Morenada mece dolores, esos de cabeza, de alma y pulso. ¡Cuate!, así le grita el del 230 al conductor que tiene chompa azul, mocasines café y un mostacho tímido y cantinflero, ése que se rebaja con moneda de veinte y lo diferencia del resto.¡Mañana, pasado, recordaremos el amor que se perdió! Parlante con matraca canta el estribillo de la canción, mientras la bocina acompasa la trompeta.
El viaje ha empezado, orejones abstenerse, sensibles no quejarse. Las curvas son necesarias, la carrera es por pasajeros, así que hay que parar nomás para levantar y ganarlo al 230.Cholita paceña, blusa naranja y saquito verde, con trenzas baila kullawa, acompaña su agudo grito que vocea la ruta a cuanta persona, árbol, perro y charco se encuentra en el camino. Es su función, no se cuestiona al Jefe, hay que vocear para recibir.
Habrá que saber de dónde viene la afición del conductor con el canario aquel de la Warner Brothers, con el Piolín que en diferentes posiciones decora el panel. Cuento quince diferentes, mientras un koala, pegado al vidrio con saliva cervecera, baila chocho una cuequita paceña.La gente mira, en silencio sabatino, las bolsas de mercado vacías me muestran su boca hambrienta y la gorra Mike del amigo de pupilas rojas no me saluda.
En silencio siguen el viaje, mirando de reojo mi mano peleando con la libreta en que escribo. La caja de cambios tiene un coqueto abrigo de piel gris con mechones colgando y su cabeza brillosa, muestra una abeja disecada dentro de la bola de vidrio, las alas bien separadas y los ojos apuntando siempre al norte. A la izquierda, debajo de la llave cuelga la cortaplumas pela-naranja que se mece ahora al ritmo de una saya.
La amiga voceadora acaba de colgar el celular y dar las instrucciones a su changa para el chairo del medio día y el jalón de orejas al chango para que haga sus tareas. Vuelve al trabajo, a la presión del Jefe que la mira de reojo por el retrovisor, ése que tiene dos dálmatas sonrientes pegados del espejo y que escoltan risueños a un Cristo con el corazón en la mano. Cada diez cuadras baja la tarifa y le gusta jugar de rato en rato con las hojas de los árboles.
Tres bombillas verdes colocadas paralelamente de manera equidistante salen de unos circulitos de goma y forman un cómodo respaldar de sillón para un letrero de cartulina negra, ése que de un lado dice UMSA y del otro CHASQUIPAMPA.
Ya por la gruta, voy pensando en la síntesis paceña de este minibús blanco que en sus esquinas lleva y trae vidas, y se ríen de su copia roja, ésa de la Corte. ¡Pasajes se van alistando, sueltito nomás!, el grito agudo me trae a la realidad y me deja una sentencia de vida y me deja pensando en la importancia de pagar a tiempo las deudas, de planificar los recursos con que se cuenta antes de iniciar un viaje, de que los avisos llegan nomás, cuando la voceadora inminente de tu vida, te anuncia el final de algún trayecto.
Le pago, me mira de reojo, entre cada bamboleo de trenza, con pupila de uva sonriente, mientras el viento de la ventana va dibujando la ruta en sus mejillas de piel joven en lija, que no piensan en Nivea y que empeñadas al viento no entienden esa frase gringa de que los cuarenta son los treinta de este siglo, ésa que escuche ahí entre risas en dos mujeres de botox en cachete antes de subirme al 260.
La Prensa, 30 de Julio 2006
1 comentario:
Muy lindo relato Paul, me trajo mucha nostalgia con sabor a minibús. Por un momento hasta sentí el vientito frío que entraba por la ventana, ese con olor a calle paceña.
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