Ayer Alex caminando la ciudad encontró en la pared del Katanas un mensaje de Alexia y le sacó una foto, la reconoció inmediatamente por la letra, era la misma con la que jugaron a escribirse poemitas truchos en servilletas a las 7 de la mañana, la madrugada que se conocieron en el Café Ciudad. Ambas muriendo de frío, una con las manos secas por cera y gasolina y la otra con las uñas negras de tanto acariciar cabezas de ebrios. Solas en el mismo café, las conectó que casi tenían el mismo nombre. Hablaron de sus vidas, de los gustos en común, ambas con la misma edad y la misma mirada penetrante de ojos negros.
Alexia en realidad es Alex en el otro lado del
espejo, ambas caminaron la noche a voluntad. Alex sabe de Alexia lo que ella de
Punk, es decir nada, sin embargo las dos disfrutaron esa mañana cantando “no me
arrepiento de este amor” de Gilda en la versión Ataque 77. Bastó con mirarse aquella madrugada, llorar
juntas fumando un porro y susurrarse al oído “dale loca que se puede”. Alexia
fue una niña de papá, Alex no conoció al suyo. La primera dejó Palermo a los diez y siete para
irse a vender chucherías en la feria de domingo en San Telmo y luego tomo un “bondi”,
escapó a provincia con un colombiano. El
resto fue pura inercia llegó a La Paz, conoció una “paragua” en un alojamiento,
tenía hambre, poca plata y aceptó trabajar bailando en un tubo.
Alex por su parte dejó a su madre porque no
aguantaba al baboso del padrastro que la manoseaba y se marchó a casa de su
abuela y se metió a estudiar literatura, ambas “clase medieras renunciando a lo
“concheto” de su pasado. Alex sobrevivió
de la manga de la abuela y Alexia de la sed de cuarentones, al menos hasta el
día que Alex conoció a Nikki y Alexia se cansó del Gordo.
Para Nikki Alex se desnudó mil veces, hizo todas las
estupideces que le pidió, durante dos años, hasta lo que ella considera la
única cosa coherente que la liberó. Por invitación de Alexia fue dos noches al
boliche, vestida todo de negro, solo un par de veinte añeros le invitaron una
cerveza y luego los mando a rodar, se dio cuenta que no tenía talento y menos
estomago para ser mercancía. Alexia por su parte disfrutaba bailando y
emborrachando a los tipos, como le decía. Alexia sabía que eso era falso, parte
del cuentito que una siempre se cuenta como auto consuelo, a ninguna mujer le
gusta ser puta, eso lo saben todas en el Katanas pero ninguna lo dice en
público.
Alex no volvió a ver bailar a Alexia, la última
vez que entró al boliche se fumó un nevadito y se imaginó como un personaje de “Machete”
matando a tiros a todos los babosos del lugar y luego saliendo triunfante en un
bus rumbo a Coroico con todas las chicas cantando la vieja canción de OM en
versión de Llegas “Ya vamos llegando a la cumbre ay mamá” y de ahí saltando al
vacío juntas como en una especie de homenaje colectivo a Telma and Louise,
pero no fue así, cuando se le pasó el efecto de la torcida a las diez am se dio cuenta que la
realidad es más apestosa, abrió los ojos en el cuarto de Alexia y vio a su lado
a tres chicas destruidas y semi desnudas roncando como viejos tuberculosos a su
lado y entendió que fantasear drogada sobre ser una heroína de la prostitución no
tiene nada de romántico.
Alexia y Alex se respetan, las dos son de ley,
saben vivir y también matar con clase. La gaucha, como le decían en el Club,
desapareció luego de pildorear a un gordo banquero en un motel, al verlo tieso se
asustó y le metió a la fuerza cocaína para que reaccione y fue peor el tipo
trató de vomitar y se atragantó, quedando tieso en la cama. Alexia, aparentemente serena, llamó por
teléfono pidió la cuenta, se vistió y pasó los billetes por el torniquete del
cuarto con una propina extra, luego pidió un taxi y salió sola del "telmo". Se asustó obviamente y antes de escapar tomó lo que pudo de la billetera. Luego se enteró que el gordo había muerto. En realidad fue un tema de
mal cálculo, ella sólo lo quería dormir, no se imaginaba bancándoselo durante una hora encima suyo, pero a las 6 de la mañana una no sabe calcular la dosis exacta
y menos conoce cuantos triglicéridos tiene un gordo para que su corazón bombeé
intoxicado sin detenerse.
Cuando Alexia le contó la historia a Alex, ella
le confesó como se deshizo de Nikki y entonces se hicieron amigas, ambas odian
a los cerdos, aunque el de Alex era anoréxico y pesaba 60 kilos y el último
cliente de Alexia un obeso. En total se vieron tres veces en un mes una en el Café Ciudad y dos en el Katanas.
Alexia ya no teme, está libre de los cerdos, al menos por un tiempo, mientras vuelve a Buenos Aires en Bus se pregunta si eso del hijo pródigo también aplica a las hijas putas. Alex aún espera el momento exacto para reconstruirse, de vez en cuando me manda un correo de algún café para que deje claves en esta página que nadie lee, para que su abuela sepa que sigue viva, esperando retornar y empezar de nuevo eso sí en cualquier lugar menos la Manzana Tóxica o el Katanas.
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