jueves, octubre 20, 2005

Fragmentos a Camila (Versión 7.10.05)


Una noche hace diez años, nace esta historia, la encontré por azar hace unos días en la computadora y vi en ella señales de un pasado parecido al presente. Me propuse desenterrarla y ahí surgió el dilema de mantenerla intacta o rescribirla con ojos de hoy.
Decidí no hacer nada de eso y opté por darle la palabra esta vez al personaje excluido, Camila, para que mire desde el otro lado del espejo lo que Sebastián contó.
Queridos lectores, una primera historia obviando las cursivas es recomendada, luego podrán leer todo junto o jugar como deseen con el texto.


Paul

Eran las 10:45 me aprestaba a descender velozmente las gradas del montículo, guiado solamente por la verde luz del motel de Sopocachi, me detuve un instante y me dije: "bueno, Sebastian, sacude tu cerebro y que el alcohol no confunda a tus patas" al fin de cuentas hoy era el día 16 de mi juramento de abstinencia y como todo buen mortal, con la ayuda de Camila, dejé olvidada mi palabra en el desván de la abuela.

Era la Presbitero Medina, la luz golpeaba de reojo su mirada, Sebastián salió gritando de mi casa una sarta de insultos y decidí seguirlo. Vi que entró al viejo bar de la esquina, seguro por el singani del estribo y para una de sus charlas improductivas sobre política y libros con algún otro zombi. Siempre fue un cobarde y nunca lo reconoció, prefirió esconderse en viejos tugurios antes que construir una historia a mi lado.

Me disponía a emprender mi largo viaje hacia la calle Sucre, cuando súbitamente el estruendo de un trueno me devolvió el alma al cuerpo, encendí el último cigarro que guardaba en el bolsillo y comencé a aspirar el humo en bocanadas interminables, como una forma de conjurar un extraño embrujo.

Me cansé luego de una cuadra de seguirlo, de correr detras de él y sus gritos, así que me paré en un arbol y me quedé un rato mirando lo que hacía.
Vi que quería encender un cigarrillo, como siempre no encontró el fuego, solía usar solamente fósforos, por que le gustaba impresionar con el truquito ese absurdo de encender el fuego con una mano. Se la pasó buscando en la lluvia una hora los fósforos y el Derby que me robo de la cartera, lo conocí manguero y sigue igual.

Continué mi recorrido nocturno por las calles paceñas, por cortos y sinuosos senderos que me conducirían a mi destino, no importaba la ruta elegida, si al fin de cuentas llegaría de todas formas. El tiempo es irrelevante cuando no hay quien grite tu ausencia y cuando no existe el alma nocturna a quien saludar y darle de comer un verso.

Luego qúe el se fue, sentí la lluvia besando mi ciudad y mi piel. Mientras caminaba a casa, daba vueltas en la pregunta de ¿cuál la razón de ese poema mío en la servilleta?. ¿Qué hacía yo una mujer de veintidos con un fracasado de treínta que solo escribía y de paso mal?.
Más allá de mis aires de mujer seductora y de autosuficiencia, Sebastián me despertaba la piel con las palabras, con ése su mirar retorcido a mi escote, mientras me recitaba algo de Girando o me hablaba de que en La Paz es posible encontrar una mujer que vuele
.

Eran ya las primeras horas de la madrugada, la verdad que hace años olvide la formula del tiempo, sin embargo sabia que ya era la hora, como lo decía el estomago y el dolor de cabeza. Luego de caminar por el silencio y compartir el frío con fantasmas, llegue al pequeño cuarto que amablemente me arrendaba doña Ema, a cambio de sonrisas matinales y de compartir soledades, dándole cuerda a su antigua vitrola.

Poco después de conocerlo empeze a enterarme de su afán por dormir libros ajenos. Recuerdo una mañana que fui a pedirle mi ejemplar de Felipe Delgado, el que hace un mes me debía, ese día conocí a la señora con la que vivía. Se llamaba Ema, estaba sorda y se me quejaba que la luz del cuarto del Sebas, prendida toda la noche, no la dejaba dormir y le daba siempre al ojo. Ema, está sola perdió a sus hijos y su gato, me contó que la presencia de este tarambana la ayuda a distraer la cabeza, aunque seaun bueno para nada, por eso de vez en cuanto piensa en otro inquilino que por lo menos sepa cambiar focos.

La verdad es que no entendí nunca como esa señora prefería aquel aparato ruidoso y destartalado a la radio a transistores que le había regalado en navidad, tal vez porque esta no tiene el aroma de su infancia y no emite sonidos in entendibles y mágicos, como sus sueños y recuerdos.

Me mostró una radio ordinaria ,que jurando que lo había hecho bien, el Sebas le regaló.
Las pilas se gastan con facilidad me dijo, con suerte podía escuchar al compadre Palenque al medio día apuntando la antena a los cerros. Luego me mostró la radio que el Coronel Risueño, héroe del Chaco, le había regalado, esa radio a lámparas que funcaba en el único enchufe 110 de la casa, me dijo que era la única que servía.

Mi cuarto era pequeño como mi vida, es decir contaba con lo necesario para garantizarme un refugio frente al viento y las sonrisas. Entré lentamente para no perder la costumbre de no molestar a nadie, al fin de cuentas, cuantas cosas se te quedan sin saber porque. Me senté en la cama y luego de desvestirme, fui hacia el mueble que tenía en la esquina y busqué algo para leer, pensé en una novela, pero acabé tomando un diccionario, no pensaba meterme en líos literarios luego del alcohol y poesía tomados en casa de Camila.

Antes de acostarme me asomé a la ventana y vi que los perros salían en busca de comida, era un mal presagio, ya que pronto amanecería. Luego de leer tres definiciones con la letra a (abadía, abanico, abarrotes), me sentí lo suficientemente estúpido para intentar dormir un par de horas.

Luego de ver como se alejaba el Sebas, volví caminando a casa, con ese dolor en la panza mezcla de óvulos alborotados, ron barato y ganas de anticucho. Para mi mala suerte olvidé la llave y no quería que además de los insultos mis viejos tengan que aguantar que les toque el timbre.
Luego de darle vueltas decidí subir por el techo del vecino, para lo que tendría que distraer al gato y a los perros de mi mamá y asegurarme que la calamina no haga ruido. Rezaba mi padrenuestro concentrada, con la esperanza que si llegaba a mi ventana antes de terminarlo, estaría sana y lo más importante sin haber despertado por segunda vez a mis viejos. Pensaba también tanto esfuerzo por alguien como él y en que si realmente me hacían falta sus palabras o era solo eso de sentirse querida, no olvidada, por ultimo violada voluntariamente con poemas y ron, lo que me mantenía en esta historia.

Eran las 11 de la mañana, me levanté de un salto y luego de algunos minutos, mi mente se empezó a poner confusa y volvieron las imágenes de la casa de Camila, ¿qué pasó luego del último vaso de ron?, solo me venían algunos flashes , "un vals, un son, Fito, los Doors, canta Camila, baila Camila..." ; volvamos a empezar "su velo, los Doors, la última bocanada verde, el último embrujo conjurado".

Al día siguiente, me negaba a abrir los ojos, sabía que iba a encontrar el desorden por el suelo pero tarde temprano debería, como decía Mafalda, bajar al mundo. Me levanté con el pijama seco de sudor y vi la realidad de mil colillas tiradas por el suelo. Encontré el libro que habíamos leído juntos, ese poema del Guillermo que te hablaba del diluvio y los suicidas, eso de Llojeta, la ciudad, la historia mil veces contada de que anticipó su muerte y no se que más pajas.

Al final no me interesaba nada de está relación de tire y afloje, de chicle mal mascado y ron de madrugada, por lo que me levanté decidida a cortar todo de una vez. Empecé a elaborar poco a poco la forma de hacerlo sin que duela, eso sí, me quedaba claro que noche antes ya había dado mi primera pista.

Caminé en círculos algunos minutos, escapando de la resaca y la mala memoria y luego empecé a desojar mis vestimentas como desenterrando imágenes o espantando animas y cayó de uno de mis bolsillos una servilleta sucia y rojiza, en la que se podía leer estos versos:

Hay caminos de siniestros,
Verdes puentes, verdes
vientos.

Sola niña, niebla oscura
Canta al aire tus desvelos.

Dame un trozo de tu aliento
canto dulce, mar amargo,
Días largos, aún te siento

Te recuerdo como el viento,
Frágil pena en mi letargo.

Camila

Nunca la entendí del todo, conocía sus encierros y lamentos, pero sin embargo no supe de sus muertos, después de todo, ambos éramos sólo dos sombras sin sentido, un hilo de palabras, un universo absurdo para mantenernos vivos. ¿Qué eras tu en mi Camila?, sólo lo imaginario de mi canto y tu recuerdo. ¿Qué era yo en ti, sino la palabra, que apretabas en tus dientes para resguardar tu insomnio. Sebastián, Camila....que extraña pulsión nos mantuvo con vida.

Hay Sebas, que típica resultaba la escena a tu lado, jugando a esa completitud que te da leer poesía luego del sexo, aprovechabas que me tenías ahí toda liviana y desnuda, para decirme boberías y alimentar esos sueños de absurdo y vació, esa náusea que solo dibujaba mi cara a tu lado.

Cuantas veces tuve ganas de sacarte de una patada de mi cama y que la alfombra se abriera y te tragara, pero ya ves seguía contigo, con aquel ebrio fracasado que no me escuchaba.

Por eso es que decidí dejarte, me cansé de mirar tus ojos blancos y de santiguarme y terminar el padrenuestro antes de que eyacules como única forma de asegurarme que el almanaque funcione, como única forma.
Si Sebitas, sí en algo tenías razón era en eso de dos sombras sin sentido, “tal para cual” o mejor cada cual igual de gil.
Era así contigo te odiaba con el alma, pero te suplicaba que no te vayas, era como si mi vulnerabilidad al estar adormilada, fuera la llave a mis cerrojos. Era lógico que te rayaras y que después, caminarás en círculos haciéndote preguntas, si luego de hacerme la buena, corría al baño a escribirte un poema en una servilleta y lo manchaba con carmín para luego dejarlo en tu bolsillo, que manía de joder la mía, de jugar a llenarte de rollos la cabeza. ¿Es qúe no te dabas cuenta?, lo único que quería era espantarte.

No se por que esa noche por algo supe que aquel poema iba a ser el último…” Sola niña, niebla oscura Canta al aire tus desvelo”, esa parte me salió bien, lo copié de algún poema de Lorca que leí de niña, es más que seguro, pero quedó bien para mostrarte lo que al final yo quería, para gritarte sutilmente mi plan.

Si mi Sebas, era hora de volcar la pagina y poner una respuesta a todas tus preguntas, al final tanta vuelta tiene que dar una mujer para las cosas simples, solo te estoy usando, me entiendes, me hace frío, me asustan los perros y los truenos, no quiero un invierno sola y tenerte ahí es mejor que un oso de peluche y nada más.

Pasé el resto de la tarde descifrando aquel poema, ya se que era absurdo, sin embargo lo intentaba, me moría por estrangular aquellos versos en mis manos una y otra vez, significar aquellas rimas, matar aquellas letras. Sin embargo, cada vez que lo intentaba la sombra de Camila se acercaba, el mármol de sus dientes, el vacío de sus ojos y el frío de su espalda me envolvían. Nunca pude descifrar aquel letargo, mucho menos el viento en sus pupilas. Después de todo, Camila era sólo eso, una amarga letanía, un Deja Vu que volvía continuamente, aún en este encierro.

La verdad que no recuerdo, el momento en que el azar hizo que me topara con Camila en aquel bar de dos por dos hace ya más de seis meses, Yo andaba algo obnubilado por el ron y los humos dulces de la noche. Ella como siempre blanca y silenciosa, como una maldita culpa, jamás levantaba la mirada sin una sonrisa hueca y me dejaba entrever el brillo húmedo de sus pupilas, entre sorbo y sorbo.

Nos miramos, bailamos un rato, fumamos algo y reímos juntos. Recuerdo con claridad su pantalón hippie que le dejaba las nalgas libres, su blusita hindú blanca, sus collares, y esa trenza mal hecha con la que jugaba, cuando sus ojos pequeños se miraban en los míos.

Solo caminamos aquella noche, desde el viejo bar a su casa, hasta que la noche nos agarró. Yo jugando a sentirme héroe espantándole los perros y ella a la princesa indefensa.

Esa tarde no hice más que revisar mis cosas, encontré los papelitos cursis del Sebas, esa camisa de papel hecha con una cajetilla de Camel que me regalaba cada vez como forma sutil de decirme ¿nos quitamos la ropa?, sus poemas tan mal escritos que no se por que guardada, esa foto con gotas de refresco de aquel viaje al lago en la peta de su tío, yo que odiaba las putas petas, ahí en una incomoda yendo a comprar truchas y matándome de risa de su miedo al agua, en fin tanto de él guardado sin sentido y oliendo a rancio.

Termine cansada, luego de limpiar las manchas de mis sabanas, mi cuerpo y el foco rojo aquel de mi corazón gastado, todo lo que era del Sebas quedo en esa cajita manaco que guardaba desde los ocho años.


Todo quedó listo, mañana sería otro día y luego le pediría al río que se lleve sus chucherias de paseo y después desaparecería.

Camila era en sí un canto de palabras, un poema vivo, tal vez por eso no podía soportar que la carne sea una con el verso por eso decidí poner fin a ese conflicto y conjurar el último de los embrujos, el de Camila.

Dormí, luego largamente pensando en sus palabras, esperando el encuentro la nueva forma con que mañana echaría sal a mis heridas y la vi claramente llorando en mis sueños, bailando así como la primera noche.

Eran las 6 de la tarde, luego de dormir todo el día, decidí ir a buscar a Camila. Doña Elena dormía en el balcón, había calentado las encías al sol como todas las tardes. La casa estaba en sombras y yo no hacía más que huir de la imagen de Camila, del olor a locura barata entre sus sabanas. Aún me acompañaba el letargo de su encierro, tal vez por eso era necesario llevar a cabo mi plan, concluir el nudo, encajar la última pieza de este nuestro rompecabezas.

Aspiré una profunda bocanada de valor y amargura a mi cigarro, recogí algunas cosas imprescindibles, su poema, mis guantes y me dirigí a terminar el dilema de Camila. Después de todo ella había nacido con el verso, su mirada sola era luz y armonía, Camila era el mejor y el más prohibido de los pecados, carne en verso. Era el deseo penetrado por la palabra y yo debía resolver el embrujo, debía garantizar el equilibrio en su alma.

Bajé en trufi como siempre y me quedé en la 8 a la altura del Regimiento, luego abrí un hueco a un lado de mi cajita y caminé por el costado del río de subida, dejando que el viento se lleve las cosas de mis tantas historias, entre ellas los papelitos del Sebas y más. Subí en unos 20 minutos hasta Obrajes, llorando y pensando la forma de salir de este hechizo de esta maldita contradicción y falta de equilibrio. ¿Por qué tanto rollo en mi cabeza? si, era solo una changa de veínte viviendo con mis viejos y listo, ¿por qué tanta bronca?.
Llegué a casa, con hambre y ganas de algo trivial, una película, llamar a una amiga, contar chismes y cosas de mujer, ir a ver ropa, leer una revista boba que me muestre el mágico mundo de mis estrellas, algo así.

Pese a toda esa claridad y determinación no pude con mi carácter, lo llamé al Sebas. Contesto pausado con esa voz rasposa de chaqui y me dijo que estaba en la callé camino a mi casa y tenía ganas de leerme un último poema y que quería hablar conmigo seriamente. Pensé entonces aliviada que todo iba a ser más fácil que había entendido por fin que lo usaba, que terminaría todoa y yo quedaría bien parada como la mujer dejada. Luego lloraría, contradictoriamente lloraría, fumando un L&M con alguna cuata y escuchando la típica, “hijo de puta todos son iguales”.
Luego de eso bastaría un rato más de llanto, y al día siguiente, nueva vida, nuevos sueños, nueva Cami.

Aquel instante no fue ni mágico ni terrible, fue natural, fue cerrar el círculo por siempre, Camila sonrió, con calma y llana simpleza, esa pálida y maldita sonrisa, irresistible pero venenosa me inundó y lleno de cólera y súplicas. Lo demás fue simple, Camila siempre fue una amante del dolor, una buena mujer. Me mantuve firme en el abrazo, no dejé que mis lagrimas salieran, este corte era necesario, por ella, por sus fantasmas, por ese su verde letargo.

Cuando llegó el Sebas, todo era como siempre a la vista, el con su abrigo negro desteñido y sus manos en el bolsillo, seguro me miraría me daría su poema, luego tendría que aguantar un reproche y la típica que no lo valoro, que se raja, para luego irse llorando. No, esta vez iba a ser diferente, el cuchillazo se lo daría yo, sería bien torpe para que le duela y no se arrepienta luego y después le daría un beso de esos tímidos en la boca para cerrar la historia, al mejor estilo contradictorio de Camila.

Camila se había convertido en un peligro, una amenaza de destierro y desvarío yo no podía permitirle tal dolor, es por eso que separé el verso de la carne para perpetuar en mi su pálida imagen sin temor, sin palabras ni desengaños.
Hoy su carne está en mis versos, su desvelo hoy ya no es más, Camila cruzo el verde puente y se que hoy puede mantener su sonrisa, perder su mirada en el horizonte, dejar que sea una con el viento, como siempre debió ser, como debe ser para hacerle honor a una mujer etérea.

Bajé las gradas, me puse una sudadera sin sostén como le gustaba, solo para joderlo en la despedida, lo miré sonriente y cuando acercó su boca a mis labios le di con contundencia la mejilla. El me miró, con asombro creo yo, leyó el poema que noche antes le había dado y repitió dos veces aquello de frágil pena en mi letargo. Me dijo todo estará bien y me abrazó.

Quería decirle muchas cosas, tenía que decirle que no me importaba que me dejara que en realidad era yo la cansada de él y repetirle con ganas eso, de “perlas a los chanchos” que en realidad yo lo dejo a él y quien sabe que cosas más, pero no dije nada, no pude hablar.

Debo confesarlo, traté de hacerlo, pero el sabor a hierro en mi garganta me lo impidió, el no dejó de abrazarme, en ningún momento, yo no dejé de mirarlo mientras las sombras se acercaban.
Poco a poco, mis piernas se entumecieron, el dolor en la panza pasó a ser un ligero alivio y mi cuerpo se empezó a poner liviano.
Conté uno a uno los pelos de su barba, traté de mirarlo con bronca, pero no pude, esa su única lagrima tonta cayendo no me dejó, recé mi padrenuestro como siempre, cerré los ojos y me dormí en sus brazos.

Cada día la busco en mis palabras, por si algún resto de su piel maquilla alguna rima, aún intento descifrarla en sus versos sellados de alcohol y sangre, esperando el día en que me rescate de este encierro, que despoje mis versos de la sangre y me lleve a caminar por el mar de su silencio. Yo se que Camila vendrá, siempre viene a inundar las frías paredes de mi celda, con su canto y su letargo, con su amarga letanía, viene y me da las gracias, por haber hecho lo correcto, por haber leído sus pensamientos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No pensaba quedarme tanto tiempo... pero quede atrapada en la lectura, sin darme cuenta. Disfrute mucho de tu bitácora.
Saludos,

Gamez dijo...

hay imagenes que se me hacen sabores conocidos, por donde puse mi lengua. Tire y afloje, te habito, me habitas,nos deshabitamos "tu me pierdes a mi, yo te doy por perdida" (grande fito!!)y no es nada irreal eso de "estar contigo es estar solo 2 veces" cuanto frustra el hecho de no encajar? pero cuanto aliviana el hecho de poder decir "esito seria" Camila se me hace terrestre y Sebas...pues, quien es Sebas? un fantasma? un verso? un caj?

rondeldia dijo...

OUCH!!! como diría mi amigo homero...
tengo ganas de que jose a. jimenez le diga a la camila "ojala que te vaya bonito..." mientras por dentro LATERIA a gritos la canción del españolito obvio cantado por maria jimenez (jaja puros jimenez) "antes de que me quieras como se quiere a un gato me largo con cualquiera que se parezca a mi" "me cuentan que el olvido no te sienta tan mal.. la paz que has elegido es peor que mi guerra lo que pudo haber sido lo que nunca sera"

una vez más OUCH... esos vacíos que solo se curan ... curtiendo hermano curtiendo...

pd. brutal la historia brutal

Vania B. dijo...

Genial.

Entré a este post por pura casualidad buscando algo en el google.

Me encantó la historia querido Paul, ojalá la publiques en algún libro.

Un abrazo.