jueves, julio 21, 2011

Sobre Los B. o naturalismo agonizante



Textos que Migran, dirigida por Percy Jiménez, presenta Los B., adaptación de la novela “Los Buddenbrook” de Thomas Mann. Según su director, propone generar una reflexión sobre la historia boliviana contemporánea. Luego de verla considero que más bien usa como pretexto los últimos cincuenta años para enfrentarnos -desde una mirada existencialista- a la agonía y la decadencia de una familia construida en torno a un padre rígido, como la clase política de la cual proviene.

El patriarca ha muerto y Los B. (Los Budenbrock o los otrora “Bienaventurados”) necesitan replantearse. En esa medida se enfrentan con el vacío y el miedo que representa la ausencia del padre.

Es posible también realizar una analogía entre el desván de casa y el vientre de Jonás en el relato bíblico. A partir de lo anterior se lee a Los B. desde el temor a la sanción del otro social. Jonás era un profeta que se escondió de Dios, el cual de castigo hizo que acabe en el vientre de una ballena. Los B., frente a la tormenta de cambios sociales, sea por enojo o por temor, son tragados por el desván de su vieja casona, tratando de evadir-como Jonás- la realidad externa que los arrincona.

En Los B. Consulesa (la abuela) interpretada de manera sólida por Norma Quintana, aglutina y trata de sostener-pese a las diferencias- a Los B. dentro el vientre de la casa, tratando de resaltar las luces del fracasado ideal del patriarca. Mediante rezos trata de protegerlos de la sanción de aquel Otro (proletario, indígena) incompasivo, quien al igual que Dios en la historia de Jonás, está dispuesto a hacer pagar a Los B. las culpas de una oligarquía “llena de culpas y pecados”.

En esa medida, Los B. de tradición nacionalista han cedido el paso a “Los nuevos B”, los que hoy compran mansiones construidas con el ladrillo más fuerte de su época, para levantar sobre sus ruinas edificios llenos de brillosos vidrios.

Por otro lado, el desván de la casa de Los B. es también el inconsciente colectivo de la familia, que cuando los mecanismos de represión pierden su poder deja que salgan a flote los desechos contenidos de un pasado compartido, estrellándose en la cara de sus miembros con miserias, olvidos y todo aquello que “El Padre” (poder social de por medio) se encargó de contener.

Hablar de Los B. es también hacerlo del lugar donde la obra es puesta en escena (depósito del Centro Sinfónico). Este depósito, situado simbólicamente frente al Banco Central (emblema de aquello que interpela la obra), es un personaje más: el inconsciente, el vientre de la ballena. Desde su escenografía crea el entorno para un encuentro cómplice con un público que se mimetiza entre sus paredes y es uno con la puesta en escena. El lugar permite ser parte de la casa, que dicho sea de paso produce sus propios ruidos, tiene su propia voz e invita a las vidas de la calle, con sus campanadas y bocinazos a crear el ambiente para el despliegue naturalista de los actores.

Los B. construye un “Melange” para hablar de una familia agonizante en un periodo político también agonizante. Lo anterior no sería posible sin las seis personas que los encarnan, como bien dijo Luis Bredow: Es necesario ver la obra seis veces, para exprimir las seis vidas que se esconden detrás de cada personaje”.

Se resalta el despliegue de Antonia (Mariana Vargas) quien encarna la extrema histeria femenina, capaz de rasgarse las vestiduras al verse perdida o clavarte el puñal por la espalda con una carcajada cuando menos piensas.

Es de destacar también la capacidad de explotar la puesta en escena naturalista de Luigi Antezana (Permanender, segundo esposo de Antonia). La irreverente y espontánea locura de Christian B. (Alejandro Viviani) quien -en la dinámica de la familia- es acaso el más lúcido y representa al rebelde desterrado por el padre.

Mención aparte para Pedro Grossman en el papel de Thomas B, quien exprime al máximo y logra uno de sus más intensos y mejor logrados personajes, lo cual más que sorpresa es simplemente la confirmación de años de riguroso oficio del actor.

Error sería no hablar del genial cinismo de Grunlich (Primer esposo de Antonia), interpretado por Cristian Mercado, el cual representa con exactitud al testaferro de “los nuevos B” y expone-zapatos y vestimenta de por medio- un carisma seductor capaz de burlarse del actual marido de Antonia o sentarse a beber con ambos, clavándoles el puñal donde más duele.

Por último Hanno B. (Mauricio Toledo) encarna con espontaneidad y soltura aquel nieto que exterioriza el dilema al que lo enfrenta ser el último de los B. Muestra -en su aparente candidez- la disonancia entre cargar el síntoma de la familia o asumir su propia historia, tal vez por eso es el que tomará la posta de la locura de Hanno.

Los actores gritan en casi hora y media la oscura y negada agonía de una familia decadente que perfectamente podría ser boliviana, latinoamericana o europea. En esa denuncia, las licencias históricas del guión quedan en un segundo plano y son, desde mi punto de vista, un pretexto para narrar lo que realmente importa: la historia de la intimidad no dicha de una familia oligarca.

Los B. invita a mirar el pasado, riéndose del presente. Luego de verla no se sorprendan si les entran ganas de ir al desván, cantarse las cuarenta y quemar los cachivaches del pasado, eso si todos menos la tina liberadora para el canto o la muerte.

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