Pestes y chanchos
Los otros dicen “es la peste, ha habido peste”. Por poco piden que les den una condecoración. Pero, ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más. (Albert Camus)
Estornudo tres veces sobre el teclado luego de leer que el virus AH1N1 traspasa fácilmente el paño del barbijo que compré a un boliviano para protegerme. Escribo en la sala de espera de algún aeropuerto, mientras analizo las conductas de los viajeros y los que controlan la seguridad. Ni unos ni otros saben muy bien que hacer, de que escaparse y a que bicho pisar, para detener a al virus de la primera pandemia “mas-media” del siglo XXI.
Me lavo las manos con aquel invento de alcohol con aroma a sandias que se desliza por mi piel como lubricante. Con las uñas limpias, con la compulsión instaurada en las yemas de mis dedos soy parte del circo del absurdo.
Desde que la OMS declaró a la gripe AH1N1 una pandemia 25,000 personas se contagiaron en el mundo y murieron 227 (el 0.98%). Una terrible amenaza sin duda que no se compara con el hecho de 273,000 niños nacidos en Bolivia cada año 7,400 mueren durante el primer mes de vida.
Revisando en la historia veo que la influenza H1N1 no es nueva. La pandemia más letal y conocida de este tipo fue la denominada gripe española que duró desde 1918 a 1919 y mato a al menos cincuenta millones de personas. La llamaron así porque España era el único país de Europa que no censuró los datos de la misma.
“Del chancho su gripe” la influenza AH1N1 llegó a Bolivia y contagió a la fecha a más de 100 personas. Llegó para despertar la conciencia adormilada en relación a la falacia de control que se tiene de lo externo. Falacia que hoy se sostiene, en un saber científico que define epidemias, prioriza males, crea medicamentos y establece el precio de la cura.
La respuesta de alarma a momentos desproporcionada ante la influenza es aparentemente irracional frente a otras epidemias como el VIH o el hambre mundial. El pánico creado otorga una máscara de racionalidad al absurdo que se expresa en acciones como impedir que los mexicanos pisen China o los Chilenos viajen a Brasil ¿Si es una pandemia global, porqué no se producen medicamentos genéricos sin costo y se los distribuye en el mundo? Se preguntará de forma irreverente alguien que no usa barbijo.
Parece ser que esta pandemia es tal en la medida que es sostenida por el pánico y la alarma y surge ante lo que no se conoce y que en esencia, como bien diría Camus en La Peste, es parte de la vida misma y nada más.
¿Será que la realidad copia a la literatura, como decía Borges, o simplemente hay un juego de perversión en hacer uso de una real pandemia para generar lucro y para elaborar discursos políticos a favor o en contra?
En esa medida, el absurdo hará que surjan por ahí algunos que digan que el virus apareció como un error del Pentágono o de Irán al crear armas químicas, otros que es una mentira provocada por las trasnacionales farmacéuticas para salir de la crisis económica. Esta situación sirve de excusa para volver a la noción existencialista de “lo absurdo” planteada por Camus en La Peste.
Escribo y estornudo recordando aquel viejo hombre que en la novela La Peste permanecía esperando la muerte desde el balcón de una vieja casa de Oran. Él miraba las ratas salir de las cloacas a morir a la calle de forma repentina y cada vez en mayor cantidad. Miraba con indiferencia, con cierta certeza ante la inminencia de la muerte. Permanecía con la calma de la vejez ante el rigor de la bacteria y, con cierta aura de invulnerabilidad, contaba las personas contagiadas por La Peste, aquellas que morían de fiebres altísimas y con los ganglios del cuerpo reventados.
En la novela evitar el contagio o buscar la cura a la peste, provocaba en los habitantes de Oran una serie de comportamientos imaginarios y absurdos y a la vez cuestionaba la capacidad de la ciencia de enfrentar una peste invisible con toda clase de sueros. Peste que interpelaba la moral de un Dios que limpiaba las cloacas de ratas y que por alguna razón dejaba que murieran los niños y sobrevivieran los curas.
Enfrentarse a la vulnerabilidad que produce un virus cerrando las puertas, tapando las bocas es sin duda un absurdo como lo mostró Camus en La Peste. Absurdo que hoy se define por si mismo en los hechos y conductas que produce en el mundo y que parece sustentarse en la noción de un saber científico que se jacta de descubrir el origen de la vida en el genoma humano pero que no es capaz de controlar al virus de la influenza.
Absurdo que insiste en que ahora, gracias a la ciencia, la gente podrá seguir disfrutando del sexo y las caminatas a los 90 años. Se muestra en la noción de un hombre dominando a las enfermedades y que alimenta su poder ante un Dios al cual le gusta imaginar poco certero y que no ve, que no toca por que no es materia.
En La Peste Camus planteaba la irracionalidad de la existencia humana enfrentada con una noción de Dios y una moral humana débil. Algo similar ocurre hoy cuando el hombre defiende de manera irreverente una moral relativa ante la vida y la muerte. Moral que entiende que Levonorgestrel no es sinónimo de aborto y Tamiflu sinónimo de cura . Un hombre que crea vida de forma espontánea en un laboratorio y que frente a un virus que muta crea paliativos de dudosa eficacia pero que generan millones de dólares.
Aquello sobre lo que no tenemos control ha vuelto y asusta. Genera lucro en unos y pánico en otros. Aquel mal invisible, plaga del Siglo XXI que se filtra por el aíre de forma silenciosa, golpea repentinamente mostrando la vulnerabilidad del ser humano. Sigue teniendo la misma vigencia que en La Oran de Camus, al recordar que controlar la peste es pretender controlar la vida misma y por ende no existe nada más absurdo.
En La Peste Camus contaba la historia de un grupo de médicos lidiando con la muerte producida por algo desconocido mientras la ciudad argelina de Orán era barrida por una plaga. En la actualidad aparecen nuevos médicos enseñando nuevas formas de usar el jabón y el barbijo para atacar a un virus desconocido que más que muerte produce susto y descontrol.
Camus puso sobre la mesa una serie de preguntas relativas a la naturaleza y destino de la condición humana. La Peste planteó metáforas tanto de los dilemas interiores como la ética y política ante lo desconocido. A partir de personajes que iban desde médicos y curas, a mercaderes lucrando con la muerte nos planteó la reacción humana ante un otro invisible que en su simpleza es poderoso y lo doblega.
Aquel absurdo de La Peste se vuelve real en estos días y recuerda que vivir es enfrentarse a la irracionalidad de creer que la razón es capaz de conocer y controlar aquel mal inevitable que se expresa en un virus.
Para Camus la ausencia de sentido supremo es el "absurdo", y se mostraba como algo desconcertante y a la vez positivo. Planteaba que las nuevas razones de la existencia serían aquellas que vayan ligadas a valorar la vida humana por sí misma y no por causas superiores a las personas (políticas, religiosas, ideológicas, etc.).
La novela nos mostró un sentido de la existencia manifestado principalmente en el apoyo mutuo de un pueblo ante la peste y en la libertad individual de optar por morir o por luchar. Planteamiento que hoy nos hace preguntarnos ¿qué tanto somos capaces de lidiar con el pánico? ¿Qué tanto somos capaces de hacer por el otro que muere de hambre y al que el barbijo no lo proteje?
Algo de lo que Camus planteó en La Peste ha vuelto por estos días. Igual que en la novela la influenza se irá un día de forma repentina, de la misma forma como apareció. La gripe “del chancho” se irá como hace tres años “la del pollo” y volverá mutando tal vez como “moquillo de perro” de acá a un tiempo.
Por ahora resta ver, como en La Peste, si el absurdo ayudará a valorar la vida humana por sí misma y su vulnerabilidad más allá de cualquier ideología, interés, credo o frontera. Mientras esto ocurre, mientras este texto acaba habrá que seguir lavándose las manos al menos doce veces al día y evitar besar a cualquier extraño que te sonría sin barbijo.
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