jueves, agosto 25, 2005

Sharon Olds (The Father) II

EL ÚLTIMO DÍA

El último día de la vida de mi padre
lo bañaron por la mañana, doblaron la sábana a su cintura,
yo me senté con ellas y lo lavaron,
clavículas, hombros, costillas, pecho, la piel ocre, irregular.
Por la ventana veía la montaña de California y sus pliegues
y pensé cómo habrá sido cuando fue hecha, suave,
tibia, maleable, pensé en mi padre antes,
casi líquido, insignificante, dentro de su madre.
Enjabonaban los ángulos de su cuerpo,
yo miraba la montaña, sus grietas,
sus sombras, sus luces:
siempre he querido creer cuanto ven mis ojos.
Doblaron la sábana hasta su cadera,
su muslo no era más que el fémur,
la piel como papel de carnicero envolviendo un hueso para un perro.
Lo secaron y el pelo de su pecho se erizó,
salieron de la habitación por un momento y quedé sola con él,
su pezón como un puñadito de guijarros,
trajeron una manta de algodón, tibia,
y giraron su cabeza hacia la ventana.
El amanecer resplandecía en su boca,
y en cada aliento yo veía una brasa diminuta,
una figura desmembrada temblar sobre su lengua.
Los lados de su lengua estaban salpicados de óvalos mucosos c
omo discos de marfil suave,
ahí sentada, yo miraba dentro de su boca,
nunca había entendido y tampoco entendí entonces, el cuerpo y el espíritu.
Con la noche su respiración se hizo más corta,
la niebla caía azul, poderosa, sobre casas y secuoyas,
apoyé mi cabeza en la cama en el camino de su respiración y la respiré,
aún dulce con su vieja dulzura mancillada
como la tierra húmeda con olor ácido y limpio a la vez.
Comenzó a oscurecerse una hora antes de morir,
su respiración se detenía por segundos
y volvía a empezar.
Su cuerpo se arqueaba,
alejándose de la ventana,
su piel era de un amarillo vidrioso,
respiraba, y se detenía, respiraba.
Pasé mis dedos por su cabello
y besé las comisuras de sus labios resecos.
Respiró,
Yy su mujer y yo nos quedamos inclinadas esperandola próxima respiración.
Estaba volteado hacia mí,
la boca abierta y el cabello ondeando hacia atrás
como un hombre parado de cara al viento,
esperábamos y esperábamos la próxima respiración.
Luego la enfermera levantó sus párpados
,y en lo blanco, bajo cada iris, había aparecido una línea oscura.
La enfermera le alzó la bata,
vi su abdomen relajado y gris,
cubierto de pelo como una promesa de bondad animal,
apoyó el estetoscopio contra su corazón
y esperó, luego bajó la bata
y dio un paso atrás, me miró, y asintió,
y entonces miré a mi padre,
su cabeza demacrada, su espalda arqueada
como para lanzarlo fuera de este mundo.
Puse mi cabeza en la cama al lado de la suya
y respiré pero él no respiraba, respiré y respiré pero él se oscurecía,
mi padre.
Apoyé mi mano en su pecho
y lo miré, miré sus pestañas,
los poros de su piel, las grietas en sus labios,
los pelos de su nariz.
Entonces acomodé su cabeza sobre la almohada,
se movía tan fácilmente, y su oreja,
aplastada durante la última hora
se desdobló en el aire
abriéndose como una flor.

EL MOMENTO EXACTO DE SU MUERTE

Era él cuando respiró por última vez, mi padre,
aunque había cambiado tanto
que nadie que no hubiera estado con él
durante la última hora lo hubiera reconocido:
su piel, corpórea, como grasa animal,
los ojos hundidos en la cabeza,
la nariz adelgazada, la boca abierta
con esa lengua dentro como afirmación de la muerte,
una lengua seca, ondulada, oscurecida.
Podíamos ver la flema crecida al fondo de su boca,
pero aún así era él, los brazos enormes, pesados,
las manchas de sangre bajo la piel,
negras y precisas, hasta ahí lo acompañamos
en cada paso, era él, su última respiración fue suya,
no inhalada como fruto del deseo,
pero suya, ligera como una semilla de algodoncillo,
huyendo de su boca y flotando en la habitación.
Y cuando la enfermera intentó oír su corazón,
su vientre plateado era su vientre,
y cuando se quedó parada y asintió, por un instante era plenamente él,
mi padre, muerto pero él,
un hombre con la boca abierta y
manchas oscuras en los brazos.
Parecía alguien muerto en una lucha sin sangre:
tensos el cuello y la base de la cabeza,
como halando hacia atrás con violencia.
Parecía estar quedándose quieto, luego la piel
se tensó levemente alrededor de su cuerpo
como si lo puramente material lo reclamara,
y después, ya no era mi padre,
no era un hombre, no era un animal,
acaricié su cabello lentamente,
alzando mis dedos por sus ondas grises,
la materia sin vida y radiante,
la materia del mundo.

1 comentario:

[i] Isabel La Fuente Taborga dijo...

la muerte del padre... cualquier muerte es dificil, inasumible, dolorosa, pero la muerte de un padre... sobretodo si es nuestro debe ser algo tan dificil! por muy extraña, dura, fria, rigida que haya sido la relación... imagino que es algo que jamás superamos del todo... imagino que siempre nos hará falta, siempre! no importa que suceda... y esta descripción que hace Olds, una muerte además así con enfermedad incluida, que dura, que cruda... pero que hermosa descripción... como tú dices... "de reconciliación y aceptación".
gracias por compartirlo!