Ejercicios literarios, crónicas, miradas a la ciudad, relatos, poesía (de vez en cuando) y todo lo que este aprendiz de escritor produce en el camino a encontrar su propia voz (Al final Borges la encontró a los 70 años)
martes, septiembre 08, 2009
Triquina
No era Rimbaud, sólo era un niño indio (Roberto Bolaño)
El poeta anoche volvió a reir con carcajada sorda, por que sólo escuchó el eco de su sorna.
El poeta puso el adjetivo encebollado en mi prosa y se jactó una vez más de ser anarquista y minimalista.
El poeta sabe dar palo con cicuta y con clase a la prosa banal, burlándose de los escritores y crónistas neobarrocos de La Paz. Ese poeta, sí, de ése hablo, el que dice que construyó su casita de 3 pisos gracias a la poesía y que anoche se dio el lujo de quitar algunos versos de un poema de Nicanor Parra, con marcador verde, antes de leerlos por considerarlos excremento.
Ese poeta, ese "cholo ilustrado" que escucha Bach más que morenada y al cual Jaime Saenz le dedicó un poema luego de que él mando a la mierda a los talleres Krupp, ese poeta con apellido que suena como el apodo de un caricaturista argentino, sabe como poner el acento en la palabra.
Ese poeta, sin duda sabrán de quien habló ayer me albergó en su biblioteca y me enseñó el truco para dormir poco o casí nada y leer más o casi nada. Ayer me invitó singani con agua de la pila, tabaco negro y marraquetas a la mañana y me contó de los sombreros que hacía su padre y de la muerte de su madre a sus seís años.
Ese poeta sonrió borracho ante mis incoherencias contaminadas de tanto tóxico. Aquel anarquista de palabra precisa y herética ayer dormitó, en mitad de su sillón, abrazado de un párrafo lleno de prosa banal, mirando de rato en rato entre bostezo y bostezo un cuadro que le ganó al Edgar Arandia en una apuesta.
Ese es el poeta, que conoció el valor de abrirse espacio a puñetazos en la constelación de escritores burgueses y aprendió de memoria el numero de peldaños que conducen a su biblioteca, los cuales descendió ayer en silencio reverrente ante un carajazo de su hija. Biblioteca donde está la cama de torneado y barroco respaldar, en la que duerme dos horas cada noche.
Lo conocí hace 15 años, lo reencontré hace dos meses y llenamos de ácido las palabras y de singani los pulmones. Ese poeta no es mi amigo, ni nada parecido, eso si es el único poeta por el que me sacó el sombrero en mitad de una cantina y el saca una sonrisa de su boca para pintar de barrocos y huecos halagos mi prosa. Ese poeta sabe pintar palabras y me regaló ayer un abrazo más antiguo que el que contenía al Felipe y Peña y Lillo o visceversa.
Ese poeta es un maestro lo cual es mucho, lo cual es nada.
Al final me pregunto ¿qué cosa me habrá querido enseñar a la madrugada con Bach y chalina de alpaca burlándose de mis divagues lacanianos y mi prosa banal?
Celebración de un infante
Mi infancia era un humo azul
Un punto ciego en el cuarto escarlata
El mago Tou Fou acariciaba mis cabellos
Mi padre cabalgaba sobre mi vieja cuna
Como si estuviera fuera el mundo y su pesadumbre
Mi madre medusa comía una naranja
Su pálida tristeza me hundía en la gracia
En esa espuma desconocida y áspera que sería mi destino
Mi infancia era una selva de sombreros y falacias
Querubín luciferino / Mí gloria era el infierno
El esqueleto de un caballo
Y ese hueco en la niebla donde una maldición tejía
Ya el telón había caído sobre mi razón
Y sólo tenía la certeza
De haber sido echado del paraíso
Entonces / Me desaté la lengua
Me rompí un brazo
Y me masturbé como un simio.
Humberto Quino Marquez
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