Desperté esta mañana con un sabor seco de tactos en la piel, con las ganas rojas de mear cada rincón de la maqueta en que por conveniencia tengo mi morada. Me levanté con ganas de dejar un coche bomba en mitad de la Montenegro y sentarme con un pucho en la acera para ver el vuelo, como lentejuelas rojas, de ombligos y celulares por el aire.
Miré la calle en detalle antes y me dirigí a un café de esos que hay en San Miguel, me ubiqué en la mesa del fondo y sentí el aroma pestilente a empresario en la mesa del lado. Comí un lomo con pimienta, soportando la charla regionalista de aquel seudo croata, burda, plagada de adjetivos despectivos a la piel mestiza y a las minifaldas de las azafatas de Aerosur.
Volvieron las ganas de jugar a la fuente que tenía de niño y pararme en mitad del lugar, lanzando un gran chorro amarillo en sus corbatas y reír mientras mis victimas dudan entre salvar su corbata o emprenderme a golpes.
Aguanté y dejé de lado el mal trago, bebí el sol paceño y caminé, pensando en aquella que anoche volvió en sueños. Recordé la forma de su espalda, la presión de su cadera, las gotas reptantes de sal en su espina, la forma de uva en sus pechos miel. Me bañé del sol de medio día por unas cuadras, pensando en los misiles chinos, en que no quiero ser jurado electoral, en por que Evo no se levanta el cerquillo y de golpe se esfumó su vientre entre las nubes y me quedé congelado mirando un triciclo rosa, “pink” como dice mi princesa. Pensando en su risa, se calmó el terrorista urbano, el erotismo se tiño de blanco, la sed cesó por un momento y el sentido se instaló en nuestro pacto.
Si, hoy desperté con hambre de los besos canela de aquella que no moja más el colchón y con inmensas ganas de no volver a esta silla desde la que escribo y con la desesperación de volar el gatillo y hacer ¡bum!. Pero volví como siempre, más duro y más curtido a la paja neuronal y al hastío de miércoles, firme en el sentido de su inocencia en mi vida, volví a caminar por el sur de esta ciudad, como tantos mediodías y me reí de la maquetita burda de San Miguel.
Salí de comer, me paré en mitad de la calle, escapando de los ojos de la mujer inmensa de traje verde que toma Coca Cola con bombilla y pasa mensajitos “Coelho”. Me di vuelta, me situé en mitad de la calle mirando que café hacer volar primero y de golpe ella, la señora de Potosí, se acercó por una moneda y perdí el detonador.
Mientras escribo, recuerdo su sonrisa levantando grietas en su rostro, el rojo tierra de su manto, su sombrero, mi moneda, el triciclo rosa y las ganas de que llueva para que se moje tanto ombligo y los seudo croatas se resfríen. Entonces Dafna me habla desde un lugarque acabo de visitar hoy y mi café sabe a risas y caramelo.
2 comentarios:
Te comprendo y comparto ese sentimiento.
Me hubiera encantado que jugaras a la fuente.
Tal vez los pseudo croatas pensarían que estás loco, pero no creo que tanto como ellos.
Como siempre, mi poeta azul, me has dejado con ese sabor que mezcla lo cotidiano y lo sublime... a veces bien, a veces real. A veces, desesperadamente real.
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