sábado, agosto 27, 2005

Sharon Olds (The Father) III

EL CUERPO MUERTO

No soportaba dejarlo solo en la habitación después de que murió.
Durante meses siempre hubo alguien con él,
estuviera dormido,despierto, en coma, siempre alguien,
pero después nos quedábamos fuera y él dentro,
solo: como si lo único importante fuera su conciencia,
ese hombre que tuvo tan poca conciencia, que fue 90% cuerpo.

Yo no soportaba esa forma de tratarlo como basura,
íbamos a quemarlo, como si sólo importara el alma.
Quién era ése si no él, tirado ahí, seco y abandonado.

Me enfrentaría a quienquiera que no respetara ese cuerpo:
que viniera un estudiante de medicina
y se atreviera a hacer un chiste sobre su hígado y lo derribaría.
Hubiera sido tan bueno tener a quien derribar

.Y si lo íbamos a quemar, quería quemarlo entero, no ver
su brazo mañana en el cuerpo de alguien
en Redwood City, o que le arrancaran
la lengua para transplantarla, o ese ojo renuente.
Y qué si su alma ya no estaba,
yo lo conocí desalmado toda mi infancia,
lo veía acostado en el rincón más oscuro de la sala
con la boca abierta en el sofá y ahí no había nada más que su cuerpo.

Así que en el hospital, me quedé a su lado,acaricié sus brazos, su cabello,
no pensaba que estuviera ahí
pero igual ése era el hombre que yo había conocido,
un hombre hecho de sustancia espesa,
un hombre crudo, como esos seres primitivos
que poblaban el mundo
antes de que Dios tomarasu peculiar arcilla
y creara a su propia gente.

SENTIMIENTOS

Cuando el médico residente auscultó el corazón detenido
yo lo miré, como si él o yo fuéramos salvajes,
fuéramos de otro mundo:yo había perdido el lenguaje de los gestos,
no sabía qué significaba para un extraño
levantar la bata y ver el cuerpo desnudo de mi padre.

Mi rostro estaba mojado, el de mi padre
apenas húmedo con el sudor de su vida,
esos últimos minutos de trabajo duro.

Yo estaba recostada en la pared, en un rincón, y él estaba echado en la cama,
los dos hacíamos algo, y todos los demás creían en el Dios Cristiano,
llamaban a mi padre la cáscara sobre la cama,
sólo yo sabía que se había ido del todo,
sólo yo le dije adiós a su cuerpo
que era todo cuanto él era.

Sujeté con fuerza su pie, pensé en ese anciano esquimal
que sostiene la popa de la canoa mortuoria,
y lo abandoné suavemente al mundo de las cosas.

Sentí la sequedad de sus labios en los míos,
sentí la levedad de mi beso mover su cabeza sobre la almohada
así como se mueven las cosas como por su propia cuenta en el agua mansa,
sentí sus cabellos de lobo en mis dedos,
se tambalearon las paredes, el piso,
el techo giraba como si no estuviera yo saliendo del cuarto
sino el cuarto alejándose de mí.

Me hubiera gustado
quedarme a su lado, cabalgar junto a él
mientras lo llevaban al lugar donde lo cremarían,
verlo entrar a salvo al fuego,tocar sus cenizas tibias,
y después llevarme el dedo hasta la lengua.

A la mañana siguiente,sentí el cuerpo de mi esposo
aplastándome dulcemente como una pesa sobre algo blando,
una fruta, su cuerpo asiéndome a este mundo con firmeza.

Sí, las lágrimas brotaron,como el zumo o el azúcar de la fruta.
Se adelgaza la piel, se rompe, se rasga:
hay leyes en este mundo y según ellas vivimos.

MÁS ALLÁ DEL PELIGRO

Una semana después de que murió
de pronto entendí que su amor por mí estaba seguro:
ya nada lo podría alterar.

A veces, durante el último año,
su rostro se iluminaba cuando yo entraba a su habitación,
y una vez, medio dormido, sonrió al pronunciar mi nombre.

Respetaba mi arrojo: la vez que me ataron a la silla,
ataron a alguien que él respetaba, y cuando
dejaba de hablar durante semanas enteras,
yo era uno de los seres a quienes no le hablaba,
alguien con un lugar en su vida.

La última semana lo dijo sin querer:
entré a su cuarto y le pregunté“Cómo estás,”
y contestó, “Yo a ti también”.

Desde entonces, temí perder esas palabras.
Hasta el último momento podía equivocarme, ofenderlo.
Bastaría una de sus muecas de disgusto para que volviera a joderme la vida.

Intenté no pensar demasiado, ayudaba a cuidarlo,
le limpiaba el rostro, lo acompañaba.

Pero un rato después de que murió,de pronto pensé,
con asombro, ahora siempre me amará,
y me reí: estaba muerto, ¡muerto!

3 comentarios:

[i] Isabel La Fuente Taborga dijo...

Olds... tan duros sus poemas, tan profundos, tan intimos, tan amargos pero al mismo tiempo hermosos... me encantó su forma de describir su dolor... pero también su relación de amor-odio con su padre y su enorme necesidad de sentirse amada por él.. gracias por presentarmela, por compartirla, por traerla aqui.

Anónimo dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Anónimo dijo...

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