lunes, febrero 16, 2009

Camba y Ekheko


Durante la fiesta del dios de la abundancia vuelve con contundencia a la memoria el recuerdo de aquel paseante “urbandino” (como diría el Willy Camacho) por las calles paceñas y me permito usar este espacio dominguero para compartir una crónica a la Feria de Alasita. <

Alasita, alarila, Alasita rebaja casera (Manuel Monroy)

Soy cruceño, un amigo gaucho me bautizó como “Croto”, que significa mendigo pero con más estilo. Llegué a La Paz hace años y soy un camba-colla bien puesto y, como todos los años, voy a buscarme a mí mismo el 24 en Alasita.

A las 12.00 se abre el portal dicen, ése que comunica la realidad terrena con la fortuna de los Andes. En la noche todo gira, vueltas y vueltas, en calesitas tímidas, en puestos de churros sangrando aceite guardado. La vida, mil deseos, acá en estas calles. La Paz regala en Alasita sus historias a cada centímetro, sólo basta con salir a buscarlas, saber mirar, saber escuchar a los basureros, a la gente, al río.

Si pones atención, escucharás a la basura besuqueando las piedras en el Choqueyapu, jugando con el agua pura que va perdiendo la virginidad en una orgía de cajas, latas y pañales. Ésa que luego acabará regando una lechuga en Río Abajo. La misma que te alimentará mientras comes una Burguer King.

Esta ciudad en las “Alasas” o en cualquier día tiene un aire caótico como el orden de sus calles, así tiene que ser. Todavía me acuerdo cómo era cuando estaba al otro lado, cuando vivía el orden de libros y de horarios, con el terno bien planchado y el auto lleno de gasolina. Vivía el ruido, los balances, las reuniones importantes. Ingeniero de Yacimientos, rajándome 12 horas diarias. Hoy, la gente me mira de reojo y con desprecio en esta esquina, y un tipo desde la ventana de su auto grita que no moleste cuando le digo:

—Soy un titiritero, camba de las laderas, ¿te lo hago un poemita para tu chica?; si quieres también te lo canto un taquirari. Por cinco lucas, te adivino lo que sentís debajo de la corbata y del calzoncillo.

Te veo y me mato de risa al ver cómo te molesta que te diga regálame para un trago. Sí, lo sé, te da arcadas mi presencia, cuando te muestro mis barbas ralas y blancas guiñándote mi ojo amarillo y cuando mi bilis te dice somos lo mismo. Te revienta mi cara sucia y mi hablar pausado, porque no te suena a político, te suena a ti mismo, a tu espejo.

Dale, viví tu fiesta privada con “la secre”. Al final, sabes que en casa está ella, la real, la que te aguanta, la que luego, mientras ronques como perro, pensará en el valor que tuvo la esposa del coronel de Policía que se cansó de los puñetazos y le metió tres tiros mientras dormía. Me encanta el café con leche de pis y basura que baja rodeando y perfumando Alasita. Me arrulla y el olor a anticucho me mueve las tripas.

Me siento a respirar la fortuna, para ver si llega algo de suerte en los gritos de júbilo de los niños que ganan peinetas y llaveros. Esos rifles de pueblo con el caño en espiral son el peor engaño a la esperanza —pienso—, mientras miro dos caderas bamboleantes tratando de acertar a una argolla. Los rifles de espiral, el gordo de la tómbola, las paredes con graffiti urbanos. “Goni Asesino vas a volver”, “Nacionalicen Miss Bolivia”. Tanta esperanza rifada en esta tómbola y basura. ¿Cómo cuernos se come esto del cambio?

De pronto me encuentro con la dama de porcelana que viene en cada a comprar en el puesto de flores. La miro, se para, compra una rifa y dos plantas de hoja de Eva. Camina, cabello seco, rubor de seda y anemia rota a golpes, vestido liso. Se para y grita a la lluvia que venga, que moje su vida. Para qué, si seca igual no se mueve, pienso.

Marchitada pero siempre acá en la Alasita, orando a la abundancia. Anoche también me acordé del Juan, aquel amigo de mis épocas de Yacimientos. Hoy tiene la panza hinchada de tanto bicho que se mete al cuerpo por hurgar en la basura. El tipo era contador en el pasado y cómo son las cosas, era bajito, pequeño y regordete, igualito al Ekheko, por eso cada enero lo cargaban con eso de Dios de la Fortuna.

El Juan vivía con sus cuatro hijos y andaba acogotado de deudas. Era pobre de caricias. Durante la semana esperaba la primera chela fría del viernes, el cacho con los amigos de contabilidad. Luego, la misma rutina en la oficina, se lamentaba de lunes a jueves no tener ni una luca ahorrada para sus wawas y los viernes de no poder dejar la cerveza. Cómo amaba el vaso el loco éste, más que a sus hijos, lo amaba como a su propia muerte, por eso al final se divorció y se casó con la botella.

El Juan se fue hundiendo, regalándose al tibio veneno, empeñando pega e hijos, para de un trancazo acabar viviendo bajo la luna, buscando algo de fortuna en la basura, peleando con los perros un pan duro. No se quitó nunca el bigote, eso sí, cada 24 de enero se lo iguala con una lata afilada y se fabrica una panza de papel. Le encanta regalar billetitos de periódico gritando ¡que viva la fortuna! Subo, ya falta poco para las velas, cuando de golpe, pensando en él, lo encuentro:

—¡Gordo! —le grito y me mira con su pinta de Ekheko desahuciado, mientras regala fortuna a la gente como en aquellos viernes de soltero. Entrega billetitos, hechos con papel del Loro de Oro, a la gente. Qué aguante viejo, plantarse horas al sol y con el pulso sin trago durante tres semanas, recolectando periódicos y haciendo cientos de billetitos.

Agarro uno, es una serpentina de presagios: “La Mansión, 2 x 150 bolivianos”, “Todo lo que quieras por 100 bolivianos, foto real”, “Ángela Travesti Educada”, “Se necesita electricista”, “Yong Fung Acupuntura china”, “Yolanda Yung Terapeuta de Familia”. Todo mezclado en su bolsa de yute, labio con labio, teta contra teta, fibra con fibra.

La vida juega en su bolsa a la fortuna. ¡Buena Fortuna, Jallalla a los achachis! Me mira agotado, después de su baile a la fortuna, y lo abrazo. —Dale Juanito, estás cansado, comeremos un anticucho con unas chelitas frías, una vieja me regaló diez lucas, dale gordo.

Juanito me mira y dice: “Ves, camba opa, bien sonso eres, no me quieres creer. El Ekheko no falla, ya te dije, la fortuna siempre llega”. “Sí, Juanito, tenés razón, vamos a comer que la panza suena”.

—Oye camba, ¿vas a venir mañana otra vez? ¿Te animas a gritar fortuna para todos?

—Seguro que sí, mañana volvemos.

—Ya vas a ver cómo El Ekheko nos regala algo, apurá que es 24 y todavía nos falta conseguir unas pichochas, pero primero buscaremos un trago que esto de gritar cansa.

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