Aunque en el purgatorio, Alejandra todavía usa lentes grandes y sus pies parecen cada día más
pequeños. Cuando la conocí trabajaba de
productora en una compañía de teatro, sabía cerrar con firmeza los ojos junto con el telón al final de cada obra.
Cuando actuaba, sus palabras entonaban con la fuerza del acero los parlamentos
de Ofelia. Ayer me acordé del dolor que
me produjo el día que me pidió prestado el
sable de mi abuelo. Le dije que primero tenía que pedirle permiso al
dueño y ella insistió diciendo “conseguiría otro pero el sarro de El Chaco
tiene la fuerza que la Tramontina Brasilera nunca entendería”
Cuando le pregunté qué
uso le daría a tan histórico objeto espanta fantasmas, simplemente respondió que sería parte del uniforme de un actor que encarnaría a un viejo
dictador loco y retirado. El personaje, en el clímax de la obra, lo usaría para cazar
mariposas izquierdistas. No supe si
ofenderme o llenarme de esperanza ante tan absurda contradicción, por lo
que simplemente opté por levantar el
sable, limpiarlo con Ace y limón y
esperar que su actuación tuviera al menos algo de denuncia social.
Más tarde me vi en la obligación de aconsejarle temeroso que tuviera cuidado con el uso que lejos de las tablas pudieran
dar al sable
- Todo actor que
interprete a un dictador tiene algo de milico frustrado-, le dije. La verdad temía que el supuesto dictador luego de
cazar mariposas imaginarias en la obra la emprendería contra las bien torneadas cervicales de Alejandra.
Ella pareció no preocuparse por mis advertencias, es
más el día que recogió el sable llegó alegre, había fumado mucho y tenía los ojos iluminados del rojo de gata alegre, me lanzó humo en la
cara y bailó una especie de candombe en
la puerta de casa y me confesó con sereno optimismo:
¿Sabes que el abuelo de mi marido también fue milico y me
contó que ellos cogen al ritmo de
marchas de caballería y contra los mitos populares ninguno lo hace con gorra,
sino más bien con las medias puestas? No supe que decir, simplemente le entregué el sable, esperando que el
espíritu de mi abuelo no cabalgara en la espalda de Alejandra y me lo
devolviera pronto. Después guardé silencio y entendí
que una mujer que pide un sable
prestado y baila candombe en tu puerta
es de temer y tiene en las venas más acero
que miel, por eso ya a solas guardé cada una de sus palabras dentro de un
vaso con bicarbonato y sal, luego me las
tomé de un sorbo y las escupí sobre un
papel para quitar el sarro y la cursilería de mi poesía.
Antes de irse me dijo “Te recuerdo que los milicos sólo
clavan y clavan, sin caricias. Los escritores por su parte saben preparar el
terreno con palabras para que otros usen la bayoneta y los actores esos sí que decapitan tus sueños con sables de utilería.Alejandra siempre fue una mujer de batalla por eso le dio buen uso al sable, no murió ninguna mariposa imaginaria en la obra, contra todo pronóstico y fuera del guion el acero de mi abuelo sirvió para para librarse de quien hace años la acuchillaba con palabras en la cama. Luego de ensartar a su marido al colchón al ritmo de candombe, psicóticamente poética como siempre, escribió en la pared con el sable "más vale óxido modelo 1935 a Tramontina 2013" .
Mientras escribo esta confesión, Alejandra duerme en paz soñando con Ofelia en un lago de algodón neuroléptico
en el hospital. Por mi parte estoy
tranquilo, ayer supe que el sable de mi abuelo, se exhibe orgulloso en una
vitrina del museo policial junto a la navaja del Sambo Salvito y puedo verlo
cada vez que quiero, eso sí todavía no entiendo porque los milicos lo hacen con medias y no con gorra.
1 comentario:
Hace mucho no te leia camaleón, buenas noches ♥
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