lunes, julio 17, 2006

Crónicas de a Pie (Varada en La Paz)

Porteña, con la piel tornasol, un colmillo de mamut encogido en el lóbulo de la oreja izquierda. Las uñas grises, de niña que juega con tierra. Su piel no respira Channel, me sopla al oído el aroma a semáforo y humedad sin ducha. Cabello negro, sonrisa hipnótica, habla con un aire idealizado de respeto de la Bolivia del Evismo.
Conoció el yungueñito en aquel refugio para zombies y le encanta; las monedas del semáforo de la plaza Abaroa le dan para fideo, salsa de tomate y cóctel. Aquella noche, conjuraba el frío paceño mordiendo, como doberman, el puño de su chompa —sweter, diría ella—. Detrás de esas medias verdes, muy a lo guasón, y sus tenis rojos, se escondía una mirada que antes soñaba con comerse Sud América por tierra y, hoy por hoy, busca solamente unos pesos para seguir en pie. En aquel encuentro, era muy clara, muy líquida y cristalina para esta ciudad.
Un par de cejas gruesas, una sonrisa balanceando en su voz grave y mil pulseras en la muñeca son su carta de presentación. Veinte años, clase media, muy estilo Mafalda, de viejo que trabaja doce horas diarias, de sol a luna, para pagar la vacación familiar. Viajó a dedo, a conocer el país de los cambios, de los ideales de trasnoche.
Lo último que supieron era que se iba a Salta donde su prima. Llegó a Villazón en abril, con cien pesos argentinos y doscientos bolivianos para el bus, y la mochila cargada de hilos de esperanza. El cuento del tío es invento nuestro, los bolitas son un poco lentos así que no pasa nada, se dijo. Comió una milanesa en un boliche y en dos segundos le robaron pasaporte, hilos, agujas y todo.
La miro de reojo desde la esquina de la plaza, pasa el sombrero, recoge las monedas y se muerde la bronca porque unos malabaristas colombianos usan su sonrisa en diente rebelde. Necesita plata, ahorrar para volver a casa, al mar, ya que con esto del sol paceño, su piel de leche se está partiendo en mil.
Me contó esa noche su bronca con los paisas que se acaban la plata juntada en esa droga llamada Cristal, que también llegó a La Paz. Hace algo de teatro y escribe, le gusta mucho Girondo, lo leyó en el cole, dice que le cae mal La Maga de Rayuela porque le robó todas las ideas y eso de coleccionar lanitas. Quiere hacer cine, me confesó que La Paz le da frío, que la gente es malhumorada y tiene fiaca de todo, hasta de mirar con esperanza a su propio país.
Me miró y me dijo: Viste, acá me tenés, varada en La Paz, sin un mango, me gusta La Paz, pero el Cusco sigue pendiente y luego veré qué pasa, ¿pibe, no tenés unas monedas?. Me había puesto un jean sucio en aquel encuentro y traía una mirada roja y sequedad de cebada en el pecho; tomamos una jarra, intercambiamos miradas, no historias, ella volvió al semáforo, ¿yo? a lo de siempre.
Tres meses después, bajo en taxi por la Sánchez Lima, con aires de cambio en mi vida, con nostalgias y melancolías viejas volviendo a tocar la puerta. Me detiene el semáforo de la plaza, entre malabares y tragafuegos, la reconozco, sus ojos hoy perdieron algo, están inyectados de humo verde y sus mejillas partidas me sonríen. En lo que tarda en cambiar el semáforo escucho: ¿Caballero, no tendrá unas monedas?

La Prensa, 16 de Julio, 2006

3 comentarios:

flacazul dijo...

qué historia y cuántas otras más habrán en todos los semáforos de todas las ciudades de todos los paises de todos los mundos.
me gustó mucho,
un abrazo,
a.

Soñadora Insomne dijo...

Y es cierto, a la gente de acá le da fiaca hasta mirar a su país con esperanza. Es algo contra lo que me choco a diario. Sin embargo, sigo aquí, soñando, trabajando, sonriendo...
Un abrazo y espero que las cosas estén yendo mejor en tu vida.

Anónimo dijo...

te aseguro que ni eso cogiste. la granuja de la flaca opinando, mejor que se reviente los mochos.
soñadora no que te ivas?