Tumba de Huidobro
Tumba de Matilde y Neruda
Se pierde en un campo seco, entre girasoles muertos descansa, un viejo cuidador y un kiltro hacen guardia y son los guías. La entrada a la tumba es gratuita (de 9 a 14 de 15 a 17:00). Un letrero contundente dice “prohibido usar el lugar como parque para enamorados”.
El lugar no tiene tienda de souvenirs, ni bar para tomarse un ajenjo en el nombre del poeta renegado. Sólo un viejo perro, ladra cada noche a sus versos.
Olvidado en la montaña, pistas escondidas en el ascenso de tierra y en la colina una mezcla de colores sin gusto lo resguarda. Al lado izquierdo un grabado de su rostro en sus años de burgués mira al vacío en un letrero de madera. Imagen de sus días jóvenes en familia rica, es la memoria más o menos comercial que queda de su nombre.
Ha muerto en la pobreza, maldito y olvidado rechazado en la vergüenza patriotera, anarquista. En su auto exilio, vomito para todos aquellos que besaron sus poemas con flores.
Lo llamaban el más europeo de los chilenos, poeta ajeno al pueblo, con juegos ácidos, surrealistas, con aires de Breton y Eluard muy negro, muy contundente, muy ácido que un obrero no lo entiende que un cura no soporta.
Recibe la brisa del bosque seco en esta época del año y su compañero ladra en la noche a los espectros de su fama olvidada. Hoy deja la estela, la brisa a la montaña, olvidado e ignorado por la gente, en el destino que labró y le dió la gana tener en su irreverencia. Letreros de madera mal colgados de los árboles son la guía a su tumba.
Cerca al mar, en el lugar de nombre Isla Negra descansa. La entrada cuesta 3,000 pesos y existen cinco guías para la visita por grupos pequeños a la casa, una de las tres del poeta, llena de fetiches, recuerdos raros y detalles costosos. Hay que esperar para que te llamen por micrófono y te hagan entrar, mientras tanto te puedes distraer en la tienda de souvenirs que vende libros, camisetas con sus versos, postales con su foto, adornos para living, replicas de sus fetiches (mascaras de proa, barcos en botellas, caracolas, conchas de mar).
Cuando entras, respiras el aíre del poeta y el aroma a caldillo en la casa. El lugar, un homenaje a la palabra, un canto a la vida. Es su último refugio, el tercero en vida, última morada antes de su muerte. En el jardín duerme hueso con hueso, enredado en Matilde su tercera esposa. No hay referencias en la casa a Malba Marina, la niña que murió a los 8 años de hidrocefalia, única hija, olvidada.
Su osamenta y la de la última compañera, no tienen cruz que los resguarde. Sus besos ahora en textura de concha de mar, beben la caricia del pacífico en la proa de este barco imaginado, privilegiada última morada, digna del histrionismo y el ego desbordados en vida por el poeta.
Le decían el poeta del pueblo, burgues de mantel rojo. Declarado discípulo de Whitman, con foto de Rimbaud en la mesita. Escribía, entre copa y copa, regalo y regalo de los idolatras que chupaban gratis en sus fiestas. Pintaba poemas al color de las cebollas, la cola del caballo de la tienda de su infancia, las mascaras de barco, sus botellas, su ancla, su recurrencia obsesiva al pacífico. La casa tiene un inodoro floreado en una cabina angosta, las paredes recubiertas de fotos de desnudo de los años veinte, para el deleite de los amigos borrachos decía.
Las vigas de su bar tienen tallado con cuchillo el nombre de cada uno de sus amigos muertos. El poeta, panza de calamar, pasaba de lado por las puertitas de sus cuartos, crujía en el catre bajo y bebía el mar en cada esquina, en el deleite de la amistad y la vida, disfrutó su residencia en la tierra rodeado de besos y aplausos hasta el día de su muerte.
Tiene ancla de barco en el jardin y su cuerpo reposa entre flores. Al final del tour puedes conversar sobre el paseo en una cafetería, donde venden platos y tragos con su nombre, un homenaje comercialmente bien logrado. Es imposible no saber donde te encuentras aunque no puedes sacar fotos por respeto a los derechos de autor.
Quien primero o quien después en la cronología no interesa, cada quien decidió como vivir la poesía, como hacer de su vida obra o de la obra vida, dicen que el primero fue maestro, luego amigo y al final detractor del segundo.
Neruda canto de alegría, a las cosas simples a la gente simple, adoptado por el comunismo como bandera en su poesía, digerible para mineros y obreros. Huidobro empezó académico, aristocrático, muy europeo y terminó como escupitajo filudo para todos los que destestaba, ácidez negra en sus últimos días para aquellos que sentenciaron su imagen actual, aquella que se va desvaneciendo y secando en la montaña, aunque el mar se escuche bajo su tumba.
El otro con cada venta de souvenirs infla la panza y ríe, en la bodega del otro lado con buen trago caliente y seduce eternamente a sus amadas con poemas. Eso sí rebota en su limbo y da la espalda a la imagen de Malba Marina que lo mira sin rencor y besos desde otro lugar más puro.
El poeta decide la huella que querrá dejar en vida. Morir bien muerto, en tumba bebiendo del mar o negarse a morir y seguir vivo en una fiesta de risas y regalos, amistad, trago, pueblo y reverencias. Al final en un caldillo de congrio, las palabras de ambos en el litoral central se juntan, el Canto General, los Cantos de Altazor son uno al otro lado del mar.
Salud poetas, en su muerte cada quien espera. Eso sí algo hay que reconocer, al primero lo visitan los que se las juegan, los que quieren perderse en el camino de tierra, por último aquellos que al poeta le da la gana. Al otro, hordas de japoneses, gringos y cuanto turista llegue a este país. Hacen cola con ticket en mano y se van con bolsa de recuerditos, ¿qué huella vale más dejar en muerte?, ¿qué trascendencia pesa más en la palabra? ¿Quién hubiera bebido más la globalización?. No sé, dejo a ustedes que se respondan.
Tumba de Matilde y Neruda
Cartagena Litoral Central
Dos poetas espalda con espalda, uno en la montaña seca en una especie de mausoleo mostaza. Lapida de piedra gris te advierte “abrid esta tumba, debajo está el mar”. Huidobro, poeta, antipoeta, culto, anticulto. Murió como paria, peleado con los poetas, los jerarcas de la iglesia, los comunistas, los diputados de derecha, la aristocracia. Fue secando su poesía, haciéndola indomable a cualquier lectura de pueblo, ajeno a aplausos de la masa, vaciando sus versos de chilenos.
Se pierde en un campo seco, entre girasoles muertos descansa, un viejo cuidador y un kiltro hacen guardia y son los guías. La entrada a la tumba es gratuita (de 9 a 14 de 15 a 17:00). Un letrero contundente dice “prohibido usar el lugar como parque para enamorados”.
El lugar no tiene tienda de souvenirs, ni bar para tomarse un ajenjo en el nombre del poeta renegado. Sólo un viejo perro, ladra cada noche a sus versos.
Olvidado en la montaña, pistas escondidas en el ascenso de tierra y en la colina una mezcla de colores sin gusto lo resguarda. Al lado izquierdo un grabado de su rostro en sus años de burgués mira al vacío en un letrero de madera. Imagen de sus días jóvenes en familia rica, es la memoria más o menos comercial que queda de su nombre.
Ha muerto en la pobreza, maldito y olvidado rechazado en la vergüenza patriotera, anarquista. En su auto exilio, vomito para todos aquellos que besaron sus poemas con flores.
Lo llamaban el más europeo de los chilenos, poeta ajeno al pueblo, con juegos ácidos, surrealistas, con aires de Breton y Eluard muy negro, muy contundente, muy ácido que un obrero no lo entiende que un cura no soporta.
Recibe la brisa del bosque seco en esta época del año y su compañero ladra en la noche a los espectros de su fama olvidada. Hoy deja la estela, la brisa a la montaña, olvidado e ignorado por la gente, en el destino que labró y le dió la gana tener en su irreverencia. Letreros de madera mal colgados de los árboles son la guía a su tumba.
Cerca al mar, en el lugar de nombre Isla Negra descansa. La entrada cuesta 3,000 pesos y existen cinco guías para la visita por grupos pequeños a la casa, una de las tres del poeta, llena de fetiches, recuerdos raros y detalles costosos. Hay que esperar para que te llamen por micrófono y te hagan entrar, mientras tanto te puedes distraer en la tienda de souvenirs que vende libros, camisetas con sus versos, postales con su foto, adornos para living, replicas de sus fetiches (mascaras de proa, barcos en botellas, caracolas, conchas de mar).
Cuando entras, respiras el aíre del poeta y el aroma a caldillo en la casa. El lugar, un homenaje a la palabra, un canto a la vida. Es su último refugio, el tercero en vida, última morada antes de su muerte. En el jardín duerme hueso con hueso, enredado en Matilde su tercera esposa. No hay referencias en la casa a Malba Marina, la niña que murió a los 8 años de hidrocefalia, única hija, olvidada.
Su osamenta y la de la última compañera, no tienen cruz que los resguarde. Sus besos ahora en textura de concha de mar, beben la caricia del pacífico en la proa de este barco imaginado, privilegiada última morada, digna del histrionismo y el ego desbordados en vida por el poeta.
Le decían el poeta del pueblo, burgues de mantel rojo. Declarado discípulo de Whitman, con foto de Rimbaud en la mesita. Escribía, entre copa y copa, regalo y regalo de los idolatras que chupaban gratis en sus fiestas. Pintaba poemas al color de las cebollas, la cola del caballo de la tienda de su infancia, las mascaras de barco, sus botellas, su ancla, su recurrencia obsesiva al pacífico. La casa tiene un inodoro floreado en una cabina angosta, las paredes recubiertas de fotos de desnudo de los años veinte, para el deleite de los amigos borrachos decía.
Las vigas de su bar tienen tallado con cuchillo el nombre de cada uno de sus amigos muertos. El poeta, panza de calamar, pasaba de lado por las puertitas de sus cuartos, crujía en el catre bajo y bebía el mar en cada esquina, en el deleite de la amistad y la vida, disfrutó su residencia en la tierra rodeado de besos y aplausos hasta el día de su muerte.
Tiene ancla de barco en el jardin y su cuerpo reposa entre flores. Al final del tour puedes conversar sobre el paseo en una cafetería, donde venden platos y tragos con su nombre, un homenaje comercialmente bien logrado. Es imposible no saber donde te encuentras aunque no puedes sacar fotos por respeto a los derechos de autor.
Quien primero o quien después en la cronología no interesa, cada quien decidió como vivir la poesía, como hacer de su vida obra o de la obra vida, dicen que el primero fue maestro, luego amigo y al final detractor del segundo.
Neruda canto de alegría, a las cosas simples a la gente simple, adoptado por el comunismo como bandera en su poesía, digerible para mineros y obreros. Huidobro empezó académico, aristocrático, muy europeo y terminó como escupitajo filudo para todos los que destestaba, ácidez negra en sus últimos días para aquellos que sentenciaron su imagen actual, aquella que se va desvaneciendo y secando en la montaña, aunque el mar se escuche bajo su tumba.
El otro con cada venta de souvenirs infla la panza y ríe, en la bodega del otro lado con buen trago caliente y seduce eternamente a sus amadas con poemas. Eso sí rebota en su limbo y da la espalda a la imagen de Malba Marina que lo mira sin rencor y besos desde otro lugar más puro.
El poeta decide la huella que querrá dejar en vida. Morir bien muerto, en tumba bebiendo del mar o negarse a morir y seguir vivo en una fiesta de risas y regalos, amistad, trago, pueblo y reverencias. Al final en un caldillo de congrio, las palabras de ambos en el litoral central se juntan, el Canto General, los Cantos de Altazor son uno al otro lado del mar.
Salud poetas, en su muerte cada quien espera. Eso sí algo hay que reconocer, al primero lo visitan los que se las juegan, los que quieren perderse en el camino de tierra, por último aquellos que al poeta le da la gana. Al otro, hordas de japoneses, gringos y cuanto turista llegue a este país. Hacen cola con ticket en mano y se van con bolsa de recuerditos, ¿qué huella vale más dejar en muerte?, ¿qué trascendencia pesa más en la palabra? ¿Quién hubiera bebido más la globalización?. No sé, dejo a ustedes que se respondan.
11 comentarios:
ne; si yo fuera esritor o poeta, quisera estare enterrado cerca de una bailarina striper.
saludos.
aleixandre dijo:el poeta solo muere cuando muere el hombre;Borges-o Kafka,no sé-dijeron que el poeta solo es poeta cuando muere...Neruda fue adoptado por el pueblo,porque nunca le dio la espalda al pueblo;Huidobro se consumió en su inconformismo saciado de soberbia,de espaldas a la realidad...por eso Neruda es del pueblo.
En todo caso sería mejor empezar como Huidobro y terminar como...huidobro.
Y para ser surrealista no hace falta ser tan Europeo, vos lo sabes bien compadre.
Un abrazo
Así es pues perro no hace falta ser tan europeo, ese fue el error de Huidobro, alejarse demasiado del pueblo y de Neruda yo creo engolosinarse del afecto del pueblo. Literariamente la obra de ambos tiene elementos muy validos en todo caso
Una alegría tenerte de vuelta, querido Paul. Te extrañamos el fin de semana, en la presentación del Grillo en el ex-Socavón.
Ha quedado en mi blog una "borracha tricefalia" como recuerdo de esa noche.
Ojalá me puedas visitar, porque además volví a escribir, siguiendo tu sano consejo.
Un abrazo,
Toti
En vista que no tengo como ubicarle mi estimado es que le escribo en este espacio suyo para confirmarle mi presencia en el lugar y a la hora indicada, es decir, casi en una hora mas.
Un beso.
Lady
Definitivamente,prefiero a Huidobro, no sólo en lo relevante (la poesía), sino también en esos pequeños y fatuos detalles (el estilo de vida y muerte). En fin, todo es cuestión de gustos. Un abrazo.
El poeta nunca es dueño de su muerte, pienso yo. No creo que a Neruda le gustara terminar como atracción de feria.
De su poesía, prefiero no decir nada, ya se explica bastante bien por sí misma.
Un saludo.
Ambos tienen un punto delicioso sin duda...
Besitos.
Los nombres escritos en las vigas del bar de NERUDA no fueron escritos con un cuchillo sino que tan simples como el poeta solo TIZA
Swe diga lo que se diga, el más grande es Vicente Huidobro y Pablo de Rokha...
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