Calle Loayza, cuatro de la tarde, hace una hora leía La Broma de Kundera en un trufi y ahora camino por el centro pensando en la Praga comunista de los años 50. De pronto el azar me encuentra con ella, cabello corto, no más de veinte, camina con una sonrisa en el rostro leyendo también La Broma, sin mirar a nadie, toreando a la gente.
Pienso en la casualidad y de pronto me encuentro con un mimo, de nombre Wálter, tiene más de sesenta, me dice que volvió de Europa luego de cuarenta años porque quiere regalar sonrisas en el país antes de morir. Está parado en la puerta de un lugar de fotografía, esperando una moneda para moverse, algunos ríen, los más lo ignoran, los niños tratan de tocar sus lágrimas de carbón y yo me siento a mirar su arte.
Tengo resaca electoral y ganas de cambio, lo miro a él que decide volver cuando otros se van y vuelvo a mi experiencia de jurado el anterior domingo. Recuerdo a Max, delegado de gorra azul, puntual y con temor a decir lo que piensa, a su compañera con rabia en la mirada, mientras recontaba votos. Ellos en una esquina con bronca muda y esperanza en el futuro. Al otro lado, los de gorra con estrellita blanca, en primera fila fiscalizando con celo y desconfianza cada voto.
Recuerdo también al señor de 86 años reclamando su derecho al voto, negándose a entender el concepto de depuración, mientras yo arrepentido de no saber aymara y no poder explicarle por qué no puede votar.
Cerramos la mesa y Max guarda tímidamente la copia del acta en su chamarra, mientras la de gorra roja, entre tuteos y risas, me pide un certificado de sufragio para su marido que no vino a votar. Claro, si ya pasamos todo el día juntos, una ayudita no hace mal a nadie; al final, como alguien diría, no es corrupción, es viveza criolla. Sólo atino a mirarla y guardó todo lo sobrante en el ánfora con rabia.
Hoy después de la farra electoral espero que lo que venga traiga menos prebenda y mayor honestidad, que la joven que lee a Kundera crea en el país y el amigo mimo sea un augurio de que más gente vuelva.Mi café se enfría, algunos viejos políticos en la mesa de enfrente apuestan cuánto dura el Gobierno. La broma de Kundera toma cuerpo en su risa; “el optimismo es el opio del pueblo”, me dice el personaje del libro y me niego a aceptarlo. El país está cansado del derrotismo y tiene derecho a creer en el cambio. Al final, ya decidimos, ahora a tener paciencia. Me saturé de las elecciones, el café está frío y hace media hora que trato de terminar un verso pero ánfora no rima con estrella.
La Prensa, 25/12/05
4 comentarios:
la gente que se fue del pais no se fue porque goni fuera presidente o carlos mesa, se fue porque no habia trabajo y porque los bloqueos,huelgas,paros,protestas hicieron que cada dia se mas dificil trabajar, porque gracias a eso se cerraron empresas,se fueron abajo negocios y no hubo forma alguna de recuperarlos y si el bloqueador esta de presidente, crees que tengan ganas de volver?
Yo sí. (aunque nadie me pregunte).
Cuando el mimo se mueve, me conmuevo y a veces hasta acompaño a sus lágrimas de carbón.
Yo no quiero irme, siempre pensé que pasaría mi vida aquí, luchando, creyendo, soñando por este país. Pero conforme pasan los días, la incertidumbre se acrecenta y ya no sé... Ya no sé si seguir luchando, creyendo y soñando ni tan siquiera por mi propia individualidad.
no tiene nada que ver, pero La broma siempre me recuerda que cualquier posición política extrema es sumamemnte peligrosa... que finalmente somos personas y las ideas, los planes ideales las ejecutamos nosotros y ahí quedó un personaje sin vida sin la posibilidad de amar, con años tirados por un simple broma... aunque no tan simple... el optimismo desaforado sí es el opio del pueblo
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