sábado, abril 12, 2014

Alex en el espejo de Alexia



Ayer Alex caminando la ciudad encontró en la pared del Katanas un mensaje de Alexia y le sacó una foto, la reconoció inmediatamente por la letra, era la misma con la que jugaron a escribirse poemitas truchos en servilletas a las 7 de la mañana, la madrugada que se conocieron en el Café Ciudad. Ambas muriendo de frío, una con las manos secas por cera y gasolina y la otra con las uñas negras de tanto acariciar cabezas de ebrios. Solas en el mismo café, las conectó que casi tenían el mismo nombre. Hablaron de sus vidas, de los gustos en común, ambas con la misma edad y la misma mirada penetrante de ojos negros.

Alexia en realidad es Alex en el otro lado del espejo, ambas caminaron la noche a voluntad. Alex sabe de Alexia lo que ella de Punk, es decir nada, sin embargo las dos disfrutaron esa mañana cantando “no me arrepiento de este amor” de Gilda en la versión Ataque 77.  Bastó con mirarse aquella madrugada, llorar juntas fumando un porro y susurrarse al oído “dale loca que se puede”. Alexia fue una niña de papá, Alex no conoció al suyo. La  primera dejó Palermo a los diez y siete para irse a vender chucherías en la feria de domingo en San Telmo y luego tomo un “bondi”,  escapó a provincia con un colombiano. El resto fue pura inercia llegó a La Paz, conoció una “paragua” en un alojamiento, tenía hambre, poca plata y aceptó trabajar bailando en un tubo.

Alex por su parte dejó a su madre porque no aguantaba al baboso del padrastro que la manoseaba y se marchó a casa de su abuela y se metió a estudiar literatura, ambas “clase medieras renunciando a lo “concheto” de su pasado.  Alex sobrevivió de la manga de la abuela y Alexia de la sed de cuarentones, al menos hasta el día que Alex conoció a Nikki y Alexia se cansó del Gordo.

Para Nikki  Alex se desnudó mil veces, hizo todas las estupideces que le pidió, durante dos años, hasta lo que ella considera la única cosa coherente que la liberó. Por invitación de Alexia fue dos noches al boliche, vestida todo de negro, solo un par de veinte añeros le invitaron una cerveza y luego los mando a rodar, se dio cuenta que no tenía talento y menos estomago para ser mercancía. Alexia por su parte disfrutaba bailando y emborrachando a los tipos, como le decía. Alexia sabía que eso era falso, parte del cuentito que una siempre se cuenta como auto consuelo, a ninguna mujer le gusta ser puta, eso lo saben todas en el Katanas pero ninguna lo dice en público.

Alex no volvió a ver bailar a Alexia, la última vez que entró al boliche se fumó un nevadito y  se imaginó como un personaje de “Machete” matando a tiros a todos los babosos del lugar y luego saliendo triunfante en un bus rumbo a Coroico con todas las chicas cantando la vieja canción de OM en versión de Llegas “Ya vamos llegando a la cumbre ay mamá” y de ahí saltando al vacío juntas como en una especie de homenaje colectivo a Telma and Louise, pero no fue así, cuando se le pasó el efecto de la torcida  a las diez am se dio cuenta que la realidad es más apestosa, abrió los ojos en el cuarto de Alexia y vio a su lado a tres chicas destruidas y semi desnudas roncando como viejos tuberculosos a su lado y entendió que fantasear drogada  sobre ser una heroína de la prostitución no tiene nada de romántico.

Alexia y Alex se respetan, las dos son de ley, saben vivir y también matar con clase. La gaucha, como le decían en el Club, desapareció luego de pildorear a un gordo banquero en un motel, al verlo tieso se asustó y le metió a la fuerza cocaína para que reaccione y fue peor el tipo trató de vomitar y se atragantó, quedando tieso en la cama. Alexia, aparentemente serena, llamó por teléfono pidió la cuenta, se vistió y pasó los billetes por el torniquete del cuarto con una propina extra, luego pidió un taxi y salió sola del "telmo". Se asustó obviamente y antes de escapar tomó lo que pudo de la billetera. Luego se enteró que el gordo había muerto. En realidad fue un tema de mal cálculo, ella sólo lo quería dormir, no se imaginaba bancándoselo durante una hora encima suyo, pero a las 6 de la mañana una no sabe calcular la dosis exacta y menos conoce cuantos triglicéridos tiene un gordo para que su corazón bombeé intoxicado sin detenerse.

Cuando Alexia le contó la historia a Alex, ella le confesó como se deshizo de Nikki y entonces se hicieron amigas, ambas odian a los cerdos, aunque el de Alex era anoréxico y pesaba 60 kilos y el último cliente de Alexia un obeso. En total se vieron tres veces en un mes una en el Café Ciudad y dos en el Katanas.

La mañana que Alexia decidió retornar a Argentina paró en la puerta del Club y con un lápiz de ojos que sacó de la cartera escribió el mensaje al que hace una semana Alex le sacó una foto y me la mando. La pena que apuntó mal, y justo donde dice “a todas mis ex compañeras” está la sombra de su mano. Ambas saben que están donde deben estar y que deben seguir reconstruyendo su camino.

 Alexia ya no teme, está libre de los cerdos, al menos por un tiempo, mientras vuelve a Buenos Aires en Bus se pregunta si eso del hijo pródigo también aplica a las hijas putas. Alex aún espera el momento exacto para reconstruirse,   de vez en cuando me manda un correo de algún café para que deje claves en esta página que nadie lee, para que su abuela sepa que sigue viva, esperando retornar y empezar de nuevo eso sí en cualquier lugar menos la Manzana Tóxica o el Katanas.

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