sábado, octubre 18, 2014

Del Hombre Simple a la mujer de Algodón y Nicotina



El hombre simple vuelve a escribir, acaba de perder el texto a Blanca Wiethüchter, porque su dedo torpe ya no sabe ser tacto, ni sobre un panel de computador. Pulsó el lado derecho del panel y borró las palabras, como se borra el amor, la espera, la vigilia, el homenaje.

El hombre simple está molesto y vuelve a escribir, hecho un amasijo de palabras atadas en la palabra,  y recuerda que un texto nace y otro muere en cuestión de un instante ya sea por el suicido o porque se desvanece, fruto de un accidente táctil y ya.

El hombre simple sabe que lo que se dice muere en el viento y escribir es el acto de vaciar la palabra habitada de palabras. Recuerda al poeta que le produjo pesadillas a los diez años e hizo que se escondiera en el ropero con una libreta, firme en la decisión de ser él también poeta. Evoca la voz del narrador que le partió el hígado en la adolescencia y le llevó a concluir que quería escribir muriendo o morir escribiendo.

El hombre simple hace una pausa, en la simpleza de su palabra, para saber que el homenaje a la mujer simple debe ser escribir, escribir y escribir. Ella, Blanca, al igual que “Roberto” escribió hasta que le reventó el hígado. Fumando, tejiendo, hilando, encontró su voz lejos de la voz del poeta relojero y a la vez construyó su obra en el colchón verbal del maestro.

Ella simple, desde la lejanía de Ithaca, ha llegado y sigue aun esperando la llegada, para buscar “el orbe de sus sentimientos” como diría Cé Mendizabal, tejiendo y destejiendo cual Penélope, que espera “en el poético sentido del verbo”.

El hombre simple se acongoja de tanta lucidez en el desasosiego y sabe que la simpleza en la escritura, el decir más con menos, llega con el tiempo con cientos de horas de tejer palabra sobre palabra, hilar verso sobre verso, sin gritar mucho, sino hablando el grito desde el silencio.

Hoy el hombre simple imagina a Blanca, como una bolita de algodón perfumada, y recuerda algún recuerdo que habita el olvido de una memoria que no olvida. Sabe que la voz de la mujer que ha escrito, ha empezado a palpitar todo lo dicho, al arribar a Ithaca y entender, sin Ulises, que no se busca, sino se calla para encontrar escribiendo.

El hombre simple, agradece por la obra que dejo Blanca y se permite una cita “…y si algo se admira más en un libro admirable de suyo, es el descubrimiento de que el motivo del extravío de Ulises, es también efecto del destejer de noche lo que se teje en el día” (Cé Mendizábal, extracto comentario Ithaca de Blanca  Wiethüchter, Plural 2004) y luego  vuelve en la memoria al territorio que hábito su tacto torpe y conmemora el olvido de Penélope desde el recuerdo que aún no ha dejado de ser pulso, escuchando, celebrando el susurro del viento en el tejido poético de Blanca.

I (Territorial)

“ Fluyes por tu boca, sin hablar ávida de nombres,
Recorro mi cuerpo, mi esplendor, mi angustia
Intermitente, como la marea, vas y vienes despacio y sensible
Girando en el aíre, tu cuerpo en el aire que gira
Este andar entre palabras, entre tinta y papel blanco, simple relámpago entre lo porvenir y pasado
Esta por fía en el papel,es decir de una vez las cosas dos veces

II (Desasosiego)

Sería después de conocer el mar que la niña que fui cogió una piedra del agua,
Esa piedra desconocida y verbal me poseyó como un sol cautivo,
con un fulgor de país largamente buscado.

Esa piedra como un carbón por lo negro
Como un carbón por lo quemante
Como un carbón por la ceniza

Esa piedra tosca arde en la memoria
se hizo fuego al tacto y fue sin saberlo
un resplandor lejano del cristal de la muerte
el don de la vida el árbol del camino

 ¿Existe acaso el fuego para mí? pregunté entonces,
miré alrededor un silencio mudo
buscándome observando con ojos de viva luz
 y me dio miedo porque soy mujer creo,
porque no sabía quién era yo ni quién sería
 ni sabía reír ni sabía decir, ni cansarme
 solo percibir el rigor de la llama,

Anunciando el desierto esperé una señal, un signo, un sueño
Un cometa para echar a andar me dije
sin quitar el ojo a la locura
Era el fuego esa piedra entre mis manos
 y era alumbrar con un relámpago un abismo
 y era bajar y forjar y subir,
tan sólo para poder morir junto al fulgor de esa luz en cautiverio.

III Primer día (Fragmento)

Hoy, Penélope me estoy en tu nombre

Anoche, más anhelante que dichosa, soñé con Ulises regresando a la isla.
Y, tú lo sabes,
No hay sueño que no tenga destinos y deseos desatados.

Muy temprano por la mañana subí a la torre más alta para convocar a todos limpiar la patria de Ulises de toda huella de melancolía.

Yo misma dejé colgados mis hábitos en la percha del ensueño.
Entonando una antigua canción, sin tardanza me puse a trabajar, pues, no lo dudes, yo no rehúyo las labores que demanda una casa íntima y perfumada.


Empecé naturalmente, por el dormitorio,
Busqué en el armario
--En el que guardo reliquias amorosas, cartas, joyas y otras cosas---
Edredones de finísima pluma y sábanas blancas de la antigua Holanda


Blanca Wiethüchter (La Paz, 1947 – Cochabamba, 16 de octubre de 2004)