martes, febrero 17, 2009

Del Choqueyapu al Senna I

Del Choqueyapu al Senna I

La Paz sol de verano post derrumbes.

Añorada Warmi:

Te escribo en la certeza de que tu memoria vuelve a La Paz en cada sueño y que en la vigilia, en este tu autoexilio, estas purgando lo que debe ser purgado para un nuevo retorno, más clara, más contundente.

Espero que te esté yendo bien con tus textos, por mi parte te cuento que poco ha cambiado por estos lares desde que te fuiste hace ya diecisiete días. Una cosa es cierta, el tiempo de tu ausencia fue también tiempo de abstinencia, mi cuerpo dejó el alcohol desde aquella tu despedida en la que de forma tan adolescente bebimos tequila de la panza de aquella rana de plástico que estaba en el jardín de tu dueño de casa. Todavía me río al ver las fotos.

Si querida amiga recuerdo todavía tu cara de espanto la vez que la Alemana que vivía con Mateo, ese roba pulsera, te invito a realizar un bizarro tour por el Penal de San Pedro. Ella no había entendido nunca los argumentos de Mateo sobre la falta de respeto de los europeos a la vida privada de los presos de San Pedro e insistía que él como nieto de Alemanes debería respetar los pedidos de su pareja, la cual aunque detestaba a Hitler, por alguna razón creía que Méngüele era un primo lejano de su padre.

Si poco ha cambiado en la noche o a la mañana paceña, sería absurdo pensar que algo podría dar un giro repentino en esta ciudad, en nuestros días en menos de un mes. Sin embargo algo sin duda es cierto que el aroma de esta ventana se ha secado sin esas tus palabras, tus juegos coté-coté.

Te cuento que el anterior fin de semana, en una incursión un poco nostálgica, fui a probar la contundencia de esa decisión de estar limpio. Como espectador fui al Ojo de Agua y me divertí al ver como una turista israelí tenia la lengua llena de aptas por que creía que acullicar coca es meterse toda la cantidad de hojas con lejía a la boca y aguantar lo más que pueda. Orgullosa mostraba su lengua de gato hebreo que no había aguantado la mezcla y había empezado a florecer como Puya Raymondi.

Así es, se me metió en la cabeza esta idea absurda del proceso de cura ¿Curarse de que? al final debería ser la pregunta, en todo caso mientras voy encontrando la respuesta me quedaré volcando en palabras todo aquel terremoto que los últimos años fue removiendo estructuras físicas, las de mi casa, y mentales, las de las memorias.

Te escribo esta carta de la forma tradicional para que te llegue “par la post” como dirías, en papel y de puño y letra. Eso sí la misma trae un pedido adicional que el día que me respondas leas la pos data y cumplas el encargo. Si mis cálculos van bien, estarás leyendo esta carta dentro de 10 días y 5 horas. Conociéndote lo harás en tu ventana, mirando la Rue Saint Maur, esa que por tantos años fue testigo de tus trajines franceses y a la que por alguna razón decidiste volver, luego de aceptar la invitación de aquel amigo que persistentemente fue allanando el camino para que te re encuentres con tus memorias, bailes con tus fantasmas. Si me parece que te estuviera viendo, con la misma serenidad, con la misma media risa con la que leías mi obra en borrador sobre la mesa de tu sala, acompasando tus ojos al ritmo del crujir de la leña en tu chimenea. Por ahora sólo me queda la imagen de que me leerás en tu terraza del segundo piso a la noche, mientras tus jazmines nicotínicos escuchan tus palabras y botas el humo a la noche amarillenta de la ciudad.

Eso sí te puedo adelantar que no será necesaria una lágrima como respuesta a mis palabras. Por acá aunque no creas las cosas están mejorando, mis paredes dejaron de rajarse y mis pies caminan la ciudad con menos angustia que antes, eso sí, me es inevitable la saudade al recordar tu risa reflejando en tu ventana y la forma en que me miraste la última vez que tomamos café en tu casa. Si lo sé no era un buen destilado, era un simple café de bolsita con fecha de vencimiento caducada, pero un café cómplice al fin. Todavía recuerdo ese extraño movimiento que producía en mis tripas el baile de tus pupilas por mi rostro, mientras te ponías las botas y me confesabas que Juan el cineasta, aquel que acompañó tus días hasta tu partida, se había tomado un frasco de aspirinas en tu nombre y luego con una gastritis de los mil demonios te había prometido hacer dieta y dejar la bebida. Y tú ahí todo maternal llenándolo de panitela y mate de manzanilla, mientras sólo querías que te deje en paz.

Si amiga, aunque no te lo dije, siempre tuviste la extraña habilidad de conjugar pupilas con cabellos, eso no es fácil, es algo que no se aprende, un arte que se domina y tu lo sabes hacer bien, sobre todo cuando disfrutas con el humo buscando sentido en alguna de esas trenzas que te sueles hacer para leer y la amarras sobre todo con punta bola roja, bisturí decía yo cuando pulías mis versos ¿lo recuerdas?

Todavía tengo tos pero eso es natural en mi, igual que dormir nueve horas al día. Hoy estuve pensando que si llego a los setenta necesitaré dormir sólo cuatro horas. Será divertido a la vejez tendré días cinco horas más largos, cosa que ahora añoro, no sabes cuanto necesito dormir menos y tener más tiempo para escribir. Al respecto el domingo en Fondo Negro salieron unas cartas inéditas que Cortazar intercambió con una amiga boliviana y encontré esta frase que te copio por que creo que define exactamente como me siento en relación a mis lecturas pendientes y al tiempo que me sobra: …” En realidad habría que inventar pedazos de tiempo libre que uno pudiera comprar al mismo tiempo que un libro, el vendedor te entregaría el libro y el tiempo necesario para leerlo..”

Así es con tanta carga que pone en mi espalda la burocracia me resulta difícil poder dedicarle el tiempo que merece la literatura, a este paso creo que tardaré más de lo planificado para concluir el libro pendiente. Es que para que negar soy también hombre de hábitos burgueses, de ocio, de pasar interminables horas mirando el techo o jugando con el control remoto viendo basura en la tele y eso sin duda luego cobra la factura en agónicas madrugadas de lectura para ponerme al día.

Para ser honesto te confieso que a veces me desespera tener tan poco disciplina, pero bueno queda el consuelo que de acá a 25 años tendré tiempo de sobra. Eso sí espero a la vejez seguir teniendo los dedos ágiles y la vista funcionando para leer y escribir sin descanso. Al final ¿que más podríamos pedir en el ocaso que no sea una mente ágil, un cúmulo de recuerdos para ficcionar y buen vino?

Bueno es hora de dejarte, ya ves yo siempre tan disperso, me olvidaba el motivo de esta carta que era iniciar esta complicidad epistolar a la distancia. Quiero también pedirte si es posible que esta semana puedas pasar por la tumba de Cortazar y dejarle unos Gauloises y este poemita que te adjunto. Conociéndote se que dirás que es un exceso de confianza que él no tiene por que recibir nada mío si nunca me conoció y peor aún que mi homenaje a sus 25 años te resulta tan trillado, tan cliché que te provoca risa. Se también que dirás que al final de cuentas respetas mi forma de ser, por que así no más soy y no voy a cambiar y acabarás accediendo a mi capricho.

Por cierto avísame como te va con tus textos, espero con ansias algún primer avance de tus relatos sobre las historias del Baúl y las fotos esas que están ahí esperando volverse palabra al viento. Cuando vuelvas espero poder contarte en que acabó la historia esa del tour a San Pedro. Dicen los mitos de los gringos que en las celdas más caras te reciben con cocaína rosada “escama do fish” ja ja y que los ingleses se pelean sacando sus Visas y American Express para dibujar en el espejo el mapa de su ciudad antes de inhalarla. Imaginate, tanta irreverencia junta en un sólo lugar, tanta locura, tanta burla.

Ahora te dejo que tengo un desorden de discos por el piso que no tienes idea y además no puedo concentrarme en un texto sobre El Perseguidor, yo y mis homenajes tardíos a Cortazar ya lo ves.

En fin Warmi Parissiene regala tu ñeque y tu charme a Montmatre y si puedes lanza un escupitajo al Senna a la memoria de la Maga. Ya sabes tú y yo siempre preferimos a Penélope del Ulises de Joyce.

Besos como abrazos

Paul

lunes, febrero 16, 2009

Camba y Ekheko


Durante la fiesta del dios de la abundancia vuelve con contundencia a la memoria el recuerdo de aquel paseante “urbandino” (como diría el Willy Camacho) por las calles paceñas y me permito usar este espacio dominguero para compartir una crónica a la Feria de Alasita. <

Alasita, alarila, Alasita rebaja casera (Manuel Monroy)

Soy cruceño, un amigo gaucho me bautizó como “Croto”, que significa mendigo pero con más estilo. Llegué a La Paz hace años y soy un camba-colla bien puesto y, como todos los años, voy a buscarme a mí mismo el 24 en Alasita.

A las 12.00 se abre el portal dicen, ése que comunica la realidad terrena con la fortuna de los Andes. En la noche todo gira, vueltas y vueltas, en calesitas tímidas, en puestos de churros sangrando aceite guardado. La vida, mil deseos, acá en estas calles. La Paz regala en Alasita sus historias a cada centímetro, sólo basta con salir a buscarlas, saber mirar, saber escuchar a los basureros, a la gente, al río.

Si pones atención, escucharás a la basura besuqueando las piedras en el Choqueyapu, jugando con el agua pura que va perdiendo la virginidad en una orgía de cajas, latas y pañales. Ésa que luego acabará regando una lechuga en Río Abajo. La misma que te alimentará mientras comes una Burguer King.

Esta ciudad en las “Alasas” o en cualquier día tiene un aire caótico como el orden de sus calles, así tiene que ser. Todavía me acuerdo cómo era cuando estaba al otro lado, cuando vivía el orden de libros y de horarios, con el terno bien planchado y el auto lleno de gasolina. Vivía el ruido, los balances, las reuniones importantes. Ingeniero de Yacimientos, rajándome 12 horas diarias. Hoy, la gente me mira de reojo y con desprecio en esta esquina, y un tipo desde la ventana de su auto grita que no moleste cuando le digo:

—Soy un titiritero, camba de las laderas, ¿te lo hago un poemita para tu chica?; si quieres también te lo canto un taquirari. Por cinco lucas, te adivino lo que sentís debajo de la corbata y del calzoncillo.

Te veo y me mato de risa al ver cómo te molesta que te diga regálame para un trago. Sí, lo sé, te da arcadas mi presencia, cuando te muestro mis barbas ralas y blancas guiñándote mi ojo amarillo y cuando mi bilis te dice somos lo mismo. Te revienta mi cara sucia y mi hablar pausado, porque no te suena a político, te suena a ti mismo, a tu espejo.

Dale, viví tu fiesta privada con “la secre”. Al final, sabes que en casa está ella, la real, la que te aguanta, la que luego, mientras ronques como perro, pensará en el valor que tuvo la esposa del coronel de Policía que se cansó de los puñetazos y le metió tres tiros mientras dormía. Me encanta el café con leche de pis y basura que baja rodeando y perfumando Alasita. Me arrulla y el olor a anticucho me mueve las tripas.

Me siento a respirar la fortuna, para ver si llega algo de suerte en los gritos de júbilo de los niños que ganan peinetas y llaveros. Esos rifles de pueblo con el caño en espiral son el peor engaño a la esperanza —pienso—, mientras miro dos caderas bamboleantes tratando de acertar a una argolla. Los rifles de espiral, el gordo de la tómbola, las paredes con graffiti urbanos. “Goni Asesino vas a volver”, “Nacionalicen Miss Bolivia”. Tanta esperanza rifada en esta tómbola y basura. ¿Cómo cuernos se come esto del cambio?

De pronto me encuentro con la dama de porcelana que viene en cada a comprar en el puesto de flores. La miro, se para, compra una rifa y dos plantas de hoja de Eva. Camina, cabello seco, rubor de seda y anemia rota a golpes, vestido liso. Se para y grita a la lluvia que venga, que moje su vida. Para qué, si seca igual no se mueve, pienso.

Marchitada pero siempre acá en la Alasita, orando a la abundancia. Anoche también me acordé del Juan, aquel amigo de mis épocas de Yacimientos. Hoy tiene la panza hinchada de tanto bicho que se mete al cuerpo por hurgar en la basura. El tipo era contador en el pasado y cómo son las cosas, era bajito, pequeño y regordete, igualito al Ekheko, por eso cada enero lo cargaban con eso de Dios de la Fortuna.

El Juan vivía con sus cuatro hijos y andaba acogotado de deudas. Era pobre de caricias. Durante la semana esperaba la primera chela fría del viernes, el cacho con los amigos de contabilidad. Luego, la misma rutina en la oficina, se lamentaba de lunes a jueves no tener ni una luca ahorrada para sus wawas y los viernes de no poder dejar la cerveza. Cómo amaba el vaso el loco éste, más que a sus hijos, lo amaba como a su propia muerte, por eso al final se divorció y se casó con la botella.

El Juan se fue hundiendo, regalándose al tibio veneno, empeñando pega e hijos, para de un trancazo acabar viviendo bajo la luna, buscando algo de fortuna en la basura, peleando con los perros un pan duro. No se quitó nunca el bigote, eso sí, cada 24 de enero se lo iguala con una lata afilada y se fabrica una panza de papel. Le encanta regalar billetitos de periódico gritando ¡que viva la fortuna! Subo, ya falta poco para las velas, cuando de golpe, pensando en él, lo encuentro:

—¡Gordo! —le grito y me mira con su pinta de Ekheko desahuciado, mientras regala fortuna a la gente como en aquellos viernes de soltero. Entrega billetitos, hechos con papel del Loro de Oro, a la gente. Qué aguante viejo, plantarse horas al sol y con el pulso sin trago durante tres semanas, recolectando periódicos y haciendo cientos de billetitos.

Agarro uno, es una serpentina de presagios: “La Mansión, 2 x 150 bolivianos”, “Todo lo que quieras por 100 bolivianos, foto real”, “Ángela Travesti Educada”, “Se necesita electricista”, “Yong Fung Acupuntura china”, “Yolanda Yung Terapeuta de Familia”. Todo mezclado en su bolsa de yute, labio con labio, teta contra teta, fibra con fibra.

La vida juega en su bolsa a la fortuna. ¡Buena Fortuna, Jallalla a los achachis! Me mira agotado, después de su baile a la fortuna, y lo abrazo. —Dale Juanito, estás cansado, comeremos un anticucho con unas chelitas frías, una vieja me regaló diez lucas, dale gordo.

Juanito me mira y dice: “Ves, camba opa, bien sonso eres, no me quieres creer. El Ekheko no falla, ya te dije, la fortuna siempre llega”. “Sí, Juanito, tenés razón, vamos a comer que la panza suena”.

—Oye camba, ¿vas a venir mañana otra vez? ¿Te animas a gritar fortuna para todos?

—Seguro que sí, mañana volvemos.

—Ya vas a ver cómo El Ekheko nos regala algo, apurá que es 24 y todavía nos falta conseguir unas pichochas, pero primero buscaremos un trago que esto de gritar cansa.

lunes, febrero 02, 2009

Poesía Militante



…Caen sorprendentes Cristo en poses extrañas sobre las cruces del mar. Sorprendentes carnadas llueven del cielo: llueve un último rezo, una última pasión, un último día bajo las hosannas del cielo. Infinitos cielos caen en raras poses sobre el mar.
Infinitos cielos caen, infinitos cielos de piernas rotas, de brazos contra el cuello, de cabezas torcidas contra las espaldas. Lloran para abajo cielos cayendo en poses rotas, en nubes de espaldas y cielos rotos. Caen, cantan.
He allí tu madre, he alli tu hijo

Raúl Zurita

Soy las consignas ya no gritan en los medios como hace unos días, aunque todavía hacen eco en la cabeza de la gente y mientras tanto estas palabras nacen con aire postelectoral de victoria/derrota en últimas de cambio.

Es en estos tiempos en que la política jode con lo de tomar partido y las voces ajenas y no tan ajenas presionan para seguir escribiendo por consigna que surge en la memoria el encuentro que tuve con Raúl Zurita en la Feria del Libro de La Paz en 2006.

Recuerdo su barba de la cual se descolgaban sobre la mesa sus versos militantes, aquellos que con contundencia celebraban un homenaje a las piedras de la ciudad, a la arcilla de Llojeta. Mientras leía su poesía conjuraba los temblores del Parkinson en su mandíbula, los besos involuntarios de oreja al hombro, los pellizcos de clavícula al cuello.

Su cuerpo irreverente, involuntario, con baba al empezar a leer, nos entregaba una palabra firme, contundente y precisa, como forma de exorcizar el mal neuronal, como forma de evocar en carne propia la firmeza que tuvo ante la tortura, misma que nos regaló aquel día su palabra quebrada que se negaba a callar.

El poeta de la memoria, como lo llamaban en Chile, esa noche lanzaba con contundencia sus palabras a La Paz evocando, en un auditorio plagado de aullidos de gaviotas de altura, los temblores que le produjo la tortura en un barco de la Armada Chilena.

Es que a partir de su vivencia Zurita ha entendido, ha concebido la literatura como la forma de hablar, de crear desde el dolor, desde la tortura, desde ese espacio donde la palabra aparentemente no es posible, donde el verso es sólo grito sangrado en la pared del encierro.

Zurita aquel día también habló de cuerpos, de temblores, de rocas transandinas. Desde su poesía, ascendiendo por los muros de una sala improvisada, habló de su permanencia en silenciosa vigilia, del homenaje a la escenografía de la muerte, aquella violenta muerte de los cuerpos arrojados al mar, la que dejó el eco reclamando la presencia simbólica de la persona amada.

Habló también de la otra muerte, de esa que necesitaba tanto poder despedirse del cuerpo para irse, y de aquella que se fue sin dejarnos lugar al tacto, la de los desaparecidos en dictadura.

En estos tiempos en que unos y otros piden que la palabra tome partido por la hormona, por la visceral consigna, prefiero refugiarme en la palabra llena de memoria de Zurita, aquella que convoca a que la poesía milite en la memoria desde otro lugar, desde una mirada descarnada y de furia al pasado colectivo que nos forma.

Zurita plantea que el escritor, el poeta tiene una deuda con la memoria histórica. Ante la realidad, el poeta, el narrador debería ser un testigo socialmente comprometido con la historia y proponer algo más que hacer pública su angustia, sus romances, sus demonios personales.

Desde esa perspectiva, para Zurita, la palabra debe poner sufrimiento en la furia e ir más allá de la suma de desahogos. Aquella rabia debe hablar y ser bandera, tomar partido.

En esa medida es que vuelvo a las páginas de su libro INRI, poema largo, en tres partes, sobre la epopeya involuntaria de los miles de cuerpos arrojados al mar, a la cordillera, al desierto en la dictadura de Pinochet. Cuerpos que dejaron la estela violenta de la muerte no esperada, de amores destrozados sin posibilidad de aviso previo, sin mirada de despedida de la amada.

Ante la lectura de este libro, contundente memorial a los cuerpos violentamente asesinados, una disociación delirante surge como la tentación más deseable para desplegar un velo de ficción y proteger mi palabra del efecto de los tiempos presentes del país, esos que nuevamente piden que mi poesía tome partido.

Mi individualidad burguesa evita seguir a Zurita; sin embargo, la realidad que me habla de forma polarizada del cielo en el que unos creen, del infierno que unos atizan con fuego de intolerancia se filtra por la “burka literaria” que me impongo y me reclama militancia en la escritura.

En ese instante decido pensar en la palabra de Zurita, en el cuerpo que nace en la palabra que resucita al cuerpo, en la crucifixión del texto. Esto me lleva al Zurita que en plena dictadura realizaba poemas de acto con intentos de quemarse el rostro, de cegarse para expresar su impotencia frente a la realidad y la necesidad de decir sin palabras, de gritar ante la intolerancia, la desaparición y la tortura.

INRI recoge la metáfora de la pasión de Cristo y es capaz de hacer del mar, la cordillera y el desierto un inmenso memorial a los desaparecidos. Zurita ha tenido en este libro la capacidad de escribir más allá de la angustia intimista del poeta y militar con su palabra, como forma de duelo y reconciliación con la memoria de los cientos de cuerpos que fueron arrojados al mar.

Zurita plantea la posibilidad de una poesía militante como respuesta a lo que él mismo llama los poetas autistas, esos que escriben en la borrosa huella de la ficción de sus lecturas y se sumergen de manera fetichista en sus demonios, en las caricias que producen sus poemarios, en el onanismo del encierro muerde ego.

Para Zurita, es en la militancia que el poeta asume un papel social que va más allá de la consigna del escritor “del partido”. En esa medida es que el escritor será capaz de plantear no una denuncia de panfleto, sino más bien la posibilidad de escribir poesía como un ejercicio despiadado, una búsqueda de autenticidad, pero no desmarcada del mundo.

La poesía desde esta perspectiva es más que un ejercicio de sangrar las nostalgias y vivencias agónicas de un devenir cargado de congoja. Desde la lectura de Zurita, es un ejercicio despiadado, un llamado constante a la búsqueda de la autenticidad.

El poeta, así como debe ser capaz de la introspección más descarnada, debe ser capaz de mirar la oscuridad en el maquillaje que le muestra el entorno donde mora, donde come, donde habita. Porque en esencia es habitante, ciudadano, purga acongojada de palabras en un cotidiano a veces perverso, a veces pragmático.

Zurita afirma que sin una reserva de criminalidad no hay arte. Cuando el artista es tentado por demonios, no puede vencerlos dice, como el santo, ni deshacerlos, como el iluminado. El poeta entonces debe dar su palabra a sus demonios, dar cuenta de ellos al mundo que es en última esencia de donde nacen y a donde pertenecen.

¿Cuáles son entonces esos demonios, los más íntimos y los ajenos, aquellos que hablan desde el mar, desde la roca besando los cuerpos destrozados de los amantes en INRI? Tal vez son aquellos que provienen de lo que el uno causa al otro, y son furia y sufrimiento en el poeta. O tal vez esos que provienen de la agonía existencial de morder la propia náusea o reverberar con contundencia en la denuncia. En uno u otro caso, el poeta sucumbe a la tentación de ser espejo de la criminalidad de los demonios que desgarran su piel.

La palabra de Zurita convoca a labrar la piedra y también a cagarse de risa de los demonios que incapacitan, como aquel del Parkinson que le hace babear sus versos, pero no le quita la contundencia de hacer público su purgatorio e invitarnos a una poesía militante.

Zurita, por último, en su poesía, es la furia, la forma de hacer memorial de la injusticia, lo cual se ve reflejado en una obra como INRI. Algo habrá que aprender de su forma de militar con la historia, de escupir la palabra en el verso hecho escupitajo en las caras de los hijos de aquellos a los que no les tembló la mano para botar vidas al mar.

¿Serán acaso estos tiempos por venir, tiempos de poetas menos catatónicos, menos hebefrénicos y saltarines conjugadores de versos llenos de pedos intimistas? Habrá que ver, habrá que esperar que no caigan más cuerpos al mar o sobre la nieve que cubre la roca, sobre las flores blancas que crecen en los abismos de la cordillera, para que los autistas de oreja de elefante pongamos un poco más de furia a la palabra, a la poesía y exorcicemos a los demonios de fusil y poder político, sean cuales sean, habiten donde habiten.