Hay una corona de seda envolviendo mis sienes, en cada latido crecen aceitunas que ruedan por el piso y se convierten luego en bolas de lana, que hambrientas muerden las cicatrices de mis paredes. La ventana muestra fuegos artificiales, luego son balazos que perforan mi pecho y caen en su rostro arrodillado. Ella bebe la sangre y yo me seco, cómo higo, y me pierdo.
Un viejo de negro llora debajo la mesa del comedor, canta un villancico, yo lo miro y se agazapa, le llevo agua, le llevo cigarros y canta más fuerte. Sus alas crecen, entonces sale volando, dando grititos agudos, cantando un bailecito, estampillándose, Taparaco contra el techo.
Hace frío, ella está lejos de casa, en un lugar de viento que no quiere dejar. Es la mujer de miel, la que refuerza paredes con sus besos. Las abejas muerden su espalda, ella deja que beban de sus huesos mientras camina al vacío. Entonces se detiene, ante el mar que se tiñe de rojo, mira la puerta de la casa de paredes negras y despierta.
El sol sale y las ventanas se tiñen de purpura, ella lanza girasoles al viento y no le alcanza la fuerza, entonces grita, mueve la mano que se alarga y sus uñas viajan como seda por el cielo, dibujando círculos, en los que salto como león amaestrado y me canso. Caigo y el piso se abre, otra vez las aceitunas, llenan el fondo, como pelotas de piscina que se deshacen y se vuelven frutillas y me las como y me engolosino. Llego a ella en el fondo, que ahora temblorosa muerde el piso y me grita que la suelte, mientras besa.
Su risa crece, sus labios están ahora sobre el pasto y lo besa, mientras las hojas de los árboles caén en sus pechos y se vuelven espinacas. Ella ríe, las come mientras la yerba crece y la aspira y sus dedos la enroscan como fideos y su barriga se llena de espanto.
Se sienta en la arena y el viento pincha sus pies y ya no ríe, sólo cae, en un ovillito de lana dulce. Se enreda y se hace oruga, muerde el silencio y ya no habla. La pared se derrumba, el sol seca su cabello que ahora es de agua, la sal cae en mis pies. Ella se encoge, se duerme. Yo me encojo, me duermo.
Se sienta en la arena y el viento pincha sus pies y ya no ríe, sólo cae, en un ovillito de lana dulce. Se enreda y se hace oruga, muerde el silencio y ya no habla. La pared se derrumba, el sol seca su cabello que ahora es de agua, la sal cae en mis pies. Ella se encoge, se duerme. Yo me encojo, me duermo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario