martes, septiembre 23, 2008

Elefantes



Se muere tonto el elefante
Sin una punta en la trompita
Niño inocente, bruto errante
Se va pisando margaritas (Vadik Barrón)

Este texto es una “juntucha” sobre el hecho poético y lo que por estos días movió en las calles y plazas de La Paz. Me daré la concesión de hablar de los avatares que trae el cargar, por halago ajeno o ego propio, en la frente, en el sombrero de ala ancha, y en las tan de moda barbas de Avaroa , el rótulo de poeta.

Evoco la imagen del afiche del 4° encuentro de poesía. Volantín de bolsa nylon flotando al viento en un desierto, emulando algo del recurso fílmico de cámara en mano de aquella película que mostraba “la belleza americana”. Me pregunto en el objetivo de esta imagen, en quien sostiene el hilo del volantín forma figuras en las nubes, ¿será el Principito o la inocente figura de un Oliver Twist paceño en un cerro de Llojeta? En todo caso habrá que preguntarse si nuestra poesía es una veleta de polietileno flotando al viento, sostenida por el capricho infantil y frágil de alguno o algo más. También se podría leer que el volantín se mece por inercia en los espacios abiertos de esta urbe, acostumbrada a chorrear ríos de meo más que poesía por sus calles. Es acá donde surge la pregunta en cuanto al nacimiento del hecho poético y todo el hilo que cortar que atañe.

En este juego de preguntarse por la poesía jugaré tomando prestado un verso del poema National Geographic de Vadik Barron, epígrafe de esta nota. El mismo sentencia la idea, detrás de aquella verdad de perogrullo que años atrás sostenía un amigo si creía que algún reto era muy grande para tus capacidades. Él te afirmaba, contundente que todo está en empezar –no pienses en elefante- sentenciaba con una filosofía simplista, -si piensas elefante será jódido el asunto- replicaba, con la practicidad que le daba su formación positivista.

Desde la postura de “no pensar en elefante” me divierto imaginando a un mamífero grandote que junto a otros elefantes laboriosamente construye en un encuentro poético un poema colectivo, lleno de metáforas, metonimias, oximorones, sinécdoques y tanto otro recurso poético que sus trompas soplan ruidosa y sistemáticamente para inflar la bolsa nylon que luego sobrevolará nuestra ciudad. La poesía habla, construida por muchas y diferentes trompas prosadoras. La poesía grita, escuchada por muchas y grandes orejas; algunas respetuosos almacenes de otras voces, otras silpanchos sordos que sólo escuchan las rimas de maní que salen de su propia trompa e instruyen a sus patas pisar, con contundencia, cualquier osada simpleza de margarita ajena a su palabra.

Hacer poesía desde la perspectiva del amigo positivista sería entonces pensar en un gran elefante, en consecuencia la replica obvia sería reducir el poema a algo tan simple como un ratón. Personalmente ni uno ni otro, aunque sin duda es cierto que en esta ciudad podemos encontrar de todo.

¿Cuántos vates con elefantiasis andarán sacudiendo las trompas para el aplauso ajeno mientras escribo esta nota? ¿Cuántos desconocidos andarán construyendo un universo paralelo de silencio, lleno de una contundencia capaz de interpelar a la academia desde un cuarto que más parece nicho? ¿A cuántos prospectos de elefantito les temblará la pluma con pleitesía al escuchar el viento de las orejas sordas de aquellos “Poetas”? ¿ Los pequeños paquidermos aceptarán el juego “sádico” de seducción de algún poeta iluminado para luego recibir la patada en las nalgas de su prosa con tal de pertenecer a la manada?

La poesía va más allá del ruido de la manada, cobra sentido en el silencio posterior del encuentro del lector con el autor, cuando el primero recibe la palabra, sin tanta farándula de por medio, sin estridentes ruidos de trompa.

Podremos leer en “el show” con timidez, con petulancia, con lágrima viva o contundencia, lanzar nuestras voces como volantines al viento, en las plazas, en las calles. Encontrarnos bajo el rótulo de poetas topando trompa con trompa nuestra medallas, pero de nada habrá servido si nuestra palabra suena a elefante, a esa cosa grande difícil de lograr, a ese monstruo que sólo los elegidos son capaces de montar. El esfuerzo será pura masturbación si la palabra del poeta no es leída como hecho íntimo en el encuentro autor y lector.

Más allá de todo, es valido ir con la trompa al aire soplando grandes poemas paquidérmicos como antídoto a los intentos de verso de tanto iletrado sin lucidez que anda suelto y se dice tímidamente poeta. Es valido también ser un paquidermo de trompa metonímica y orejas soplando metáforas al viento o ser un lector adormilado por tanta imagen bien lograda, es valido al final también ser humano.

Algo más allá debe haber sin embargo en asumir el mandato de la palabra cuando está se encuentra con la simpleza que no pesa por la palabra misma, que no es una masa de versos que hacen elefante. En ese encargo de algún otro que, vaya a saber porqué, ha tomado prestada una pluma y en consecuencia ha generado una maldita sentencia que el poeta deberá saber cargar mientras viva. Discrepo aquí con algunos que dicen que la poesía no tiene obligación alguna más allá del puro hecho estético que la define por sí misma. Eso es alimentar elefantes que engordan de palabras por sus trompas aspira/vomita versos y nada más.

Es mejor como elefantes pisar menos margaritas y entender que el hecho poético no es sólo la estética del ego, es el acto de renuncia, al poner miradas e imágenes en el tapete, no sólo para el destripe del docto de academia, sino y lo más serio para decantar la técnica en la alquimia de hacer de lo iluminado por musas y “ñusas” algo que rompa fibras y genere lo que no es necesario ser nombrado: el poema más allá del verbo, capaz de morder las tripas del lector de aula con la misma contundencia que el hígado del adormilado y curioso intruso de pasamontañas en la ladera ¡Salud por la poesía!.

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