11:30 a.m. Minibús a Miraflores, última fila, ventana lado izquierdo. Posición privilegiada para no ser molestado por el sube y baja de gente, aunque la llanta sin amortiguación no la hace tan estratégica para mi pluma.
Salgo a beber mi ciudad y empiezo este fluir de palabras en cada alto de semáforo, un bloqueo de garrafas nos detiene, la gente reclama, le molesta que los que no tienen jodan. Una mujer muy clase media en la primera fila protesta y pelea con el barita. Al lado mío un paceño adormilado, de canas y panza, perfuma la nuca de una universitaria con cerveza, parpadea con ojos rojos y pequeños sobre lo que escribo en mi libreta, pintoresco personaje con polera de “Los Pumas” se ríe buscando algún tipo de complicidad mía, no lo logra.
La moda, los ombligos y salteñas, estamos en la UCB. El poeta se ríe en mi libreta, miro los restos de una noche en luces, ahora en coma. Miraflores, un supermercado reemplaza a un bar, nubes de alcohol vuelan como espectros por las caras de conductores, no los veo, el poeta me los muestra y no los veo.
Agotado, con caspa ajena, el hombre de tijera roja y mandil plomizo espera y sonríe a la gente, tabaco en una mano, con la otra invita a su peluquería. Cuánta vida late en la calle. Llego a un semáforo y a bocinazos se impone mi minibús a un micro grande, metafísica paceña, Chaza, esta ciudad está llena de diminutivos.
Me dirijo a la plaza Murillo, caminando desde la Yungas, sorteando plomeros, artilleros y señoras dizque bien. Bajo por la Sucre y me encuentro con el vehículo verde, ése que moja y limpia broncas. Plaza Murillo, 12:00 y las campanadas levantan palomas, mis manos sangran al escribir; escucho el zumbar de mil balas rozando mi cabeza y mi vista se congela en el edificio blanco en frente del Congreso, en el caos de más de cien huecos, de adobes penetrados por metralla. La bronca deja huellas que nadie borra, que la gente sólo ignora, miro el cielo pintado de lágrimas rojas y recuerdo las luchas que se libraron en este lugar.
La gente no entiende qué hace alguien sentado en la plaza y sólo escribe. Leo “Sacrificado por la Oligarquía 21/07/46”. ¿Qué sintió Villaroel ante la turba? ¿Pensó algo al colgar del farol que hoy miro? Me saluda la sombra de alguna mano demagógica desde el balcón del Palacio; cruzo la calle, dos Colorados de Bolivia me miran firmes, son morenitos.
Murillo mira fijamente al campanario, dicen que es un torero, que no es don Pedro, yo le saludo igual. La sangre moja mis pies, una banda se acerca, es necesario santiguarse.Ingreso en la catedral y permanezco mudo ante el altar, saludando a mis muertos, espantando mis demonios. Afuera, los deudos de una misa de difunto cuentan chistes y se confunden con los gritos y tambores de una marcha que grita justicia para los discapacitados, gente enferma y cabreada pasa por mis ojos. La lluvia empieza a caer y reemplaza al agua bendita que faltaba en la catedral.
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