martes, octubre 28, 2008

Los Huevos de Warhol (divague farandulero del cronista)



“Todo persona será famosa alguna vez por quince minutos” (Andy Warhol)

Cuando empezó a escribir, el cronista tenía en sus manos el programa de VI Festival de Cine Latinoamericano. Fue a la inauguración del mismo y se encontró con el Cine 6 de agosto con una estética Art Deco, renovada y restaurada. El lugar lo recibió con un “tecno-coctail” donde, la reducida farándula paceña de cinéfilos decidió congregarse como sardinas alrededor de la escalera de caracol del cine.

El cronista no pudo evitar imaginar un viaje al pasado a “The Factory”, donde Andy Warhol deleitaba a su ego en la presencia de todos aquellos que lo inflaban con toda suerte de histriónicas puestas en escena y psicodélicos besos.

Al cronista este evento le permitió ver el desfile de la farándula paceña al ritmo del whisky, el cual combinaba con el olor de las pieles apretujadas en la entrada. Asumió la postura de intruso que absorbía sonidos eclécticos y tribales en los parlantes y se permitió inventariar: Las sonrisas de directores de cine calvos y de barba, las formas de espiar a universitarias del publicista de sombrero, los escritores que disfrutaban destripando guiones, las morenas con lentes que se camuflaban de tipos con lentes. También pudo ver a aquellas que se escondían en la sala de proyección, habilitada como living gigante. Al Cronista el pareció que buscaban blancos caminos a la anomia mirando el nuevo y arrugado lienzo del 6 de agosto.

El VI Festival de Cine Latinoamericano nació con el mensaje que para hacer cine en Latinoamérica hay que tener huevos. El arte de la tapa del programa, decía además que los huevos tenían que tener una estética neo Warholiana, esto al cronista le recordó lo fashion light de la farándula y la efímera fama que se junta en las miradas de actores, músicos y escritores.

Al cronista le invitaron frutillas con chocolate, cerca a una tarima redonda debajo de las gradas. Un reflector en forma de ojo de buho desde el segundo piso alumbraba la tarima y atraía las miradas de unas modelos con colas de repollo azul. Las señoritas disfrazadas de vegetal, estaban paradas al lado de un proyector de los años cincuenta y hacían el papel de ornamentales floreros junto a un tipo que ponía mantras musicales para la charla.

Una inauguración de festival era una buena excusa para que el cronista, libretita en mano, se sintiera parte del circo, de la charla de pasillo sobre mesas redondas y coloquios de cine. Aquel día el cronista no vio ninguna película sobre la cual escribir, más bien se encontró con el voyeurismo, exhibicionismo e histeria de la puesta en escena externa.
El cronista tomó cinco vasos de whisky frente a la boletería y se emborrachó con la mujer de piercing tornasol en la lengua que esperaba el estreno de La Mujer sin Cabeza, película Argentina dirigida por Lucrecia Martel.

Luego decidió escribir en relación a la impronta que le dejaron las primeras imágenes de este encuentro “con huevos”. Los quince minutos de fama, se desvanecieron luego de alumbrar rostros y recoger aplausos. El cronista recogió las imágenes y miradas de modelos piel de gallina, de lánguidos críticos, minimalistas composiciones de imágenes, cineastas come frutillas, prospectos de actrices mostrando sus asiliconadas credenciales al director calvo de moda.

La libreta del cronista se manchó de música tecno y whisky. No hizo crónica del “glamour” y pensó que tener huevos era una buena metáfora para disfrutar de la secuencia de colores a lo Warhol o para celebrar, embriagado de aplausos, la farándula que sonará a hueco olvidado, meses después de que algún cineasta presente su corto de bajo presupuesto.

La memoria tiene más huevos que hueveos, pensó el cronista, en la necesidad de capturar en su cabeza el Festival de cine latinoamericano del 6 de Agosto. Al llegar el Cronista tenía solamente la idea de ver cómo el fantasma de la chica que se lanzó del segundo piso y sobre la que escribió un poema Jorge Campero, evitaba la farándula. Sin embargo se dejó llevar por la tentación de pintar el collage de una noche reverberante y llena de humos dulzones en una inauguración pop.

Para hacer una torta había que romper algunos huevos y al cronista le encantaron los omelletes de imágenes en el Cine 6 de Agosto, aunque sin duda añoró ser un poco más pop y tener al menos cinco minutos de fama en TVO.

El cronista, cuatro días después, volvió al festival a ver “Microfilia” mala película chilena bajo el sugestivo titulo que colocaba un bus de transporte público como gran falo inclinado en el que toda suerte de encuentros ocurrían en sus asientos. Bizarra experiencia, sin “ácido” en “La Factory” de huevos de este festival, pensó.

Ese día el Cronista se encontró con la sonrisa de aquella mujer que cantaba acapela en Cochabamba, poniendo delirio al cuerpo que delira. Paradójica recurrencia saenziana que recordó al cronista que en la madrugada paceña puedes reír, luego de una mala película, con una mujer que pone besos al papel y tacto a la necesidad de aferrarse a un romanticismo naif.

El cronista concluyó que luego de una mala película, en La Paz era posible encontrar mujeres que lean a Barhtes a las 3 de la mañana, que se dejan seducir por la libromancia de su palabra y, que por cierto, dan vida con su cabello negro a un bar de mala muerte que funciona en domingo.

Luego de dos días de festival, el cronista reconoció que tenía los huevos aplastados y poco fotogénicos para un afiche a lo Warhol. Celebró la inauguración del festival aunque cuestionó la corta duración del mismo y la poco homogénea calidad de la muestra.

El cronista al terminar este texto, persiguió en su libreta la huella mnémica de las imágenes evocadas de la farándula, de las personas que estuvieron en el Cine 6 de Agosto, sólo para alargar sus quince minutos de fama y que también son asiduos asistentes a lecturas literarias, conciertos barroco mestizos y festivales de teatro.

En sus dos visitas al VI Festival de Cine Latinoamericano, el Cronista sólo quería divertirse, comprimir y amoldar la realidad como plastilina en su libreta, en el sentido de su crónica. Sabíamos que, después de todo, nunca se animaría a la ficción ya que adora los inventarios, la descripción de hechos coloreados de metáforas. El usualmente evade, roba instantes, lugares, eventos y personajes y no va más allá de aquello. Así como baila tecno, canta morenada, en cuanta farándula reclama su libreta.

El cronista, seguirá escribiendo, en festivales de todo tipo como una necesidad de escapar a la farándula o verse incluido en ella. Por último como ilustre visitante de cuanta preste exista, escapando, eso sí, del mandato light que le da ser un hombre pop.

1 comentario:

Anónimo dijo...

faltaste en el preste de literatura, aunque no eres literato de academía se te extraño en esa caótica fiesta...