lunes, enero 19, 2009


El poema del cuerpo
Por:Paul Tellería *

Lo pudoroso y lo impúdico, lo más mundano y humano —la carne, el organismo del hombre— son a la vez el mejor camino para develar lo incorpóreo

Qué hace tu cuerpo, y quién ha de ser el que se lo coma sino tú mismo? (Jaime Saenz)

Dos miradas, dos evocaciones al cuerpo nacen al alba. La palabra caminando geografías, las de la musa, las de la calavera, las barnizadas de rosa, las que chorrean podredumbre que reverbera en el cuerpo.

La primera mirada tiene que ver con la celebración surrealista, desde un cadáver exquisito, a una mujer. La segunda es una mirada inspirada en la réplica de la destinataria, a la poesía de Sharon Olds, poeta del cuerpo.

I

La celebración nace, como tantas, en una madrugada en la que los cabellos se mezclan con venas turquesa y uñas hueso. El lugar tiene una dura mezcla de aromas, sensaciones, sabores y temblores. Paganini es lo único que se escucha y, más allá de los gritos del violín, la poesía irrumpe irreverente desde el cuerpo de una mujer de cabellos largos, Warmi Valiente para quienes la conocen.

Desde las manchas de su camisa caen, como leche teñida de vino, las gotas de tinta que tomarán cuerpo en el cadáver exquisito que dos poetas, un músico y un actor dejarán destripado sobre la mesa. Cadáver que tomará cuerpo en un blues, que luego vestirá el cuerpo del que lo canta y antes del almuerzo será reposo en la espalda de la Warmi.

Esa asociación colectiva, con aires de un Breton resfriado en Sopocachi, produce destellazos inconexos para alabar los atributos físicos de la mujer que, con caderas contundentes, se come el tocuyo rojo del almohadón del actor y respira luego una a una las letras temblorosas y taquicárdicas que han sido producidas a su nombre.

Ella celebra el coqueteo, la alabanza al cuerpo sin fallas que construye la palabra. Agradece, haciendo burbujitas en su copa de vino, las referencias a su piel con olores a flores, con tersuras de durazno. Respetuosa escucha la lectura del poeta con camisa de Sandro y el poema hecho blues del actor. Sin embargo, no piensa por ahora en ninguno de los que le escriben, no acepta que el cuerpo sea sólo esa construcción idealizada de la mujer sin manchas ni olores.

Ella no lo cree y es consciente de otras formas de evocar y retratar al cuerpo, como aquellas que leyó alguna vez en la poesía de Sharon Olds, poetisa gringa, quien escribió 54 poemas velando la agonía de la muerte de su padre.

La mujer valiente, en la contundencia con que asume la vida, confiesa que la poesía colectiva de cuatro borrachines es eso, una forma más elaborada de piropeo a la mujer que acompaña su borrachera. Artistas o banqueros a la madrugada se dejan llevar por las mismas pulsiones, dice, y son al final las ganas de comerse al cuerpo las que hacen hablarle al cuerpo.

El cuerpo huele, se pudre, se seca, nos dice. Hay otra forma de referirse al hecho del cuerpo, de rescatar con palabras la inminente realidad de nuestra piel que se arruga, de nuestras formas que se chorrean, de nuestro pubis que se blanquea. Mirar al cuerpo dejando al cuerpo, en el asombro del olor que inunda, del color que pincha, es sin duda la forma de aceptación más grande que tenemos del destino, de la muerte.

La escuchamos y alzamos los vasos con un salud reverente, igual al que se otorga a la coherencia que da lucidez a la borrachera, entonces su palabra destripa seducciones y nos lee un verso de Sharon Olds:

Recuerdo el vaso con asombro:

todo el fin de semana lleno de moco y pus sobre la mesa,

frente a mi padre.

II

Sharon Olds (1945) fue conocida como la poeta del cuerpo, luego de escribir su libro El Padre en el hospital, cuando velaba la agonía de su padre, de su “cuerpo comiéndose al cuerpo”. Fue hija de un alcohólico que nunca se hizo cargo de ella y más tuvo que cuidarlo en sus últimos días a él. Lo cuidó como a una wawa, aunque lo había odiado toda la vida y se propuso escribir sobre cada detalle de su enfermedad; sin borrar nada y con asombrosa frialdad, capturó su muerte en 54 poemas.

Aquel hombre al que años de su vida rechazó por la forma agresiva con que la trataba, en el lecho de muerte sigue siendo el padre. Tiene un encuentro con él para simplemente describir la muerte de su cuerpo.

El padre, que no fue un ejemplo de virtudes, en sus últimos días resultó ser un personaje entrañablemente extraño para la autora. Le evocó imágenes vacías y de ausencia y a su vez de perdón, purga y redención.

Sharon Olds fue admirada y criticada por su modo directo, dolorosamente honesto e incluso crudo de representar aspectos de la vida familiar y las relaciones personales. Ella logró, de una forma audaz e íntima, más que generar el shock repulsivo del morbo, confrontar con la inminencia de la piel que se vuelve k’isa, con la dureza de la vida física, no sólo como la suma de imágenes vividas, sino como una admirable forma de reconciliación y aceptación.

La autora miró el cuerpo con la capacidad de poner en vívidas imágenes poéticas los detalles más biológicos del organismo enfermo. La baba, la tos, lo fétido, la pus son la crudeza de sus versos. Olds no sólo se queda en la descripción, en su obra es capaz de construir una epistemología sobre el hecho de tocar, en todas sus formas, de la prevalencia de los sentidos al momento de construir poesía.

Abierta está la palabra, la mirada a esta forma de aproximarse al otro y hacer poesía del cuerpo, no del idealizado, ése que lleva a lanzarle flores en la madrugada a la mujer que te acompaña. La poeta del cuerpo corta, en contundencia real, con el imaginario narcisista del cuerpo bien contorneado de catálogo VIP.

El cuerpo vibra, suena, se agita, huele, bota espuma en la agonía. Es ése también el cuerpo que nos habita y que, parafraseando a Saenz, se come al cuerpo cada día.

Los poemas del libro hablan de manera cruda de lo frágil de la materia y confrontan con la pregunta de la trascendencia más allá de la vida. Son también, por qué no, versos sobre el perdón y el poder del amor.

Olds nos habla también sobre la relación padre e hija que pese a la ausencia está presente de por vida. Del padre, simbólico del discurso, aquel que quedará luego de muerto, en cada acto en cada palabra. Aquel que con su presencia o ausencia de una u otra forma determina, define. En la contundencia de la palabra de Olds, celebro el encuentro con el cuerpo de aquella mujer que en la madrugada dio la tinta para hablar de este otro cuerpo, el del asco, el real.

III

A continuación, extracto de un poema del libro The Father, de Sharon Olds. La traducción es libre y fue hecha por el escritor argentino Gustavo Nielsen.

El último día

El último día de la vida de mi padre

lo bañaron por la mañana, doblaron la sábana a su cintura,

yo me senté con ellas y lo lavaron,

clavículas, hombros, costillas, pecho, la piel ocre, irregular.

Doblaron la sábana hasta su cadera,

su muslo no era más que el fémur,

la piel como papel de carnicero envolviendo un hueso para un perro.

Lo secaron y el pelo de su pecho se erizó,

salieron de la habitación por un momento y quedé sola con él,

su pezón como un puñadito de guijarros,

trajeron una manta de algodón, tibia,

y giraron su cabeza hacia la ventana.

Luego la enfermera levantó sus párpados,

y en lo blanco, bajo cada iris, había aparecido una línea oscura.

La enfermera le alzó la bata,

vi su abdomen relajado y gris,

cubierto de pelo como una promesa de

bondad animal,

apoyó el estetoscopio contra su corazón

y esperó, luego bajó la bata

y dio un paso atrás, me miró, y asintió,

y entonces miré a mi padre,

su cabeza demacrada, su espalda arqueada

como para lanzarlo fuera de este mundo.

Puse mi cabeza en la cama al lado de la suya

y respiré, pero él no respiraba, respiré y respiré, pero él se oscurecía,

mi padre.

Apoyé mi mano en su pecho

y lo miré, miré sus pestañas,

los poros de su piel, las grietas en sus labios,

los pelos de su nariz.

Entonces acomodé su cabeza sobre la

almohada,

se movía tan fácilmente, y su oreja,

aplastada durante la última hora

se desdobló en el aire

abriéndose como una flor.

* Cronista y escritor

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