Dos miradas a Conductas Erráticas....En ambos casos se agradecen los comentarios a mi persona...
Un abrazo a la gente que participó de este libro y a Liliana y Max...
Catorce golpes bajos
Wilmer Urrelo *
La invitación llegó por e-mail y sonaba rara. ¿Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi trabajaban en una antología de crónicas de no ficción? ¿Crónicas que además deberían ser, en lo posible, basadas en experiencias de impacto personal? Eso sonaba a chicos y chicas traumados, lo confieso. O bien a chicos y chicas escribiendo sobre sus traumas. ¡Y vaya traumas!
En fin, que pese a lo ya mencionado sonaba interesante. Para hacerla corta: transcurrieron unos meses y la búsqueda dio sus frutos. Frutos dispares. Exquisitos. Catorce crónicas que vienen a convertirse en un producto excéntrico dentro de la literatura boliviana. ¿Por qué excéntrico? Porque los bolivianos y bolivianas tenemos miedo, terror, a hablar de nosotros mismos.
Podemos hacerlo cuando nos tomamos unas copas, pero jamás lo hacemos escribiendo algo real. Real: que de verdad pasó en nuestras vidas. Porque muchas veces ocultamos esas experiencias bajo el manto siempre salvador de la ficción. Ese striptease al revés, como diría Vargas Llosa. Sin embargo, Conductas erráticas: Primera antología boliviana de no ficción (Aguilar, 2009) es un libro distinto. Es una joyita de ésas que no pueden dejar de leerse.
Son catorce, decía, las historias que reúne Conductas erráticas. Ahí está la nocturna crónica de Fernando Barrientos y el mundo del rock subterráneo (y la mutación, para muchos espantosa, que tuvo aquél en estos últimos años) o bien la de Giovanna Rivero Santa Cruz y el fantasma de una amiga suya y un año, el 85, imborrable en su memoria. Está también Juan González y la historia de un Jimi Hendrix truchón, sí, aunque por eso mismo verdadero e íntimo.
Pienso también en Maximiliano Barrientos y el retrato de una Santa Cruz fría, distante y violenta, y por qué las casas en las que vivimos durante nuestra vida siempre son importantes tarde o temprano. Hay más. Muchos más. Ya dije que son catorce historias. Está también Paul Tellería, viejo lobo en esto de las crónicas, y el retrato de un cuate suyo, presidiario y karateca. Inga Llorenti escribe acerca de una monja budista llamada Lobsang, y a la que los chinos le pegan todo el tiempo por reclamar lo que ella cree justo. Y Miguel Ángel Devia y un raro (y a ratos peligroso) viaje a La Habana por carretera vía Lima.
¿Y ahora? Pues hay más: Rodrigo Hasbún nos presenta un recuento de sus guerras personales con la música, la literatura y el cine. ¿Quiere usted ver a Edmundo Paz Soldán cuando tenía melena? Pues ahí está la crónica que escribió acerca de cómo llegó a los Estados Unidos por intermedio de una beca no de lucha libre, ni de béisbol, ni de dígalo con mímica, sino de soccer.
También el texto de Liliana Colanzi y el recuento de una vida agitada (no sólo la suya), agitadísima, que si mi abuela la hubiese leído pensaría que el verdadero infierno subió a la Tierra. Ah, también podrán leer las razones prácticas de porqué el Sebastián Antezana no usa reloj (y los inconvenientes que eso puede causar cuando uno está solo), e igualmente una imperdible historia del Evo y la Asamblea Constituyente escrita por Pablo Ortiz. Y también Anabel Gutiérrez y un retrato del fenómeno de El Niño a través de dos niños navegando por una calle metidos en una heladera (suena a invento, pero es cierto). Y como soy medio tímido y por lo tanto hipócrita, también podrán echarle un ojo a las razones de porqué éste que escribe no recuerda su niñez.
¿No lo dije ya? Son catorce golpes bajos. Necesarios. Imprescindibles. Que ya necesitábamos leer y ante todo escribir hace mucho tiempo. Muchas veces decimos que la literatura boliviana precisa, y con mucha urgencia, de un destape. Un destape en el sentido de la exploración de nuestras vidas. De nuestros mundos internos. Conductas erráticas lo hace. Y sin concesiones, que es lo bueno de todo. Por eso es un libro que se pelea con el mundo. Con este mundo. Una pelea sin licencias. Eso está bien. Eso se agradece.
Además, como otro buen regalo, trae un prefacio escrito por el mismísimo Juan Villoro.
¿Se puede pedir más?
* Narrador paceño
Texto: Álex Ayala Ugarten (http://alexayala.blogspot.com)
Gay Talese, Tom Wolfe, Rodolfo Walsh, Ryszard Kapuscinski, Truman Capote, Alberto Salcedo y otros grandes exponentes de la escritura de no-ficción tienen algo en común: los orígenes de todos ellos son periodísticos. Por eso, llama mucho la atención que el nuevo libro de Aguilar-Grupo Santillana, Conductas erráticas, calificado por la editorial como primera antología boliviana de no-ficción, esté encabezado principalmente por autores de ficción, la mayor parte de ellos de cuento y de novela. Para mí, algo poco serio, pues es como invitar a presentadores de televisión a formar parte de una antología de relatos cortos o a un veterinario a hacerse cargo de la cirugía de corazón de un paciente humano.
Reconozco que, si nos guiáramos por la definición de lo que no-ficción literalmente significa, se podría meter ahí dentro de todo un poco: las confesiones de un diario íntimo, perfiles, crónicas, reflexiones, autobiografías y un larguísimo etcétera. Pero si tomamos como referencia las publicaciones que se han dado bajo ese nombre desde hace varios años ya en diferentes países de América Latina y, desde hace bastante más, en los Estados Unidos, enseguida vemos que el término tiene ciertos límites. No porque uno diga que va a dar una vuelta a la calle y eso sea real vamos a meter sus palabras como parte de un libro de no-ficción. No sería ético, hasta podría entenderse como una burla.
Lamentablemente, eso es lo que uno halla en muchas de las páginas de Conductas erráticas, una obra que en ciertos momentos parece más una reunión de amigos que una verdadera antología. ¿Por qué no se han incluido en ella las historias de Erick Ortega, Javier Badani, Darwin Pinto, Roberto Navia y otros periodistas de nuestros medios que han ganado numerosos premios nacionales e internacionales gracias, precisamente, a sus relatos de no-ficción? ¿Dónde están los escritos de aquellos que llevan años cultivando la crónica en el país? Yo se lo diré: brillan por su ausencia.
Ombliguismo
Muchos autores que forman parte de la presente antología cumplen con los rasgos que a menudo están presentes en los géneros que tienen que ver con la no-ficción: construyen personajes, emplean distintos tipos de narrador, usan metáforas, manipulan el orden temporal, etc. Es decir, utilizan algunas herramientas literarias. Pero se olvidan justo de lo más importante: no cuentan una historia que cree cierta curiosidad en los lectores. Más bien, al contrario. Se dedican a hablar únicamente de sí mismos: de sus recuerdos, de sus viajes, de sus padres, de sus experiencias en el difícil universo de la escritura... y, en definitiva, de sus “ombligos”.
Maximiliano Barrientos (uno de los responsables de la selección de los materiales) lo reconoció hace poco en una entrevista. “Conductas erráticas es un muestrario de cómo un grupo de autores procesa sus experiencias y decide contarlas”. Y Wilmer Urrelo –uno de los participantes de la antología– calificaba el producto en el periódico La Prensa como “algo excéntrico dentro del mundo de la literatura boliviana”. “¿Por qué excéntrico? Porque los bolivianos tenemos miedo, terror, a hablar de nosotros mismos”, decía.
Ante esto, cabe realizar dos observaciones. Primera: la no-ficción no forma parte de la literatura (la literatura está abonada a la ficción, a veces basada en hechos reales, pero ficción). Segunda: en la no-ficción no se trata de “hablar de nosotros mismos”, sino más bien de contar la vida de los otros. No basta con narrar un hecho cualquiera. Hace falta que éste agarre a los lectores, que sorprenda. Según Julio Villanueva Chang, uno de los grandes maestros de la no-ficción, un buen texto es aquel que “enciende la luz”, el que nos ilumina, y para conseguirlo es indispensable dedicar tiempo a la investigación de los temas, tener paciencia.
En este proceso, la experiencia personal es válida, así como el uso del “yo”, pero para certificar que uno estuvo ahí, a modo de testigo, no para robarse el show o para dejar de lado las indagaciones pertinentes. Si estás hablando del fenómeno de “La Niña”, como lo hace Anabel Gutiérrez en Conductas erráticas, lo lógico sería describir escenas vividas junto a los damnificados de la tragedia o reconstruirlas gracias a sus testimonios, pero no sentarse a hacer divagaciones en torno a una fotografía de unos muchachos montados en una heladera o hacer una aproximación tomando google como principal referencia.
En el texto de Anabel Gutiérrez uno encuentra, además, otras cosas peores. “Anoche olvidé meter la bolsa de hielo al congelador. El agua se ha derramado y rebalsa los estantes inferiores, empieza a gotear hacia mis pies. Puede que empiece a cubrirlos. Puede que me llegue a la cintura. Y que siga subiendo como lluvia que nace del cielo. Me levanta en vilo y también me hunde. Chocan entre sí los muebles provocando heridas con las astillas”, escribe imaginando. ¿No habíamos quedado en que la ficción se iba a quedar a un lado?
Sin llegar a tales extremos, otros autores, como el ya mencionado Barrientos o Rodrigo Hasbún, dan vueltas como trompo sobre sí mismos, contándonos que hace algún tiempo fotografiaron los autos estacionados en el parqueo de un supermercado cruceño o que leen a John Cheever, pero sin aterrizar realmente en ningún sitio en concreto. Liliana Colanzi, más de lo mismo, pues nos relata sus idas y retornos durante una época y sus innumerables fiestas. Y lo propio ocurre con Sebastián Antezana.
Como muestra, el comienzo del escrito de este último autor: “Esa tarde aparentemente no estaba pasando nada, nada que interrumpiera la usual rutina de los viajes, las conexiones y los aeropuertos. Sin embargo, para mí acaban de terminar semanas de nerviosismo y preparación para el vuelo a Londres, semanas de anticipación y algo parecido a la angustia. Iba a estudiar una maestría y sentía que dejar detrás la seguridad de lo familiar iba a ser doloroso”.
Otra vez el “yo”, el “yo”, el “yo”, pero no el “yo” observador, el “yo” intruso, sino el “yo” que se regodea sobre sí mismo. Señores, repito: la no-ficción no significa hablar una y otra vez de nosotros mismos. Eso tiene otro nombre, se llama gula. Y basta darse una vuelta por los mejores textos de no-ficción para darse cuenta de lo erróneo de la propuesta de Conductas erráticas. En el perfil “Frank Sinatra está resfriado”, Gay Talese hace hincapié en las debilidades del cantante. En A sangre fría, Truman Capote reconstruye un fatídico crimen. En Ébano, Kapuscinski nos muestra, a través de su experiencia, la compleja realidad del continente africano. Y la forma de usar el “yo” en todos ellos tiene como objetivo final contar lo interesante de la vida de “los otros”.
Siguiendo ese camino de esfuerzo por hablar de otras personas, pese a todo, en Conductas erráticas hay al menos algunos trabajos que podrían destacarse. Juan González, por ejemplo, se aproxima con acierto a un tipo que tiene una onda a lo Jimi Hendrix y lo retrata. Wilmer Urrelo, desde La Paz, recuerda unas inundaciones en la calle Tejada Sorzano. La periodista Inga Llorenti se adentra con talento en las cotidianidades de Lobsang, una monja budista. Pablo Ortiz, también periodista, nos regala un buen relato sobre Evo Morales y la Asamblea Constituyente. Y Paul Tellería dibuja la difícil existencia entre rejas de un presidiario amigo suyo.
Pero para mí no es suficiente para justificar semejante pseudo-antología. Echo en falta en ella más arquitectura, el afán por contarnos más historias. Y creo en términos generales que, como diría Villanueva Chang, han convertido el periodismo –una de las bases fundamentales de la no-ficción– en un mero “adjetivo” y lo literario en lo “sustantivo”, cuando debería ser al revés.
Que conste finalmente que no sostengo todas estas afirmaciones por recelo, pues nunca he sido crítico con lo que muchos llaman “intrusismo profesional”. Es más, me encanta que haya periodistas que escriban novelas y que haya escritores, como Edmundo Paz Soldán, que hagan a veces periodismo. Resulta enriquecedor. Sin embargo, no me gusta que se confundan las cosas. Y pienso que catalogar Conductas erráticas como antología de no-ficción es confundirlas. Antología testimonial sonaría mucho mejor, más íntegro. Lo otro me sabe a mamada
2 comentarios:
Es mamada. Para proyectar a la "novia de America", no ve?
Lo que quedan son los textos, finalmente. Ayayay, cómo les duele esta antología a los que siguen escribiendo Historias Inofensivas... no ve?
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