martes, agosto 26, 2014

Be Bop Literario (Re visitado a los 100 años del Nacimiento del Cronopio Mayor)



Como cada 26 de Agosto Julio Cortazar me exige escuchar a Charly Parker, re  leer Rayuela (entre los capítulos  10 al 18) y disfrutar las sesiones "discadas" Jazzeras en compañía de La Maga, Oliveira, Ettiene, Horacio, Gregorovius y Ronald. (Al respecto va este regalito de la Quinta Disminuida, sin permiso de Nico Peña)

A los cien años del nacimiento del Cronopio mayor, desempolvo (retocando un poco) este texto que publiqué hace algunos años, el cual sin duda fue un pequeño homenaje, una forma de alcanzar esos quince minutos, esos cien años que, inalcanzables, irán siempre por delante de este aprendiz. Esta vez comparto el texto, con un agregado especial,  la inclusión del mismo por parte del gran Nicolás Peña, en el programa la Quinta Disminuida del 4 de septiembre de 2013. (Un poco de paciencia para descargar el programa)

Escuchar Be Bop literario en la voz del gran Nico y  el cierre con Lover Man, sin que yo se lo dijera (el cual siempre asocié con Amorous de Johnny Carter), sin duda fue un gran regalo para este pequeño homenaje a Cortazar. Ahí va, a cien años de su nacimiento Be Bop Literario:

Las palabras saltan libremente en una alfombra llena de manchas, de sollozos del pasado. Aquella de la sala que acoge a mis libros y discos y, de tiempo en tiempo, a mis amigos poetas. Hoy Charlie Parker y Julio Cortázar se mezclan frenéticamente mientras vuelvo la biografía “en ficción” de Bird en “El perseguidor”; como tratando de alcanzar esos 15 minutos musicales que van por delante del Julio o del agónico Carter.
Como cada 26 de agosto, la relectura de la vida de Johnny (Charlie Parker), atormentado por sus fantasmas y adicciones, lleva a cuestionarse en relación al afán de perseguir y andar jugando a ser lobo, tratando de cazar al arte que emana de uno mismo y de los otros.

Todo perseguidor es cazador y víctima de la violencia, el éxtasis y el vacío que el mismo persigue. En esa medida, en el campo de la palabra, la persecución podría verse como una sentencia, una sublimación en la que el teclado reemplaza al cuchillo del carnicero y construye la imagen de un cuerpo seco al cual acaba descuartizando a “palabrazos” o aniquilando con contundentes ráfagas de poemas. Ya lo decía alguien por ahí, Julio Cortazar no sólo escribía al ritmo de Jazz “Jazzeaba escribiendo” y El Perseguidor, es sin duda un estremecedor “be bop literario”.

La persecución puede ser caótica y desesperada. Se da, creo yo, como pulsión y forma de nombrar, desde la música o la palabra, el vacío al que todo perseguidor se acerca. En esa medida, como en el Jazz, el que escribe hace que surjan palabras disgregadas y catárticas, en libretas y servilletas de bares, como pobres intentos de atrapar lo perseguido.

Musicalmente, el acto de perseguir nos regalará melodías brillantes, como destellos nocturnos, que luego se esfumarán sin dejar rastro. Al respecto habría que recordar la cantidad de brillantes y opiáceos solos de saxo de Bird que nunca fueron grabados y que se quedaron en eso, en aletazos desesperados en la persecución y nada más.

¿Será acaso el tema del deseo lo que nos mueve, como decía Cortázar en “El perseguidor”?, deseo que se antepone al placer y la disciplina y acaba necesariamente frustrando, porque exige avanzar, buscar, perseguir. El párrafo redundante y mal labrado, la digresión, el desafine, la falta de armonía, la sincopada suma de palabras o notas que fácil se olvidan, son el riesgo de sólo perseguir por el deseo.

Perseguir, ser perseguido o girar en espiral, qué más da. Lo único que está claro es que somos tanto presas como cazadores y, en la música como en la literatura, ambas posturas hablan, de ahí a que dejen obra es otra, ya que perseguir sólo por el deseo, llevará a publicar antes de tiempo la obra, a fallar en el momento exacto, a cometer el error preciso en el cuento, a poner la nota equivocada en el solo de saxo.

Está claro, la persecución, desde la perspectiva de “El Perseguidor”, era una manera de tratar de atrapar a un “sí mismo” siempre quince minutos adelantado en la búsqueda, una forma de hacer uso de un talento irreverente, displicente y poco organizado, una persecución que en esencia sólo buscaba alcanzar la sombra proyectada que hace tiempo lo había dejado agotado en mitad del camino.

Sin duda desde esa postura perseguir no es oficio, es simplemente un castigo auto impuesto, a ser purgado por el arte, por la trompeta, por la pluma rasgando de forma sincopada el corazón. Esto permite a la melodía y/o la palabra presionar nuevamente el corazón, lo que dará inicio nuevamente, al llanto del saxo, del papel y se volverá una carrera en círculos, una persecución tautológica que nace ya de por sí de una derrota.

Para ser honesto, a medida que transcurre la escritura y  re lectura de “El perseguidor” la lucidez y entendimiento se agotan, es como sí las notas o las palabras crecieran en un cerebro mudo de ritmos y golpearan con dolor punzante los versos o el saxo imaginario que habita en la memoria y que no sé cómo tocar.

“...un pobre diablo de inteligencia apenas mediocre, dotado como tanto músico, tanto ajedrecista y tanto poeta del don de crear cosas estupendas sin tener la menor conciencia (a lo sumo un orgullo de boxeador que se sabe fuerte) de las dimensiones de su obra”...

Tal vez algo de eso debe haber en lanzar palabras como ajos, como cebollas al sartén, esperando que el azar produzca obra. Algo de eso debe haber en creer que los pensamientos tan caóticos, por puro arte de asociación libre pueden dar al lector un sentido que ni el autor esperaba crear.

Sin duda algo de eso, tercamente mediocre, nos pasa a algunos perseguidores paceños, que con “la persecuta” a cuestas empezamos a creer que es posible construir obra lanzando palabras como si fueran serpentinas al aire. Sí, los perseguidores criollos, esos pobres diablos, andamos, parafraseando a Cortázar... corriendo como liebres tras un tigre que duerme...

Al respecto aun no entiendo la necesidad de  perseguir sin método, embriagado de sustancias, obnubilado de ansiedades, en vez de evocar en la paz del escritorio, con la calma y el bisturí preciso en la palabra.
Habrá que haber perseguido compulsivamente para aceptar  que cuando pasa el frenesí y la agresión de melodías y palabras al mundo, volverán en la cabeza cosas menos caóticas, que traerán el cansancio del alma por la persecución.  En esa medida, no se sumará nada persiguiendo la estela del vacío, sin dormir hasta las tres de la tarde.

Que no agregará nada a la persecución, insistir en la vigilia, releyendo Rayuela con libromancia o jugando tuncuña con la tapa de una botella sobre un caos de versos, que uno de los perseguidores bautizara como cadáver exquisito.
Cuando uno cuestiona la búsqueda, para de perseguir y decide ser presa, mirando y aceptando de frente el barranco. Es ahí cuando viene un cosquilleo que confiesa que ya no es posible seguir, si sólo se insiste en que la poca lucidez y el desespero guíen la pluma.

¿Cuál entonces la manera de encontrar y aceptar formas menos agónicas de perseguir? ¿Será que hay que pasar más de una noche en la irreverencia de buscar la sombra que suele llevar al barranco, antes de parar, de ser errático y sentarse a construir obra, anclado, sin correr?

Pareciera que no, ya que cuando cesa el caos, surge otra persecución, tal vez más perversa, la de querer encontrar la nota perfecta, buscar la melodía que “abroche” el deseo con la esperanza, la angustia con el arte. La persecución del soneto perfecto, del giro verbal en el cuento, sorprendiendo con maniobras literarias nunca vistas.

Esta forma de perseguir puede llevar a algunos a encerrarse compulsivamente, a llenar las paredes de versos, para un poema inconcluso que nunca acaba, o a llenar la cama, el techo y hasta la espalda de la mujer amada de fichas literarias y complejos mapas mentales sobre personajes, aquellos que en la vigilia desordenarán las sabanas y obligarán al autor a levantarse para escribir un nuevo párrafo de la novela inconclusa, o peor aún, dar un giro total a la obra y empezar de cero cuatro veces en un año el mismo capítulo.
¿Es acaso esa persecución la que retrató Cortázar al hablar de la obra inconclusa de Johnny,Amorous?

“...la salvaje caída final, esa nota sorda y breve que me ha parecido un corazón que se rompe, un cuchillo entrando en un pan. Pero en cambio a Johnny se le escaparía lo que para nosotros es terriblemente hermoso, la ansiedad que busca salida en esa improvisación llena de huidas en todas direcciones, de interrogación, de manoteo desesperado. Johnny no puede comprender (porque lo que para él es fracaso a nosotros nos parece un camino, por lo menos la señal de un camino) que Amorous va a quedar como uno de los momentos más grandes del jazz”.

Sí, algo de eso pasa cuando la persecución improvisada cansa y el talento quiere toparse con esa mala palabra llamada obra perfecta. Perseguir, esa compulsión que lleva a perseguir sin reflexionar en busca de quién sabe qué, escapando de quién sabe quién.

Sí, parecería ser que la persecución trae escondida una necesidad de cerrar algo, paradójicamente antes de ser alcanzados. Al final ¿qué pasaría si dejamos de perseguir, si lográramos el cuento perfecto, la melodía exacta, el poema redondo y de métrica impecable? ¿Qué pasaría si al alcanzar el Illimani cambiara nuestra perspectiva? Tal vez volveríamos a escalar, volveríamos a perseguir hasta que en la perversa cacería cayéramos agotados y entendiéramos que es mejor una melodía inconclusa, una novela que rehaga varías veces el último párrafo, un ejercicio cíclico y eterno de buscar y ser encontrado como en las páginas de Rayuela. ¿Será que estamos acá sólo para perseguir como vía de cura y liberación y no para encontrar?
Sí, Cortázar a estas alturas se ha vuelto un pretexto al igual que Charlie Parker, para enfrentar la búsqueda en el campo de la palabra. Tal vez la respuesta esté en que la persecución es una purga cíclica, en la que se alternan el caos y la disciplina. En esa medida acabará siendo un fin, no un medio para alcanzar algo.

Podría seguir ampliando la catarsis o jugar a que esto es un ensayo literario, de esos que se jactan de extrema pulcritud y limpieza gramatical. Sí, ya sé, ya me perdí en esta persecución circular. Me suele pasar con bastante frecuencia cuando tiendo a vomitar palabras sin orden aparente y entonces salen, de la mano de una idea, salen, así…”jazzeando la palabra” y se empiezan a dibujar luego de un recuerdo, de una imagen retenida en la memoria, de un texto que da vueltas en la cabeza y el cual anda siempre quince minutos por delante de mi boca.

2 comentarios:

Nico dijo...

Textos como estos,llenos de swing,son siempre una gran inspiración para la quinta disminuida. Muchas gracias.

Paul dijo...

Querido Nico... Gracias por lo del Swing...Tienes en este servidor un colaborador y oyente incondicional de la Quinta