Reverbera, da vueltas, tiene la nariz comprimida en el tabique izquierdo, puñetazo del tío, cristales del amigo de Don Sata. Trabaja haciendo instalaciones de cables, antes era taxista, espiaba a parejas infieles a la salida del motel en Nissan rojo, de ahí se explica por si solo el efecto del nudillo gastado que se estrelló en su cara.
Ahora respira con dificultad cuando juega paleta con los cuates de la oficina. Se caga en el Jefe, se anestesia con cerveza, sentado en cajita roja añora, respira, escupe y duerme.
Al día siguiente, vuelve al hospital a visitar a su padre. El viejo tiene metastasis, el cancer es invisible, nunca lo encontraron. Ahora tiene los pulmones llenos de aire y no puede fumar los Casino que le encantaba. El hijo tiene chaqui, dormita en la silla de madera junto a la cama 7 del piso 4, mientrar recuerda su persistente insolencia, su irreverente arrogancia y calla. No tiene tiempo, quiere ir a comer un platito con la Celeste. No sabe orar, no cree en el coma y sólo espera por el pinchazo prende delirios, apaga ayes. Le gusta que la morfina llene las venas secas del viejo de 64, le gusta por que el viejo delira, lo mira y le dice que lindo niño eres, ¿me vas a llevar angelito?, le repite, aunque luego le escupa un ¡carajo no me jodas vago de mierda!.
El hijo, prefiere ir a comer el platito, no tiene para chelas, necesita ahorrar para el alquiler, para el cajón, para darle a su viejita unos pesos para el nicho. Trabaja instalando cables, tiene el tabique seco, antes de ires muerde la sabanaverde, olor pis y lavandina.
En la espera, la agonía no escucha llamados piensa. El hospital no tiene tiempo para más morfina, el viejo está muriendo, el quiere ir a comer su platito aunque esta tos lo está jodiendo, mucho chupé anoche piensa y su espalda le responde en susurro que en su cuerpo de 35 empezó a crecer el tumor heredado del padre, el hijo del Casino y marihuana.
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