martes, septiembre 13, 2005

La Barraca

Sábado a las cuatro, al día siguiente de una capacitación laboral titulada “que hacer en caso de incendio”, subí a buscar unos muebles a Munaypata, donde se encuentran, sin maquillaje ni etiquetas, los juegos de comedor que luego se exhibirán en mostradores de los barrios “jai” de La Paz. Mientras subía en el minibús y miraba a una parejita, de esas de mandil y gorra, besándose en la última fila, no pude evitar acordarme de la barraca que se incendió hace unos días.

Entre olor a besos y curvas, me quedé pensando ¿qué hay más allá de las cenizas y el fuego? ¿Qué luego del calor y la furia de las llamas?

Mientras dibujaba la imagen de los muebles con la cera bien puesta y las sillas alineadas, como las esperanzas para la feria del domingo, me enteré de la historia de aquel incendio. Lo escuche de alguien en mi viaje, lo leí en la prensa amarilla, o simplemente lo soñé, no se.

Por una pequeña rendija entre la calamina y las vigas del techo, se desliza, una pareja de pandilla, “la Mary” y “el Mosca. Han encontrado algún colchón detrás del cepillo y las vigas, para morderse y gritar. El aroma a roble seco, los recibe entre termitas y aserrín prestado y deciden sin más comerse a besos.

La fricción del fuego en sus labios, va dibujando chispas en el aserrín, basta una gota de alcohol del vientre de ella y la piel de ambos explota en furia. Luego, en calma, miran entre las vigas como un espejo partido, celebra el baile de rodillas y ombligos. Luego duermen en paz, solos y mudos, ella lejos del chicote del viejo borracho, él lejos del llanto de su hermana enferma.

Despacio se visten y vuelven al barrio, pasando la cancha se dan un beso furtivo y cada quien va corriendo a casa, antes de la cena, antes de la bronca.

Esa misma noche, caminando al viento de La Paz de agosto, un borrachín terminando el “San Lunes”, bota con bronca una colilla al aire. Entra por un hueco en la calamina y cae con certeza en el aserrín aún con olor a besos, sobre el colchón de amantes de gorra y tatuaje.

La madera aún latía y guardaba el calor de aquel encuentro, bastó una chispa para calmar sus ansias y que el lugar se encienda. El resto fue historia, una gran fiesta de patas, mesas, de esquinas y catres empieza en abrazos calientes. Todos se besaron, incluidas termitas y el baile acabo en un mar de cenizas mudas.

Al día siguiente, el tema fue noticia en los canales, el dueño llegó y encontró todo destruido, el trabajo de un año muerto en un orgasmo de muebles y fuego. Nadie se percató, pero aquellos amantes de gorra miraron de reojo el refugio consumido, la escena del crimen de la noche anterior y se fueron a buscar otra esquina donde exprimirse en besos.

2 comentarios:

[i] Isabel La Fuente Taborga dijo...

te imaginas lo que debe ser que aquel lugar en el que "ardias" arda de verdad?.... yo me quedaría pensando toda mi vida quizas que mi fuego es veneno... pero también que aquello fue tan incomparable que la vida quiso destruirlo para que nadie mas se ame como yo amé ese dia... acaso porque nunca podrá ser comparado mucho menos igualado... para que ningun cuerpo mas ocupe ese lugar que se convirtio en santuario...

Feju dijo...

el amor mueve tu pluma, pero en tu caso si que la sabe mover...