martes, mayo 23, 2006

Humedad y luna llena

El Alto


Es largo aún el camino a recorrer y no me refiero solamente a este viaje, es largo y tu mirada es viento, tu sonrisa brisa. La ciudad es una mancha cada vez más seca y llena de serenidad acongojada.

Pienso a veces en esto de la ansiedad, la aletargada, la que no tiembla por los ojos, la que se esconde en latidos sincopados y me voy quedando en el vacío que produce su eco falso.
Esta forma de inventar escapes me conmueve, me recuerda antiguos viajes, largas esperas. Esto de irse por más que sea cuestión de un parpadeo, siempre te plantea la importancia del vínculo que queda y a la vez la forma de mirarte desde fuera. Los rostros en este lugar, son diversos, son ajenos, en Santa Cruz hoy nadie espera, en La Paz, tú lo llenas todo.

Cada despedida es un encuentro con la memoria gastada, con los nombres olvidados. Esta fuga, inventada y reclamada es necesaria y a la vez irrelevante para destruir con serenidad lo ampliamente construido en verso. Nunca es prudente invocar como testigos a los poetas, dice Tizón. ¿Será que nuestro universo ficticio no tiene el peso de duras realidades? o más bien ¿aquello crudo y contundente juega persiguiendo imágenes en palabras?. Nuestro espejo es irrelevante, innecesario, no sirve para lo pragmático.

Las disquisiciones literarias deben esperar, vamos a abordar, todos juntos, mis espectros y fantasmas, las esperas y mi larga soledad atiborrada.

Santa Cruz

Vuelvo a esta ciudad luego de un lustro, con la humedad traspasando irrespetuosa los poros, camino sus calles de arcilla palpitante, de asfalto en burbujas.

Entro al café, un lugar forzadamente retirado de una postal parissiene y colocado a la fuerza en la Monseñor Rivero y la espero. Palpita ya no el ansia de antiguos encuentros, simplemente espero, a ella, la que un día lo fue todo y a la vez nada, la que lleno el espíritu y la piel. El ventilador martillea con tibia brisa mi cuello marcando mi tiempo, como gritando que debo apurarme que los minutos vuelan a zancadas.

Esta ciudad de verdes humedades hoy tiene el añejo aroma del recuerdo, aunque ajena tiembla nuevamente a cada paso, cada beso caliente, en la camisa hecha vapor trémulo, en mis pies hinchados que laten sin su nombre.

Pronto llegará, con ojos de presente, ya es tiempo sin mirarnos en este, hoy por hoy, neutral territorio. La miraré, sonreirá, un abrazo tal vez, sin piel eso sí, de esos protegidos por la seda falsa y entonces nos refugiaremos en la cuadrila de la mesa, con la ceguera cómplice de viejos tiempos, con pupilas que ya no duelen que sólo recuerdan rituales viejos y gastados.

Hay cosas que nunca cambian, como tu mala memoria, como tu rinitis galopante, tu impuntualidad hecha norma. Aún te olvidas los nombres, incluso de aquel que duerme a tu lado, pero sigues constante en el habito de coleccionar gotas de té, de aprehender plegarias con las uñas y clavarlas en tu pecho. Estas serena y distinta, con aquel aire a medias tintas, con aquellos lentes en tu nariz de espada, con tus dedos de arco, con esa forma pausada de llevarme a tus palabras a tu río místico y persa.

El encuentro en esta ciudad, fue sellado con un par de bromas, con la estrechez de mano tensa y sin preguntas con tu actual compañero, con las ganas tuyas que me quede, con las mías de sacarte de ese encierro, de esa embriaguez religiosa y volver a despertar en tu furia lasciva de piel y los mordiscos de luna.

Todo fue dado, me arropa en este momento un manto de humedad entre las sabanas y mi piel se resiste al calor de madrugada, sin tus poros. La luna llena cruceña es el pálido reflejo de un encuentro muerto, sólo duermo, solo caigo en este silencio.


1 comentario:

Leontina Grey dijo...

Tengo la poderosa intuición (y plena conciencia)de que ciertos encuentros fueron tan intensos en vidas pasadas que no encuentro más responsable (cruel y delicioso al mismo tiempo)que el karma, que día a día se ocupa de alejar posibles cercanías o de desintegrar posibilidades de dulce permanencia...