o el escritor encuentran un camino por el cual vaciar la pulsión de muerte y de paso recibir aplausos.

El riesgo siempre está sin embargo en que lo que el artista sublima no es capaz de tener control de lo que provoca en quien mira, en quien lee, la obra al ponerse sobre el lienzo, la pintura o la palabra al hacerlas públicas son de quien las mira y se apropia de ellas. Lo sublimado salvará de la censura social al que sublima, sin embargo el artista será ajeno al efecto que produzca su obra en aquel que no conoce culpa, que no reprime, en pocas que hará acto de la obra del artista en la piel real de la víctima, aquel que al leer este texto, al mirar la pintura, planificará el próximo crimen o sentirá que la sangre se dispare en su sangre y decida actuar con violencia en la piel de la vecina o el cuello del amigo.

domingo, abril 12, 2009

La Terraza San Miguel 11 am

Has el experimento, tomate tres expresos en el Café La Terraza un domingo por la mañana y mirá las caras, olé los perfumes, aguanta los ojos y el tufo añejo de los mismos intolerantes de siempre que hoy se refugian en este lugar. Soporta las risas y críticas de los hijos de aquellos que hicieron fraude con el MNR en los 60, que mataron a Unzaga (no soy falangista ojo) y que hoy se desgarran las vestiduras por el supuesto fraude que se vendría con el padrón electoral actual.

Has la prueba, vas a oler perfumes dulces, vas a ver cincuentonas con jopos ochenteros, vas a encontrarte con el Cayetano y su intolerancia actual que se olvidó de como fue perseguido por la dictadura. Si pruebas verás también a un abogado de narcos tomando desayuno en familia y dando palo al país en un inglés mediocre con un gringo viejo amigo de su mujer actual.

Trata de concentrarte en el café, en tu libro, en el valor de la tolerancia, en el sentido de La Pascua, en este refugio de racismo e intolerancia...

lunes, abril 06, 2009

Esas Locuras (II)



La muerte retratada

Costumbre muy extendida en la Inglaterra victoriana y replicada en la sociedad paceña de fines del siglo XIX y principios del XX fue la de retratar el cuerpo del difunto en sus mejores galas antes de dejarlo partir. Cobraba especial interés y cuidado capturar “el ajayu” —sobre todo— de los niños.

Socialmente válida, como el bautismo, el ritual de velatorio u otros ritos católicos, era aquella costumbre de vestir a los niños muertos con sus mejores galas antes de dejarlos en un ataúd igualmente blanco, como el polvo en el rostro, el vestido de seda de la niña y el pantaloncito corto del niño.

La fotografía se la tomaba en el dormitorio, con el niño mostrando la placidez de un sueño eterno en una cómoda cama. También en la sala donde el cuerpo, bien sentado, con ayuda de artefactos de madera o una efectiva mano que no se ve, mostraba el cuello erguido, simulando una rígida siesta sin retorno.

Me contaba un amigo pintor que el nieto de los Cordero guarda, en el estudio fotográfico de su abuelo, una colección de fotografías de niños muertos y que encontrarse con aquellas fotografías conmueve y deja escuchar las voces de un pasado, la profanación de duelos ajenos que se ofenden. Ayer fue una costumbre cariñosa de preservar la última imagen de los que se fueron antes de tiempo; hoy para algunos sería una patológica forma de duelo no resuelto y de preservación de la muerte.

Formas de preservar al ser querido, psicóticas y depresivas, existieron y existirán siempre, como maneras de no cerrar el duelo, rituales familiares, personales. No importa; tenemos derecho a querer preservar la muerte de los nuestros en la foto de la niña con vestido largo, en el cuarto intacto del hijo accidentado, en las comilonas de dulces con las que en Todos Santos recibimos a nuestras almitas. Al final, ¿acaso no hay locura más necesaria que velar la muerte?

La muerte justa

La sociedad más civilizada y la más tribal ejercen rituales de justicia colectiva. En Achacachi y en Texas se cursan invitaciones para ejecuciones públicas. En el primer caso el acto se da de forma violenta y a palazos, en una plaza llena de tierra y con gritos agónicos del condenado.

El acto es validado por la legitimidad de la comunidad y auspiciado por cantidades nada despreciables de alcohol. En el segundo, bajo el amparo de las leyes, el ritual se da en un lugar estéril y moderno y los palazos se reemplazan por una inyección letal. Quien va a morir no sufre mucho, pero todos pueden verlo por un ventanal en una pequeña salita con butacas de cine, la cual incluso tiene parlantes para escuchar lo que el condenado quiere decir.

El público a veces se muere de ganas de llevar unas pipocas o una Coca-Cola para ver la función, pero se contiene porque podrían creerlos locos; las más de las veces se quedan en silencio analizando cada detalle del ritual y esperando ansiosos si por los parlantitos de la pared se escuchará la voz del sentenciado pidiendo perdón o dictando tal vez la frase que quedará en su epitafio.

En Texas el juez dicta la ejecución, el condenado duerme y luego muere plácidamente. En Achacachi el pueblo entero apalea al condenado sin juicio previo y mientras grita clemencia, los comunarios, todos, comen pasankallas. En ambos lugares, luego del ritual, los invitados abandonan el lugar en silencio. No han escrito mucho los poetas, no han hablado mucho los cineastas sobre estas formas de locura, aunque es probable que en Texas, en la celda del que ya no está, el guardia de turno encuentre una colección de brillantes poemas que permitieron al asesino purgar demonios antes de la muerte. En Achacachi tal vez verán a la viuda y los hijos llorando al ladrón del pueblo y dejando en su tumba una foto de familia.

La muerte enamorada

Él salió del psiquiátrico hace unos meses, y hace tres días que está muerto. Hacía música rock, pintaba furibundos autorretratos y escribía cuentos que quedaron colgados de internet. Más de una vez fingió su muerte cibernética en un blog para ver cuántos comentarios de condolencia recibía.

Anoche decidió dormir por última vez con su novia y entregar el corazón a químicos cristales; él también solía jugar con pantalón corto, también tuvo un bisabuelo que vio la foto del pequeño niño del vecino muerto antes de enterrarlo, así con la cara blanquita, con la ropa blanquita.

Él no tuvo tiempo de planear una buena foto; tenía que irse. La bondad del psiquiatra lo llenó de Clonazepam y Prozac, pero las mordazas químicas le planchaban las ganas de crear. Él quería que lo dejaran escribir un largo soneto en las aceras del Puente de las Américas; quería protestar con poesía por llamarlo transgresor, por no ser policía como el padre, por estar enamorado del primo de su novia.

Llevó a su novia a un cuarto de motel, contempló su blancura en silencio, brillante y pura como el polvo que acariciaba los rostros de los niños muertos. La miró, la tocó y aspiró la locura de sus besos; respiró la amargura en su garganta. Decían que era buena, socialmente buena para operar ojos y muelas. Freud se enamoró de una igual que lo ayudó a quitarse el cansancio y poder escribir la interpretación de los sueños. La locura lo dejó tieso con el corazón detenido en esta muerte blanca.

¿Qué locura es mayor: escribir un soneto en el Puente de las Américas o encerrarse en un motel con 10 "bretes" de coca y jalar hasta la muerte?

lunes, marzo 30, 2009

Esas locuras I


La locura no existe fuera de las formas de la sensibilidad que la aíslan y de las formas de repulsión que la excluyen o la capturan, dice Michel Foucault en Locura y civilización. Contundente mirada que cuestionó —hace casi 50 años— la noción de la locura en la sociedad y que sirve de inicio a la primera parte de este texto, preámbulo, a su vez, de las tres historias de la segunda parte.

Cuando la palabra decide reposar en el lado de la locura, de lo socialmente insano que la mira, que le saca la lengua, vuelven en la memoria las lecturas universitarias de Foucault y aquel planteamiento de que no existe la locura en estado salvaje. El loco, desde esta mirada, “es” en una sociedad que lo alberga, en la palabra de otro que lo define como tal y desde la suma de convenciones sociales, que lo etiquetan, que lo nombran como anormal. Es loco estadísticamente, por tanto, el que se aleja del centro, para la izquierda o la derecha, para bien o mal social.

Estas palabras que se esconden bajo el pretexto de la locura pretenden hablar más allá de la psiquiatría y de aquel imaginario social que activa el pensamiento individual y colectivo —las más de las veces supersticioso— sobre la razón y la locura. En esa medida uno puede aproximarse a la locura como una manera de recoger las formas de la sensibilidad, “las santas y las profanas”, capaces de generar obra en el arte y las letras.

También desde aquella locura aislada en monasterios y hospitales que es también capaz, desde su propio lenguaje, de mover algo, de crear un más allá. Esta segunda es un homenaje a las formas de la repulsión, como diría Foucault, que la excluyen socialmente y que la capturan en instituciones.

Es así, el hecho de lo loco estuvo presente en la sociedad de varias formas, desde las dimensiones mágicas, malignas, estéticas, clínicas y cotidianas. El loco que crea, que lee mentes, que te embriaga con hechizos, el loco que caza dragones, que persigue molinos, en la certeza del beso de una Dulcinea que no llega. Esa locura revelación, manifestación romántica que nos regaló Cervantes con el Quijote y Shakespeare con el acto suicida de un Romeo, nos dejó tanto, abrió tantas puertas.

También está aquella otra locura irreverente que divertía con su hebefrenia a la corte de algún rey y que fue inspiración de otras obras. Ésa que perdió su aura mágica, primero por aquellos santos tribunales de la Edad Media y que luego, a partir del siglo XVII, fue formalmente excluida con la etiqueta de enfermedad, de falencia y que llevó a construir la noción de internamiento.

Probablemente fue en ese momento que la locura dejó de hablar e interpelar públicamente desde las artes, ya que fue callada por métodos, igual de locos, diseñados para arrancarla del cuerpo y del alma. Ahí surgieron el torno, las inmersiones en agua y tortuosas ruedas giratorias para que los demonios de la locura se escapen volando por los aires, mueran ahogados en aguas limpias y griten con las muelas perforadas. Luego las camisas de fuerza físicas y químicas se encargaron de anular y “planchar químicamente” al loco.

La locura entonces decidió vivir un silencio y nació el momento de esconderla, como aquello que socialmente debía ser excluido, pero el silencio impuesto no impidió que siguiera hablando, desde el privilegio que le otorgó siempre la certeza de su delirio, aquella que la llevó a incomodar y seguir incomodando a la verdad social más cuerda.

Aquella locura asociada a brujas y demonios, aquella locura irreverente contra lo socialmente establecido que definía lo normal y lo anormal, se planteaba transgresora. “Y sin embargo se mueve”, diría Galileo antes de ser condenado. Sin embargo, la locura habló y dejó una estela de arte y ciencia a su paso y lo sigue haciendo. Bien refería como ejemplo Foucault al decir que Lady Macbeth comenzó a decir la verdad cuando devino loca, irrisoria, falaz.

En el siglo XIX la locura fue reducida a un fenómeno natural, desde un modelo médico, fuertemente anclado en la ilusoria noción positivista de “la verdad del mundo”, “la verdad de los sentidos”, la que paradójicamente tiene la loca certeza de que el diagnóstico no se equivoca.

El siglo XX, con su devenir de ciencia y camisas de fuerza químicas, no impidió que surgiera, como Foucault llamaba, la gran protesta lírica ante la filantropía despreciadora de la psiquiatría frente al loco. Protesta que se expresó, por ejemplo, en la obra de los poetas dadaístas y surrealistas como Artaud o, más cerca nuestro, en la obra de Arturo Borda.

Es que el internamiento, el hospital, las etiquetas no serán capaces de aniquilar del todo la profundidad y el poder de revelación de la voz de aquel llamado loco. En esa medida, desde Foucault, el lenguaje último de toda locura es la razón, aunque envuelto en la imagen, en la apariencia y en el síntoma que la define. La razón forma, desde esta dimensión, con la apariencia una organización propia.

“…Fuera de la totalidad de las imágenes y de la universalidad del discurso, una organización singular, abusiva, cuya particularidad obstinada constituye la locura. A decir verdad, ésta no se encuentra por completo en la imagen, que por sí misma no es verdadera ni falsa, ni razonable ni loca, tampoco está en el razonamiento que es forma simple, no revelando más que las figuras indudables de la lógica. Y sin embargo, la locura está en la una y en la otra. En una figura particular de su relación” (Michel Foucault).

Ésta es la mirada que funda la ética individual planteada por Foucault, ética que se sostiene más allá de la etiqueta social, la norma estadística, la razón psiquiátrica. En esa medida, cada uno debe ser capaz de llevar su vida y el otro debe ser capaz de respetarla y admirarla.

jueves, marzo 26, 2009

Chaskañawis..

A las chaskañawis de trenzas ausentes, que esconden la pollera fucsia en la forma de un jean a la cadera.

A esas descoloridas en algodón prelavado de la Uyustus, que hacen que tu mirada bambolee y se babee en el hueco de un ombligo con piedrita de fantasía, con joyita made in China.

A aquellas que esconden en "ese palpitar" tan a lo Sandro, de poros canela, furiosas agujas que punzan las miradas las lascivas y babeadas.

Hablo de esas warmis, con valentía embriagada en huesos seductores. De aquellas que te llevan sin rubor a sacarte de un tajo las fibras de la vida y ofrecerselas en un plato de plástico, en un agónico ají de fideos con sentires.

Suelen ser indolentes en la certeza de la miel que inyecta los parpados de una locura cándida y frenética. Suelen ser adictas al "si pero no" "me asusta pero me gusta".

Warmis cobardes, ñustas parodiadas en Yanbal, como hacen temblar el corazón de espuma del que escribe, el agónico paso de la malta en sus venas, cada vez que dicen ""yaaaa", cada vez que muerden un tal vez o con sonrisas de bicarbonato y escupen, cual antidoto blanquea piropos, un..."no maaanches".

lunes, marzo 09, 2009

Persecuciones (be bop)




Persiguiendo a Julio Cortázar, esta crónica refleja los momentos de angustia y emotividad propios de la etapa creativa, o de intento de creación

Johnny no es una víctima, no es un perseguido como lo cree todo el mundo, como yo mismo lo he dado a entender en mi biografía. Ahora sé que no es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que le está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado (Julio Cortázar).

Las palabras saltan libremente en una alfombra llena de manchas, en una sala que acoge a mis libros y discos y, de tiempo en tiempo, a mis amigos poetas. Hoy Charly Parker y Julio Cortázar se mezclan frenéticamente al releer la biografía ficcionada de Bird en El perseguidor. La relectura de la vida de Johnny (Charly Parker) atormentado por sus fantasmas y adicciones lleva a cuestionarse sobre el afán de perseguir y andar jugando a ser lobo, tratando de cazar al arte que emana de uno mismo y de los otros.

Todo perseguidor es cazador y víctima de la violencia y el vacío que él mismo persigue. En esa medida, en el campo de la palabra, la persecución podría verse como una sentencia, una sublimación en la que el teclado reemplaza al cuchillo del carnicero y construye la imagen de un cuerpo seco al cual acaba descuartizando a “palabrazos” o aniquilando con contundentes ráfagas de poemas.

La persecución puede ser caótica y desesperada. Se da, creo yo, como pulsión y forma de nombrar con el arte al vacío al que todo perseguidor se acerca. De ahí que surjan palabras disgregadas y catárticas, en libretas y servilletas de bares como pobres intentos de atrapar lo perseguido.

También aparecerán melodías brillantes, como destellos nocturnos que luego se esfumarán. Al respecto habría que recordar la cantidad de brillantes y opiáceos solos de saxo de Bird que nunca fueron grabados y que se quedaron en eso, en aletazos desesperados en la persecución y nada más.

¿Será acaso el tema del deseo lo que nos mueve, como decía Cortázar en El perseguidor?, deseo que se antepone al placer y la disciplina y acaba necesariamente frustrando, porque exige avanzar, buscar, perseguir. El párrafo redundante y mal labrado, la digresión, el desafine, la falta de armonía, la sincopada suma de palabras o notas que fácil se olvidan, son el riesgo de sólo perseguir por el deseo.

Perseguir, ser perseguido o girar en espiral, qué más da. Lo único que está claro es que somos tanto presas como cazadores, y que en la música como en la literatura ambas posturas hablan. De ahí a que dejen obra es otra historia y va más allá del frenesí de la carrera. Porque perseguir, sólo por el deseo, llevará a publicar antes de tiempo la obra, a fallar en el momento exacto, a cometer el error preciso en el cuento, a poner la nota equivocada en el solo de saxo.

Está claro, la persecución, desde la perspectiva del perseguidor, era una manera de perseguir a un “sí mismo” que había dado pasos adelantados en la búsqueda. Era una forma de hacer uso de un talento irreverente, displicente y poco organizado.

Sin duda, desde esa postura, perseguir no es oficio, es simplemente un castigo a ser purgado por el arte, por la trompeta, por la pluma rasgando de forma sincopada el corazón. Esto permite a la melodía y/o la palabra presionar nuevamente el corazón, lo que da inicio, nuevamente, al llanto de la trompeta, del papel y se vuelve una carrera en círculos, una persecución tautológica que nace ya de por sí de una derrota.

Para ser honesto, a medida que transcurre la escritura y mi relectura de El perseguidor, mi lucidez y entendimiento se agotan; es como si las notas o las palabras crecieran en un cerebro mudo de ritmos y golpearan con dolor punzante los versos o el saxo imaginario que habita en mi memoria y que no sé tocar.

“…un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia (a lo sumo un orgullo de boxeador que se sabe fuerte) de las dimensiones de su obra”…

Tal vez algo de eso debe haber en lanzar y lanzar palabras como ajos, como cebollas a la sartén, esperando que el azar produzca obra. Algo de eso debe haber en creer que los pensamientos tan caóticos, por puro arte de asociación libre, pueden dar al lector un sentido que ni el autor esperaba crear.

Sin duda algo de eso, tercamente mediocre, nos pasa a algunos perseguidores paceños, que con “la persecuta” a cuestas empezamos a creer que es posible construir obra lanzando palabras, como si fueran serpentinas, al aire. Sí, los perseguidores criollos, esos pobres diablos, andamos parafraseando a Cortázar… corriendo como liebres tras un tigre que duerme…

Aún no entiendo por qué perseguir sin método, embriagado de sustancias, obnubilado de ansiedades, en vez de evocar en la paz del escritorio, con la calma y el bisturí preciso en la palabra.

Habrá que haber perseguido compulsivamente para entender que cuando pasa el frenesí y la agresión de melodías y palabras al mundo, volverán en la cabeza cosas menos caóticas, que traerán el cansancio del alma por la persecución. Es ahí cuando se entiende que no se sumará nada persiguiendo la estela del vacío, sin dormir hasta las tres de la tarde. Que no agrega nada a la persecución insistir en la vigilia, releyendo Rayuela con libromancia o jugando tuncuña con la tapa de una botella sobre un caos de versos, que uno de los perseguidores bautizara como cadáver exquisito.

¿Cuál entonces la manera de encontrar y aceptar formas menos agónicas de perseguir? ¿Será que hay que pasar más de una noche en la irreverencia de perseguir la sombra que suele llevar al barranco antes de parar de ser errático y sentarse a construir obra, anclado, sin correr?

Pareciera que no, ya que cuando cesa el caos, surge otra persecución, tal vez más perversa, la de querer encontrar la nota perfecta, la de buscar la melodía que “abroche” el deseo con la esperanza, la angustia con el arte. La persecución del soneto perfecto, del giro verbal en el cuento, sorprendiendo con maniobras literarias nunca vistas.

Esta forma de perseguir puede llevar a algunos a encerrarse compulsivamente, a llenar las paredes de versos, para un poema inconcluso que nunca acaba, o a llenar la cama, el techo y hasta la espalda de la mujer amada de fichas literarias y complejos mapas mentales sobre personajes, aquellos, que en la vigilia, desordenarán las sábanas y obligarán al autor a levantarse para escribir un nuevo párrafo de la novela inconclusa o, peor aún, a dar un giro total a la obra y empezar de cero cuatro veces en un año el mismo capítulo.

¿Es acaso esa persecución la que retrató Cortázar al hablar de la obra inconclusa de Johnny de Amorous?

…”la salvaje caída final, esa nota sorda y breve que me ha parecido un corazón que se rompe, un cuchillo entrando en un pan. Pero en cambio, a Johnny se le escaparía lo que para nosotros es terriblemente hermoso, la ansiedad que busca salida en esa improvisación llena de huidas en todas direcciones, de interrogación, de manoteo desesperado. Johnny no puede comprender (porque lo que para él es fracaso a nosotros nos parece un camino, por lo menos la señal de un camino) que Amorous va a quedar como uno de los momentos más grandes del jazz”

Sí, algo de eso pasa cuando la persecución improvisada cansa y el talento quiere toparse con esa mala palabra llamada obra perfecta. Perseguir, esa pulsión que lleva a buscar sin reflexionar en busca de quién sabe qué, escapando de quién sabe quién…

Sí, este texto era un pretexto para decir que hace tres días vi a Forrest Whitaker interpretando magistralmente a Charlie Parker en la película Bird y simplemente me dieron ganas de leer nuevamente El Perseguidor, casualmente a los 25 años de la muerte de Cortázar y en mitad de la lectura recordé a mi hija preguntándome: “¿Papi, por qué la luna nos persigue?”.