Atardecer paceño él espera la hora del encuentro en la oficina. La busca en el chat antes de salir a la calle, prende un cigarro, baja por El Centro, la busca en la noche, la llama al celular. Baja a la farmacia, busca una aspirina, lee una frase de la Madre Teresa, sobre el egoísmo y el miedo en el mostrador de una tienda.
El aire tibio rompe la noche y mientras la espera toca su espalda una brisa de estornudos, se da la vuelta y encuentra el rostro de ella. Caminan, en absurda seriedad silente. El agarra sus cabellos le da un beso tibio, con manto de luna sin mordiscos como testigo. La estrella amarilla de siempre, en noche pincha silencios, hace guiños en su espalda arqueada al caminar.
El mira el reloj son las 9:00 de la noche, caminan y callan “chaú me voy" dice ella…”¿qué fue"? Replica él "hace frío", responde. El decide calmar los animos y entra a una tienda a comprar un vino, la señora no lo escucha, absorta mira en la tele la noticia de un accidente. Otra vez hierros retorcidos en primer plano, la prensa amarillista es una mierda, las carretera a Oruro una cagada, piensa él.
Suben al taxi, el chofer neurótico de camisa a cuadros juega a las carreras e insulta a la gente. Ella en calma le pide respeto y menos velocidad “que mala suerte con los chóferes tengo hoy dice”. Me hace frío el silencio piensa él. Llama a la tienda, y ordena por fín el vino y un paquete de cigarros como forma de romper el hielo.
Llegan al barrio que comparten, caminan por el caminito de piedras que separa ambas casas, sendero frágil une ventanas. Ella se adelanta bamboleante y serena, su espalda sonríe sus ojos no. El la abraza, el silencio pincha y le sube el limón en las venas. Busca su cuerpo se detiene y la abraza, mientras mira su rostro, está palida como la luna.
Llegan al lugar de siempre pasan el pasillo viejo del conventillo, las rajaduras de las paredes los saludan. Cruje el piso, entran. Ella camina a su esquina favorita, mira con nostalgia el lugar. El se aleja a la sala, a la ventana cómplice. Abre la cortina, prende la lámpara. Busca la silueta del Illimani, a la izquierda las laderas parpadeantes los saludan.
No funciona el truco de la media luz y las velas, piensa. Ella lanza un suspiro apaga fuegos, deja sus cartas sobre la mesa, ambiguas como su piel. Hay dos opciones sentencia: "me voy o me aguantas en silencio, hoy es un día de gato y creo que los próximos serán negros, con mucho silencio dice". La decisión está en sus manos, él acepta la pelota en su cancha y le pide que se quede. Con la advertencia de la distancia sellada en un abrazo le roba un beso de sus labios fríos.
La mira y calla en pensamientos que no exigen, en sentires que gritan comerle el alma a besos. Silencio de muro, él va a la cocina, ella a la cama. Espalda encorvada, ojos secos, él se adentra en la cocina, "hoy no habrá sexo mata tedios" piensa. Pone agua en la caldera, está seguro que algún día la quemará, toma coca cola, dos aspirinas y enciende un porro. Mira la ciudad, el Illimani ahora sí aparece, sus ojos se ponen rojos y sopla un beso de humo al cuarto.
Entra, la mira como tantas noches, clara oscura en la cama de madera vieja que cruje en cada respiro, sin necesidad de tacto. Ella entibia su piel con una frazada y con miel en los ojos perfora los labios de aquel que parado en la esquina de la puerta mira.
"¿Quieres coca o jugo?", le dice, el vino no es para ver tele piensa. Vino sentencia ella. Vuelve a la cocina, abre la botella, se rompe el corcho, mala señal piensa. y sirve las dos copas con tinto a la mitad. La boca esta seca, la noche le parte la cabeza. Vuelve y las rayas de la cama tiemblan como cuerdas de piano mal tesadas, busca las teclas, en el pecho cubierto de la mujer silente no las encuentra.
El humo verde afecta rápido piensa él. La cama lo llama, cómplice de entregas, de viajes a su humedad, de mordiscos en poros, piensa. Refugio de pieles, se recuesta en el lado izquierdo, busca y no encuentra los pies de ella. El se queda en la improductiva decisión de respetar su pedido de no me toques, de no invasión.
Peli francesa en la tele, comedia con chistes muy parissiene para la noche. Ella arrastra los pies al encuentro, los tobillos y empeines se ruborizan, los dedos se besan, se enredan, se muerden.
Ella apoya la cabeza en el pecho de aquel lánguido amante. Un beso de tachuela, frío y débil pincha la pared imaginaria que han construido en la noche. El tiembla, su pantalón se infla, su piel se eriza y vuelve un aire de petit morte. Sube la marea en las sabanas y la risa, las manos se buscan. El besa el muslo izquierdo de ella con los dedos que ahora tiene copa y media de vino en la sangre y lanza ronroneos tibios al aire. “Estoy ebria” ojala sea así del otro lado dice y deja caer su cabeza en el pecho del amante menguante.
El con la boca busca su cuello, sus caderas, las de la mujer silente, su lánguida piel, su agridulce mar. El humo verde se disipa y él besa el aire, con las manos busca los senos entre edredones, recuerda que ella tiene el sol del lado izquierdo y la luna del derecho.
Ella opta por el sueño, su cabeza recostada le roba el brazo como almohada. El con la mano izquierda, insomne, entrega tactos timidos. Se quedan quietos, piel con piel se contienen, buscan sincronía en cada respiro, ella sólo se queja, llora, ronronea dormida.
El con la yema del dedo índice, izquierdo, acaricia la cadera izquierda de ella, se corta el dedo con el filudo hueso y sangra versos en la sabana. El abdomen de ella lo llama, besa la palma de su mano en cada respiro y las heridas cierran, la sangre se esfuma, tibia.
El calor crece, él le besa los cabellos, los hombros y sólo hay ronroneos suaves. El celular suena como grillo, insistente una, dos, tres, veinte veces. Su repique agudo levanta el telón, prende las luces y la realidad llega a su piel aún erizada.
Ella se levanta, no habla. Baño, chamarra, cartera. El se queda, recurrente, velando el aroma de su imagen, abrazando la sombra de aquella amante de luna. Ella se acerca le da un beso corto, él grita no te vayas, ella no escucha. Se levanta, trata de alcanzarla, escucha un último ronroneo en la puerta de calle y el silencio de piedra otra vez.
Vuelve a la casa, prende la luz, encuentra gotas de sangre en el piso y ve que su mano izquierda sangra. Entra al cuarto y en el velador lo esperan: la botella de vino tapada con el corcho roto, una copa vacía y su celular. Mira el teléfono antes de dormir y lee: “ viajo hoy a las siete a Oruro no iré a tu casa, lo siento”.
5 comentarios:
Mmmmm... momentos de soledad en los que no se puede estar completamente solo, a eso me hace recuerdo tu texto.
Saludos =)
"noche de gatos"..siento que es como tragarse una cuchilla y ver que no es tan raro como parece. un saludo grandote
Hay sueños tán reales, especialmente cuando nos ataca la nostalgia aguda por alguien.
Un abrazo querido Ganjar.
Simplemente me encanta volver a tu sitio y disfrutar dejarse llevar!
Un besito en una noche gatuna.
Polino, he de decirte que me jode mucho que seas tan melancólico. Obviamente, no me jodería si no te leyera, pero lamentablemente es díficil abandonar tus letras cuando ya se ha comenzado.
En fin, mis depres no son tu culpa, pero tú le pones un condimento.
Un abrazo, querido. No te pierdas.
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