Hubo un tiempo bordeando el coqueteo de los 20 en el que le escribía versos debajo la almohada, llenos de una timidez acongojada y suplicas chillonas a una adolescente que en ese momento no sabía como ser amante, pero se las daba de la Matahari del barrio, haciendo llorar a más de un guitarrista o poeta en pañales. Recuerdo que en aquel momento escribía mis poemas en libretas, con una necesidad imperiosa de rimar melancolía con cerveza y nalgas con Serrat, en un poema que llevaba por título el numero de mi CI.
Luego llegó el segundo tiempo, ahí por los 25 cuando creia ser un "real visceralista" (de esos de Bolaño) en el Ave Sol de la calle Goitia. Inflaba el pecho por que un cuate había publicado en una revista literaria un poemita mio y otro amigo, en una farra, había aplaudido mi entonación para leer versos de inodoro al abandono. Si en ese segundo tiempo fue el ego malcriado y disonante el que habló y me hizo creer que cualquier paja que escribía era digna de ser publicada (ojo que es muy fácil quedarse en este segundo tiempo). Este también es el tiempo en que decides lanzarte lanzarte a todos los concursos y premios literarios, con la certeza de que eres el que dona su gran obra al concurso. Cuando pierdes y sólo recibes el silencio de los jurados tu arrogancia afirma, como defensa pública, que los premios son para las roscas, y que nadie valora tu talento. Al mismo tiempo, en la intimidad derrotado vuelves a escribir poemitas lastimeros entre las sábanas y los escondes para que nadie los vea, así como el personaje de Kundera de "La vida está en otra parte".
Hay un tercer tiempo, ese en el que algo de trabajo logró barnizar de técnica el talento, ese es el momento en que te das cuenta que no es mala idea leer lo escrito con más pausa antes de publicar cualquier cosa. Es cuando empiezas a otorgar el lugar que merecen las reglas gramaticales y dejas de forzar poemas en los que aparezca la prosa de Sabines, Shimose y Saenz en una ensalada, sólo por que te parece buena idea. Aquel es el momento que algo mejor va quedando por ahí y estas a punto de hacer obra hasta que llega un editor por ahí y te tienta al ofrecerte publicar tu primer libro, entonces otra vez el ego se confunde y vuelves a la idea de publicar por publicar y entregas a la editorial una juntucha de poemas, prosas, prosemas, alegorías, greguerias y pajas sin hilo conductor pero no te importa por que quieres aplausos, por eso te lanzas al éxito. Esta vez junto al silencio, habla también la crítica, que te entrega entrevistas y sonrisas en público, destruyendote por atras, por que realmente mereces ser destruido. Sin embargo este es también el tiempo de las invitaciones a publicar en revistas, suplementos literarios, antologías, etc. Tiempo que acaba con la publicación de un segundo libro "fiel a la juntucha" lleno de poemas, crónicas y relatos aunque ya más depurado y con una tímida voz propia.
El tercer tiempo ya no trae el ego adolescente, sino la farándula, el derroche de vino en páginas colectivas, las largas madrugadas hasta las 6 de la tarde. Este tiempo trae una nueva forma de disfrutar las letras con amigos. Es un tiempo lleno de encuentros literarios en la sala, acompañado de guitarra, libros, quena, guitarra, libros, charango...vida. También se llena de gargolas femeninas para espantar demonios, gargolas que deciden con vehemencia irrumpir en tu cuarto y sacar uno a uno de la almohada los acentos mal puestos por alguna musa y tocar uno a uno con sus senos los ombligos regados por tu cama para espantarlosn. En este tercer tiempo te embriagas, ries, lloras, aplaudes, te aplauden y repites que Warhol tenía razón y lo mejor de todo que la pequeña fama puede durar más de 15 minutos...y sólo con dos libros te repites.
Entonces llega el cuarto tiempo, cuando pasa la resaca, cuando el libro deja de hacer eco, cuando tienes una crísis, cuando dejas de leer por meses, y sólo escribes memorandums y listas del mercado. Ese momento hay que saberlo manejar, por que o produce un desencanto y te vuelve un burocráta que vuelve a usar corbata y que sólo decide leer Cosas o te pega un sopapo y te lleva nuevamente al ruedo del verbo.
Si pasa la segunda cosa habrás ganado y al salir de la orgía literaria y la farandulita te mirarás en el espejo, te arañarás las cobardías no dichas y decidirás entonces leer, por tiempo indefinido más de lo que lescribes y lees y lees, con hambre y gula. Es el momento que dejas de lado los ejercicios surrealistas de escritura exquisita y empiezas a delinear a cuenta gotas palabra por palabra algo más minimalista, más lúcido. Es ahí donde si persistes, puede surgir una voz propia y un proyecto de libro sistematicamente delineado. Debes estar consciente sin embargo que es muy probable que pasen meses sin que puedas pasar del primer relato y debas rehacer 20 veces la primera historia antes de hacer algo bueno.
En el cuarto tiempo es también común que te invada algo de la agorafobia de Salinger y decidas tener largos periodos de reclusión en la casa, temiendo a la gente, odiando a la gente, huyendo de la gente. Periodos en los que puedes pasar interminables horas de ocio frente a la television, leyendo 5 paginas al día, escribiendo 5 parrafos al mes y viendo 5 teleseries simultáneas en una hora.
Este para mí debo confesar es el momento más delicioso, por que hoy habito en él, momento en que disfruto de largos silencios mirando al papel o al monitor en blanco, momentos en los que voy entendiendo que ya no es necesario escribir como purga, como desnudez pública, como acto voyeur de mostrar letras caóticas y poco pulcras al mundo. Son momentos en los que ya no me duele la mano de tanto llenar libretas y lo agradezco.
Este cuarto tiempo ha llegado y me entrega menos caos y más cansancio los viernes por la noche, es un tiempo en el que Peter Pan tiene canas y en el que voy entendiendo que es mejor leer, calllar y trabajar en silencio la obra sin hacerla pública, por que ya no interesa el ego, por que entendí que la farandula no alimenta el oficio sólo la pereza y el descuido de la obra.
Si hoy con serenidad entiendo que prefiero la comodidad de mi silón y la agradable vista de mi ventana a las 2 de la mañana, más que la silla dura de madera de un bar. Con calma voy abriendo la puerta a este cuarto tiempo que me arrulla y me deja grandes y meditados silencios que luego hablarán en agotadores ejercicios semánticos y poéticos o talvez simplemente en el eco de la oración nocturna.
Si, está llegando y me alegra que me vaya dando más serenidad y menos farándula, más paz que egolatras lecturas literarias por los bares. Hoy disfruto el saxo de "Bird" las obras de Adrian Patiño y a Sabina cantandole a Carmela y lo agradezco con plenitud y júbilo.
Vacío y negro sería sin embargo este cuarto tiempo sin la presencia de mi hija, sin el eco que sus risitas creciendo y acompañando, preocupándose por mis cansancios y las dimensiones de mi barriga; dando su mejor sonrisa los viernes por la tarde y mostrandome, parafraseando el poema de Saenz, que las costillas no se me acaban para darselas y que cada vez que me abro el pecho y le entrego mi mejor sonrisa los viernes por la tarde, ella me devuelve con creces aquellas miradas como las que estremecían a Silvio Rodriguez en la canción "mujeres".
Esta noche espero que el quinto tiempo traiga una obra pulcra y lúcida. Espero también con más cordura y fe aprender eso de "creer, amar y esperar", de esa forma el resto llegará por añadidura, de esa forma no me asustará aquel estribillo de la canción de Sabina a su hija: "cuando quemes tus naves no me pierdas las llaves del cielo" .
Si hoy espero el quinto tiempo como aquel en el que pueda ver que mi hija tenga derecho a elegir un novio poeta o un banquero (creo que los segundos no son tan malos después de todo), a quemar sus naves hasta que se le acaben los fósforos, por que así se crece, así se vive. Espero que pierda las llaves del cielo las veces que quiera; mientras, yo esté ahí con la mirada de acero mal limado por los años y con la panza de cerrajero, ayudando a destrabar entuertos, buscando en la libreta, en los libros marcados, la llave maestra para abrir sus sueños y retornar.
Ahíí estaré para asegurar sus labios con una buena llave de versos, dandole el diccionario para detener las balas y mi palabra vivida como antidoto contra la amargura, aquella que hoy de tiempo en tiempo se disfraza de Fernet con Coca y derrama por la casa sus palabras en la alfombra, pinchandome la esperanza en aquellas madrugadas en que vuelvo al tercer tiempo.
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