lunes, octubre 20, 2008

Imaginarios Paceños

Sólo la certeza del viento calando tus mejillas,
Será el verbo que recuerde la ironía de estos pasos.
Será el Illimani quien contenga tu bruma
y sus picos escupirán el silencio de mil cantos.
No quiero y sin embargo, en el recuento de la noche,
tu memoria será canto en la montaña.

Retorno de la Feria del Libro de Cochabamba con la resaca de la farándula literaria en el cuerpo, en el bus divago sobre la idea de la ciudad y los imaginarios paceños, luego de re leer algunos textos de La Piedra Imán que compré, vaya a saber por que en Cochabamba para recuperar el ejemplar que una “warmi engreída” tomó prestado de mi biblioteca y que junto con algunos besos nunca más devolvió.

Escribo al amanecer paceño, mirando como las luces de la ciudad serpentean como estrellas de pirita y me surge la pregunta de ¿qué es esto de los imaginarios urbanos en la Ciudad de La Paz? La respuesta tal vez está en que la ciudad imaginada, como hecho individual y colectivo, más allá de lo geográfico se construye de hechos simbólicos, de las representaciones de quienes deciden aprehender sus recovecos y beberla, aunque no siempre su vino sea agradable al tacto.

La ciudad imaginada, construida, evocada en la palabra, en el arte, en la vivencia urbana, implica no sólo la concretidud del hecho urbanístico, arquitectónico que estéticamente la define, sino más bien “la ciudad que no se ve” la que se respira; síntesis de construcciones simbólicas que se crean y recrean en lo colectivo, en la vida cotidiana de quienes la habitan.

Al respecto, recojo la frase de un amigo músico, quien con humildad reconocía la arrogancia de sus últimos años, al dar la espalda a la ciudad –Uno tiene en sus narices las montañas, escribe y canta como gringo, olvidándose de que existen- decía. Es que tarde o temprano uno vuelve el rostro a La Paz y acaba regresando, acaba volviendo a mirar con humildad el sol desde la Ceja. ¿Será entonces ahí cuando uno pueda nuevamente escuchar los delirios de Borda y los relojes de Saenz?

Llega un punto, en este proceso de construcción de la noción de ciudad en el que uno hace un corte y los pies, sin saber bien como, echan raíces en el cemento rajado de La Pérez y no quieren irse. Es ahí cuando uno empieza a escuchar las verdaderas historias que cuenta el río bajo San Francisco, los gritos de sus rocas hoy removidas por tractores construye túneles, sus cantos de ninfas de subsuelo.


El Imaginario urbano en La Paz probablemente se hace realidad más de una vez, en más de un personaje, en el cuerpo de quien narra la ciudad. Toma forma sobre todo cuando el narrador, el músico el poeta, deciden dejar de ser observadores y empiezan a teñir los poros de sus calles. La cantidad de tinta que hay que recoger del asfalto roto, es probablemente tema de otro debate.

¿Será entonces que La Paz imaginada, en cuanto a su esencia, es aquella que nace y habla en lo que produce?, una mancha urbana de historias, una hilera de luces que van naciendo al amanecer, cada una con una lectura propia de su complejidad, cada una con el grito propio de su vivencia urbana. Es ahí que el destello de cada luz en la montaña, como las que veo morir en este amanecer, parpadea como una expresión propia y todas juntas hacen la ciudad que no se toca pero que se palpa.

¿Será esto, en última instancia, lo que constituye el imaginario paceño, el reflejo que va mutando en destellos de tiempo en tiempo, de momento en momento, la luz de quienes se fueron, de quienes hoy estamos de paso por sus calles? El reflejo de la ciudad acorde, grito, graffiti, garabato, una y mil formas en que el corazón paceño devuelve a sus habitantes parte de su imagen y su viento lento.

Creo que sin duda la experiencia individual y la influencia social hacen a la representación y subjetividad de quien mora, habita y respira en la ciudad y se traduce en el imaginario urbano propio de cada habitante. Lo urbano, en esa medida, podría ser leído como aquello que late individual y colectivamente en cada paceño. Hecho intangible que permite generar, en todo caso, formas de significaciones diversas, expresiones culturales dinámicas, que mutan y, que por lo mismo, no están ajenas tampoco a la influencia de otros imaginarios del país y del mundo.

Luego de estas palabras, cuando bajando la autopista despierta la ciudad en la bruma, vuelvo a preguntarme ¿cuál la significación entonces de la palabra urbana, a la vez tan grande y tan corta para la metrópoli de alasita que nos acoge? Parecería ser que es esto que nos funda y otorga una identidad inconsistente, incongruente pero claramente paceña.

¿Será acaso necesario dormir con quiltros en una chingana para conocer lo real de la ciudad? o acaso ¿habrá que emular a Jaime Saenz construyendo falsos trajes de aparadita para entenderla, para conocer lo que yace en el otro lado de la noche? La respuesta está sin duda en otro lado, tal vez en el trajinar y el hacer individual íntimo, cómplice, solitario en la ciudad.

Considero en todo caso absurdo, plantear la forma de retratar los imaginarios paceños en un continuo entre el narrador que ficciona la ciudad y el marginal que decide ser desecho de la misma. La Paz es más allá de cualquier postura, uno la toma, la bebe, o la ignora, pero no escapa a su influencia.


Parece ser entonces que el imaginario paceño pasaría por la subjetividad de cada habitante que decide ser permeable a determinadas experiencias que otorga la ciudad, como un proceso propio de construir la creencia y la significación del hecho urbano. Cada quien podrá sumergirse en carne y pluma en La Paz, ya que su llamado estará siempre presente, cada quien decidirá cuanto escuchar de sus calles y la furia del viento de la cordillera en su rostro.

Algún día el que escribe y el que lee dejaremos esta caótica hoyada y permanecerá el Illimani, como síntesis de roca. Será su presencia, más allá de cualquier significado que queramos otorgarle a la ciudad, la que permanezca. En última instancia nosotros vivimos en el imaginario de esta ciudad que hemos decidido construir, con sus iconos, sus personajes, sus influencias y sus modas. El Illimani nos acoge, como huéspedes de distintos tiempos y momentos, ésta acaso será la única certeza, él permanecerá luego de que nuestro último respiro seco muera.

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