El encuentro no buscado, casualmente cósmico dirías luego. La mateada en su poro con stevia y el acullico ritual en su sombrero, abrieron este portal a su purgatorio chamánico. Hoja blanca de La Pacha, hoja negra del Tío dijo y empezó esta charla.
El lugar, departamento sopocachense, habitado por ingleses con un aire supuestamente etno, para mi aymaramente Kitch. La cena un escabeche de pollo con beterragas, combinación agridulce mata pasiones para mi gusto; salame, pan alemán en la mesa y las risas con acento escocés perforándome la oreja, el postre. El vino dulce para matizar la charla en spanglish y mis bostezos, en la falda a flores de la gringa desgarbada, son el prólogo de la noche.
En ese lugar lo veo, con su sonrisa de medio lado, Pedro navajas de Yacuiba pienso, engatusando con fábulas quechuas a la inglesa “masista” de falda marroquí, la que cruza las piernas desenfadadamente y hace un guiño al publico, con esa entrepierna de vellos rojizos.
Me alejo al balcón de la casa y se acerca, Yacuibeño de diente amarillo y caballera de “Cherokee” me habla de Rimbaud, Breton, Borda, Saenz, Tamayo y aterriza solemnemente en Urzagasti, haciéndome un guiño con su ojo de canica. Se ríe diciendo que sus amantes "kaimas" no entienden esto del ajayu y porqué el pasado camina por delante en la cosmovisión andina. Se define como un tras disciplinario, un comunitario, caminante de las ciencias y las chacanchanas. He tenido que entrar en la universidad para validar esta cosa de ser investigador social, aunque lo mío es caminar dice.
Pito de kañawa, charque y acullico, son lo único que se necesita cuando se camina las comunidades. La bebida está en los secretos del camino, en la gente me dice. Responde a mi clásico que bonito, por decir algo sobre un aguayo de Tarabuco colgado de la pared, con una cátedra sobre aguayología quechua y mesas rituales andinas. Me habla de los dibujos y líneas, de la combinación de colores para la fertilidad y el cuerpo, todo en el tejido.
La coca y el mate son antioxidantes dice, me cuenta que en febrero cumplirá cuarenta, parezco de veinticinco ¿no ve? dice orgulloso. Como mi presidente duermo tres horas al día, pijcho cuatro libras por semana y solo mateo dice. Tengo la energía que me da La Pacha, la de la coca blanca, aunque también tengo la del Tío. Es que son complementarios, necesarios uno para el otro, afirma convencido. El Tío me ha bañado a veces con su fuerza, ese nunca te da poder o lujuria sin cobrarte luego la factura con creces, me dice. Como al padre del Goni que se reía en la mina, de mi padre y nuestras challas y "mesas", ahora está pagando, en su hijo se la está cobrando, dice.
Caminamos la noche y llegamos a un boliche de Sopocachi, reservado por la gringa de falda verde, bajos instintos. Entre tanto biólogo acabo sentándome junto a ella, la flaca de bruma. Recorro con los ojos su espalda, su cuello delgado y me devuelve una sonrisa embriagante preámbulo de sus besos tibios, pero eso es parte de otra historia, parte de otras intensidades, más allá de estas líneas.
En la puerta del boliche, el guardia nos decomisa la lata de mate y la bolsa de hojas de coca. Más tarde, en mitad del lugar dizque VIP, de su abrigo saca otra bolsita llena de hojas y sobre su sombrero de ala ancha despliega, como en aguayo, sus hojas. Chaman de mirada saltarina, flautista de los caminos, sólo ríe.
Personaje del exilio y de sombras, sin siquiera preguntarle, me empieza a hablar de los rituales del abandono; del amor carnal, de la renuncia y aceptación; del amor real que no se encuentra en una piel firme y jugosa dice, sino en esa gordita que te lo cocina con paciencia y va sudando sus jugos de embrujo en la masa de pan. Esa que con paciencia te da calorcito de panza incondicional cada mañana y cada noche. Lo escucho y cada cinco segundos la silueta de ella me hace guiños. Su cadera de manzana me manda mordiscos, pero ya lo dije eso es parte de otra historia, sus pecas, sus labios, son otro viaje.
Le pregunto por cómo metió las hojas de coca, que pensé que se las habían decomisado. Me dice que es caminante y conoce los secretos de la mirada y el escondite. Te voy a confesar algo dice, alguna vez fui poncho negro. Devuelvo mi ignorancia en un silencio y entonces me cuenta la historia del cerco a Cochabamba en 2003, de su periplo por caminos de herradura para llegar a la ciudad. Los ponchos negros me llevaron dice, ellos conocen los caminos de los incas como la palma se su mano, los sendero ocultos, esos de la montaña y de la tierra. Son pocos y muchos, todos y ninguno a la vez, mimetizados como camaleón entre las rutas, entre las calles se están.
Los poncho negro, se han compenetrado en uno con La Pacha, cuenta. Se nutren de la tierra en su camino, respetando el balance del cielo con el viento, como debe ser. Son espectros sí lo quieren, sí lo desean, aire en la cordillera y roca en la espera. Saben de la paciencia de mil años, de estar, dejando que su cuerpo se haga viento en cada paso. No añoran, no desesperan, no gritan, viven en la certeza del regreso.
Un poncho negro, camina en silencio y logra sus conquistas en la perseverancia, con la paz de la puna, la constancia de la espera y el ayuno. No pude ser uno de ellos dice, lamentándose de su incoherencia sus ojos se apagan, su locuacidad aparente de chaman cesa y calla. Fracasé por la carne me cuenta, el Tío me envió mujeres, cerveza y fiesta. No pude con la contemplación del viento, con la templanza de la lluvia en la montaña.
En febrero cumplo cuarenta repite. Al escuchar su historia, mi cerebro empieza a dudar de su caminar comunitario y dibuja un perfil ezquizoide para este personaje. Al final, sea cual sea la verdad, en su delirio tiene la coherencia de esa razón que nos negamos a escuchar. El Tío te manda buenas y malas cosas lo sabemos y te cobra, me dice. La Pacha nunca cobra da abundancia sin factura.
Se levanta entonces y empieza a bailar una canción de Depeche Mode con aires de Diablada, con aquella que mientras lo acompaña en silueta, me busca con los ojos, luego ella me dirá eres un celoso, pero eso es parte de otra historia, ya lo dije.
Luego de bailar, le regala a ella un palo santo tallado que más parece una pipa de esas rituales, ella ríe con esa blancura de espejo y me guiña el ojo. El chaman habla, anota teléfono y dirección y la invita a cebar mate con leña. Luego él se sienta a mi lado, y mientras acullica, me dice que escribe al caminar, en esta tierra. Conozco la piel y el embrujo del Tio afirma. Te recuerdo, me dice, como si intuyera el juego de pieles que se ha iniciado, hay mujeres que el te manda el Tio y otras La Pacha. A veces es mejor quedarse con la gordita nomás sentencia, otras es mejor correr el riesgo y encontrar tu destino, nunca se sabe cual camino es el adecuado, habría que subir a las montañas y escuchar lo que dicen los achachilas en el viento pero no siempre se puede, dice.
Antes de irse me da un abrazo, lanzando las hojas de coca a mis pies. Coca negra dice, lo miro, bebo cerveza y muerdo el tallo de la hoja, irreverente ante sus profecías. El se ha ido, poncho gris pienso, poncho paranoide y me río.
Al final como decía aquel de sombrero de ala ancha, Pedro Navajas de Tupiza, sólo en el camino sabes que clase de embrujo te manda la vida, si fue una broma del Tío o un regalo de La Pacha.
El se aleja, luego de un guiño y yo me voy con la mujer de bruma. Tiempo después, luego de aquel encuentro, en este café escribo, con mis palabras sudándola y me pregunto si algún día me llegará la factura por aquella madrugada en su piel.
3 comentarios:
quien sabe... yo creo que si le pides te las manda la pacha, si no, si te llegan asi nomas... son del tío...
REcuerdo al cuatecito ese, me impresionó que cumpliría los 40 y estuviese tan fresco y lozano como lechuga señorita. No entiendo tus impases y tu otra historia y que no la contarás pero sigues mencionandola y sigues diciendo que será otra historia...este chango. Me pareció algo largo y ya forzado con el pedo de tu cuate poncho negro...peor lo recuerdo si que si.
la factura llegó ayer hermano ayer, era de Dios, llegó con misión cortita nomás y se fué a volar nuevamente en libertad
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