Estoy enfermo lo sé
Estoy consciente de que sus voces me están matando
Poco a poco,
Cada día en mi propio cuerpo
Con mis propios huesos,
En cada encuentro,
…Jah! Y aún así las espero… (Javier Arequipa, El Amanuense)
Esa tarde, antes de iniciar el ascenso al lugar acordado, había decidido dormir, el sueño tenía sabor a pastillas de menta gastadas. Un cinturón de cuero de caimán presionando las sienes me recordaba la resaca de Fernet de la noche anterior. Al despertar tenía las manos secas, el bolsillo vacío y mil hormigas con tufo a ron barato saltando una especie de danza tecno en mis brazos y piernas.
Me levanté dos horas antes de aquella pactada para el encuentro, mi atuendo no tenía el aire de un Saénz aparapita o de personaje poético de Kundera, vestía negro como es recurrente en la noche de sábado y nada más. Mi descenso inicial a la avenida fue pausado, con la memoria repitiendo el orden y la entonación que debía darle en la lectura a cada línea. Hice una parada frente al edificio de ladrillo a medio repintar y su ventana con rejas blancas me regaló el juego de luces de la pantalla de tele en que ella goza el tango, entonces respiré y su beso de luna sirvió de amuleto para el viaje.
El evento había sido fijado para las 20:45 en el Museo del Litoral. Tomé un transporte público, un Trufi de esos vacíos que recorre la Avenida del Poeta y empecé el ascenso. En el trayecto me atacó nuevamente, la reverberancia en los errores, en lo simbólico de esta noche, en la serie de poemas que había preparado a la ciudad. Pensaba si el orden elegido había sido el exacto, en el reflejo de sus pechos en la pared del cuarto, en las hormigas que no me dejaban en paz y ahora se volvían taquicardia.
Me levanté dos horas antes de aquella pactada para el encuentro, mi atuendo no tenía el aire de un Saénz aparapita o de personaje poético de Kundera, vestía negro como es recurrente en la noche de sábado y nada más. Mi descenso inicial a la avenida fue pausado, con la memoria repitiendo el orden y la entonación que debía darle en la lectura a cada línea. Hice una parada frente al edificio de ladrillo a medio repintar y su ventana con rejas blancas me regaló el juego de luces de la pantalla de tele en que ella goza el tango, entonces respiré y su beso de luna sirvió de amuleto para el viaje.
El evento había sido fijado para las 20:45 en el Museo del Litoral. Tomé un transporte público, un Trufi de esos vacíos que recorre la Avenida del Poeta y empecé el ascenso. En el trayecto me atacó nuevamente, la reverberancia en los errores, en lo simbólico de esta noche, en la serie de poemas que había preparado a la ciudad. Pensaba si el orden elegido había sido el exacto, en el reflejo de sus pechos en la pared del cuarto, en las hormigas que no me dejaban en paz y ahora se volvían taquicardia.
De pronto, un destello en mi ojo izquierdo y el ruido largo de bocinazo que antecede al impacto de un choque me sacaron de las pajas mentales. Un auto negro pasó y escasos centímetros separaron su farol de mi manga de cuero apoyada en la ventana. Flashes, recuerdos, elucubraciones, sobre el destino y la muerte fuera de la víspera, fueron buen presagio para la noche. El quiebre de cintura del Trufi, justo a diez centímetros del impacto, nos salvó del choque, de la embestida de aquel idiota que se metió por el carril del medio en plena Roma.
Seguimos la ruta, hasta la Camacho, luego el ascenso, tres bocanadas de ciudad fría en los pulmones y las luces de la nueva avenida en mis manos. Me saludan, el reflejo del Obelisco pintado y las nalgas de bronce de aquel soldado desconocido volviendo a mostrar la derrota que tanto nos gusta. El ascenso fue liviano, tomando en cuenta la gorra de lana que llevaba y la trepada de calles, en el camino mis textos saltando ansiosos en mi bolsillo izquierdo, pinchaban con versos mi axila.
Llego, más que curioso el ingreso a la Jáen, los bares abiertos y vacíos me reciben, mientras una exposición de cuadros vivos respira bajo la cruz verde que saluda con destellos tibios. Aparece el amigo poeta de antaño, aquel de negras líneas en vino, me cuenta que es padre y me recibe con una pequeña cachetona de dos dientes en sus brazos. Da vueltas como rata amarrada entre la mamadera tibia de su niña y el reflejo del boliche vende ajenjo y me grita que se escapará pronto para poder libar unos poemitas que ya no aguanta más la abstinencia.
Más arriba en mitad de la calle me saludan tantas voces, tantos rostros de la ciudad. Los espectros, los olvidados, los incógnitos, las familias, los abuelos, todos poco a poco empiezan a pintar con sus pisadas las piedras de la calle.
El ingreso al lugar acordado es directo. Una consola grande de sonido con jueguitos de luces me invita al pasillo interno del museo. Dentro, debajo del balcón, un reflector se prende con cada persona que camina. Espero y veo como la luz ilumina de pronto la pañoleta rosa en la cadera de Miss Litoral que pasea por ahí, esquiva a dos góticos, no sin antes inflar los bolsillos traseros con su bamboleante taquirari de glúteos, tan ajeno a este lugar, el patriotero homenaje que lleva esta señorita del Beni.
Seguimos la ruta, hasta la Camacho, luego el ascenso, tres bocanadas de ciudad fría en los pulmones y las luces de la nueva avenida en mis manos. Me saludan, el reflejo del Obelisco pintado y las nalgas de bronce de aquel soldado desconocido volviendo a mostrar la derrota que tanto nos gusta. El ascenso fue liviano, tomando en cuenta la gorra de lana que llevaba y la trepada de calles, en el camino mis textos saltando ansiosos en mi bolsillo izquierdo, pinchaban con versos mi axila.
Llego, más que curioso el ingreso a la Jáen, los bares abiertos y vacíos me reciben, mientras una exposición de cuadros vivos respira bajo la cruz verde que saluda con destellos tibios. Aparece el amigo poeta de antaño, aquel de negras líneas en vino, me cuenta que es padre y me recibe con una pequeña cachetona de dos dientes en sus brazos. Da vueltas como rata amarrada entre la mamadera tibia de su niña y el reflejo del boliche vende ajenjo y me grita que se escapará pronto para poder libar unos poemitas que ya no aguanta más la abstinencia.
Más arriba en mitad de la calle me saludan tantas voces, tantos rostros de la ciudad. Los espectros, los olvidados, los incógnitos, las familias, los abuelos, todos poco a poco empiezan a pintar con sus pisadas las piedras de la calle.
El ingreso al lugar acordado es directo. Una consola grande de sonido con jueguitos de luces me invita al pasillo interno del museo. Dentro, debajo del balcón, un reflector se prende con cada persona que camina. Espero y veo como la luz ilumina de pronto la pañoleta rosa en la cadera de Miss Litoral que pasea por ahí, esquiva a dos góticos, no sin antes inflar los bolsillos traseros con su bamboleante taquirari de glúteos, tan ajeno a este lugar, el patriotero homenaje que lleva esta señorita del Beni.
Me siento y espero, junto a una puerta de la que cuidadosamente cuelga un letrero que dice “sala en terapia intensiva”. Husmeo por la cerradura y Genoveva Ríos, héroe del pacífico grita que la saquen. Está en enaguas, esperando la mano de pintura y pegamento. Ha perdido su bandera. Le han prendido la luz para que vea, le han dejado el hueco de la puerta sin chapa para que escuche los pasos de los visitantes nocturnos al museo.
La sala donde será el evento, tiene forma de vagón de tren y desde sus paredes me saludan mis poemas que han sido pegados en una fiesta de palabras desordenada. Sonrojados coquetean, a los versos crucificados de la niña aroma a vainilla que desde el vidrio cuenta su muerte en la alcoba. Luego veo como mandan besos al largo pergamino amarillo, con poesía intensa, de la mujer de lentes y atuendo negro.
El lugar parece un pequeño teatro, un circo barato con asientos donados por empresa de cerveza, Veinte filas de cuatro sillas amarillas vacías, esperan atentas el festín de palabras que pronto tendrá lugar en la mesa. Esa de cocinero, amanuense, escribano, notario de Tocopilla que han dispuesto para la lectura. A la izquierda un parlante, un banco de cuerina negra y acolchada es la improvisada grada para subir a escena. Dos velas a cada lado de la mesa esperan.
Antes del acto fumo un cigarro con el amigo de corbata gato café y textos ansiosos, damos vueltas al pasillo, descargando cortesías el uno hacía el otro, imágenes furiosas a La Paz, reflexiones sesudas en contra Hilarion Daza. La sala espera, mis manos hormiguean y otra vez la taquicardia me recuerda que el veneno no se ha ido de las venas. Entonces nos convocan y nos dan el lugar en la lectura, el azar me úbica en quinto lugar.
Primer acto, él, de gorrita negra y corbata gato, con voz líneal que de rato en rato lanza un aumento de volumen que acopla en tu garganta, una metralleta de imágenes. Explosión embriagante de prosa encandilante, pincha, en surrealista ejercicio de relato, las ventanas de la prudencia y el pudor pincha.
Segundo acto, el Amanuense se hace llamar, tiene un airecito de huayño soplando en su voz, desgarrando sus versos de poesía contundente de escribidor urbano. Sorprende, gratamente entiende soledades y toca la noche invitándonos a la forma paciente de sus bestias, sus historias.
Tercer acto, ella, cuidado peinado y maquillaje. Su poesía un soplo de colores rosa y pinchazos negros alternados, dulce paseo por su almohada, me da sed.
Cuarto acto, ella, con la gravedad en la voz, bebe versos con esas imágenes tan intensas, al píe, al cuerpo, al espectro hunde colchones que agobia, que habita y sopla un calambre en la huida.
Quinto acto mi turno. Le meto una selección de poemas a la ciudad (Cruz Verde, Marka, Animas, Noche), mientras leo se seca la voz, el vaso del pueblo ayuda y Gogo Blues me desconcentra en el balcón externo, quiero cantar, ellos acompañan mi poesía. Camino entre las imagenes a la hollada y su piel vuelve a teñir mi pluma. Retengo entre versos las distintas miradas de la gente, la parejita abrazada, la flaca de ojos de uva, riendo en las imágenes paceñas que en fervoroso silencio narro. Veo al hombre de apodo de ave sereno en la ultima fila, al larguirucho sacando fotos con el celular y escucho el aplauso seco de quince. Luego el sudor se evapora en mi frente, las ganas de beber, el silencio, el caos.
Sexto acto, caótico homenaje al Echazú del amigo de verde, habla de la poesía china y su voz se encoge detrás su gorra y el blues no lo deja vibrar, la calle está temblando en música y, él, con imágenes cómo gárgolas, explota en la cabeza e invita al desorden de sus versos sedientos.
Séptimo acto un sólo poema largo, en cuaderno armado con soga y papel cual pergamino. Un poema que es caricia, arañazo, patada, orgasmo intenso, grito de abandono que mata las palabras y adjetivos en su musicalidad y angustia. La mujer con M ha hablado.
Ultimo acto, esa piel tan pálida, ese cabello azabache, el negro meticuloso en su pluma, en su abrigo. Entonces lee y la musicalidad de la maestra posee su voz, la Blanca ha hablado, por otra boca, por otro verso. Ella nos lleva al juego de su noche, en su poesía tan de dardo y pieles.
Termina el encuentro, se acerca el poeta académico de café, con esa frente amplia y risa pincha textos, lanza comentarios a la poesía bebida en la noche y concluye que en La Paz hay mejor oído que en Cochabamba. Después el intercambio de direcciones, los intentos de ser más y esa frase del escribidor a mis poemas que rebota en la cabeza: "Sobre el umbral está tu poesía, mira a la ciudad de fuera y a la vez te convoca".
Caminar ahora es necesario por el enjambre de gente, por este encuentro tan agónico de letras, baile y música. Las paredes de los museos sonrien a los visitantes. Murillo ha cambiado las sabanas de su catre para cortejar señoritas y la fuente de su casa tiene agua cristalina esperando monedas nocturnas. La dama de la noche tiene traje blanco y se prepara para morder y saludar a caminantes bebe ajenjo.
El resto, descenso predecible al laberinto de la noche, en aquel lugar con Chiwiñas de fería de pueblo y nombre ingles. Soho, se llama y nos recibe con cajas de cerveza como asiento. Pasan las horas entre acullico, morenada, cumbia, discursos, flores a la ciudad. Miradas temblorosas a la de labios carne y la china morena, empujando al amigo Cocani cada rato. Más tarde, llega la mujer jirafa, de rostro europeizado made in la llajta, empuja la camisa del chango respira cebolla y me llega un hambre a lomito con chorellana que me mata. Luego entre los cócteles y las pieles nace este poema a dos manos a La Paz del Levedad y el Ganjar.
CIUDAD (2:30-20.05.07)
La serpiente líquida
Escamada de tierra,
Danza con muertes viejas,
Arremolina podredumbre y harapos ácidos
Desgarrando la piel ocre del valle enfermo.
Esa que escupe el silencio de tinieblas en arcilla nombradas
En la permanencia de latidos de muros desgarrados en mestizaje ocre
Aquel que grita el primer verso de aullidos de espuma
Me muerdes con tu espejo de calamina seca
Y me quedo en tu responso de laderas
En tu grito gélido de picos irreverentes y ancianos
En tu mueca asoleada de ladrillos festivos y adobes vetustos
En el siseo abúlico de tu garganta pétrea resplandeciente
Columpio en la hondura de tu vientre como una oruga elástica
Y me duermo fermentado en el caos de tu Marka mesiánica.
Más tarde la ultima parada, en la caverna etno. Tom Waits nos grita de madrugada, mientras la mujer de rostro cubista, desencajada reposa en la barbita rala del cuate de cráneo exprimido. Risa, grotescas ofensas a la noche y las ideas volando entre las piedras de la caverna nos detienen.
Repetirlo en Octubre una necesidad, la sentencia de poeteas y cuentistas entre singanis. Surge luego la idea de un texto a cuatro voces, un cuento paceño de balcón a balcón como homenaje. La idea sería que cada párrafo se lea de un balcón de la Jaén y se prenda un foco, explica con pupilas dilatadas el cuentista de barbas. Que en cada punto aparte se oscurezca el balcón y se iluminen las hojas en el otro y así consecutivamente hasta terminar el cuento desde el balcón central y reventar en ponche al ritmo de fuegos artificiales y en un ¡ Viva La Paz!.
Todos aplauden y luego vienen los susurros en las orejas sedientas de proposiciones, las propuestas y pedidos indebidos. Las ideas se adormecen, se ha estido la rima, llega la madrugada, la panza está retorcida, las hormigas ya no bailan en los brazos y la memoria retumba con sabor a singani, es hora del retorno.
El cielo azulado prende los balcones coloridos de la Jaén. Las piedras tienen hambre, han hecho pis, han fumado mucho. Un taxi aparece sin pedirlo, de la nada cómo esos carretones espectrales pienso y en reverencia un hombre de lentes me invita a pasar. Miro a la cruz verde, me doy tres santiguadas antes de subir, indico la dirección de casa, no tengo plata ni tarjetas de crédito sentencio y me ronco.
Al día siguiente con suerte intacto el cuello y el cuerpo, reviso el recuento de los daños de la noche y cae del bolsillo un papelito hecho acordeón con estas palabras.
6:00 ETNO Cadáver Caótico (A continuación la transcripción de un ejercicio de asociación libre inspirado por las velas, el singani y la ciudad, no hubo ninguna regla previa para los participantes, sólo la de escribe lo que te de la gana en este papel. Eso sí la hoja fue doblada en varias partes para que nadie lea lo que puso el otro, en fin ya saben pues tratamos de hacer un cadaver exquisíto y punto)
Luego de tantas emociones, tantas en una noche, el cuerpo pide una cosa descanso, pero lo incorpóreo pide otra cosa
La suciedad se gangrena en mi elipsis de vestigios prolongados, esta sociedad grazna sucumbiendo en el vacío, esta levedad me hace participe del funesto algoritmo, de la presunta complicidad, con el touch que desanima el anima.
También tiene mujeres que agobian y contienen imágenes en rasgos completos, de esas que sabes que son vacío en un rasgo suelto, colgado de la nada. Ella mira, cubista experimento de piel ordenada, mira.
¡Dios que pedazo de cuerda me has dado hoy!
¿Para seguir cavando y atando nudos que no existen?
Estar y ser como uno es, delante de seres que no temen ser delante la realidad
Quiero morir y vivir la vida ¿qué es la vida?
Ya no hay verbo sólo me queda dedicarte un adjetivo: joya
Al día siguiente con suerte intacto el cuello y el cuerpo, reviso el recuento de los daños de la noche y cae del bolsillo un papelito hecho acordeón con estas palabras.
6:00 ETNO Cadáver Caótico (A continuación la transcripción de un ejercicio de asociación libre inspirado por las velas, el singani y la ciudad, no hubo ninguna regla previa para los participantes, sólo la de escribe lo que te de la gana en este papel. Eso sí la hoja fue doblada en varias partes para que nadie lea lo que puso el otro, en fin ya saben pues tratamos de hacer un cadaver exquisíto y punto)
Luego de tantas emociones, tantas en una noche, el cuerpo pide una cosa descanso, pero lo incorpóreo pide otra cosa
La suciedad se gangrena en mi elipsis de vestigios prolongados, esta sociedad grazna sucumbiendo en el vacío, esta levedad me hace participe del funesto algoritmo, de la presunta complicidad, con el touch que desanima el anima.
También tiene mujeres que agobian y contienen imágenes en rasgos completos, de esas que sabes que son vacío en un rasgo suelto, colgado de la nada. Ella mira, cubista experimento de piel ordenada, mira.
¡Dios que pedazo de cuerda me has dado hoy!
¿Para seguir cavando y atando nudos que no existen?
Estar y ser como uno es, delante de seres que no temen ser delante la realidad
Quiero morir y vivir la vida ¿qué es la vida?
Ya no hay verbo sólo me queda dedicarte un adjetivo: joya
Todo es de colores que se debe aceptar y disfrutar
4 comentarios:
Larga la noche de museos, pero espectacular. Yo estaba en mi preste bailando con Mala Kumbala (así se escribe creo).
Ché Ganjar, la Miss Litoral es cruceña por siaca, claro que igual nomás, belleza oriental es belleza oriental, cruceña o beniana.
Abrazos.
Ummm...que pasada la noche, la poesía la compañía y la forma en que nos haz hecho ir contigo a quienes estamos lejos.
Un abrazo y buen fin de semana!!
me voy con un gran sabor de boca, lindas fotos y un excelente post
jajajajajaja... ese Cadáver Caótico hace honor a su nombre, eh???
Genial la noche, aunque llegué un poco tarde para tu leída, pero llegué para la presentación de Llegas que estuvo alucinante!
Saludos =)
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