Ejercicios literarios, crónicas, miradas a la ciudad, relatos, poesía (de vez en cuando) y todo lo que este aprendiz de escritor produce en el camino a encontrar su propia voz (Al final Borges la encontró a los 70 años)
martes, agosto 16, 2011
Veinticinco veces en la noche una sola noche veinticinco...
A los 25 años de la muerte de Jaime Saenz, comparto un textos y un poema dedicados al poeta, que publiqué en el año 2008 en mi libro Trajines y Haceres
Encuentro con la noche
(En el lugar que no se expande)
Ingreso por el mausoleo de los notables, que dan su nombre a las calles que hoy transito, alineados: Belisario Salinas, Rosendo Gutiérrez, Villalobos, Riosiño y otros, esos de los que pocos saben lo que hicieron, esos que todos caminan a diario por su espalda de asfalto. Me acuerdo cuando ella me dijo que son sólo calles, que su nombre en la memoria colectiva representa sólo puntos de referencia, lugares de encuentro. Pocos se acuerdan que hicieron, que fueron para esta ciudad, para que tengan un lugar perpetuo con vista al Illimani, pocos se acuerdan, menos tú.
Tres de la tarde, se nubla la escenografía del lugar y un nuevo encuentro con la muerte me conmueve. El féretro sale de la capilla, en hombros de primos y sobrinos. Enrique, solterón y músico de banda ha muerto el viernes, con hueso de pollo clavado en la garganta, su cuerpo pesa más que la tuba que apretaba su espalda. El sol sale con fuerza, los vivos, en traje negro, hacen planes para el platito de las cuatro, para la cerveza fría, listos para bailar en vida el recuerdo de su muerte. Cuentan chistes de esos de Pepito, se juntan detrás de la sobrina de falda campana y de reojo le charlan a sus piernas. Las deudas lloran, fieles a su guión, con una mano en la boca y la otra sonriente porque no lavará más los calzones del músico.
En el trayecto, por laberintos de nichos, he decidido buscarlo. Con la tentación irreverente, he decidido llamarlo por su nombre y luego la contundencia de su obra ha hecho que sólo callé y decida buscar su tumba para rendir un homenaje silencioso.
Poeta de la noche te busco cerca al gran portón. En aquel ingreso en el cual te preguntaste por las razones que hacen que este cementerio no se expanda, siga igual con los años, por la misteriosa forma de maqueta de nichos que no crece y que hoy te alberga.
Pregunto y nadie parece conocerte, los niños, que se hacen llamar guías se ríen al oír tu nombre. Por radio el guardia pregunta para ubicar tu tumba. Alguien susurra que moras al lado de Gilberto Rojas y que si sigo recto clarito veré el árbol grande que te da sombra. Un guardia municipal decide acompañarme a tu encuentro.
En el camino el guardia me cuenta que es sereno por las noches y que los más viejitos, dos porteros antiguos, conocen bien a sus muertitos. -No hay caso de pestañear, grave te jalan la pata y sordo te vuelves con sus ruidos-, me dice. Le pregunto por aquella mujer misteriosa que decidió cuidarte y de la que nadie hace un tiempo tiene noticias. Limpiaba tu piedra, cambiaba tus flores, hasta que la familia la sacó tostando, el guardia me responde que no sabe de quien hablo, que hay muchas rezadoras que adoptan muertitos en este lugar.
El encuentro con la última morada del poeta es abrupto y seco. Piedra en piedra rota del Choqueyapu, gravado su nombre en tinta negra. Descanso al caminar y buscarlo, camino al descansar y encontrarlo.
La arena cubre su noche, su distancia recorrida. Hoy crecen hojas de Eva desde la pared de adobe que da sombra a sus jarrones llenos de lilas. Una pluma reposa en la greda de su tumba, varias piedritas de esas con cuarcitos negros, dibujan lo que parece ser el contorno de su cuerpo en la tierra.
Los niños no conocen su nombre, las señoras que hablan de sus maridos muertos, me miran sentadas desde la fuente seca, no entienden mi silueta apoyada en su árbol. Me piden una punta bola, rompen el silencio de mis palabras a su noche, anotan una dirección, -el tío Alberto está por allá, en el cuartel nuevo- dicen.
“La Ramona” con viento ha empujado el vaso con claveles y el agua ha mojado unas plumas de pollo que quien sabe que hacen ahí. Flores secas abundan, hay un jarrón negro, otro de greda con motivos mexicanos. Caigo en la osadía de robarle la pluma de ave que reposa en su piedra y un poco de su tierrita, para tenerla en casa.
Reposo de este andar en la morada del poeta. Las palabras no vienen se niegan a decirle algo, su morada permanece de espaldas al Illimani. Sus restos contemplan laderas serpenteadas y acogen mi silencio. Cosa vana elevar una plegaria a su nombre, importunar su noche con falsos afanes de amistad, cosa extraña mirarme en su nada.
Piedra en Piedra
En esta arrogancia te nombro,
invasivo e irrespetuoso
Mis manos han levantado tu pluma,
mis dedos escarbado tu arcilla,
creyendo ser palabra de tu verso,
en el robo de tu tierra
Descanso al caminar y buscarte,
camino al descansar y encontrarte,
moras en tumba de arcilla en piedra,
la roca cubre tu noche, tu distancia recorrida
Silente delirio, responso al verbo de la noche
Hoy el eco de tus huesos es semilla,
arbusto seco, champa vana.
He permanecido, sin decir nada,
vigía, en la memoria seca de tu musgo,
Tu ser se baña en la crepuscular forma
del tiempo sin tiempo
del cuerpo sin cuerpo,
verbo en el polvo
De espaldas al Illimani, de frente a la comarca
Tus huesos, de ladera serpenteada,
de ladrillos empinados, acogen mi silencio
Tus órbitas, buscan el viento de su estrella.
Cosa vana hoy elevarte una plegaria.
Cosa extraña hoy reflejarme en tu distancia
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